Los niños que no entraron al cielo
"Cuando tuve tres años comenzaron mis peligros: dormía en mi camita-tijera con mosquitero y, cuando me dejaban solo, llegaban los duendes. Tenía tres años y todo lo recuerdo. Salían de un rincón de mi cuarto. A veces salían de debajo de la cama y eran muuuuy amistosos. Me ponían en el centro, me hacían rueda y bailaban. No recuerdo sus voces o no hablaban, pero reían mucho y me invitaban para irme con ellos. De haber querido irme, yo no sé si, como ellos, hubiera podido traspasar las paredes. Una vez me trajeron de regalo uno de sus camisoncitos. Era rojo. Cuando lo vio mi madre y me sometió a su acucioso interrogatorio, '¡Son los duendes!' gritó. En todas las casas del vecindario se hizo un corre-corre y por la tarde llegó el padre Casiano, un pigmeo jesuita de la iglesia de Guadalupe que tiró agua bendita por todas partes y recitó algunos latines misteriosos. Yo no sé si fue por eso, pero los duendecitos, mis alegres amigos, no regresaron más. ¿De dónde vinieron lo