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viernes, octubre 29, 2010

La campana de la Isla del Cardón


    La Isla del Cardón, está ubicada enfrente de las playas del chorizo, en la jurisdicción del Puerto de Corinto, en el departamento de Chinandega, es un lugar muy visitado por los turistas y por el pueblo nicaragüense, tendiendo que trasladarse en lancha desde el puerto, para poder llegar a la isla, es un lugar con muchos árboles y vegetación.

    Cuentan los habitantes del lugar, que hace muchos años, la familia Somoza tenía una gran casa, que visitaban con sus amigos y celebraban grandes fiestas por la noche, en esa época la isla se iluminaba, ahora no saben si esas construcciones todavía existen o se las llevo el maremoto de hace unos quince años, que arraso con el puerto y con parte de la ciudad.

    Los mismos lugareños cuentan que en el siglo pasado, por el año de 1917, enviaron desde España, una campana de bronce, para que la colocaran en la Catedral de León, en la ciudad del mismo nombre, esta campana era única por su tamaño y por su tañido, iba a ser colocada en el techo de la catedral, donde iba a ser sostenida por dos atlantes que se encuentran en la parte del techo de la catedral, a la fecha puede observarse que hay dos pares de atlantes, notando que solo un par de atlantes sostiene una campana, el otro par de atlantes no sostiene ninguna campana, porque esta nunca llego, debido a que se hundió cerca de la Isla del Cardón en el Puerto de Corinto.


    Estos atlantes fueron construidos en la época del padre: SSI Pereira y Castellón, quien después de un viaje por Europa y tierra santa, los mando a construir para que sostuvieran las dos campanas, que serian tañidas en épocas especiales, como las celebraciones de la gritería de penitencia, los entierros de personajes famosos, tal como el entierro del poeta laureado de Nicaragua: Rubén Darío, quien se encuentra enterrado en la catedral de León, siendo custodiado por un León de mármol, que resguarda la tumba del inmortal príncipe de las letras castellanas.

    Algunos de los pescadores que pescan cerca de la Isla del Cardón, comentan que por las noches cuando hay marea alta, oyen el tañido de la campana, que se encuentra a gran profundidad, en algunas ocasiones se oye un sonido muy sonoro, como si alguien la estuviera tocando, cuando hay luna llena se escuchan las campanadas de las doce de la media noche, en estos días el tañer de la campana se oye con más claridad, dicen los pescadores que los peces saltan sobre el agua, por el sonido de la campana, que yace en el fondo del canal natural del Puerto de Corinto, ese lugar es muy profundo, por esa razón pueden navegar barcos de gran callado, estas mismas personas esperan que algún día se interese alguna organización internacional e investigue si es cierto lo de la campana y de ser así, si esta se puede sacar del fondo del mar.

Autor: Lic. Salvador Guillermo Muñoz
 Mitos y Leyendas de Nicaragua, Tomo II 
 Tambien autor de Mitos y Leyendas de El Salvador, Tomo I

jueves, septiembre 23, 2010

El duende invisible de Tecolostote, Boaco


    "La superstición está reinando en la casa de la señora Amelia Tercero Morales, la verdad es que nadie lo sabe, pero su vivienda en Tecolostote misteriosamente está siendo apedreada a cada momento, en horas del día y de la noche.  Esta pequeña comunidad está ubicada en el departamento de Boaco, la "casa embrujada" está situada a la orilla de una zanja donde los vecinos aseguran haber visto durante las noches una luz verde. Supuestamente, la luz verde se para en la zanja, se mantiene un tiempo parpadeando y desaparece sin dejar rastro alguno.

    Mientras la misteriosa luz aparece en la zanja, sin saberse de qué tumbo, caen insistentemente piedras de gran tamaño sobre la casa de la señora Tercero Morales.   Lo más curioso es que desde el 9 de enero la casa está siendo apedreada por un supuesto "duende invisible".  Las tejas y tablas están quebradas.  La superstición se ha hecho colectiva en Tecolostote, ya que casi todos los habitantes del pueblo que llegan a la casa escuchan el rebote de las piedras y algunos hasta han sido golpeadas por ellas."

Noticia tomada de La Prensa, lunes 18 de enero de 1971:  Casa embrujada provoca pánico en Tecolostote.
 Foto cortesía de José Rafael Burgos de Moralimpia.net

martes, septiembre 14, 2010

Los duendes escolares

De los archivos de La Prensa, noticia publicada el sábado 11 de abril de 1970


Cien niños "ven" duendes en una escuela

    Más de un centenar de niños del Centro Escolar de la Colonia Nicarao, influenciados seguramente por un compañero con una imaginación fantástica, afirman ver desde el miércoles en un hoyo ubicado en la esquina este del colegio a dos duendes "jugando".  La afirmación de los niños tiene alarmados a los maestros, quienes han querido contrarrestar la fantástica creencia, pero los estudiantes, incluso, se paran en las aulas y ratifican lo que antes dijeron, aseguran los profesores.


    La niña Teresa Muñoz Rivas, de unos seis años, describe a los duendes vestidos de rojo, con una cinta roja atada a la frente y un gorro también rojo. Armando Saravia también los describe vestidos de rojo y de caites, con la punta viendo al cielo. El niño Sixto Gómez de unos diez años, dice que los duendes visten de rojo, una calzoneta y con zapatos largos, casi del tamaño de ellos. El director del colegio, profesor Alberto Mercado, se mostró alarmado por la afirmación de los muchachos, "pero no he podido quitarles esa idea de la cabeza" se queja.

    Aunque  los maestros dicen a los niños que "eso no existe", los muchachos se muestran seguros de su afirmación.  El hoyo donde los niños aseguran haber visto a los duendes fue practicado para que saliera la corriente en invierno.


Después de 30 años, ¿qué habrá pasado con los niños... y sus duendes?



jueves, agosto 26, 2010

La leyenda del Cacique Chontal

Escrito por Marlon Vargas Amador

(Este relato es parte de un trabajo no publicado de Marlon Vargas Amador, titulado Amerrique, los senderos olvidados de su historia y geografía©, 2010).

    Como testigo silencioso del paso del tiempo, la sierra de Amerrique (Amerrisque por corrupción), ubicada en el departamento de Chontales, ha guardado junto a su naturaleza e historia muchos relatos míticos que sus habitantes tejieron como fruto de su imaginación o bien basados en hechos reales que se han olvidado en el transcurrir de los siglos. Cuevas con monedas de oro y luces misteriosas son algunos de los mitos que más de algún lugareño afirmará que son ciertos.

    En este acontecer la hazaña del cacique Chontal constituye el relato más conocido del aguerrido pueblo de los chontales y cuyo acontecimiento tuvo como escenario los blancos riscos de Amerrique.

    En el libro Pueblo Extranjero (1956), Julián N. Guerrero presenta una narración que muy pocos han tenido la oportunidad de leer por la remota publicación de esta obra monográfica.  La siguiente exposición está basada en el relato presentado por Guerrero.

    Cuenta la leyenda que el cacique Chontal al frente de sus guerreros emprendió una dura batalla contra los conquistadores. “Fue tal el ímpetu de las hordas salvajes y el brío ardiente que les comunicó su caudillo” que en poco tiempo la caballería española fue derrotada.

    Ante estas circunstancias, los españoles duplicaron fuerzas y decidieron buscar al enemigo. El coraje y la valentía del jefe indígena y sus hombres fue sorprendente; la batalla fue dura y sangrienta y, al final, el aguerrido ejército indio fue derrotado. El feroz caudillo al verse vencido por sus enemigos, se dirigió hacia un farallón cercano al lugar donde se encontraba y sobre este grito:

    “No me habéis vencido infames. No lograréis ni siquiera el cadáver de este hombre que os ha infundido pavor muchas veces, aun con vuestras armas infernales… No tomaréis ni siquiera mi cadáver porque ahora mismo me voy a precipitar a una madriguera de tigres para que me devoren antes que pase la vergüenza de ser vuestro prisionero (67)”.



    Seguidamente, se arrojó sobre el profundo abismo.

    Otra versión sobre este hecho es la publicada en el Diario La Prensa y citada a continuación:

    “En esas luchas [entre españoles e indígenas] y cuando ya los indígenas fueron diezmados, Chontal se echó a huir cargando un valioso tesoro. No se sabe tampoco qué contenía ese tesoro. Pudo ser oro, pero otros creen que pudo tratarse de reliquias religiosas, las cuales eran hechas en su mayoría de oro.

    Chontal huyó y buscó refugio en la cordillera Amerrique, por su altura y la selva que la cubría. Era un perfecto escondite. Pero no contaba con que los españoles de antaño eran tipos obstinados. Por éstos últimos fue perseguido sobre la cordillera Amerrique. Llegó a la punta más alta de la sierra y, acorralado, prefirió lanzarse al despeñadero antes de ser capturado, tras referir que era un cacique indómito”. (Sequeira, 2003).


    Existe en el pacífico de Nicaragua una leyenda muy similar a la del Cacique Chontal. En esta historia se hace referencia al cacique Diriangén y según la tradición oral la batalla se libró en el cerro Apastepe, hoy volcán Casita, en Chinandega. 

    En un documento consultado al respecto y escrito por Mario Urtecho, se hace referencia a Fray Nemesio de la Concepción Zapata, a quien se le atribuye haber escrito esta hazaña en 1684 y también de llamar equivocadamente a Diriangén como el cacique Nicaraguán.

    Julián N. Guerrero del mismo modo recurre a este fraile de la Orden Franciscana para afirmar que son muchas las circunstancias históricas que existen para creer en la existencia del cacique Chontal. Para este historiador nicaragüense, el relato de Fray Nemesio es el testimonio de la gesta aguerrida de este legendario personaje.   

    En esta misma dirección apuntan las aseveraciones de Gutiérrez y Savery que se refiere al libro “Caciques heroicos” escrito por Concepción Zapata para designar al cacique Chontal como el “contenedor de los españoles”. Según estos escritores, la mencionada obra también incluiría una crónica de la gesta del valiente cacique.   

    “Caciques heroicos” fue publicada en Madrid, España, por la Editorial America en 1918 y se atribuye su autoria al citado Fraile. En la portada se contempla el enunciado de la Biblioteca Americana de Historia Colonial. Un acápite de este libro está titulado “Vida del Guerrero bárbaro Nicaraguán”. Sin embargo, una fuente consultada expone que esta obra es parte de los 50 libros apócrifos del venezolano Rafael Bolívar Coronado (1884 – 1924), quien confesó posteriormente que había escrito libros a nombre de varios personajes, incluyendo Concepción Zapata. La razón fue el popular afán de la impresión literaria acontecido en esa época
 
    Por su parte, el poeta chontaleño Guillermo Rothschuh Tablada tiene sus reservas, ya que la versión del cacique Chontal “no es tan realista por cuanto no hubo un testigo ocular en aquel tiempo” (2005).

    Mito o historia, lo cierto es que no podemos obviar que esta leyenda forma parte del imaginario colectivo de los chontaleños y como tal se ha convertido en una expresión no solamente folklórica, sino también discursiva, viva, dinámica y testimonial que debe calar en la reafirmación de nuestra identidad cultural que de alguna forma hace referencia al sentido de una dramática realidad histórica transfigurada en el devenir del tiempo.   

"La leyenda del Cacique Chontal" fue enviada por su autor Marlon Vargas Amador a Nicaragua de mis Recuerdos, Agosto 26, 2010.

Fotografia/ Marlon Vargas Amador: Peña del Cacique ubicada al oriente de la ciudad de Juigalpa.

viernes, julio 23, 2010

La mona de Zaragoza

 Escrito por Marianela Flores Vergara

    Desde hace una semana, vecinos del barrio Zaragoza y La Providencia aseguran haber visto una mona que aparece en el barranco cercano al río El Pochote, principalmente por las noches.  Para algunos ciudadanos, como el joven José Antonio Vargas, el «espanto» es una mujer que practica la brujería y por decepción de la vida decide convertirse para mortificar a los vecinos, por lo que él cree que «no es una mona normal». 
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    El muchacho, quien asegura haber visto el personaje, la describe como un animal de un metro de alto, de cuerpo áspero y aparentemente cubierta totalmente de pelo.  «Escuché en la noche ladrar y aullar a los perros en el patio y me salí para ver qué era, mi susto fue cuando la mona brincó del palo de níspero y salió corriendo hacia el patio vecino», narra.  Después que vio la sombra extraña, José Antonio refirió que se enfermó de fiebre durante dos días. Su tía Clementina Vargas, que habita con él, dijo ser testigo de los chillidos del animal, entre las diez y diez y media de la noche. 

    De acuerdo a vecinos, la mona también ha aparecido en La Providencia, en el árbol Panamá, pero desde hace quince días se ha trasladado al barranco para molestar a los otros vecinos.  Todas las noches se reúne un grupo de jóvenes para emprender la misteriosa búsqueda del supuesto espanto, sin obtener resultados satisfactorios. La última vez, uno de los valientes muchachos cuenta que logró percibirla en medio de la oscuridad, sobre un árbol, pero el animal se lanzó al suelo y ni siquiera los perros pudieron rastrearla. 

    El llanto fino de la supuesta mona también ha sido escuchado por la señora María Cristina Dávila, una madrugada reciente, cuando se dirigía hacia el mercado, para vender sus verduras, «faltaba un cuarto para las cinco y escuché los chillidos y los perros ladrando fuera de lo normal, apresuré el paso porque sentí temor», señala.

Tomado de Mona bruja aterroriza a leoneses - END, 26 de febrero de 2000

miércoles, febrero 10, 2010

Recuerdos de un suceso en el Valle La Cal

    "En un valle llamado La Cal del departamento de Jinotega, vivían diez familias, la mayoría de apellido Centeno. Las diez familias estaban agrupadas de la siguiente manera, seis casitas en la ladera de la montaña y cuatro en el llano. En la casa de mis Padres, que estaba entre las cuatro casas del llano, vivíamos, aparte de los 12 hijos, mis dos padres y un tío llamado Juan Centeno quien era hermano de mi Madre.

    A principios del año 1920 Clemente Centeno Blandón (hermano de mi Padre) se casó con una mujer llamada Juana Sobalvarro, la cual procedía del valle llamado Jocomico, cercano al poblado de Sacalí (popularmente conocido ahora como Sacaclí). Clemente había construido una de las seis casitas del grupo de seis y al casarse él con la Juana, se la llevó a vivir a La Cal junto con la hija que ella tenía llamada Rumalda. Desde que la Juana se asentó en La Cal se dio a la tarea de informarle a los habitantes del caserío que ella era una bruja y que tenía poderes de hacer maleficios.

    Con el tiempo, se fue consolidando su fama de Hechicera ya que se comentaba en los alrededores que diversas personas que se habían atrevido a contrariarla, habían muerto repentinamente producto de enfermedades raras que se le atribuían a hechizos practicados por “la Juana”. Nadie se atrevía a ofenderla o buscarse una enemistad con ella por miedo a que ella se ensañara contra el ofensor o algún miembro de la familia de éste. Tal era el miedo que le profesaban a “la Juana Sobalvarro” que por un lado, nadie visitaba su casa la cual estaba siempre custodiada por un par de perros bravísimos y por otro lado siempre que se hacía alguna actividad en el valle, ya fuera la celebración de algún rezo, o una fiesta por cualquier motivo, tenían que invitarle a ella y su familia. Y ya en la actividad, ella y su familia ocupaban los lugares de mayor importancia y sobre todo al momento de repartir la comida y el guaro, ellos tenían que ser los primeros en ser servidos, porque si así no sucedía, ella junto a su familia se levantaban y se iban del lugar hacia su casa, lo cual significaba un seguro y certero maleficio para el que la invitó a la actividad y no le sirvió de primero.

    Resulta que Juan Centeno (mi tío), se había casado con la Rumalda (hija de “la Juana”), pero no sé por qué razones, él ya no vivía con ella y vivía con nosotros en la casa de mis Padres. En una ocasión, esto es allá por el año 1933 o 1934 que mi tío frecuentaba a una muchacha de apellido Gutiérrez Rizo que vivía en el valle de Las Mesitas, que está a una distancia de una legua de La Cal.

    Mi Tío Juan era un hombre a quien le gustaba salir a cazar durante el día, él utilizaba una escopeta de doble cañón propiedad de mi Padre. En una ocasión, ya siendo de noche, él venía de regreso hacia la casa desde las Mesitas, con la escopeta al hombro y su cutacha al cinto. Cuando llegó al cruce del camino de Jinotega – La Cal, él divisó en la penumbra de la noche que alguien venía de Jinotega e iba hacía la Cal. Como no había luna llena le era difícil distinguir quien era, pero podía distinguir por el caminado y la silueta que se trataba de una mujer alta y de pelo largo que llevaba un gran fardo sobre la cabeza. Juan Centeno aligeró el paso para alcanzar a la persona, porque de seguro era alguna conocida, ya que a esa hora de la noche y sobre ese camino, solo podía ser alguien que viviese en La Cal. Pero en la medida que él aceleraba o desaceleraba el paso la figura que iba adelante también aceleraba o desaceleraba el paso.

    Faltando unos 2 ½ kilómetros para llegar a La Cal, al llegar a un gran palo de anona, el camino se bifurcaba para luego unirse varios metros después. El tramo que giraba hacia la derecha tenía un acantilado a su lado y por el otro extremo (el lado izquierdo) del camino estaba un cerco de piedra que separaba el camino de unos breñales. La figura tomó por la derecha del camino, Juan Centeno tomó por la izquierda. Pero al pasar el palo de anona se percató que la figura que el venía siguiendo ya no se veía camino arriba, sino más bien alcanzó a distinguir un bulto acurrucado al otro lado del palo. Juan Centeno pensó que podía ser su amigo Miguel Mairena, un cuñado de él muy dado a hacerle bromas.

    Acercándose un poco a la figura agachada Juan Centeno dijo:
- Quien está ahí? Identifíquese o si no ahí le van las balas a la cuenta de tres .... uno ... dos .... y .....En ese preciso momento la figura que permanecía agachada se incorporó de un salto emitiendo un fuerte gruñido y se abalanzó sobre Juan. Este sorprendido por la acción de la figura trato de cargar la escopeta que todavía traía al hombro agarrada con la mano derecha por la culata, pero la figura se abalanzaba sobre él tratando de arrebatarle la escopeta. Juan, con su mano izquierda libre, sacó su cutacha y comenzó a esgrimirla contra la figura, la cual sin mostrar ningún deseo de retroceder seguía lanzando manotazos a Juan.

    Mientras Juan trataba de esquivar los ataques de la figura, alcanzó a ver que era alguien o algo mucho más alto que él, con gran fuerza en los brazos, tenía la cara y las orejas de macho y el cuerpo cubierto como de tuzas de olote trenzado y emitía gruñidos guturales. Era una especie de animal que él nunca había visto. Juan retrocedía al acoso del animal y se percató que esa cosa trataba de llevarlo al borde del acantilado. El al identificar las intenciones del animal comenzó a rezar, pidiéndole a Dios que lo librara de ese mal trance. Al momento que Juan invocó el nombre de Dios, el animal aminoró su ataque y comenzó a retroceder. Juan aprovechando la aparente debilidad del animal seguía agitando con mayor agresividad su cutacha a diestra y siniestra sin dejar de rezar. El animal seguía retrocediendo y en una parte pedregosa del camino el animal trastabilló lo que le dio oportunidad a Juan de montar la escopeta y accionarla.

    El disparo rompió el silencio de la montaña propagándose hacia todos lados. Mi Padre que en ese momento se encontraba cerca de la cocina donde mi madre cocía unos frijoles dijo:
- Esa que sonó ahí, es mi escopeta, que habrá cazado Juan?
Al momento del disparo, el animal emitió un fuerte alarido y relinchó con furia a la vez que salía brincando hacía atrás. De un gran salto se voló el cerco de piedra y se metió al espeso breñal, no muy lejos de ahí como a unas 200 varas en dirección a un potrero, un pájaro cantó de forma siniestra: có có có có có có có có có có có có ..................

    Juan enfundó su cutacha y cargó nuevamente la escopeta y comenzó a correr hacia La Cal. Ya en la casa de mi Padre, como a los 20 minutos que se escuchara el disparo, llegó el tío Juan todo agitado, uno de mis hermanos le abrió la puerta y le preguntó:
- Tío, que fue lo cazó?
A lo que él respondió :
- Acabo de tirar una cegua

    Al escuchar eso, todos agarramos varas de ocote encendido para alumbrar mejor la estancia y le hicimos rueda al tío Juan para escuchar su asombroso relato. A la mañana siguiente antes de que aclarara el día, todos salimos hacia el lugar de los hechos referidos la noche anterior por el tío Juan.

    Al llegar al palo de anona pudimos distinguir claramente en el polvo del suelo, las huellas de los caites de hule que utiliza el tío Juan así como pisadas de bestia de doble pezuña. También pudimos observar en una peñita un par de señas que dejaron los perdigones. Cerca del cerco de piedras, justo en el lugar donde el tío Juan dijo que la cegua se lanzó hacia el breñal, había gran cantidad de pelos blancos como de cabro, así como grandes mechas negras de crin de bestia.

    Como el acceso hacia el breñal era difícil, se comenzó a buscar huellas a lo largo del cerco de piedras camino abajo. A unas 200 varas, en dirección a donde había cantado el pájaro la noche anterior, el breñal disminuía para dar paso a un potrero que tenía el pastizal bastante tupido el cual llegaba hasta la rodilla. En el centro del potrero se encontró apisonado gran parte del pastizal y nuevamente gran cantidad de mechones de pelo blanco y crines largas negras. Aparte de eso, no se encontró huellas ni rastros de la bestia por ningún otro lugar.

    Meses después de ese suceso, la Rumalda mandó a llamar a mi tío para que llegara a su casa. El le comentó tal petición a mis Padres. Mi Madre quien era su hermana le aconsejaba no ir porque pensaba que lo querían para hacerle algún mal o para matarlo. Mi Padre (su cuñado) pensaba diferente y le aconsejó presentarse, ya que si querían hacerle algún mal ya se lo hubieran hecho y si en el peor de los casos querían matarlo pues la familia no se quedaría con los brazos cruzados. Mi tío se presentó a la cita y tiempo después se reconcilio totalmente con la Rumalda y se fue a vivir a la casa de ella.

    El tiempo fue pasando y el asunto de la tirada de la cegüa no se volvió a comentar hasta que un tiempo después, el Dr. Gabriel Cifuentes, quien vivía en la ciudad de Jinotega, le preguntó a una muchacha llamada Ubalda que trabajaba para él lo siguiente:
- Ve, vos chavala, vos que vivís por ahí por La Cal, contame, no sabés si todavía vive la Juana Sobalvarro?
- Si doctor, por qué lo preguntá?
- Es que hace tiempo ella vino aquí para que la atendiera por que tenía un bala metida en la rodilla y no supe al final quien fue quien la baleó.
Ubalda, no le comentó nada al doctor sobre eso, pero ella sabía muy bien de que se trataba ya que ella era mi tía, hermana de Juan Centeno."

    Esta historia es verídica, según la narra el Señor Jaime Jesús Centeno Centeno quien fue testigo de este suceso. Los personajes son también reales, por supuesto:

Clemente Centeno Blandón: Hermano de Jerónimo Centeno (Padre de Jaime Jesús) y esposo de Juana Sobalvarro
Juana Sobalvarro : Presunta cegüa, mamá de Rumalda y suegra de Juan Centeno
Juan Centeno Blandón : Hermano de Ubalda y Valeriana del Carmen (Madre de Jaime Jesús), y esposo de Rumalda (hija de Juana Sobalvarro)
Rumalda : Hija de Juana Sobalvarro y esposa de Juan Centeno (tirador de cegua)



(Versión tomada directamente de Waldemar Centeno Díaz, para Martha Isabel Arana - 2005)

sábado, noviembre 07, 2009

El árbol lleno de duendes


"Ligia Prado es una joven de 30 años, pero todavía recuerda como si fuera hoy, la experiencia que vivió cuando apenas tenía 7 años.
 
Cerca de la casa de Ligia había un árbol hermoso y a ella le encantaba jugar en ese lugar, porque no tenía amiguitos con los que pudiera divertirse. Pero un día ocurrió algo extraordinario: pequeños niños comenzaron a salir de un hueco gigantesco que se encontraba debajo del árbol y la invitaron a jugar. '¡Ven niña, esto es divertido!', esas palabras siempre están presentes en su mente.
Pero la situación no finalizó de esa manera, porque a cada instante ellos la buscaban en ese sitio, y lo más inolvidable también los tiernos.

Cuando los vi por primera vez pensé que eran juguetes o niños que habían nacido pequeños, pero me sorprendió cuando me enseñaron unas monedas muy grandes que tenían un brillo único, como si observaras las pepas de oro', aseguró la joven.

Ligia nunca se acercó, porque los duendes le habían ofrecido ese dinero para que ella se metiera en el hueco del árbol, y en ese momento sintió un temor profundo que la estremeció, pero su madre le ayudó a superar el problema."
Fragmento tomado de "Aquí mucha gente los ha visto" escrito por Silvia Elena Carrillo/ END, 27 de noviembre de 2003.



Foto/Photo: "En alas de un perfume aún se remonta un sueño" óleo sobre tela del pintor jinotegano Mauricio Rizo.

martes, agosto 11, 2009

Fin de semana en Las Peñitas



"Una mañana de sábado mi amiga Eva me llamó por teléfono para invitarme a pasar un fin de semana en su casa de Las Peñitas, yo muy contenta y entusiasmada acepté la invitación sin antes pedir permiso a mi Mamá. Cuando llegó la hora de la partida, mi Madre no me permitió ir a dicho paseo "De fin de semana". Así que ni modo; por más de rogar y suplicar para que me dejaran ir al mar, no se me concedieron mis deseos.

Me contó mi amiga Eva que llegaron a su destino tal y como lo habían previsto. Pasaron todo el día del sábado comiendo pescado frito y disfrutando de las olas del mar hasta que llego la noche y cansados todos se fueron retirando a sus habitaciones a descansar.

Al llegar la madrugada, Eva se despertó a causa del calor; sofocada, decidió salir un rato al corredor de la casa para tomar un poco de aire fresco. Estando sentada en el corredor, en una silla mecedora, disfrutando de la brisa del mar, vio que a lo lejos de la costa divisaba una silueta de una mujer, la cual su cara le resultaba bastante familiar; la mujer se encontraba sentada en una lancha flotante a las orillas de la costa. Curiosamente, decido ir a disipar su duda y camino rumbo a la costa, no perdiendo de vista el bulto que se le presentaba cada vez más cerca ante sus ojos. Para su mayor sorpresa, cuando llegó por fin hasta la lancha flotante, se encontró con que el bulto había desaparecido ante sus propios ojos. Se quedó inmóvil y no podía creer que eso le estuviese pasando a ella, se sacudió y llego a pensar que a lo mejor se trataba de un sueño. Al darse cuenta de que no lo era, como pudo, se echó a correr y salió despavorida hacia la casa del mar asustada, pálida, sin habla, entró a la casa y como pudo les contó a todos lo sucedido. A esa hora, incrédulos, los muchachos varones salieron a buscar a la costa del mar a la Mujer misteriosa sin encontrar rastro alguno con ningún rasgo que se le pareciera. A la misma vez, cuando regresaron de la búsqueda, se encontraron con que Eva estaba hirviendo con temperatura y casi hasta había perdido el habla; ya asustados, decidieron regresarse a la Ciudad de León.

"Ahora digo", ¡Menos mal que yo no fui, si no quizás el cuento sería otro!"

Historia escrita por Patricia Salazar y recopilada por Martha Isabel Arana, agosto 11, 2009


El venado grande de la Laguna de Masaya

 "Dicen los viejitos pescadores que viven en los aledaños a la laguna de Masaya que el Viernes Santo sale, a la orilla de la costa de la laguna, el diablo convertido en un gran venado con grandes cachos y echando fuego por los ojos. Contaba don Juan Galán que cuando andaba en su balsa pescando en la laguna a eso de las dos de la mañana, vio un venado grande con los ojos vidriosos en la costa de la laguna, preparó su arma y le hizo dos disparos, lo vio caer y llegó al lugar donde había caído el animal y no había rastros del mismo.



De nuevo don Galán se adentró en la laguna, al rato de estar ahí vio de nuevo al venado, esta vez más grande, como del tamaño de un buey; preparó nuevamente su rifle y le disparó dos balazos y lo vio caer, pero esta vez se acercó con mucho miedo, rezó y se encomendó a Dios, llegó donde había caído el animal y su sorpresa fue grande pues no había rastro del tal venado. Perdió el conocimiento y unos pescadores lo encontraron en su balsa en medio de la laguna, posteriormente exclamaba don Juan ¡Es el diablo el que me salió!, ¡Es el diablo el que sale ¡ahí!."

Fragmento tomado de Anécdotas de Semana Santa en Masaya Escrito por Bayardo Ortiz Pérez, profesor folclorólogo.  El Nuevo Diario.
Foto:  TravelPod




domingo, marzo 01, 2009

La manada de yeguas de Comalapa

"Una leyenda que todo poblador conoce y afirma que no es cuento sino verdad, es que a principios del siglo pasado XX, desde el cerro de La Cruz, ubicado frente al poblado, bajaba una manada de yeguas en celo a relinchar en la plaza, ubicada frente a la antigua iglesia. 
 
Se dice que eran las brujas de la comunidad de San Francisco que llegaban para verse con sus amantes. 

 

Pero un día de tantos, el cura párroco del pueblo subió con un grupo de feligreses a poner tres cruces en lo alto del cerro para que se calmaran las bestias.
Desde entonces ya no bajan al pueblo las yeguas, aunque algunos trasnochadores aseguran que a veces escuchan a lo lejos el relincho de las famosas potrancas."

Fragmento de "Comalapa, pueblo de leyendas y personajes"
Orlando Valenzuela - La Prensa 

miércoles, febrero 18, 2009

El ahorcado del peñasco





"Hace muchos años en el camino viejo que va de La Concha a Masaya venían unos músicos de tocar en la procesión del Santo Entierro, un Viernes Santo; se dirigían en carreta a medianoche y al pasar por un peñasco grande que estaba en el camino divisaron un hombre colgado de un árbol con la vestimenta del tiempo de los romanos y judíos, y les llamó mucho la atención que el hombre forcejaba con su cuerpo, se meneaba y se quejaba colgado del cuello como si se estuviera ahorcando; decidieron ir a salvarlo y cuando subieron al gran peñasco el hombre y el árbol ya no estaban ahí, exclamando todos con miedo ese hombre que vimos colgando era Judas, el que vendió a Jesús."


Fragmento tomado de Anécdotas de Semana Santa
Escrito por Bayardo Ortiz Pérez - El Nuevo Diario
9 de abril de 2011


Foto: NicaraguaLiving

martes, febrero 10, 2009

La Peña del Tigre

Según la leyenda colonial, publicada en 1956 por Gustavo A. Prado, doña Inés, hija del Almirante Real y Gobernador don Tomás Marcos Duque de Estrada, se casaría con el Alférez Real don Alonso Mexía. Mientras el sacerdote desarrollaba el ritual eclesiástico, apareció a caballo con un grupo de enmascarados, otro enamorado de la joven: don Álvaro Reyes de Cifuentes. 

El pretendiente irrumpió hasta el altar, tomó por la cintura a doña Inés y espada en mano se abrió paso hasta la calle, donde el galope desapareció con dirección al poniente. Seis jinetes perseguían a los raptores. Don Álvaro desvió la ruta internándose a los llanos. Extraviado llegó hasta el mar, donde divisó una enorme peña, en la cual se estrellaban las olas del mar. 

Hizo su lecho en una cueva en la roca y a medianoche, un tigre que regresaba después de realizar sus andanzas rutinarias, encontró huéspedes no invitados, que se convirtieron en su alimento. 

Las osamentas y ropas de ambos fueron encontrados al día siguiente por el padre de la novia. Desde entonces, la enorme roca es conocida como: La Peña del Tigre. 


Tomado de La Prensa - 6 de abril de 2003

jueves, septiembre 20, 2007

¡Se me apareció el Cadejo!

Yo conocí al Cadejo. Dicen que existen el negro y el blanco. Con el que yo me topé fue con el blanco; más bien diria yo: “bayo”. Porque como estábamos en invierno, el pelo de los animales blancos se manchan; “algo así como: “si se hubieran revolcado en una palangana repleta de jugo de mamón”.

Vivía entonces en la comarca de “Pochocuape”, y casi todos los sábados, por las tardes, bajaba a “El Kilocho” a visitar a mis amigos; y con ellos; montados todos en briosos caballos, nos echábamos a las carreras; allá por el Siete Sur; donde el gobierno de Somoza Debayle había construido un desagüe; cuya correntada de agua, “cuando llovía”, caía en la profunda laguna de Nejapa.

Esa tarde, por primera vez en mi vida; había tomado a escondidas, el revolver 38 de mi padre; no sé por qué, pero tuve un raro presentimiento; lo tomé y lo puse en su lugar varias veces, y por fin, “decidí llevarlo a pasear conmigo”.

Ensillé pués una yegua mora que mi padre me había regalado, y me enrumbé en sentido contrario; por uno de esos enjambres de caminos que van a dar a La Bolsa.
Ya casi pasaba el mes de Julio; y las flores de los maizales, vistos de lejos; parecían miles de gallinas con las patitas para arriba y en filas bien ordenadas. 

Por el verde obscuro de las largas hojas lustradas, podía uno darse cuenta, “si es buen observador”, que el limo o tierra vegetal en esa zona es de excelente calidad.
Me detuve a platicar un ratito con don Lolo; un campesino conocido nuestro; en el preciso momento en que despernancaba de la mata, una preciosa mazorca de maiz, “bien pipona”, y la aventaba en un canasto casi repleto también, de “chilotes y pipianes tiernos”.
“Siempre me ha gustado ver las flores color naranja, debajo de las hojas grandes y ásperas de las matas de pipián”. 

Me invitó pues don Lolo, al día siguiente. A que fuera a comerme unas güirilas de “may” tierno, y unos elotes cocidos a su casa. Le dije que si, nos despedimos con un: “ay nos vemos pués”, y seguí mi camino; “pues mis amigos me estaban esperando”.
Los cercos, en ambos lados del camino, eran palitos prendedizos, cargados de blancos racimos de Tigüilote. Desde cuyas ramas cantaban alegres las codornices machos, llamando a las hembras con sus plumas esponjadas, y sus penachos erizos y vanidosos. 

¡Qu-qu-quá!,¡Qu-qu-quá!, Cantaban ellos; mientras el sol de las cuatro de la tarde brillaba suavemente, tan especial, tan nicaragüense, que me daba la impresión de que sólo en ese pueblo mío; donde yo nací, brilla de esa forma... . ¡Tan increíblemente bello!
Corría el año 1961, tenía apenas 16 años, y algunas veces me preguntaba:
¿Cómo sería la vida en la capital? 

Me imaginaba a todos mis compañeros de colegio jugando en las apretaditas y acogedoras calles de Managua, en medio de aquel bullicio de las tiendas sobre la avenida Roosevelt, y la calle 15 de Septiembre.  Y los mercados Central y San Miguel empaquetados de gente. Y carretoneros vociferando contra “Pedro; Pablo, y chico de los palotes”. Y buses; camiones; camionetas; carros, y taxis; pitándose los unos a los otros alocadamente, desaforadamente.  Y en las calles menos traficadas de los barrios de Managua, los cipotes como yo; jugando jandbol, con bolas de tenis deslullidas, o recogiendo tortuguitas en las pequeñas pocitas, a orillas del lago Xolotlán; para coleccionarlas en los pequeños patiecitos que la mayoría de las casas tenían adentro de ellas. ¡Oh vieja Managua mía!.. . ¿Porqué te perdí? Y yo, “íngrimo”, en aquel camino solitario; buscando los amigos de mi antiguo barrio El Kilocho.

Pero la pura verdad, es que no me arrepiento de haber vivido en el monte; porque, mientras mis compañeros de clases compraban naranjas, piñas de mamones, jocotes, mangos, guabas, y guayabas, donde el “Chele y la Payita”; quienes tenían una humilde venta de frutas que quedaba casi enfrente de la entrada colonial del viejo edificio del “Colegio Bautista de Managua”.

Yo cortaba los mangos pintaditos de sol, y los mamones y jocotes fresquecitos y dulces; y los compartía en vivo y a todo color con los chocoyos y las loras, y con los chocorrones verdes, “iridiscentes”. A los cuales sacaba de los mangos podridos que caían debajo de los palos. Y con los dedos de mis manos les amarraba un hilito en una de sus patitas, y los hacía volar y girar 360 grados encima de mi cabeza. ¡Oh Nicaragua mía!.. . ¿Porqué te perdí?

Por fin llegué al kilocho; mis amigos se montaron es sus caballos ya ensillados; y nos enrumbamos hacia el Siete Sur. Y después de unas cuantas carreras; de agotar los caballos al máximo, y de alegar quién o cual de nosotros había ganado; regresamos al Kilocho; cuando el sol está declinando detrás del cerro Motastepe; y se reflejan las majestuosas sombras de los árboles; en las profundas y oscuras esmeraldas aguas de las bellas lagunas de Asososca y de Xiloa.

Y las hojas de los árboles, a la orilla de los caminos; las flores de las plantas; nuestros caballos, y nosotros mismos nos vamos vistiendo de un mismo color... . “El color triste y desolado de la noche”. Y los mismos árboles también empiezan a tomar formas fantasmagóricas y lúgubres, y el viento refresca y se vuelve menos tibio, algo así como: “una caricia invisible y seductora”.

Terminamos pues todos, afuera de la casa de uno de mis amigos, apersogamos los caballos, tomamos agua, y a esa hora se juntaron con nosotros algunas de las chavalas del barrio.
Empezamos a platicar de cosas triviales; de la película tal o cual, de lo que hicimos en la escuela, de los proyectos y sueños de cada uno; y luego por sugerencia de las muchachas, terminamos jugando a las prendas, y a reírnos; y a hacer toda clase de tonterías y payasadas; forma ingenua de llamar la atención de las bellas cipotas.
“Cosas de los cipotes de nuestra edad”. A las nueve de la noche, media hora antes de partir por aquel solitario camino de regreso a mi casa… . ¡Se apareció! 


Se paró debajo del poste de luz de la casa de mis amigos, y me quedó viendo fija y detenidamente por un largo rato. Me llamó curiosamente la atención aquel perro; sobre todo por la forma tan familiar de mirarme, algo así como: “si me hubiera conocido toda la vida”.  No era un perro indio; como las marimbas con patas de los campesinos de nuestra tierra; éste tenía la cola idéntica a la “flor de la caña”. Parecida a las flores de aquellos cañaverales que “tenían” los Somoza; antes de llegar a los bellos balnearios de Masachapa, Pochomil y Montelimar; en donde el dictador tenía su casa solariega, y disfrutaba con su familia... . ¡Esas puestas de sol tan nicaragüenses, y tan nuestras!

El perro nunca bajaba la cola, siempre la tenía vertical hacia el cielo. Su cola me hacia recordar a las “ramitas” artificiales de los arbolitos de navidad. Que son hechas con dos alambres enrollados entre sí, y entre medio de los alambres, el fino plástico verde, “brillante y llamativo”.  Así era la cola de aquel extraño perro, que parecía que tenía un alambre insertado en sus “maléficas e infernales carnes”.  El perro levantó la vista, me miró por última vez, y luego se fue por el mismo camino, “que yo a fuerzas tenía que tomar de regreso”.   Como a los veinte minutos aproximadamente, me despedí de todos mis amigos, con un: “bueno, por ay vuelvo el próximo sábado”. Espuelé la yegua, y la enfilé rumbo al camino, en medio de una “oscurana arrecha”.
 
En la primera vuelta del camino, debajo de un árbol viejo de Genízaro, donde solía ir a garrobear con mi tiradora, cuando era chigüin; pues en sus viejas ramas huecas se anidaban aquellos pequeños reptiles prehistóricos, que nosotros los nicaragüenses llamamos “iguanas y garrobos”.  ¡Allí me estaba esperando!.. . En un pequeño basurero que quedaba a mano derecha del camino. 

Sentí alivio porque pensé que era un perro vagabundo; de esos que salen a las calles por las noches, a esculcar en los basureros del vecindario; y ya por la mañana, todos nuestros amigos y vecinos encuentran la basura “desparramada por el suelo”. Ya no le puse más atención al perro; porque se aproximaba la cuesta más empinada que tenía aquel camino, y había que bajarla con “mucho cuidado”.  Esta pendiente estaba inserta en dos grandes paredones; en donde unas “abejas negras” llamadas “congo”, hacen sus nidos de un material parecido al de los comejenes. Siempre tuve curiosidad por probar sus mieles; pero nunca pude; porque cuando uno molesta sus colmenas; se arrechan de tal forma, que se te pegan en la piel, o se te enredan en el pelo como mozotes; y “uno” al querérselas quitar las mata, soltando estas abejitas de sus cuerpos, un olor grato; que se impregna en tus dedos y en tus cabellos. Y el sentido del olfato lo relaciona inmediatamente con “ese delicioso aroma a miel de abejas, o con ese perfume silvestre de la miel del panal real”.
Cuando llegué al fondo de la bajada, un “miedo súbito” se apoderó de mí; me giré hacia atrás y pude ver el bulto de aquel perro raro. Saqué entonces el revolver de mi padre como para darme valor, pero luego pensé que todo estaba bien, me encomendé a “Dios”, guardé el revolver en la cintura, y seguí mi camino “rumbo a casa”.

En un recodo del camino pude ver la solitaria bujía de don Joaquín Jirón. De lejos, la bujillita parecía más bien una estrellita que bajó del cielo, y decidió al final “no caer”, y se quedó flotando “cerca del suelo”. A la casa de don Joaquín, solía ir “de niño”, a comer nancites y jocotes cocidos; que su buena esposa “qepd”, solía regalarme. “En unos cartuchos gigantes, hechos con hojas de chagüite”. ¡De repente!.. . De uno de los paredones del camino, cayó enfrente de mi un animal de “pezuña”; que por el ruido que hizo en la tierra apelmazada, note que era un animal de “gran tamaño”.
Mi yegua se paró automáticamente, y corcoveó todo su cuerpo hacia atrás... . ¡Con terror!.. . A ratos me daba la impresión de que iba a caer sentada sobre su cola.
Entonces el perro se pasó adelante de la yegua, y se abalanzó sobre aquella “cosa invisible” y se convirtió en “una fiera”; podía darme cuenta de la cólera de aquel perro, que sin conocerme, y haberme visto jamás, me defendía a “capa y espada”; podía también escuchar aquel ¡Grrrrrrrrr! Interminable y protector.
Saqué de nuevo el revolver para darme otra vez valor; pero de nuevo volví a pensar, “que no me servía de nada”. ¡Súbitamente!.. . La yegua volvió a caminar como si “nada hubiera ocurrido”; y el perro volvió campantemente a situarse detrás de nosotros. 

¡Aquí fue donde me entró un miedo espantoso!.. . ¿Qué se había hecho aquella criatura del averno?.. . ¿Que ni siquiera se había movido del lugar en donde había caído plantada?
Piqué pues los ijares de la yegua con las espuelas, y salimos bestia y yo, desbocados por aquel camino yermo y obscuro.  ¡Sobre todo!.. . Porque en aquella parte del camino estaban enterradas debajo de una gran Ceiba... . ¡Tres escalofriantes cruces!
Se podrían llenar “libros” con las historias de estos caminos “abandonados” a la mano de “Dios”. Resulta que en esa comarca de Pochocuape había un joven bien parecido. “Parecía”, por su apariencia gallarda y altiva, que por sus venas corría sangre. “Mezcla de Cacique, y salvaje Conquistador”.  “Una noche”, un primo suyo lo invitó a una fiesta de casamiento.  Seguramente “Cupido” tuvo algo que ver en éste enredo; porque cuando las miradas del “buen mozo” y de la “recién casada” se encontraron, en ese mismo instante quedaron flechados el uno del otro; fue algo así como: ¡Amor a primera vista!
Se montó pues el galán en su garañón alazán; sacó su revolver, y disparó varios tiros al aire. Y mientras los invitados corrían desordenadamente, gritando como locos y sin saber a ciencia cierta, que: ¿Qué jodido estaba ocurriendo?.. . El buen mozo metió su potro en el patio pringado de agua y papelillo; tomó entre sus fuertes brazos a aquella blanca y bella muchacha de ojos zarcos. Y con todo y traje de novia la montó en la albarda; picó las espuelas en los ijares de su brioso corcel y partió a todo galope; rompiendo en la huida, “las invisibles paredes de la noche”.  Sólo los cascos del garañón retumbaron como “cañones de barcos piratas”, en los oídos del amante esposo; éste y sus dos hermanos juraron darle muerte, para vengar la vergonzosa y humillante “afrenta recibida”.
¡Y allí!.. . Allí donde yo pasaba a todo galope, “completamente aterrorizado”; rompiendo también con mi yegua, “las invisibles paredes de la noche”; allí atacaron al buen mozo “una noche”; con descomunales machetes y cutachas... . “Allí también él”, desenfundó su revolver y sin titubear un instante “se los echó al pico”. Las piadosas familias de los finados, “para recordar sus nombres”; plantaron aquellas tristes y tenebrosas cruces a la orilla del camino.

Con el miedo a “tuto”, no supe ni a que horas pasé debajo de aquella tétrica Ceiba. Y cuando por fin detuve la yegua, en un gancho de camino que quedaba enfrente de un panteón abandonado. ¡Allí!, “Allí también a mi se me pararon todos los pelos de punta”.
Pensé que había dejado al perro lejos de mí y “allí estaba”; detrás de las patas traseras de mi yegua.  Arrendé entonces la yegua, por un atajo tenebroso, que me llevaba en línea recta hacia mi casa. Le solté las riendas a la potranca sin medir las consecuencias y salimos otra vez desenfrenados; hasta que llegamos a la puerta de alambre del pequeño corral de mi casa. Las narices de mi yegua resoplaban angustiosamente, llenando los pulmones al máximo de oxígeno; mascando el freno inmisericordemente, y dejando caer babazales por el belfo.  Abrí aquella puerta sin bajarme de la bestia y: ¡Allí estaba parado!.. . Observándome con las orejas atentas, y parado en puntillas, “como una bailarina de ballet”. 

Cuándo por fin me vio completamente seguro dentro del corralito de mi casa, dio la media vuelta y se fue... . ¡Y nunca más volví a verlo! Desensillé entonces la yegua, que relincho alegre y luego, apurada se metió al trote en los pastizales del potrero.
“Yo”, corrí hacia la casa completamente achumicado; me metí ligero en mi cuarto; tranqué la puerta; prendí la lamparita; me desvestí; me metí en la cama; me cobijé con la sábana. Y el resto de la noche soñé con “sapos y culebras”.
 
Al día siguiente, lacé la yegua, la ensillé; me monté en ella; y “lo” fui a buscar por los caseríos de los caminos. Me había encariñado de aquel perro que me había salvado; “de quién sabe que siniestra criatura”.  Decidí ese domingo adoptarlo como mascota de la casa. Pregunté por el perro hasta el cansancio... . ¡Nadie me dio cuenta de él!
Cansado ya de buscar y preguntar, me fui entonces a la casa de don Lolo; a comerme las güirilas, y los deliciosos elotes cocidos “que me había prometido”. Y metidos ambos, en la plática “acampesinada”, recordé el incidente y se lo “platiqué”: ¡Don Loló!, “fíjese que anoche me acompañó un perro bayo que yo nunca había visto, y fíjese que”…
¡Ni sigas hijo!.. . Me interrumpió don Lolo.
A vos, anoche te acompañó… . ¡EL CADEJO!

Escrito por Benoit en el foro Nicaragua.com
22 de julio de 2001

miércoles, junio 06, 2007

La tragedia de las señoritas bonitas

       Fragmento escrito por Mario Fulvio Espinoza     

Hay otro relato. El de una señora de alcurnia que se hacía rodear de las muchachas más bonitas de Chinandega y El Viejo. Cada año para la época de Semana Santa ya estaban todas invitadas para ir a Puerto Arturo, una gran hacienda ganadera que todavía está ahí. 
 
Todas las muchachas más bonitas de El Viejo y Chinandega se iban a veranear a  Puerto Arturo. Ella tenía una lancha grande, como para cuarenta o cincuenta personas, y en ella se iban a pasar el día a la Isla del Padre Ramos. 
 
Un día, sin que se sepa cómo, la lancha naufragó y todos perecieron, hasta los marineros. Así se generó un gran misterio sobre la muerte de las señoritas. 
 
Lo curioso es que varias personas se han ahogado ahí y el cadáver aparece a los dos o tres días, pero esas señoritas nunca aparecieron. Lo único que apareció fue un  papelito que andaba una de ellas donde estaban copiadas dos canciones de moda, una decía: “Muñequita linda, de cabellos de oro, de dientes de perlas, labios de  rubí”, la otra se llamaba “Ramona”, canción que ya tiene por lo menos ochenta años. 
    
La lancha era manejada por tres marinos. Andaban por lo menos veinte chavalas.  Fue uno de los misterios más raros en la historia de Nicaragua y que nunca se ha logrado dilucidar. Porque ya casi todos los que vivieron en ese tiempo son  fallecidos. Eso pudo haber sido entre 1938 y 1940. Lo del Padre Ramos fue antes, como en 1902 ó 1903. 
             
Esas muchachas eran hijas de gente acomodada de aquí de El Viejo. Algunos dijeron que eran monjas, pero no, no eran gente de monasterio. La anfitriona de ellas se  llamaba doña Aurita Sáenz, era la matrona y la que invitaba cada año a ese paseo.  Ese era su placer y ella se esmeraba en que fueran las más bonitas. 
              
La desaparición de toda esa gente quedó en el misterio puro, porque los cadáveres nunca aparecieron. Eso está un kilómetro adentro de la entrada de Padre Ramos, si  la marea estaba para el lado del mar, tendrían que haber aparecido esos cadáveres.
              
Yo tengo más o menos 60 años de estar ahí en el estero, lo conozco como mis  manos. No hay un lugar ahí que yo no conozca. Si se ahogaron cuando la marea estaba en creciente los cadáveres tenían que haber aparecido en todas las propiedades que hay más adelante, como Santa Rita y otras. 
 
           
             
Aquella tragedia apareció en muchos periódicos del mundo. 
             
Y nació una leyenda de ánimas. Todavía hay quien dice que todos los Viernes Santos, a las doce de la noche, se ven unas luces emerger sobre las aguas del Estero del Padre Ramos, y caminan sobre el agua hasta la punta de tierra. Algunos valientes han ido a ver y no encuentran nada. También llegaron sacerdotes a  conjurar, pero nada, nadie apareció. 
              
Para salir de dudas se pidieron los servicios del doctor Paguaga. 
              
El doctor Paguaga era el mejor espiritista de Nicaragua, tenía su clínica en León y  todos decían que era un hombre eficaz, un hombre que impresionaba a todo el  mundo. Tenía una gran clientela en Nicaragua, y que yo sepa ha sido el más  sobresaliente mesmerista que ha tenido el país. 
              
Pues ahí llegó el maestro Paguaga. No recuerdo el nombre, pero era muy buen amigo mío. 
              
Llegó para invocar los espíritus de las fallecidas y averiguar cómo había sido el  naufragio y el porqué de tanto misterio. Llegó como tres veces con la misma misión,  pero parece que no obtuvo resultados positivos. 
              
Lástima que al pasar el tiempo haya olvidado los nombres de las personas que se  ahogaron, porque yo me los sabía toditos, pero ya es parte de otra tragedia que ya es mía, porque sucede que al pasar el tiempo siento que han aumentado mis  conocimientos a través de las experiencias de mi vida, pero también son muchas las cosas que paulatinamente voy dejando en el olvido. 

Fragmento tomado de: La paradisíaca Isla del Padre Ramos, vista en su entorno, escenario de leyendas y misterios, La Prensa, 21 de abril de 2002

Foto: Travelpod 

jueves, octubre 19, 2006

A don Sinforofo le salio el diablo

Fragmento escrito por Humberto Osorno Fonseca
La Noticia - 27 de agosto de 1946




A don Sinforoso Nata (Sevilla) le salió el diablo en una ocasión de la manera siguiente: una hermosa noche de verano en que había una espléndida luna, don Sinforoso había salido junto a sus amigos con guitarras, mandolina y violín para poner serenatas a las muchachas bonitas, cosa que hacían todas las noches porque eran aficionados a la música y unos terribles enamorados.

Una noche como a las dos o tres de la madrugada los parranderos se separaron por el barrio de El Rastro y tomaron el camino a sus casas, pero don Sinforoso, que vivía al otro extremo de la ciudad, tenía una larga travesía y al pasar por donde estaba la Casa del Águila, en la esquina opuesta reconoció una enorme piedra que arrastró hasta allí la corriente cenagosa del aluvión.

Vecina a esa piedra estaba una casa mediagua en cuya puerta reposaba sentada una hermosa mujer peinando sus largos cabellos negros. Al verla don Sinforoso, que era un empedernido tunante, se dirigió a ella y después de saludarla de manera romántica, comenzó a requerirla bajo la espléndida luz de la luna sin que le rechazara una sola palabra, ni los manoseos aplicados a la bella desconocida. Entonces don Sinforoso la invitó a dormir porque era muy noche. Ella pronto obedeció y se levantó del asiento, que metió dentro de la casa, diciéndole al Romeo que pasara adelante.

No terminaba aún de hablar cuando don Sinforoso había entrado y al abrir los brazos para abrazarla, la hermosa mujer se transformó en una enorme llamarada de fuego y de pronto desapareció. El tunante quedó impávido sin poder hablar. Haciendo las cruces salió corriendo y rezando las oraciones que se sabía. Al alcanzar las trescientas varas, desde la mediagua se oían grandes jajayos de mujer y resonaron en el silencio fuertes voces que decían: “Adiós Sinforoso Nata, que ni el diablo se te escapa,

Fragmento tomado de Cuentos de la Managua antigua, articulo de Francisco Gutierrez Barreto
END, 19 de octubre de 2006.

Foto: Skyscrapercity

martes, agosto 01, 2006

El espanto de la cañada

"Cuando en 1980 me enviaron a alfabetizar a Nueva Segovia, me ubicaron en San Fernando, una finca ganadera que queda en el mismo municipio de San Fernando, Nueva Segovia. Como a tres kilómetros de la finca, vivía una familia a la que tenía que dar clases y eran de noche, ya que por el día el jefe de la familia trabaja en el campo, y a como es todo campesino nicaragüense, pues las clases se tenían que dar cuando el jefe de familia estuviera en casa.

    Para llegar a la casa de Don Simón, tenía que tomar una cañada, que me llevaba hasta su casa. El recorrido lo hacía a caballo, que me prestaban de la finca, para poder cumplir con las clases. Cuando comencé a dar las clases de noche, una de las ancianas de la finca me dijo que me cuidara en mi recorrido, ya que en esa cañada asustaban, que si escuchaba voces, no volviera a ver para atrás, ya que si lo hacía, al volver la vista al frente, tendría al espanto sobre mi cara.

    Varias veces, escuché que me silbaban o escuchaba como si me llamaran, pero nunca le tomé importancia, puesto que el humor de los campesinos nicaragüenses, es muy peculiar en ese sentido, les gusta asustar. En realidad tomé lo que me dijo la anciana como un cuento más de camino. Don Simón, me decía, al tomar la cañada de regreso, como a las 8 de la noche, que me pusiera la cotona al revés, para burlar los espantos. Tampoco nunca le hice caso, ya que tomaba eso como cuentos de camino, porque venía de la ciudad y no creía en eso.

Un día me quedé más de lo debido en casa de Don Simón, porque la conversación con él y su hermano estaba muy amena. Cuando me di cuenta eran las 11 de la noche, así que decidí tomar camino hacia la finca. Cuando monté en el caballo, Don simón me volvió a decir, que me pusiera la cotona al revés, y no le hice caso. Tomé camino hacia la finca. Como a un kilómetro de la casa de Don Simón, el caballo se paró en seco y no quería avanzar, hice varios intentos de quererlo hacer avanzar y fue imposible. Me recordé lo que me había dicho el señor Simón, de ponerme la cotona al revés, lo hice y le solté las riendas al caballo, que acto seguido salió a todo galope. Me aferré a la albarda lo más fuerte posible, yo pensé que el caballo se me había encapotado( así dicen los campesinos, cuando un caballo no quiere dejar de correr), esta vez si escuché las voces cerca de mí, me llamaban con mi nombre, me decían 'Heyy miraaá, Fernandooooooo' Escuché silbidos, hasta sentí que alguien me seguía, llegué a la finca, desmonté el caballo, me fui al albergue que nos habían dado, que era una cabaña, donde se guardaban las herramientas, albardas, y utensilios de la finca. Dejé el caballo, entré a la cabaña, miré mi cena que estaba servida como siempre, y mis otros dos compañeros, pues dormidos. Cuando acerqué el candil, para comer, no sé que me dio y volteé a ver mi cotona. Mi susto fue grande al ver que la cotona que me había puesto al revés, estaba normal. Tenía 13 años de edad, me dieron escalofríos, dejé la cena y me metí en mi hamaca, hasta el día siguiente.

Le comenté a Don Pedro que era el mandador, y la respuesta fue '
no jodás, no sos el primero.'"


(Versión tomada directamente de Fernando Emilio Sandoval Baca y recogida por Martha Isabel Arana)
Foto: Chontales: www.intur.gob.ni


La Taconuda

El municipio de El Crucero en Managua no solamente es conocido por su clima favorable, su cerámica y por ser una de las zonas cafetaleras más importantes de Nicaragua, sino también por las historias que nacen de las narraciones y vivencias de sus pobladores. Además de sus ceguas, brujas y sus misteriosas casas embrujadas, esta zona es famosa porque alberga uno de los espantos más famosos y temidos del lugar: La Taconuda.

Según Ninoska Chacón, este
espíritu maligno que bien podría ser protagonista de cualquier libro de terror, es un "remedo huesoso, hediondo y escalofriante de una mujer de quien se decía que 150 años atrás había muerto trágicamente a manos de un familiar y que desde entonces aterroriza a los cortadores de café". Por otro lado, Eduardo Manfut nos cuenta que La Taconuda "es una mujer de 7 pies de estatura, joven, pelo largo que le llega hasta la pantorrilla, delgada, zapatos de tacón altos y curvos, de cara seca, de ojos hondos labios pronunciados pintados y risueños, chalina negra, bustos respingados, vestido blanco con un fajín de plata y hebilla cuadrada grande y un cintillo dorado en el pelo...cuando pasaba dejaba un gran aroma de perfume y por eso la identificaban, pero no a todo hombre se llevaba."

Esta espantosa aparición con cuerpo de mujer, se aparece entre los cafetales nicaragüenses aprovechando las sombras de las noches frescas de esta región. No se sabe con exactitud como luce, lo único que es comentado con acierto, es el terror que provoca a quienes tienen el infortunio de ser los elegidos por ella. Tras escuchar su risa macabra entre los cafetales, algún hombre o capataz de alguna finca desaparece misteriosamente, y a la mañana siguiente amanece como atontado o dundo, mudo completamente, desnudo o peor aún, muerto con una mueca de terror clavada en su mirada perdida.

 
Foto: GuardianUnlimited

miércoles, julio 26, 2006

El fantasma de El Gobiado

En Pueblo Nuevo, Jinotega, en las montañas del norte de Nicaragua, los nativos del lugar insisten que todos los martes o jueves santos, faltando cinco minutos para la medianoche, baja del Cerro El Gobiado el escalofriante espíritu de un jinete a caballo. La misión de este gélido espectro es ir en busca de alguna mujer que esté a punto de dar a luz para robarle al hijo que está por nacer.

Según cuenta la gente, el Gobiado o el Príncipe del Gobiado como le nombran algunos, hizo pacto con el diablo hace mucho tiempo, cuando estaba en vida y ahora, cada año, su deber es buscar recién nacidos para entregarlos en sacrificio. Se oye bajar a todo galope, luciendo su capa negra. Aterroriza a su paso animales, mujeres y peones que dominados por sus temores y los cuentos que han escuchado desde pequeños, buscan refugio tras la puerta cerrada de sus casas a obscuras. Cada año se escucha que el jinete baja hasta llegar a una finca donde entra al salón principal de la solitaria propiedad para reunirse con el demonio que lo espera en forma de serpiente. Después de cierto ritual salen de la casa y la serpiente se convierte en una enorme cerda que empezará a dar vueltas hasta abrir un hoyo en la tierra que la hunde completamente. El Gobiado entra al agujero donde quedará sumergido hasta la mitad y después depositará a las criaturas que ha robado y que seguramente sus padres no han tenido tiempo de bautizar. Su misión ha sido cumplida, su vida perpetuada.


Foto: Montañas de Jinotega/Intur

martes, julio 11, 2006

La chancha bruja de Mateare

 Escrito por Orlando Valenzuela

Hace muchos años, cuando la gente aún creía en historias de espantos y aparecidos, en Mateare ocurrieron hechos insólitos que si no fuera porque los personajes involucrados están vivos para contarlos, nadie los creería.

Don Juan José Velásquez es un humilde campesino de 88 años, de los cuales los últimos 15 los ha vivido en este pueblo. Todos los días sale al monte a buscar arbustos para hacer escobas de barrer patios, las que vende a tres córdobas por unidad.

En todo Mateare lo conocen y por cariño le dicen “Chaleco”. Dice que por dormir en hamaca ha quedado encorvado y que por usar caites a veces se espina los pies y tiene miedo que alguna vez lo pique una cascabel, porque aunque él sabe que el “secreto” contra una picadura de serpiente es “morderla” para que se reviente, “pero yo sin dientes, estoy servido” dice en tono de broma.

Don Juan cuenta que en una ocasión, cuando iba por la hacienda Santa Elena, al pasar por la Ceiba Bruja le salió una chancha grande en el camino y al verla, él clavó la mirada en los brillantes ojos del animal, al tiempo que le clavó las espuelas al asustado caballo, pero la chancha, quién sabe de dónde cogió tanta agilidad, que cuando don Juan quiso ver dónde la había dejado, se pegó el gran susto al verla correr a la par de su bestia, que como alma que lleva el diablo, siguió corriendo hasta llegar exhaustos al caserío, cuadrúpedo y jinete, no así la chancha, que misteriosamente desapareció en la oscuridad de la noche. 

Fragmento de Mateare: una ciudad apacible,  La Prensa-Julio 11/2000

miércoles, junio 28, 2006

Los duendes del potrero

La siguiente historia me la envió Pablo Gutiérrez, guía turístico nica, quien tuvo la amabilidad de compartir conmigo varios relatos recopilados en sus viajes por nuestro país. La historia, tal como la escribió Pablo, sucedió así:

"Bueno, me dijo una señora muy buena que es mi madre, que cuando ella era una niña, vivía en un área rural de Nicaragua en el norte centro del país donde había mucha pobreza. Cuenta mi mamá que un día venían de otra finca lejos de la finca en donde vivía mi abuela con todos sus hijos. Normalmente, el viaje en mula tardaba 3 horas para llegar a la casa de mi abuela, pero al salir de esta finca llagaron más familiares y la entretuvieron casi dos horas, así que llegaron a las nueve de la noche. Pero en algún lugar del camino todos escucharon la risa de muchos niños. A mi abuela la acompañaban 4 de sus hijos, dos niñas y dos varones y a lo claro de la luna, en un potrero, vieron un grupo de niños o lo que parecía ser un grupo de niños vestidos todos de rojo. Mi mamá pensó que eran unos amiguitos suyos de una finca vecina, ya que estaban a punto de llegar a la finca de mi abuela. Bueno, mi abuela hizo como que no le dio importancia al evento, pero los niños empezaron a preguntarle 'abuelita no podemos ir a jugar con la Felipa que está allá jugando en el potrero?'

Y mi abuela les contestó 'No, no, no ¿Cómo se les ocurre que van a ir a jugar a esta hora? Si ya son casi las nueve!' E inmediatamente después, ellos le contestaron que por aquellos niños podían y ellos no. Pero ella sabía que esos niños no eran los que sus hijos pensaban, así que les contestó 'No estén inventando.'

Bueno, ese evento pasó hace cuarenta años y en la actualidad he conocido a una familia que su hijo fue secuestrado por los duendes, y que después de seis días apareció, pero su mente ya no era la misma. En la actualidad uno ve a este joven y cree que nació con el Síndrome de Down, pero la verdad es que nació perfectamente sano. También en la actualidad dice un señor que habita en el mismo lugar que a eso de las 3:00 de la tarde en un camino de tierra vio a un niño vestido de celeste que imprudentemente cruzó el camino. Tanto fue así que el señor en su jeep frenó bruscamente y vio que este niño tenía las orejas punteadas. Trató de seguirlo hacia un túnel que estaba debajo del camino de tierra para saber si no lo había golpeado. El señor siguió al niño que entró hacia el túnel, salió al otro extremo, pero no encontró a nadie. Aún en la actualidad Don Roger, que así se llama el señor, no se explica que pasó con aquel niño que vestía de celeste.

Y mi mamá dice que después de aquel evento, preguntó a sus amiguitos que hacían en aquel potrero tan noche y que bonito el vestido rojo que les habían comprado y ellos contestaron que nunca saldrían a un potrero a esas horas de la noche porque les daba MIEDO que les aparecieran los duendes, y creo yo, que en la pobreza que vivían no podrían comprarle vestidos rojos a todos los hijos."

 
Versión tomada directamente de Pablo Gutiérrez y recogida por Martha Isabel Arana.

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