miércoles, enero 05, 2011

En el éxodo de mi nostalgia


Cuando me fuí,
doblé cuidadosamente el cielo y las estrellas;
no fuera yo a perderlos.
Recogí los maizales y el trigo para llevarlos conmigo,
Ahuequé en mis manos la tristeza y mansedumbre
de mi hermano indio, de mi hermano maestizo,
para no olvidarlos.

Pinté en mis ojos,
el eterno paisaje de mis lagos, volcanes,
madroños, sacuanjoches...
Me retraté en ellos y con ellos
y en las pupilas me llevé las fotos.

Corté el dolor de los malinches florecidos
y en la valija del alma
acomodé inmediatamente mi nostalgia...inmediata.

Carlota Molieri
En el éxodo de mi nostalgia
de su libro Ceremonial de luces


Fotografia: Roberto Zuniga

Y nicaragua canta en mi



Nada canta en nosotros sino lo que amamos
Nada acaba de ser en nosotros sino lo que
-del modo que sea- cantamos
Nada llega a hacérsenos canto, si antes
-del modo que sea- no nos ha amado
Todo lo cual quiere decir que, si Nicaragua
canta en mí cuando yo la canto,
es que ella me amó, como yo la amo.
Y Nicaragua canta en mí!
Esta y otras fotos de Nicaragua pueden ser vistas en USLatino

martes, enero 04, 2011

La boca del infierno




Cuento escrito por Rosario Lynch

    Francisco del Pino y Sarmiento, vernáculo de la vieja Madre Patria ya había atestiguado al Fraile Blas del Castillo, intentar el descenso al cráter del Volcán Santiago.

    Sin poseer la bendición de los reyes ni ser represente del feudo, había llegado a estas fértiles tierras movido por su intención de convertirse en bucanero de las fragatas que poblaban los mares del Atlántico. Pero al llegar al nuevo mundo, a como muchos que en 1539 se aventuraban a navegar hasta este lejano mundo, sorteando la piratería, decidían permanecer en tierra firme, atraídos por las riquezas aquí ocultas y sus mujeres bellas. Lo último en particular le había subyugado, habían sido las indígenas, esculpidas, -a como lo describía en sus cartas- en cobre y ámbar auténticos. De ojos oblicuos y mirar escurridizos, de rizos como las noches oscuras sin lunas de las praderas centrales, impregnadas por las cenizas sulfurosas del volcán. Damas auténticas- decía- con sonrisas ingenuas y sangre febril, como lo que se encubre en la boca colosal de este Volcán Santiago misterioso. Sagaces ellas como los humos que tintan los cielos azul intenso de los días dorados. Pero subrepticias y enigmáticas ante los ojos ajenos. Por eso sabía que mantener la unidad de un grupo selecto para exportar a la patria grande, que le ganase puntos a su favor al congraciarse con su majestad, la Reina, le costaría mucho sudor y penas.

    Francisco se movía cómodamente en los círculos del protectorado, sabía bien refugiarse en las sombras de los que llevaban en sus manos el poder, esos mismos que se dividían a manos llenas las riquezas que lograban al canjear piedras y metales preciosos con los indígenas, por espejos y otras bagatelas. No obstante, la agenda visionaria de Francisco iba más allá de los superfluos trueques, el alcance de su visión no se limitaba a la media hispana de conquistar territorios, de esos extensos que se estrechaban hasta los confines en ambas direcciones de norte a sur. Su interés, aparte de las enigmáticas mujeres de estas tierras que lo habían sabido captivar profundamente, era el oro. Con este último, construiría castillos en las cimas aledañas a ese volcán de riquezas inconmensurables y en los altiplanos españoles, su tierra de origen. Rellenaría sus castillos con su harén de beldades aborígenes llevadas de estas tierras. Pero antes debía de conquistar ese metal que le afloraba su avaricia al solo imaginarlo en toneladas, conquistando ese pozo inagotable a disposición de los osados, como él.

    De acuerdo a la creencia, el mismo averno harto de tanta abundancia, lo almacenaba allí para que los valientes aventureros lo adquiriesen al descender hasta sus fauces abiertas. Francisco sabía que la misión no era del todo fácil, ni delegable a los aborígenes, ignorantes del valor de la fortuna escondida en el cráter. Le correspondía a él solamente, bajar hasta las entrañas de la tierra para extraer ese oro líquido y atesorarlo en un lugar seguro antes de transportarlo a su tierra de origen. Para entonces ya sería el hombre más acaudalado del planeta, a lo que debía de añadir la suerte de contar con abundante mano de obra gratuita en este país nuevo, de feudatarios y cortesanos. Con ellos, empezaría de inmediato con ese proyecto que conllevaría una fase media de preparación, ejecutando las destrezas que él no poseía, como el entreteje de las fibras de la cabuya para las cuerdas, el trabajo con el cuero para hacer las correas que sostendrían el cesto que usaría como ascensor, fuerte como el usado por el Fraile Blas, elaborado con fibra de junco, palmeras y cañas flexibles y las cuerdas, gruesas como las usadas en los navíos para atarlos al puerto. Y mientras un centenar de esclavos empezaba con los preparativos para la construcción del primer palacio, en la cúspide de la loma del Coyotepe, a una distancia prudente y estratégica del volcán, otros daban inicio inmediato con las obras para el descenso al cráter. Su idea era construir un sistema de terrazas para bajar hasta media distancia, mientras a ese nivel se construiría un terraplén. Aquí, se sembrarían varios postes con argollas y arandelas para hacer correr por allí a las fuertes correas de donde se sujetarían las cuerdas para bajar el cesto del ascensor, despacio y controladamente. Desde aquí, él dirigiría la obra, dando las órdenes de bajar, subir o frenar, a sus traductores y estos a los vasallos responsables de sujetar la cuerda. Visto de esa manera parecía un procedimiento sencillo. No así en la realidad. La distancia desde donde se construiría la terraza, debía hacerse en base a cálculos, ante la inexistencia de información sobre la profundidad a la que debía de descender. En segundo lugar estaba el problema de lo escabroso del terreno, formado especialmente de rocas volcánicas. Eso tendría efecto en la tardanza de las excavaciones para asegurar los postes, pero aumentando el número de siervos y de latigazos, podría hacerlos trabajar con rapidez, evitando así, retrasos innecesarios.

    Día a día, de sol a sol, supervisó el trabajo de los hombres encadenados; el sol tostando sus torsos hasta volverlos brillosos, los viejos esclavos se volvieron más viejos, y los jóvenes perdieron su vigor, hasta que un día, todo estuvo listo para la prueba.

    Francisco del Pino y Sarmiento, estaba a los umbrales de lograr su objetivo máximo, sus ojos brillaron ante la sola idea de sumergir sus manos limpias en ese oro refulgente, cubrirse de él y lanzar los brazos al cielo en señal del poder que con ese obtendría. Volvió a repasar con sus vasallos cada detalle sobre su bajada y se acomodó en el cesto que lo llevaría a la eternización de sus realizaciones, a como nadie más en la historia. Lento y seguro empezó a descender, mientras los siervos, sudorosos, de ojos profundos, mostrando en sus espaldas las marcas de su labor forzada, sujetaban la cuerda con sus manos encallecidas.

    Unas rocas porosas se desmoronaron de las faldas. El descenso continuó, sin interrupciones, mientras el cesto se alejaba, volviéndose minúsculo a la vista, las arandelas siguieron rodando, los siervos sujetando la cuerda y la emoción de Francisco al acercarse al inmenso tesoro, aumentando.

    Francisco del Pino y Sarmiento se secó el sudor, la temperatura se volvía virulenta. De pronto la ebullición de los líquidos rojos, produjo un borbotón claro ahora a su vista haciéndole dar un vuelco a su corazón, volvió a secarse el sudor, decidido a no echar pie atrás. Vio hacia arriba y divisó el terraplén y a los siervos aun más minúsculos, sabía que habría bajado tres cuartos y que pronto se podría lavar sus manos en el oro líquido que esperaba por él. De pronto, otro borbotón del que se desprendieron al rojo vivo y más claro aun, una sucesión de llamaradas columpiándose a los gases sulfurosos que lo hicieron carraspear sofocándole la respiración. Fue hasta entonces que cayó en la cuenta del error, de la inminencia críticamente peligrosa a la que lo había llevado su avaricia desmedida. Levantó su mirada y vio solo la imagen borrosa de donde provenía la cuerda y la crítica distancia de su cesto con ese infierno, calcinándole las carnes y haciéndole transpirar hasta del último poro de su cuerpo. Entonces decidió dar la orden inmediata de subir. Tiró dos veces de la cuerda, pero el efecto, dada la distancia a que se encontraba parecía ser nulo. Volvió a tirar, sacudiendo la cuerda tensa con todo su vigor, haciendo balancear el cesto, no obstante, continuaba el descenso. Desesperado gritó a viva voz una y otra vez, escuchando su propio eco rebotar en las paredes de la sección final en forma de embudo del cráter, a donde había penetrado hacia su descenso final. Su rostro encendido, sus ojos escarlatas como el fondo que le esperaba a escasos metros, continuó gritando sin tregua, olvidando su audacia, su valentía y la avaricia que le había motivado a embarcarse en esa aventura, en busca del poder y la fortuna.

    Arriba, los siervos continuaron bajando los últimos metros de la cuerda que quedaban todavía, hasta que llegó a su fin. Entonces ataron el final firmemente al tronco del poste y esperaron el resto de la noche, en espera de la orden de subir.

    Al llegar el alba, sin todavía recibir ninguna señal, los siervos empezaron a murmurar, hasta que el más viejo de todos se puso de pie y les hizo señal al resto.

    - ¡Hemos vuelto a ser hombres libres! –Dijo, procediendo a romper las cadenas que les ataban con los picos.

Rosario Lynch, es también autora del libro Más allá del Horizonte: Cony Dupont. Cuento enviado por su autora a Nicaragua de mis Recuerdos el 28 de abril de 2010.

Foto tomada del grupo Conozcamos Nicaragua de Facebook.

domingo, enero 02, 2011

Extraños sucesos en la Casa del Coronel Arrechavala




    La Ciudad de León Santiago de los Caballeros, es cuna de una de las leyendas más populares que por décadas ha coqueteado con la fina línea entre la imaginación y la realidad de algunos leoneses quienes en las noches oscuras y calurosas, aseguran todavía escuchar los cascos del fantasmal caballo del Coronel Arrechavala.

    El español Joaquín Arrechavala había venido a Nicaragua como enviado del Rey de España, Carlos II de Borbón. En 1791 fue ascendido a Coronel, y cuando murió en 1823 se rumora que lo acompañó a la tumba la inquietud de andar penando en León, sin poder descansar en paz hasta que su riqueza hubiera sido distribuida de alguna manera.

    Son muchos nicas los que aseguran que efectivamente, sus abuelos, sus padres o incluso ellos mismos han sido testigos de las andanzas del coronel y los hechos misteriosos que ocurren en la que fuera su casa.


    Me contaba una señora leonesa lo que sus abuelos vivieron en carne propia: "Este cuento fue real, sucedió en el siglo pasado en la casa solariega de Arrechavala. Después de su muerte, la casa quedó abandonada y varios inquilinos la habían habitado. Muchos de ellos la desocupaban a los pocos días, ya que se decía que estaba embrujada. Me contaban mis abuelos, que ellos estaban muy jóvenes y a pesar de que se decía que en esa casa asustaban, ellos insistieron en alquilarla, puesto que no tenían miedo a tantos cuentos. Después de algún tiempo, por las noches se escuchaban ruidos muy fuertes de cascos o pisadas de caballo dentro del patio. Ellos dormían con un candil porque no había luz en ese tiempo en la ciudad. Una noche, con gran asombro, vieron que el candil se levantaba y caminaba en el aire como si alguien lo sostuviera en sus manos. Por supuesto salieron corriendo de esa casa."

"Yo también escuché los mismos ruidos de cascos de caballo entrando a su casa por las noches" asegura doña Paula, quien en la década de los cincuenta vivió con sus padres en una casa alquilada contigua a la propiedad del coronel. "Ya había luz eléctrica, pero solamente por ciertas horas. En el cuarto donde yo dormía con mis hermanitas, se sentía el piso del cuarto muy flojo, como si algo hueco había por dentro. Insistíamos con mi papá que descubriéramos el piso por si encontrábamos algo enterrado allí. Mi papá nunca quiso hacerlo, por temor a tantos cuentos que se decían de Arrechavala, que había sido tan poderoso y que tenía mucho dinero. Todos esos terrenos alrededor de su casa habían sido de él y las botijas abundaban en todas esas cuadras de León, específicamente de la zona del Colegio La Asunción, 3 cuadras al sur."

Doña Paula cuenta que fue una lástima que ellos estuvieran tan pequeños, si no hubieran convencido a sus padres en buscar tesoros escondidos en esa casa, ya que muchos de los vecinos encontraron años más tarde monedas grandes de oro en recipientes de barro. Esas personas, después de haber sido tan pobres, se volvieron grandes empresarios y terratenientes de la ciudad de León. 



LA LEYENDA DE ARRECHAVALA

Es una de las más populares, la cuentan en toda la familia y lo curioso es que algunos se sugestionan de su contenido  y dicen se siente en algunas noches, el sentir el cabalgar de Arrechavala, causando mucho temor en los niños. Su muerte dio lugar a la leyenda de Arrechavala en la ciudad de León (Nicaragua), que dice que se aparece sobre su caballo galopando por las viejas calles leonesas.

 No cabe la menor duda que en la ciudad de León de Nicaragua, el personaje más popular es el espíritu de este rico militar que después de muerto sigue cabalgando por sus calles asustando a sus habitantes montado en su caballo lujosamente vestido con charreteras, fajas y espuelas de oro. Solo se deja ver por las mujeres, por los hombres no se deja ver, aunque pueden sentir su látigo.
Se ha escrito, que la creencia popular es que su espíritu recorre las calles de León en busca de su fortuna, que debe estar enterrada en algún sitio de la ciudad. Pero el sentir popular es que la riqueza acumulada debe ser repartida, de alguna manera, entre la comunidad, por ello, cuando una persona rica muere, su alma no puede descansar, por lo que vaga errante entre los vivos hasta que su riqueza no se distribuya de alguna manera. El pueblo trata de esta forma de buscar la justicia de la repartición igualitaria después de la muerte cuando no se ha podido realizar en vida.

La primera versión escrita de la leyenda de Arrechavala data de 1956 y se encuentra en la obra de Andrés Vega Bolaños, embajador de Nicaragua en España, titulada Historia de Nicaragua. Según Salomón Somarriba, tataranieto de Joaquín Arrechavala, la leyenda fue inventada por los contrabandistas hondureños de tabaco para facilitar la introducción de sus mercancías en la ciudad durante la prohibición del tabaco. Otra de los supuestos en los que se basa la leyenda es que Joaquín Arrechavala solía pasear por las noches montado en su caballo en guardia en previsión de revueltas que fueron comunes en esa época de transición de la historia de Nicaragua. En esas guardias solía espantar a los ciudadanos que encontraba a su paso y estos, al oír el trotar del caballo, huían de su encuentro.
Leonline.net, nos la recuerda narrando:   Que la riqueza es siempre condenada por la comunidad y cuando una persona rica muere, se queda errante en la tierra entre los vivos, asustándolos. El rico no conoce jamás la paz eterna hasta que su riqueza no se distribuya de alguna manera. 

En la ciudad de León (Santiago de los Caballeros) Arrechavala es el personaje más popular, cuyo espíritu asusta por las noches en las calles de la ciudad.  Este personaje nace en Madrid, España, en el año de 1728. Sus padres fueron: José Antonio Arrechavala y Abrosia de Vílchez. Vino a Nicaragua enviado por el Rey de España Carlos II de Borbón. Fue ascendido a coronel el 14 de febrero de 1791. Grado que ostentó hasta 1821 cuando se proclamó la independencia de Centroamérica en Guatemala. Murió en el año de 1823 a los 95 años de edad.
Según consta en su testamento, pidió que fuera sepultado en la catedral o en la iglesia de La Recolección (que él había financiado como la de San Sebastián) pero se desconoce donde fue enterrado.
Llegó a tener una gran fortuna. Entre sus haciendas se encontraba la de Los Arcos y también parece que poseía el ingenio San Jacinto. Participó económicamente en la construcción de la Capilla de San Sebastián y en la reconstrucción de la Capilla de la Recolección y obsequió las imágenes de San Sebastián, de Jesús Atado a la Columna y de la Virgen de Dolores
Cuenta manfut.org/leyendas/arrechavala.html en la Ciudad de León, Santiago de los Caballeros. Arrechavala es el personaje más popular, cuyo espíritu asusta por las noches en las calles de la ciudad. Doña Mireyita, que vive en el Barrio Guadalupe, lo ha visto pasar delante de su casa y nos cuenta el testimonio:
"Era de noche superoscura, tan oscura que no miraba mi mano, y eso que estaba sentada en la acera delante de mi puerta a eso de las once de la noche.. (que hacia esta señora a las once de la noche ..esa es otra historia.. )  
En aquella época los americanos ocupaban el país. De pronto se oyó un ruido extraño. De repente oí el tropel de un caballo que venía de Laborío (el pueblo indígena), ... En mi casa anterior había nacido el grandioso músico compositor leones José de La Cruz Mena, dicen que murió de lepra ...y pasa que en donde hoy queda el Museo Rubén Darío, todavía allí se encuentran las señas de las barras de las ventanas torcidas...ante su rabia que quería salir de la cama en que se encontraba postrado..lea Museo de la Musica en este website para mas sobre Jose de la Cruz Mena)  
Entonces allí era donde yo vivía..el caso es que oí el tropel del caballo que cogió para el lado del Cuartel de la 21. El Jinete se paró y amarró el caballo. Yo decía para mi misma: 
>Quién será ese americano que va a pasar por aquí ? .. la sangre cristo !!!
Y Yo pidiéndole a Dios que no me fuera a decir nada por estar a deshoras de la noche en la puerta de mi casa. Yo me encomendé a dios y a todos los santos, Santo Dios mío...Santo fuerte.., Santo Inmortal.. líbrame de todo susto y de todo mal. Dios miio yo no sabía qué hacer. Así entonces cuando éste iba pasando cerca de mi casa, y en dirección mía. Dios mío yo no sabía qué hacer. El volvió atrás y yo le vi el perfil de su cara ...era un hombre simpático. El siguió caminando, después le oí sonar la espuela.

¿Qué cosa era eso? Dije yo. Siguió caminando hasta que llegó a la esquina de los Montenegro y entonces se bajó ahí y se paró en medio de la calle haciendo maniobras militares. Ya cogió él para lo que ahora es la casa de los Madrices y le dió tres golpes a la puerta. yo me dije ahí vive ese americano, pero le mire la capa era antes de color café cuando paso delante de mi casa se miraba azul turquí, después se paró en la propia esquina de los Madrices y volvió a hacer las mismas maniobras y cogió para el trasero del Colegio San Ramón y de la Asunción. ¿Pero cuándo iba ya a llegar a la esquina encontró a un hombre, que al pasar cerca de mí le pregunté? ¿Vistes a aquel americano que va allá? No he visto a nadie, lo que usted vio seguramente fue Arrechavala. Efectivamente, ese era Arrechavala que había dejado su caballo cerca de mi casa. De estos relatos existen muchos. Según se relata,  Arrechavala apoyó la construcción de la Capilla de San Sebastián y  dio un donativo para reconstruir la Recolección. También obsequió la imagen de San Sebastián de Jesús Atado a la Columna y la Virgen de Dolores. 

Tomado de Camova


lunes, diciembre 27, 2010

Al viejo también lo queman en San Juan del Sur


"Manuel Salvador López Pizzi, de 76 años, comentó que el 31 de diciembre muchos sanjuaneños acostumbran hacer un muñeco de trapo al que visten con ropa vieja, le colocan un puro en la boca y en ocasiones le ponen una botella de guaro. Acercándose la medianoche lo sacan por algunas calles, acompañan el recorrido con música de guitarra y en el justo momento que llega el año nuevo lo queman. Luego lo echan al mar, por el lado del muelle. Ese momento significa, para quienes lo practican, acabar con todo lo malo que el año viejo les entregó, de tal manera que esa mala suerte no regrese más en el año venidero. El muñeco es quemado con la intención de que el año nuevo pueda traer todo lo positivo que no trajo el viejo: bonanza, felicidad, dicha, amor, estabilidad económica y laboral, entre otros. "

29 de diciembre del 2002
O. Valenzuela

domingo, diciembre 26, 2010

La quema del Viejo (tradición de año nuevo)

    El 31 de diciembre es día de planear el primer bacanal del año, noche de estar con los amigos, y celebrar en grande. Al igual que en Navidad, se preparan cenas especiales y se quema pólvora y fuegos artificiales en las calles cuando el reloj finalmente señala la esperada media noche.

    Al igual que otros países centroamericanos, Perú, Venezuela, Ecuador, y México por mencionar algunos, los nicas también tenemos la tradición, con una que otra pequeña variante, de celebrar el Año Nuevo con la famosa "Quema del viejo".

    En algunas regiones del país la gente prepara muñecos que rellena con pólvora para luego sentarlos en las esquinas de los barrios o colgarlos de postes o árboles.

    Pensando en su natal Matagalpa, Diana recuerda momentos especiales de su niñez: "A mí me gustaba el 31 porque se quemaba el viejo que estaba en el poste o sentado. El 'viejo' se tiene desde el 24 de diciembre y lleva adentro bombas, cohetes, cachinflines, triquitracas y todo eso de pólvora. Entonces, como a las 12 de la noche se le deja al viejo como puro una bomba y cuando esta explota, todo el muñeco comienza a estallar y le ponen la canción 'allá va el viejo muriéndose de risa, allá va el viejo muriéndose de risa porque ha dejado hijos para el año nuevo.' Allá en el Norte, en todas las esquinas hay un viejo, entonces el montón de pólvora que mirás es increíble. La misma gente construye los viejos y le ponen lentes, botas de hule, y hasta una botella de Ron Plata. Cuando está listo para quemarse, se le quita todo, menos el puro. Mi abuelito o uno de mis tíos hacían 4 viejos porque como la casa de mi abuelo es toda la cuadra, ponían uno en cada esquina. Era superlindo, me trae muchos recuerdos a la cabeza."






viernes, diciembre 10, 2010

Mi triste madrugada del 24 de diciembre de 1972

Escrito por el Dr. Juan Espinoza Cuadra

México

A 28 de Enero de MMX

Ansiosamente le insistí a mi madre recordara nuestra cita para la noche. La película, según la publicidad, era terrorífica. El tema giraba en torno a un monstro de color verde, marino, humanoide y que salía de las aguas turbias de un cuerpo de agua pestilente para amedrentar a las personas. Para esto, mi madre se sentaba en su amplia silla abuelita, de madera, comprada por mi padre, posiblemente en Masaya. Y yo me acomodaba en su regazo, con una colcha de motivos infantiles, cuyos detalles se pierden hoy en la memoria. Esa noche prometía ser igual. Y en parte lo fue. Llegó la hora del evento y lo disfrutamos como siempre. Entre cada comercial ella o yo tomábamos camino hacia el baño, calculando el tiempo necesario para poder satisfacer las necesidades provocadas por el miedo, la sala premeditadamente oscura y la ingesta de un famoso refresco de cola. Me dormí probablemente mucho antes del término de la película y mi madre como siempre, se dispuso a llevarme a mi cama, abrigarme y besarme muchas veces, quizás anticipando los besos que me harían falta a partir de esa noche.

Sentí mis hombros agitados y estremecidos por unas manos ansiosas y acompañadas de gritos estridentes conminándome a despertar y salir de casa. Era el primer temblor, eran aproximadamente las 10:00 de la noche del viernes 22 de diciembre de 1972. Fue la primera amonestación antecediendo la catástrofe. Bertha Cuadra ya afuera, yo en sus brazos y ambos envueltos en sábanas y mi padre, Pedro Pablo Espinoza Monterrey, el poeta carpintero, ansiosamente disponiendo sillas para nuestra comodidad, es una imagen cíclica, abrumadoramente repetitiva y difícil de olvidar. El cielo pintaba un tono demencialmente escarlata y esa acentuación exagerada involucrando un mensaje de desolación no pudo ser interpretado. Por la preocupación de los vecinos tatuada en el silencio de la noche comenzó a transitar el ángel de la muerte. Alrededor de las 10:30 trepidó nuevamente y los gritos iluminaron las penumbras, los ojos adormilados de los expectantes se abrieron para recibir la nueva dosis de miedo, la inmaculada continuación de la cuota de incertidumbre era realidad. A partir de ese momento solo fue cuestión de que las circunstancias se acomodarán al tic-tac de lo irremediable. Una cantidad de personas difícil de aproximar dispusieron ingresar nuevamente a sus hogares, en cuenta mi madre, mi padre y yo.

Un mal hábito al dormir que según mis padres atentaba contra mi salud fue mi salvación. En mi niñez colocaba siempre una almohada en mi rostro. Luego pasaba la sábana por encima de ésta y estas eran mis condiciones idóneas para conciliar el sueño. Recuerdo antes de dormir ver como mi madre se acomodaba en la oscuridad en la cama cercana a la mía en lo que era mi cuarto. Y tras la cortina que fungía como puerta, distinguir a mi padre disponiéndose a acomodar su cuerpo sobre una lona sostenida por un andamiaje de maderos cruzados, que en Nicaragua se llama tijera, y que coloco en la entrada de la casa. Esa fue la última imagen.

Intenté desesperadamente moverme sin conseguirlo, quitar la almohada de mi rostro y no pude, mi respiración era difícil por algo que comprimía mi pecho, comencé a gritar: mamaaaaaá, papaaaaaá…. y lo único que logré fue escuchar mi voz de niño, palpitantemente desesperada y los gritos, al inicio enérgicos, fueron perdiendo arrojo y la oscuridad que encontré al abrir mis ojos con mucho esfuerzo siguió ahí inmutable y solidaria haciéndome compañía. El desmayo fue el siguiente paso. Y esa sensación de claustro, de reclusión y encierro aún me hace despertar sudoroso y angustiado. Mi vida de niño quedo atrapada entre dolorosas imágenes y terribles recuerdos, apresado entre aquellos kilos de tierra y escombros y la impresión y estremecimiento insustituibles que me ha dejado haberme muerto a los 6 años de edad.

La brisa ardiente de la madrugada entro por mis fosas nasales y al abrir mis ojos lo primero que vi fue el árbol de mango de la vecina y de fondo el cielo aún carmesí. Ya no éramos vecinos puesto que el límite que propiciaba el término estaba totalmente destruido y sobre el suelo. Me erguí sobre mi cintura y vi la parte posterior de la casa de mi madre totalmente destruida. Lo único en pie era la parte frontal. Seguidamente logré apreciar la silueta de mi padre que con sus desesperadas y sangrantes manos buscaba entre los escombros a mi madre. Se acercó amoroso y angustiado hasta donde yo aún trataba de recobrar el entendimiento para preguntarme: -Hijo, dónde está tu madre?-. Atiné a responderle que en la cama cercana a la mía. Se dirigió trastabillante con sus pies heridos hacia el sitio y con sus manos laceradas y carentes de rapidez, inicio nuevamente la atormentada búsqueda, tirando bloques rotos, pedazos de madera, trozos de aluminio, fragmentos de vidrio para a los pocos minutos culminar encontrándola. La desenterró totalmente y posteriormente la cargo en sus adoloridos y sanguinolientos brazos hasta conducirla a la calle. No recuerdo quién saco la silla abuelita en la que hacia menos de 3 horas, mi madre y yo mirábamos la película cuyo contenido de terror era una triste mueca comparada con la realidad que se vivía. Y en esa silla fue depositada Bertha Cuadra. Mi padre ahogo al cielo púrpura con sus gritos, su clamor alentando el despertar de su esposa fue solo un insistente y necio reclamo contra la voluntad de Dios. Su titánica tarea culmino con rescatar con vida a su pequeño hijo. Una señora curtida por los años, tostada por el dolor y la soledad y además amiga de muchos años de mi madre se acercó llorosamente tranquila hacia ella y coloco sobre su nariz un pequeño pedazo de vidrio. No hubo condensación.

La madrugada se hizo aún más extensa, podría escribir que como una línea trazada en mis ojos por una silente confesión de pérdida. Y ahí el cuerpo de mi madre, sobre una sábana perteneciente a su hermana, en el estacionamiento techado de la casa en Altamira D` Este, los portones abiertos, la luz ebria y amarilla de los cirios soportados en cuatro candelabros. Y en el entorno se recuperaba la oscuridad de su embriaguez antojadiza, predominante, espontánea. Y las sombras que se dibujaron en las paredes al vaivén de las velas, hicieron palpitar aún más mi corazón porque hasta entonces, desde después, me percaté que las penumbras radicarían por siempre en los días grises por venir. Aún no me acerco al cuerpo de mi madre porque para mí ella sigue aguardándome en su silla adimensional en cuyas extensiones escaladas y medidas solamente en mis sueños, puedo encontrar un remanso, un meandro de sosiego, una insinuación de placidez.

Se han sucedido las madrugadas rosas con un aroma húmedo que semeja al olvido. Pero la indiferencia y el abandono no son de las especies más exóticas de plantar y con las que deleitarse en ese jardín perdido. La asfixiante impresión que te da el polvo atascado en los labios, en la nariz, en los ojos, no los puedo olvidar e intento dejar cada porción de ese sentimiento de encarcelamiento, de ese estremecimiento de sepultura tras cada paso que me aleja del recinto térreo donde ahora habitan los amados restos.

La pléyade de cruces, el marasmo de tumbas, las cataratas de llanto, el dolor que sucumbe ante la realidad, el aroma de los claveles, el perfume de los lirios, la tierra ocre, los zapatos negros elegantemente enfundados del polvo del cementerio y los pasos que te conducen sollozante, perdido hacia la inexistente salida, son imágenes que se suceden en una tira de historias de abatimiento, pasajeras del tren en horario de la tarde. Porque hay tardes de tristeza, crepúsculos sollozantes que enjuagan lágrimas bajo los inmóviles arboles, de cantos de difuntos en un silencio interminable que repta bajo el calcinante Sol, de rosarios innumerables e interminables en aposentos macilentos arrinconados en lo más recóndito del alma. A pesar que las sombras se resisten a pintar paisajes de vida sobre el rostro de las avenidas crucificadas de muerte. Trasladamos el cuerpo de mi madre hacia el cementerio entre el rostro desfigurado de la ciudad destruida, los pies absortos en las heridas, los labios ensimismados en el asombro, la piel marchita por la impotencia y las interrogantes repetitivas, agónicas y anhelantes de evasión.

Mi mirada quedo suspendida en un punto rojizo y distante en el cielo. Aún continúa ahí. Mi angustia por no comprender los alcances del significado de la muerte de mi madre aún prevalece en todos los estadios de mi razonamiento, a pesar de que ya mi pelo pinta canas. La zozobra de no poder encontrarla cuando la busco eriza mi cuerpo y no me siento satisfecho con mirar una foto de su rostro que tengo colgada en una pared en la sala de mi casa en México. Me rehuso resignarme a haberla perdido, a admitir dimitir su significado y conexos. A partir de la madrugada del 23 de diciembre la busco sin cesar para no perderla definitivamente con la esperanza de encontrarla.

Por las destruidas calles de la Managua atemporal y clavada en la dimensión de lo irreal y confuso camina aún un niño que a ratos se inventa las mil razones para no desistir.


Blog de poemas de Juan Espinoza Cuadra:
http://poemasdejuanespinozacuadra.blogspot.com/
Blog de opinión de Juan Espinoza Cuadra:
http://enopiniondejuanespinozacuadra.blogspot.com/

(Recuerdos del Dr. Juan Espinoza Cuadra recopilados por Martha Isabel Arana el 29 de enero de 2010)

Blog de Martha Isabel Arana - ¡Bienvenidos!

          Cuando un nicaragüense emigra, además de su maleta, sus temores e ilusiones, lleva consigo todos sus recuerdos más queridos. C...