lunes, enero 17, 2011

Nagarote: apuntes sobre un municipio azul



Por Luis José Castro Jerez

Dicen que Nagarote nació del romance entre el Genízaro y el Xolotlán durante una noche estrellada…. Otros dicen que Nagarote es el resultado de una noche de amor entre el Genízaro y la Luna allá en las playas de Miramar… Bueno, como quiera que sea, los nagaroteños somos descendientes directos del Genízaro y hermanos de las estrellas y del agua, ya sea que provenga ésta de un mar de agua dulce o de un mar de agua salada… Quizás por eso será que a los nagaroteños nos gusta viajar y cruzar océanos y lanzar siempre flechas a la Luna sin temor al fracaso. Como quiera que sea, apuntamos bien alto, hacia el cielo o a la Luna, nuestra madre…. Si fallamos el tiro, no importa: igual, aterrizamos sobre las estrellas, nuestras hermanas. Y, como hijos del histórico Genízaro, echamos profundas raíces en nuestro suelo natal y, no importa el lugar o país donde nos encontremos, el amor a nuestro Nagarote se mantiene siempre vivo en nuestros corazones a pesar del paso del tiempo.

En 1899 Nagarote tuvo tres sacerdotes: Julio Escoto Vargas, José Antonio Zúñiga y Jesús María Lara. Al Padre Lara le tocó darle la bienvenida al nuevo siglo. Mientras en el año 1900 el mundo contemplaba admirado la prueba del Zeppelín, París se regocijaba con su primera línea del metro, la guerra de los bóxers estallaba en China, Nietzche moría en Alemania el 25 de agosto y Freud publicaba en Viena “La Interpretación de los Sueños”, Nagarote despuntaba al siglo XX como un pueblo polvoriento, azotado continuamente por las inundaciones provocadas por los severos inviernos y sus pobladores sufrían el embate de las enfermedades gastrointestinales, la tuberculosis y el paludismo.

Si intentamos visualizar a Nagarote a inicios del siglo pasado nos daríamos cuenta de que el pueblo de entonces era muy diferente al que podemos observar en la actualidad. Las calles eran extremadamente arenosas y llenas de muchos hoyos producto del estancamiento de las aguas de desecho que vertían los vecinos la mayoría de las veces sin ningún tipo de control. Las fuertes corrientes producto de las lluvias contribuían al deterioro permanente de las mismas. Los peatones tenían que estar siempre muy pendientes de ir esquivando los baches del terreno y evitar los charcos y los atolladeros de lodo. Tengamos presente que las calles de nuestro amado pueblo recibían diariamente los productos de desecho natural de los animales (cerdos, caballos, burros, bueyes, vacas, perros, gallinas, etc.) que circulaban libremente sobre ellas, además de los desechos de las aguas de lavado que eran regadas a diario por los vecinos del pueblo.

En noviembre de 1900 se inició la construcción del tramo ferrocarrilero entre Managua y León; la cual culminó el 26 de junio de 1902. Las ventajas que trajo la construcción del ferrocarril para Nagarote fueron: el empleo de mano de obra local, el inicio del negocio de los cortes de leña y el comercio de durmientes para el tendido de los rieles y la reparación de las vías y como combustible para el tren; al mismo tiempo, una agilización modesta del comercio local en general. Sin embargo, la llegada del mismo trajo como consecuencia la deforestación a la cual fueron sometidos los bosques circundantes de nuestro pueblo y la desaparición de quebradas y vertientes que abundaban en Nagarote; entre ellas, la histórica quebrada o “riíto” que corría a la sombra del colosal Genízaro, y la cual había servido durante siglos como fuente de abastecimiento de agua a los vecinos del lugar. Podríamos decir entonces que así como el año 1901 trajo para los ingleses el final de la Era Victoriana con la muerte de la Reina Victoria; la llegada del ferrocarril a Nagarote trajo consigo el primer atentado a la riqueza ecológica de nuestro pueblo y el final de la primera Era Azul del Municipio.


Apuntes del Sr. Luis José Castro Jeréz recopilados por Martha Isabel Arana el 1ro de febrero de 2010.

domingo, enero 16, 2011

Memorias de una muchacha bonita



Escrito por Martha Isabel Arana
Orlando, Florida 2005

    Cuentan que hace años, un muchacho de Managua fue invitado a una boda en la antigua Ciudad Universitaria. Llegado el día, aunque estaba nublado y los ánimos lo invitaban a quedarse en casa, Ernesto, el joven de la historia, no quería perderse el esperado acontecimiento porque quien se casaba era uno de sus amigos más queridos. Pensando que valía la pena el viaje y tomando en cuenta que León no está muy lejos de la capital, decidió salir temprano para llegar a tiempo y no sufrir ningún atraso. Cuando llegó a la zona donde el Lago Xolotlán comienza a coquetear mostrando su azul a las personas que transitan la Carretera Vieja a León, comenzó una lluvia fuerte a caer sin clemencia, desbordándose el cielo y provocando uno de esos aguaceros tropicales que parecieran no van a parar jamás.

No había dejado  atrás el recuerdo del lago, ni el olor a tierra mojada había abandonado su mente, cuando de pronto divisó a un lado de la carretera a una muchacha  de cabello hermoso  haciendo señas para que la ayudara. Ernesto bajó la velocidad de su carro y al detenerse, ella le comentó que su vehículo estaba dañado y que necesitaba viajar a León para asistir a una boda a la que había sido invitada.  Compadecido por verla sola bajo ese tiempo amenazante, el joven decidió llevarla y así aprovechar un poco de buena compañía.  Al comenzar a platicar con ella no pudo evitar dejarse llevar por la calidez de su voz y la sencillez de su sonrisa que contrastaban con la palidez fría en su rostro delgado. Casualidades de la vida, la boda que ambos asistirían resultó ser la misma y entre canciones y alegría, él buscaba cualquier minuto libre para apartarse de sus amistades y acercarse a ella.  La muchacha, sola en una esquina de la casa, parecía esperar  únicamente su compañía.  Se ofreció entonces Ernesto para llevarla de regreso a Managua, lo cual ella aceptó gustosa y ambos partieron cerca de la medianoche.  El joven disfrutaba la compañía  de su compañera, el negro fondo de su cabello de estrellas y la plática serena que solamente una persona que ha perdido todo y está en paz puede ofrecer.  El aire se llenaba todo con el olor natural de mujer bonita.



    Cuando venían por la misma zona del lago donde Ernesto la miró por primera vez, ella le dijo que se detuvieran, que tenía que bajar. El insistió en acompañarla hasta su casa, pero la muchacha se negó rotundamente. Le explicó que moraba muy cerca de allí, que no quería que se atrasara porque era peligroso viajar de noche.   Entonces él le prestó su saco para que se protegiera de la llovizna que aún caía ligera, buscando una excusa para verla nuevamente. Se bajó la muchacha de prisa y se perdió en la neblina espesa de un caminito perdido.  Ernesto hubiera jurado que flotaba al caminar, como las apariciones en pena en las noches cálidas de la Semana Santa.

    Al día siguiente regresó al camino que lucía ahora distinto bajo la luz del sol.   Esta vez no había lluvia,  neblina, mucho menos muchacha.  Se bajó, buscó, preguntó en diversos caseríos dando las señas y el nombre de la misteriosa y hermosa mujer que lo había acompañado la noche anterior. Sorprendidas las personas que se acordaban de ella, le dijeron que esa joven había fallecido hacía más o menos un año en un trágico accidente  en una tarde lluviosa camino a una fiesta en Poneloya.   Incluso le comentaron que había una cruz cerca de allí con nombre y fecha. El joven se sentía confundido y poniéndose de mal humor, pensó que las buenas personas se burlaban de él.    Pidió entonces que lo llevaran al lugar donde supuestamente estaba enterrada la pobre muchacha porque no podía creerlo.  Su corazón latió con fuerza y un escalofrío inesperado cubrió su cuerpo ante una visión insólita que no esperaba.  Colgado en la cruz estaba su saco, inconfundible. Lo tomó en  sus manos temblorosas, lo acercó a su rostro para cerciorarse que era suyo y lo sintió húmedo, frío, marchito.  Mezclado con su propio perfume, apenas casi perceptible, flotaba en el aire el olor agradable de aquella mujer bonita.




sábado, enero 15, 2011

30 años después



Escrito por Martha Isabel Arana
Orlando, Florida 2007

    ¡Dicen en la pulpería que ya los muchachos se tomaron el comando! – comentó mi madre de prisa mientras se subía al carro. ¡Vámonos del centro! ¡Vámonos de aquí…! – En ese mismo momento un soldado de la Guardia Nacional abría fuego violentamente en una esquina, vaciando su ametralladora en la historia de mi pueblo. En la confusión solamente escuché el grito desesperado de mi padre que nos decía ¡agáchense que nos mata! Sin embargo, siendo una niña, la curiosidad y el miedo me dejaron clavada en el asiento trasero del carro, viendo, escuchando, grabando en la memoria como milagrosamente nos salvábamos aquel día de aquellos disparos al azar que no llegaron a alcanzarnos.

    El año pasado y treinta después, camino cerca de aquella misma esquina donde un guardia disparara, para visitar el Museo de Mitos y Leyendas de León. En vez del soldado de mi historia, la estatua de un guerrillero me saluda en la entrada del museo con una piedra en la mano. Lo que fue en aquel entonces la Cárcel, la 21 (llamada así porque fue edificada en 1921) es ahora el lugar donde los mitos y leyendas se reúnen como muestra palpable de las creencias y supersticiones de nuestro pueblo.

    Una muchacha de sonrisa amable, estudiante de segundo año de turismo, según nos dijo, se ofrece a darnos el tour. Como un poema macabro que ha tenido que aprender, nos recita de memoria y casi sin respirar las historias de nuestras leyendas y los horrores de las torturas de la famosa 21. Nos anuncia que es una lástima que hayamos llegado en ese momento. Se acaba de ir la luz, como todas las mañanas, y no podremos escuchar los efectos y voces de los espantos.

    “Allí metían de cabeza a los hombres que estaban torturando” nos dice señalando unas piletas a mano derecha. “Dicen que les hacían tragarse unos botones amarrados a un hilo y después se los jalaban”. A mí me da escalofríos y prefiero enfocar con mi cámara a La Llorona que tomarle fotos a otras espantosas memorias.

    Me percato entonces que aunque el tiempo ha pasado, algunas escenas quedaron aún flotando en el aire, listas para empaparme sin aviso como aguacero de mayo. Mis antiguos miedos de muerte, violencia y destrucción han quedado aparentemente atrapados en amarillos libros de historia, nítidamente doblados para no perder la página donde había quedado. Otros, tercos como este, se escapan furtivos y finalmente me liberan.



jueves, enero 13, 2011

Escucha Nicaragua



Uno no escoge el país donde nace;
pero ama el país donde ha nacido.

Uno no escoge el tiempo para venir al mundo;
pero debe dejar huella de su tiempo.

Nadie puede evadir su responsabilidad.

Nadie puede taparse los ojos, los oídos,
enmudecer y cortarse las manos.

Todos tenemos un deber de amor que cumplir
una historia que nacer
una meta que alcanzar.

No escogimos el momento para venir al mundo:
Ahora podemos hacer el mundo
en que nacerá y crecerá
la semilla que trajimos con nosotros.


Uno no escoge - Gioconda Belli 
Foto cortesía de José Rafael Burgos C./Moralimpia.net

miércoles, enero 12, 2011

Sabor a Nicaragua

Nicaragua sabe a nacatamal, huele a sacuanjoche y suena a marimba.
Nicaragua tiene sabor a agua de coco, a tierra mojada y a carnita
asada de la esquina.


En la mañana, gallopinto con tortilla y una taza de café con leche
y en la noche a atol con güirila. Es un buen pedazo de queso
ahumado con tortilla, es una taza de leche agria de donde los Narváez.




Nicaragua tiene sabor a jocote tronador, a pelusita de tamarindo, a
guayaba madura, a cajeta de leche de Diriomo, a raspado Loly que
cuando metemos el dedo para que el hielo nade mejor en el sirope
nos queda manchado y no podemos negar que comimos raspado.




Para el hambre que quema las tripas, no basta con una carne en baho, se
requiere una orden de carne asada, maduro frito con queso y un buen
vaso de chicha, quién sabe si un vigorón también.



Nicaragua es el peso de las flores que adorna la cabeza de la
monimboseña, el zensontle que cruza los montes, el guardabarranco
sobre la rama. Es el meneo sensual del la costeña y su palo de mayo
y la tristeza norteña del violín de talalate.

Tanto rogar por alcanzar el paraíso, y lo tenemos a la vuelta: las
isletas de Granada sin tráfico, ni vidrios ahumados, ni televisión.
En Corn Island, es fácil encontrar nuestra soñada isla desierta y
percibir los olores de este hueco del planeta!

Huele a pescado, a aceite de coco, a cuerpo al sol, a agua salada.
Nicaragua sabe a naranjada, a limonada, a pozol con leche. Es tiste
envuelto en hojas de chagüite, es maiz pujagua, es yoltamal y
revuelta.


Suena a 'me lo das con ipegüe' a 'aquí va el chancho con yuca'; a
viva el Boer', 'viva el Diriangén', sabe también a un cumbo de atol
caliente en una tarde de lluvia a cajeta de purísima en diciembre,
huele a madroño y a reseda. Nicaragua, como dijo Rubén, es pequeña
pero uno grande la sueña, grande para los que se quedaron, grande
para los que nos fuimos y grande para los que sólo están de paso.





Es el calor que te despierta sudando de la siesta y el aguacero que
te arruina el uniforme del 15 de septiembre. Nicaragua es vivir con
la danza de los lagos bajo tus pies y con el olor del fogón
llamándote cual canto de sirena.

Nicaragua es temblor, es lagos, es lagunas, es volcanes. 'Alabado
sea el santísimo sacramento del altar...', el tum tum de los
chicheros en la procesión, los negritos y las 'vacas' anunciando a
Santo Dominguito. Es San Jerónimo Doctor con su pito y su tambor en
Masaya, el San Sebastián en Diriamba. Es el promesante, el eterno
penitente donde caminando curamos las penas, damos las gracias y
pedimos lo que creemos que nos falta.



Nicaragua suena a cigarras anunciando lluvia, a pocoyos al amanecer
y a monos congos en la noche de la selva atlántica.

Nicaragua es un triángulo en donde se conjugan perfectamente el
Cocibolca y el Xolotlán. Que linda es Nicaragua bendita de mi
corazón. No hay una tierra en todo el continente tan hermosa y tan
valiente como es mi nación.

Nicaragua tiene el ardor de una raja de canela, el picorcito del
clavo de olor, y el tinte del achote. Huele a gallina de patio, al
almendro de´onde la Tere, a níspero y a marañón. En Navidad sabe a
chompipe relleno, en Semana Santa a curbasá y a cuznaca y en las
fiestas patronales a chancho con yuca, a indio viejo, a masa de
cazuela.



Nicaragua, Nicaragüita la flor más linda de mi querer. Salve
azucena divina, cantan los fieles marianos en las purísimas. Otros
preferimos el caballito chontaleño, la queja india, el solar de
Monimbó, algunos no tan viejos recordamos a los Pancasán de épocas
pasadas y a Panchito Cedeño.

A mí, la patria me sabe, me huele y me suena a sacuanjoche, es azul
y blanca, es huele de noche, es jazmín recién cortado y
parafraseando a uno de nuestros grandes compositores, Erwin Krüger:
'quiero tener el consuelo de quedar cuando me muera cerca del
fresco arroyuelo en cuyas aguas bebiera y así mi alma por los
montes cuando esté clareando el día convertida en un zensontle
cantará estás melodías'.

Así es Nicaragua, así es mi país, la tierra mía donde yo nací.


Autora del poema: Nora Cedeño de Hernández
Nicaragüente residente en Panamá por más de 25 años.

Agradecimiento y aclaración  ( febrero, 2006)

Hace algunas semanas mencioné que me gustaría saber quién había escrito Sabor a Nicaragua, precioso poema que ha adornado nuestros sitios cibernéticos, se ha duplicado docenas de veces en redes sociales y foros nicas, circulando otras tantas en cadenas de correos que llenan de nostralgia a los lectores que leen y releen estos ya famosos versos.
Hoy tuve una agradable sorpresa.  Recibí noticias de la señora Nora C. De Hernández, autora de dicho poema con esta hermosa explicación:  

"He dejado que mi sentiminto recorra anónimamente
y a veces bajo la pluma de otro
el mundo de los nicas afuera
porque no,
el sentimiento de nostalgia no es mi patrimonio
sino el de los que nacimos en este triangulito centroamericano
que se llama NICARAGUA."


Todas las imágenes utilizadas en este tema cuentan con permiso de su autor
William Ampié Silva creador del grupo en Facebook
Jinotepe lindo y querido.


viernes, enero 07, 2011

Recuerdos




Escribo sin prisa
cuando pienso en vos
contando palabras
tentando los versos
como si invocarte
me llenara de infinito
del silencio suave
que duerme en las letras
y de la risa fresca
que habita en tus besos.

Escribo con prisa
cuando pienso en vos
como presintiendo
que el tiempo se apaga
que fluyan las ganas
como hojas al viento
que brillen, que canten
y formen incendios
deseando en silencio
la noche que embriaga.

Escribo la vida
Cuando pienso en vos
violento aguacero
de aguas tranquilas
que guarda celoso
etapas vividas de
estrofas que esconden
en su fuero candente
la lava que arde
en tus mansas pupilas.

Martha Isabel Arana
 Orlando, Florida
Abril, 2010


jueves, enero 06, 2011

Diciembre de mis recuerdos


Tú que estás lejos
de tus amigos
de tu tierra y de tu hogar
y tienes pena,
pena en el alma
porqué no dejas de pensar.

Tú que esta noche
no puedes
dejar de recordar,
quiero que sepas
que aquí en mi mesa
para Ti tengo un lugar.


En aquellos diciembres de mi niñez, las primas recorríamos la casa entera de los tíos inventando juegos y descubriendo secretos empacados en papel de regalo. A medida que iban llegando, otros miembros de la familia colocaban sus obsequios al pie del árbol de Navidad para deleite de nosotras que llenas de curiosidad no queríamos perder ningún detalle. La tele con su imagen en blanco y negro, interrumpía de vez en cuando nuestros juegos para alegrar el ambiente con algún comercial de moda que cantábamos de memoria: En el nuevo año venidero, se lo deseamos placentero, saboreando la vida por entero... Los primos varones se entretenían afuera en la calle, aprovechando la fumadera de "los grandes" que entre tragos, boquitas y música se divertían observando a los muchachos. Candelas romanas, bombas y triquitracas  explotaban una tras otra dejando en el pavimento los rastros de pólvora, periódicos y uno que otro cachinflín que se había escapado y no había explotado a tiempo en su apretada envoltura roja.


Yo no olvido el Año Viejo
porque me ha dejado cosas muy buenas
me dejó una chiva, una burra negra
una yegua blanca y una buena suegra...


Finalmente, después de tantos cohetes, Pepsi-colas, juegos, abrazos de media noche, Misa de Gallo y ojos cansados, venía mi hora favorita: la cena familiar. Nos reuníamos las diferentes generaciones en una enorme mesa decorada para la ocasión, donde relucían y llamaban mi atención unas grandes manzanas coloradas y racimos frescos de uvas, frutas que no se acostumbraba ver en el país más que para esas fechas. Kilométrica para mi estatura, nuestra mesa parecía alargarse un poco más cada año a medida que los primos mayores se casaban y nuevos parientes pasaban a formar parte de nuestra familia. En el lugar de honor de la mesa se sentaba la abuelita con sus hijos a ambos lados. De mayores a menores, el otro extremo de la mesa era territorio reservado para nosotros, los chavalos y los "jóvenes de corazón" que entre bromas y sonrisas insistían que de ese puesto nadie los movía.

Comenzaban las presentaciones, los discursos, el brindis. No faltaba el primo bohemio que, levantando su copa y declamando sus versos, erizaba la piel y robaba la atención incluso de los más pequeños:


"Por esa brindo yo, dejad que llore,
y en lágrimas desflore
esta pena letal que me asesina;
dejad que brinde por mi madre ausente,
por la que llora y siente
que mi ausencia es un fuego que calcina.

Por la anciana infeliz que sufre y llora
y que del cielo implora
que vuelva yo muy pronto a estar con ella;
por mi Madre bohemios, que es dulzura
vestida en mi amargura
y en esta noche de mi vida, estrella..."


Al igual que los amigos del poeta, nuestra mesa también callaba no queriendo profanar el sentimiento nacido del dolor y la ternura.

Rompía el silencio, los aplausos, los gritos, la algarabía. Las manzanas y las uvas una por una desaparecían de los centros de mesa, como si disfrutaran saltando de mano en mano entre los chistes y las risas de los presentes: "Ella se llevó una", "yo vi que se la metió en la cartera", "vos ya te comiste dos, ¡no te las comás todas!". Venía enseguida la delicia de la noche, el pavo o chompipe, con el relleno preparado para la ocasión de manos y esfuerzo de las tías. Sabíamos que después de la comida vendría el riquísimo Pío V, cuyo "quinto" había sido substituido cariñosamente con el nombre de la tía, quien con tanto amor lo preparaba año tras año, inmortalizando de esa manera su receta en nuestras vidas.

Aún recuerdo a las tías, las manzanas, la alegría y una que otra nota de esta mi canción preferida...

Me perdonan que me vaya de esta fiesta,
pero hay algo que jamás podré olvidar,
una linda viejecita que me espera
en la noche de esta eterna Navidad...
Faltan 5 pa' las doce...


 Martha Isabel Arana
Orlando, Florida
12 de diciembre, 2006

Fotografía: Cristina Trejo

miércoles, enero 05, 2011

En el éxodo de mi nostalgia


Cuando me fuí,
doblé cuidadosamente el cielo y las estrellas;
no fuera yo a perderlos.
Recogí los maizales y el trigo para llevarlos conmigo,
Ahuequé en mis manos la tristeza y mansedumbre
de mi hermano indio, de mi hermano maestizo,
para no olvidarlos.

Pinté en mis ojos,
el eterno paisaje de mis lagos, volcanes,
madroños, sacuanjoches...
Me retraté en ellos y con ellos
y en las pupilas me llevé las fotos.

Corté el dolor de los malinches florecidos
y en la valija del alma
acomodé inmediatamente mi nostalgia...inmediata.

Carlota Molieri
En el éxodo de mi nostalgia
de su libro Ceremonial de luces


Fotografia: Roberto Zuniga

Y nicaragua canta en mi



Nada canta en nosotros sino lo que amamos
Nada acaba de ser en nosotros sino lo que
-del modo que sea- cantamos
Nada llega a hacérsenos canto, si antes
-del modo que sea- no nos ha amado
Todo lo cual quiere decir que, si Nicaragua
canta en mí cuando yo la canto,
es que ella me amó, como yo la amo.
Y Nicaragua canta en mí!
Esta y otras fotos de Nicaragua pueden ser vistas en USLatino

martes, enero 04, 2011

La boca del infierno




Cuento escrito por Rosario Lynch

    Francisco del Pino y Sarmiento, vernáculo de la vieja Madre Patria ya había atestiguado al Fraile Blas del Castillo, intentar el descenso al cráter del Volcán Santiago.

    Sin poseer la bendición de los reyes ni ser represente del feudo, había llegado a estas fértiles tierras movido por su intención de convertirse en bucanero de las fragatas que poblaban los mares del Atlántico. Pero al llegar al nuevo mundo, a como muchos que en 1539 se aventuraban a navegar hasta este lejano mundo, sorteando la piratería, decidían permanecer en tierra firme, atraídos por las riquezas aquí ocultas y sus mujeres bellas. Lo último en particular le había subyugado, habían sido las indígenas, esculpidas, -a como lo describía en sus cartas- en cobre y ámbar auténticos. De ojos oblicuos y mirar escurridizos, de rizos como las noches oscuras sin lunas de las praderas centrales, impregnadas por las cenizas sulfurosas del volcán. Damas auténticas- decía- con sonrisas ingenuas y sangre febril, como lo que se encubre en la boca colosal de este Volcán Santiago misterioso. Sagaces ellas como los humos que tintan los cielos azul intenso de los días dorados. Pero subrepticias y enigmáticas ante los ojos ajenos. Por eso sabía que mantener la unidad de un grupo selecto para exportar a la patria grande, que le ganase puntos a su favor al congraciarse con su majestad, la Reina, le costaría mucho sudor y penas.

    Francisco se movía cómodamente en los círculos del protectorado, sabía bien refugiarse en las sombras de los que llevaban en sus manos el poder, esos mismos que se dividían a manos llenas las riquezas que lograban al canjear piedras y metales preciosos con los indígenas, por espejos y otras bagatelas. No obstante, la agenda visionaria de Francisco iba más allá de los superfluos trueques, el alcance de su visión no se limitaba a la media hispana de conquistar territorios, de esos extensos que se estrechaban hasta los confines en ambas direcciones de norte a sur. Su interés, aparte de las enigmáticas mujeres de estas tierras que lo habían sabido captivar profundamente, era el oro. Con este último, construiría castillos en las cimas aledañas a ese volcán de riquezas inconmensurables y en los altiplanos españoles, su tierra de origen. Rellenaría sus castillos con su harén de beldades aborígenes llevadas de estas tierras. Pero antes debía de conquistar ese metal que le afloraba su avaricia al solo imaginarlo en toneladas, conquistando ese pozo inagotable a disposición de los osados, como él.

    De acuerdo a la creencia, el mismo averno harto de tanta abundancia, lo almacenaba allí para que los valientes aventureros lo adquiriesen al descender hasta sus fauces abiertas. Francisco sabía que la misión no era del todo fácil, ni delegable a los aborígenes, ignorantes del valor de la fortuna escondida en el cráter. Le correspondía a él solamente, bajar hasta las entrañas de la tierra para extraer ese oro líquido y atesorarlo en un lugar seguro antes de transportarlo a su tierra de origen. Para entonces ya sería el hombre más acaudalado del planeta, a lo que debía de añadir la suerte de contar con abundante mano de obra gratuita en este país nuevo, de feudatarios y cortesanos. Con ellos, empezaría de inmediato con ese proyecto que conllevaría una fase media de preparación, ejecutando las destrezas que él no poseía, como el entreteje de las fibras de la cabuya para las cuerdas, el trabajo con el cuero para hacer las correas que sostendrían el cesto que usaría como ascensor, fuerte como el usado por el Fraile Blas, elaborado con fibra de junco, palmeras y cañas flexibles y las cuerdas, gruesas como las usadas en los navíos para atarlos al puerto. Y mientras un centenar de esclavos empezaba con los preparativos para la construcción del primer palacio, en la cúspide de la loma del Coyotepe, a una distancia prudente y estratégica del volcán, otros daban inicio inmediato con las obras para el descenso al cráter. Su idea era construir un sistema de terrazas para bajar hasta media distancia, mientras a ese nivel se construiría un terraplén. Aquí, se sembrarían varios postes con argollas y arandelas para hacer correr por allí a las fuertes correas de donde se sujetarían las cuerdas para bajar el cesto del ascensor, despacio y controladamente. Desde aquí, él dirigiría la obra, dando las órdenes de bajar, subir o frenar, a sus traductores y estos a los vasallos responsables de sujetar la cuerda. Visto de esa manera parecía un procedimiento sencillo. No así en la realidad. La distancia desde donde se construiría la terraza, debía hacerse en base a cálculos, ante la inexistencia de información sobre la profundidad a la que debía de descender. En segundo lugar estaba el problema de lo escabroso del terreno, formado especialmente de rocas volcánicas. Eso tendría efecto en la tardanza de las excavaciones para asegurar los postes, pero aumentando el número de siervos y de latigazos, podría hacerlos trabajar con rapidez, evitando así, retrasos innecesarios.

    Día a día, de sol a sol, supervisó el trabajo de los hombres encadenados; el sol tostando sus torsos hasta volverlos brillosos, los viejos esclavos se volvieron más viejos, y los jóvenes perdieron su vigor, hasta que un día, todo estuvo listo para la prueba.

    Francisco del Pino y Sarmiento, estaba a los umbrales de lograr su objetivo máximo, sus ojos brillaron ante la sola idea de sumergir sus manos limpias en ese oro refulgente, cubrirse de él y lanzar los brazos al cielo en señal del poder que con ese obtendría. Volvió a repasar con sus vasallos cada detalle sobre su bajada y se acomodó en el cesto que lo llevaría a la eternización de sus realizaciones, a como nadie más en la historia. Lento y seguro empezó a descender, mientras los siervos, sudorosos, de ojos profundos, mostrando en sus espaldas las marcas de su labor forzada, sujetaban la cuerda con sus manos encallecidas.

    Unas rocas porosas se desmoronaron de las faldas. El descenso continuó, sin interrupciones, mientras el cesto se alejaba, volviéndose minúsculo a la vista, las arandelas siguieron rodando, los siervos sujetando la cuerda y la emoción de Francisco al acercarse al inmenso tesoro, aumentando.

    Francisco del Pino y Sarmiento se secó el sudor, la temperatura se volvía virulenta. De pronto la ebullición de los líquidos rojos, produjo un borbotón claro ahora a su vista haciéndole dar un vuelco a su corazón, volvió a secarse el sudor, decidido a no echar pie atrás. Vio hacia arriba y divisó el terraplén y a los siervos aun más minúsculos, sabía que habría bajado tres cuartos y que pronto se podría lavar sus manos en el oro líquido que esperaba por él. De pronto, otro borbotón del que se desprendieron al rojo vivo y más claro aun, una sucesión de llamaradas columpiándose a los gases sulfurosos que lo hicieron carraspear sofocándole la respiración. Fue hasta entonces que cayó en la cuenta del error, de la inminencia críticamente peligrosa a la que lo había llevado su avaricia desmedida. Levantó su mirada y vio solo la imagen borrosa de donde provenía la cuerda y la crítica distancia de su cesto con ese infierno, calcinándole las carnes y haciéndole transpirar hasta del último poro de su cuerpo. Entonces decidió dar la orden inmediata de subir. Tiró dos veces de la cuerda, pero el efecto, dada la distancia a que se encontraba parecía ser nulo. Volvió a tirar, sacudiendo la cuerda tensa con todo su vigor, haciendo balancear el cesto, no obstante, continuaba el descenso. Desesperado gritó a viva voz una y otra vez, escuchando su propio eco rebotar en las paredes de la sección final en forma de embudo del cráter, a donde había penetrado hacia su descenso final. Su rostro encendido, sus ojos escarlatas como el fondo que le esperaba a escasos metros, continuó gritando sin tregua, olvidando su audacia, su valentía y la avaricia que le había motivado a embarcarse en esa aventura, en busca del poder y la fortuna.

    Arriba, los siervos continuaron bajando los últimos metros de la cuerda que quedaban todavía, hasta que llegó a su fin. Entonces ataron el final firmemente al tronco del poste y esperaron el resto de la noche, en espera de la orden de subir.

    Al llegar el alba, sin todavía recibir ninguna señal, los siervos empezaron a murmurar, hasta que el más viejo de todos se puso de pie y les hizo señal al resto.

    - ¡Hemos vuelto a ser hombres libres! –Dijo, procediendo a romper las cadenas que les ataban con los picos.

Rosario Lynch, es también autora del libro Más allá del Horizonte: Cony Dupont. Cuento enviado por su autora a Nicaragua de mis Recuerdos el 28 de abril de 2010.

Foto tomada del grupo Conozcamos Nicaragua de Facebook.

domingo, enero 02, 2011

Extraños sucesos en la Casa del Coronel Arrechavala




    La Ciudad de León Santiago de los Caballeros, es cuna de una de las leyendas más populares que por décadas ha coqueteado con la fina línea entre la imaginación y la realidad de algunos leoneses quienes en las noches oscuras y calurosas, aseguran todavía escuchar los cascos del fantasmal caballo del Coronel Arrechavala.

    El español Joaquín Arrechavala había venido a Nicaragua como enviado del Rey de España, Carlos II de Borbón. En 1791 fue ascendido a Coronel, y cuando murió en 1823 se rumora que lo acompañó a la tumba la inquietud de andar penando en León, sin poder descansar en paz hasta que su riqueza hubiera sido distribuida de alguna manera.

    Son muchos nicas los que aseguran que efectivamente, sus abuelos, sus padres o incluso ellos mismos han sido testigos de las andanzas del coronel y los hechos misteriosos que ocurren en la que fuera su casa.


    Me contaba una señora leonesa lo que sus abuelos vivieron en carne propia: "Este cuento fue real, sucedió en el siglo pasado en la casa solariega de Arrechavala. Después de su muerte, la casa quedó abandonada y varios inquilinos la habían habitado. Muchos de ellos la desocupaban a los pocos días, ya que se decía que estaba embrujada. Me contaban mis abuelos, que ellos estaban muy jóvenes y a pesar de que se decía que en esa casa asustaban, ellos insistieron en alquilarla, puesto que no tenían miedo a tantos cuentos. Después de algún tiempo, por las noches se escuchaban ruidos muy fuertes de cascos o pisadas de caballo dentro del patio. Ellos dormían con un candil porque no había luz en ese tiempo en la ciudad. Una noche, con gran asombro, vieron que el candil se levantaba y caminaba en el aire como si alguien lo sostuviera en sus manos. Por supuesto salieron corriendo de esa casa."

"Yo también escuché los mismos ruidos de cascos de caballo entrando a su casa por las noches" asegura doña Paula, quien en la década de los cincuenta vivió con sus padres en una casa alquilada contigua a la propiedad del coronel. "Ya había luz eléctrica, pero solamente por ciertas horas. En el cuarto donde yo dormía con mis hermanitas, se sentía el piso del cuarto muy flojo, como si algo hueco había por dentro. Insistíamos con mi papá que descubriéramos el piso por si encontrábamos algo enterrado allí. Mi papá nunca quiso hacerlo, por temor a tantos cuentos que se decían de Arrechavala, que había sido tan poderoso y que tenía mucho dinero. Todos esos terrenos alrededor de su casa habían sido de él y las botijas abundaban en todas esas cuadras de León, específicamente de la zona del Colegio La Asunción, 3 cuadras al sur."

Doña Paula cuenta que fue una lástima que ellos estuvieran tan pequeños, si no hubieran convencido a sus padres en buscar tesoros escondidos en esa casa, ya que muchos de los vecinos encontraron años más tarde monedas grandes de oro en recipientes de barro. Esas personas, después de haber sido tan pobres, se volvieron grandes empresarios y terratenientes de la ciudad de León. 



LA LEYENDA DE ARRECHAVALA

Es una de las más populares, la cuentan en toda la familia y lo curioso es que algunos se sugestionan de su contenido  y dicen se siente en algunas noches, el sentir el cabalgar de Arrechavala, causando mucho temor en los niños. Su muerte dio lugar a la leyenda de Arrechavala en la ciudad de León (Nicaragua), que dice que se aparece sobre su caballo galopando por las viejas calles leonesas.

 No cabe la menor duda que en la ciudad de León de Nicaragua, el personaje más popular es el espíritu de este rico militar que después de muerto sigue cabalgando por sus calles asustando a sus habitantes montado en su caballo lujosamente vestido con charreteras, fajas y espuelas de oro. Solo se deja ver por las mujeres, por los hombres no se deja ver, aunque pueden sentir su látigo.
Se ha escrito, que la creencia popular es que su espíritu recorre las calles de León en busca de su fortuna, que debe estar enterrada en algún sitio de la ciudad. Pero el sentir popular es que la riqueza acumulada debe ser repartida, de alguna manera, entre la comunidad, por ello, cuando una persona rica muere, su alma no puede descansar, por lo que vaga errante entre los vivos hasta que su riqueza no se distribuya de alguna manera. El pueblo trata de esta forma de buscar la justicia de la repartición igualitaria después de la muerte cuando no se ha podido realizar en vida.

La primera versión escrita de la leyenda de Arrechavala data de 1956 y se encuentra en la obra de Andrés Vega Bolaños, embajador de Nicaragua en España, titulada Historia de Nicaragua. Según Salomón Somarriba, tataranieto de Joaquín Arrechavala, la leyenda fue inventada por los contrabandistas hondureños de tabaco para facilitar la introducción de sus mercancías en la ciudad durante la prohibición del tabaco. Otra de los supuestos en los que se basa la leyenda es que Joaquín Arrechavala solía pasear por las noches montado en su caballo en guardia en previsión de revueltas que fueron comunes en esa época de transición de la historia de Nicaragua. En esas guardias solía espantar a los ciudadanos que encontraba a su paso y estos, al oír el trotar del caballo, huían de su encuentro.
Leonline.net, nos la recuerda narrando:   Que la riqueza es siempre condenada por la comunidad y cuando una persona rica muere, se queda errante en la tierra entre los vivos, asustándolos. El rico no conoce jamás la paz eterna hasta que su riqueza no se distribuya de alguna manera. 

En la ciudad de León (Santiago de los Caballeros) Arrechavala es el personaje más popular, cuyo espíritu asusta por las noches en las calles de la ciudad.  Este personaje nace en Madrid, España, en el año de 1728. Sus padres fueron: José Antonio Arrechavala y Abrosia de Vílchez. Vino a Nicaragua enviado por el Rey de España Carlos II de Borbón. Fue ascendido a coronel el 14 de febrero de 1791. Grado que ostentó hasta 1821 cuando se proclamó la independencia de Centroamérica en Guatemala. Murió en el año de 1823 a los 95 años de edad.
Según consta en su testamento, pidió que fuera sepultado en la catedral o en la iglesia de La Recolección (que él había financiado como la de San Sebastián) pero se desconoce donde fue enterrado.
Llegó a tener una gran fortuna. Entre sus haciendas se encontraba la de Los Arcos y también parece que poseía el ingenio San Jacinto. Participó económicamente en la construcción de la Capilla de San Sebastián y en la reconstrucción de la Capilla de la Recolección y obsequió las imágenes de San Sebastián, de Jesús Atado a la Columna y de la Virgen de Dolores
Cuenta manfut.org/leyendas/arrechavala.html en la Ciudad de León, Santiago de los Caballeros. Arrechavala es el personaje más popular, cuyo espíritu asusta por las noches en las calles de la ciudad. Doña Mireyita, que vive en el Barrio Guadalupe, lo ha visto pasar delante de su casa y nos cuenta el testimonio:
"Era de noche superoscura, tan oscura que no miraba mi mano, y eso que estaba sentada en la acera delante de mi puerta a eso de las once de la noche.. (que hacia esta señora a las once de la noche ..esa es otra historia.. )  
En aquella época los americanos ocupaban el país. De pronto se oyó un ruido extraño. De repente oí el tropel de un caballo que venía de Laborío (el pueblo indígena), ... En mi casa anterior había nacido el grandioso músico compositor leones José de La Cruz Mena, dicen que murió de lepra ...y pasa que en donde hoy queda el Museo Rubén Darío, todavía allí se encuentran las señas de las barras de las ventanas torcidas...ante su rabia que quería salir de la cama en que se encontraba postrado..lea Museo de la Musica en este website para mas sobre Jose de la Cruz Mena)  
Entonces allí era donde yo vivía..el caso es que oí el tropel del caballo que cogió para el lado del Cuartel de la 21. El Jinete se paró y amarró el caballo. Yo decía para mi misma: 
>Quién será ese americano que va a pasar por aquí ? .. la sangre cristo !!!
Y Yo pidiéndole a Dios que no me fuera a decir nada por estar a deshoras de la noche en la puerta de mi casa. Yo me encomendé a dios y a todos los santos, Santo Dios mío...Santo fuerte.., Santo Inmortal.. líbrame de todo susto y de todo mal. Dios miio yo no sabía qué hacer. Así entonces cuando éste iba pasando cerca de mi casa, y en dirección mía. Dios mío yo no sabía qué hacer. El volvió atrás y yo le vi el perfil de su cara ...era un hombre simpático. El siguió caminando, después le oí sonar la espuela.

¿Qué cosa era eso? Dije yo. Siguió caminando hasta que llegó a la esquina de los Montenegro y entonces se bajó ahí y se paró en medio de la calle haciendo maniobras militares. Ya cogió él para lo que ahora es la casa de los Madrices y le dió tres golpes a la puerta. yo me dije ahí vive ese americano, pero le mire la capa era antes de color café cuando paso delante de mi casa se miraba azul turquí, después se paró en la propia esquina de los Madrices y volvió a hacer las mismas maniobras y cogió para el trasero del Colegio San Ramón y de la Asunción. ¿Pero cuándo iba ya a llegar a la esquina encontró a un hombre, que al pasar cerca de mí le pregunté? ¿Vistes a aquel americano que va allá? No he visto a nadie, lo que usted vio seguramente fue Arrechavala. Efectivamente, ese era Arrechavala que había dejado su caballo cerca de mi casa. De estos relatos existen muchos. Según se relata,  Arrechavala apoyó la construcción de la Capilla de San Sebastián y  dio un donativo para reconstruir la Recolección. También obsequió la imagen de San Sebastián de Jesús Atado a la Columna y la Virgen de Dolores. 

Tomado de Camova


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