lunes, diciembre 27, 2010

Al viejo también lo queman en San Juan del Sur


"Manuel Salvador López Pizzi, de 76 años, comentó que el 31 de diciembre muchos sanjuaneños acostumbran hacer un muñeco de trapo al que visten con ropa vieja, le colocan un puro en la boca y en ocasiones le ponen una botella de guaro. Acercándose la medianoche lo sacan por algunas calles, acompañan el recorrido con música de guitarra y en el justo momento que llega el año nuevo lo queman. Luego lo echan al mar, por el lado del muelle. Ese momento significa, para quienes lo practican, acabar con todo lo malo que el año viejo les entregó, de tal manera que esa mala suerte no regrese más en el año venidero. El muñeco es quemado con la intención de que el año nuevo pueda traer todo lo positivo que no trajo el viejo: bonanza, felicidad, dicha, amor, estabilidad económica y laboral, entre otros. "

29 de diciembre del 2002
O. Valenzuela

domingo, diciembre 26, 2010

La quema del Viejo (tradición de año nuevo)

    El 31 de diciembre es día de planear el primer bacanal del año, noche de estar con los amigos, y celebrar en grande. Al igual que en Navidad, se preparan cenas especiales y se quema pólvora y fuegos artificiales en las calles cuando el reloj finalmente señala la esperada media noche.

    Al igual que otros países centroamericanos, Perú, Venezuela, Ecuador, y México por mencionar algunos, los nicas también tenemos la tradición, con una que otra pequeña variante, de celebrar el Año Nuevo con la famosa "Quema del viejo".

    En algunas regiones del país la gente prepara muñecos que rellena con pólvora para luego sentarlos en las esquinas de los barrios o colgarlos de postes o árboles.

    Pensando en su natal Matagalpa, Diana recuerda momentos especiales de su niñez: "A mí me gustaba el 31 porque se quemaba el viejo que estaba en el poste o sentado. El 'viejo' se tiene desde el 24 de diciembre y lleva adentro bombas, cohetes, cachinflines, triquitracas y todo eso de pólvora. Entonces, como a las 12 de la noche se le deja al viejo como puro una bomba y cuando esta explota, todo el muñeco comienza a estallar y le ponen la canción 'allá va el viejo muriéndose de risa, allá va el viejo muriéndose de risa porque ha dejado hijos para el año nuevo.' Allá en el Norte, en todas las esquinas hay un viejo, entonces el montón de pólvora que mirás es increíble. La misma gente construye los viejos y le ponen lentes, botas de hule, y hasta una botella de Ron Plata. Cuando está listo para quemarse, se le quita todo, menos el puro. Mi abuelito o uno de mis tíos hacían 4 viejos porque como la casa de mi abuelo es toda la cuadra, ponían uno en cada esquina. Era superlindo, me trae muchos recuerdos a la cabeza."






viernes, diciembre 10, 2010

Mi triste madrugada del 24 de diciembre de 1972

Escrito por el Dr. Juan Espinoza Cuadra

México

A 28 de Enero de MMX

Ansiosamente le insistí a mi madre recordara nuestra cita para la noche. La película, según la publicidad, era terrorífica. El tema giraba en torno a un monstro de color verde, marino, humanoide y que salía de las aguas turbias de un cuerpo de agua pestilente para amedrentar a las personas. Para esto, mi madre se sentaba en su amplia silla abuelita, de madera, comprada por mi padre, posiblemente en Masaya. Y yo me acomodaba en su regazo, con una colcha de motivos infantiles, cuyos detalles se pierden hoy en la memoria. Esa noche prometía ser igual. Y en parte lo fue. Llegó la hora del evento y lo disfrutamos como siempre. Entre cada comercial ella o yo tomábamos camino hacia el baño, calculando el tiempo necesario para poder satisfacer las necesidades provocadas por el miedo, la sala premeditadamente oscura y la ingesta de un famoso refresco de cola. Me dormí probablemente mucho antes del término de la película y mi madre como siempre, se dispuso a llevarme a mi cama, abrigarme y besarme muchas veces, quizás anticipando los besos que me harían falta a partir de esa noche.

Sentí mis hombros agitados y estremecidos por unas manos ansiosas y acompañadas de gritos estridentes conminándome a despertar y salir de casa. Era el primer temblor, eran aproximadamente las 10:00 de la noche del viernes 22 de diciembre de 1972. Fue la primera amonestación antecediendo la catástrofe. Bertha Cuadra ya afuera, yo en sus brazos y ambos envueltos en sábanas y mi padre, Pedro Pablo Espinoza Monterrey, el poeta carpintero, ansiosamente disponiendo sillas para nuestra comodidad, es una imagen cíclica, abrumadoramente repetitiva y difícil de olvidar. El cielo pintaba un tono demencialmente escarlata y esa acentuación exagerada involucrando un mensaje de desolación no pudo ser interpretado. Por la preocupación de los vecinos tatuada en el silencio de la noche comenzó a transitar el ángel de la muerte. Alrededor de las 10:30 trepidó nuevamente y los gritos iluminaron las penumbras, los ojos adormilados de los expectantes se abrieron para recibir la nueva dosis de miedo, la inmaculada continuación de la cuota de incertidumbre era realidad. A partir de ese momento solo fue cuestión de que las circunstancias se acomodarán al tic-tac de lo irremediable. Una cantidad de personas difícil de aproximar dispusieron ingresar nuevamente a sus hogares, en cuenta mi madre, mi padre y yo.

Un mal hábito al dormir que según mis padres atentaba contra mi salud fue mi salvación. En mi niñez colocaba siempre una almohada en mi rostro. Luego pasaba la sábana por encima de ésta y estas eran mis condiciones idóneas para conciliar el sueño. Recuerdo antes de dormir ver como mi madre se acomodaba en la oscuridad en la cama cercana a la mía en lo que era mi cuarto. Y tras la cortina que fungía como puerta, distinguir a mi padre disponiéndose a acomodar su cuerpo sobre una lona sostenida por un andamiaje de maderos cruzados, que en Nicaragua se llama tijera, y que coloco en la entrada de la casa. Esa fue la última imagen.

Intenté desesperadamente moverme sin conseguirlo, quitar la almohada de mi rostro y no pude, mi respiración era difícil por algo que comprimía mi pecho, comencé a gritar: mamaaaaaá, papaaaaaá…. y lo único que logré fue escuchar mi voz de niño, palpitantemente desesperada y los gritos, al inicio enérgicos, fueron perdiendo arrojo y la oscuridad que encontré al abrir mis ojos con mucho esfuerzo siguió ahí inmutable y solidaria haciéndome compañía. El desmayo fue el siguiente paso. Y esa sensación de claustro, de reclusión y encierro aún me hace despertar sudoroso y angustiado. Mi vida de niño quedo atrapada entre dolorosas imágenes y terribles recuerdos, apresado entre aquellos kilos de tierra y escombros y la impresión y estremecimiento insustituibles que me ha dejado haberme muerto a los 6 años de edad.

La brisa ardiente de la madrugada entro por mis fosas nasales y al abrir mis ojos lo primero que vi fue el árbol de mango de la vecina y de fondo el cielo aún carmesí. Ya no éramos vecinos puesto que el límite que propiciaba el término estaba totalmente destruido y sobre el suelo. Me erguí sobre mi cintura y vi la parte posterior de la casa de mi madre totalmente destruida. Lo único en pie era la parte frontal. Seguidamente logré apreciar la silueta de mi padre que con sus desesperadas y sangrantes manos buscaba entre los escombros a mi madre. Se acercó amoroso y angustiado hasta donde yo aún trataba de recobrar el entendimiento para preguntarme: -Hijo, dónde está tu madre?-. Atiné a responderle que en la cama cercana a la mía. Se dirigió trastabillante con sus pies heridos hacia el sitio y con sus manos laceradas y carentes de rapidez, inicio nuevamente la atormentada búsqueda, tirando bloques rotos, pedazos de madera, trozos de aluminio, fragmentos de vidrio para a los pocos minutos culminar encontrándola. La desenterró totalmente y posteriormente la cargo en sus adoloridos y sanguinolientos brazos hasta conducirla a la calle. No recuerdo quién saco la silla abuelita en la que hacia menos de 3 horas, mi madre y yo mirábamos la película cuyo contenido de terror era una triste mueca comparada con la realidad que se vivía. Y en esa silla fue depositada Bertha Cuadra. Mi padre ahogo al cielo púrpura con sus gritos, su clamor alentando el despertar de su esposa fue solo un insistente y necio reclamo contra la voluntad de Dios. Su titánica tarea culmino con rescatar con vida a su pequeño hijo. Una señora curtida por los años, tostada por el dolor y la soledad y además amiga de muchos años de mi madre se acercó llorosamente tranquila hacia ella y coloco sobre su nariz un pequeño pedazo de vidrio. No hubo condensación.

La madrugada se hizo aún más extensa, podría escribir que como una línea trazada en mis ojos por una silente confesión de pérdida. Y ahí el cuerpo de mi madre, sobre una sábana perteneciente a su hermana, en el estacionamiento techado de la casa en Altamira D` Este, los portones abiertos, la luz ebria y amarilla de los cirios soportados en cuatro candelabros. Y en el entorno se recuperaba la oscuridad de su embriaguez antojadiza, predominante, espontánea. Y las sombras que se dibujaron en las paredes al vaivén de las velas, hicieron palpitar aún más mi corazón porque hasta entonces, desde después, me percaté que las penumbras radicarían por siempre en los días grises por venir. Aún no me acerco al cuerpo de mi madre porque para mí ella sigue aguardándome en su silla adimensional en cuyas extensiones escaladas y medidas solamente en mis sueños, puedo encontrar un remanso, un meandro de sosiego, una insinuación de placidez.

Se han sucedido las madrugadas rosas con un aroma húmedo que semeja al olvido. Pero la indiferencia y el abandono no son de las especies más exóticas de plantar y con las que deleitarse en ese jardín perdido. La asfixiante impresión que te da el polvo atascado en los labios, en la nariz, en los ojos, no los puedo olvidar e intento dejar cada porción de ese sentimiento de encarcelamiento, de ese estremecimiento de sepultura tras cada paso que me aleja del recinto térreo donde ahora habitan los amados restos.

La pléyade de cruces, el marasmo de tumbas, las cataratas de llanto, el dolor que sucumbe ante la realidad, el aroma de los claveles, el perfume de los lirios, la tierra ocre, los zapatos negros elegantemente enfundados del polvo del cementerio y los pasos que te conducen sollozante, perdido hacia la inexistente salida, son imágenes que se suceden en una tira de historias de abatimiento, pasajeras del tren en horario de la tarde. Porque hay tardes de tristeza, crepúsculos sollozantes que enjuagan lágrimas bajo los inmóviles arboles, de cantos de difuntos en un silencio interminable que repta bajo el calcinante Sol, de rosarios innumerables e interminables en aposentos macilentos arrinconados en lo más recóndito del alma. A pesar que las sombras se resisten a pintar paisajes de vida sobre el rostro de las avenidas crucificadas de muerte. Trasladamos el cuerpo de mi madre hacia el cementerio entre el rostro desfigurado de la ciudad destruida, los pies absortos en las heridas, los labios ensimismados en el asombro, la piel marchita por la impotencia y las interrogantes repetitivas, agónicas y anhelantes de evasión.

Mi mirada quedo suspendida en un punto rojizo y distante en el cielo. Aún continúa ahí. Mi angustia por no comprender los alcances del significado de la muerte de mi madre aún prevalece en todos los estadios de mi razonamiento, a pesar de que ya mi pelo pinta canas. La zozobra de no poder encontrarla cuando la busco eriza mi cuerpo y no me siento satisfecho con mirar una foto de su rostro que tengo colgada en una pared en la sala de mi casa en México. Me rehuso resignarme a haberla perdido, a admitir dimitir su significado y conexos. A partir de la madrugada del 23 de diciembre la busco sin cesar para no perderla definitivamente con la esperanza de encontrarla.

Por las destruidas calles de la Managua atemporal y clavada en la dimensión de lo irreal y confuso camina aún un niño que a ratos se inventa las mil razones para no desistir.


Blog de poemas de Juan Espinoza Cuadra:
http://poemasdejuanespinozacuadra.blogspot.com/
Blog de opinión de Juan Espinoza Cuadra:
http://enopiniondejuanespinozacuadra.blogspot.com/

(Recuerdos del Dr. Juan Espinoza Cuadra recopilados por Martha Isabel Arana el 29 de enero de 2010)

martes, diciembre 07, 2010

La Purísima en California

La Virgen Santísima uniéndonos a todos los nicaragüenses, en cualquier parte del mundo, vivamos donde vivamos.




Purísima de doña Elia Jiménez de Los Angeles, California

sábado, diciembre 04, 2010

María de Nicaragua, Nicaragua de María

“¡Viva la Inmaculada Concepción de María!”



Toda Hermosa eres María


Toda hermosa eres María
desde tu instante primero,
pues la mancha original
no tuvo en tu ser derecho.

Tu eres de Jerusalén
la gloria y sumo contento;
Tu eres de Israél la alegría
y honra del cristiano pueblo.

Tu eres de los pecadores,
la abogada a cuyo esfuerzo
¡oh María, deben todos
tan favorable decreto!

¡Oh prudentísima Virgen,
de la castidad espejo!
¡Oh clementísima Madre,
abriga a todo tu gremio!

Ruega por nosotros pía,
tu intercesión sea presto,
porque nos confiera gracias
Jesucristo, Señor nuestro.

Por tu inmaculado Ser,
Virgen y Madre del Verbo,
del enemigo maligno déjanos,
Señora, exentos.

Nicaragua que es tu pueblo,
te canta con alegría,
¡Viva en los cielos y tierra
la Concepción de María!

Cantos a la Purísima
Sones y Villancicos navideños
(Radio Corporación)

Más cantos a la Virgen
(Nicaragua Actual)

Novena 
(Diriamba.info)

Novena 
(Cuapa.com)

Radio Maria 

Facebook 



Nuestra Tradición

El 7 y 8 de diciembre en las ciudades de Nicaragua se hacen altares en las casas, en donde se coloca la imagen de la Virgen de Concepción. Todas las personas que quieren pueden entrar en dicha casa pero deben gritar:

¿Quién Causa Tanta Alegría?
y el dueño de la casa contesta:

¡La Concepción de María!

El dueño del altar reparte a la gente chicha de maíz o coyolito, nacatamales, cajeta de leche, de coco, dulces, juguetes, gofios, estampitas de la Virgen, collares y sombreros de palma, caña de azúcar, limones dulces o cualquier otro tipo de frutas que no se desbarate porque las personas generalmente llevan consigo un saco de bramante para echar todo lo que reciben en las casas.


viernes, diciembre 03, 2010

Origen de La Purísima en León



 El historiador Edgardo Buitrago, en su importante monografía "Las Purísimas", en la página 106 nos dice:

"Muy a principios del siglo XVIII, los Frailes Franciscanos que ocupaban el antiguo Convento en honor de San francisco, donde hoy está el Instituto Nacional de Occidente-, celebraban en diciembre, novenarios en honor a la Inmaculada Concepción y era tanta la gente que llevaba que no cabía en el templo ni en el atrio, y viendo el entusiasmo y  devoción del pueblo, instaron a la gente para que rezaran los novenarios en sus casas a fin de que nadie se quedara sin rezar, y repartieron entre el público novenas y estatuitas de la Virgen, de china y de barro diciéndoles que adornaran los altares con flores humildes de sardinillo y jacalate.  Las familias, siguiendo las indicaciones de los Padres, rezaban en sus casas y convidaban a los vecinos".

"La señorita Teresita Ramirez Parajón, última descendiente de una estimable familia, que ha guardado sus tradiciones y su devoción a la Virgen, festejándola durante más de ciento cincuenta años ininterrumpidamente, - sigue refiriendo la versión recogida por Bertha Buitrago-, dice que su tatarabuela, doña Magdalena Valdivieso, madre de un fraile llamado Buenaventura Valdivieso, perteneciente a la Comunidad de San Francisco refería: Que en la Iglesia de San Francisco se celebran las novenas de la Purísima desde mucho antes de la Independencia y que su hijo, Buenaventura, le había obsequiado una novena que todavía existe.  Y añade la niña Teresita: Que siendo pequeñita conoció, en poder de su anciana lavandera y de otras personas, imágenes de la Virgen de las obsequiadas por los franciscanos.  Unas eran de china y otras de barro cocido que, aunque algo toscas, eran fiel imitación de la Inmaculada".


"Y la honorable dama, Doña Claudina Cortés viuda de Aguilar, continúa la versión diciendo que su madre doña Manuela Buitrago de Cortés, les contaba que los frailes franciscanos celebraban la novena a la Purísima en San Francisco, y siendo tan enorme la concurrencia que no alcanzaba en el templo, decían a las gentes que rezaran en sus casas, y que repartieran tabletas de pinol con dulce; de ahí la costumbre de repartir golosinas después de los rezos."

Edgardo Buitrago, sobre Rubén Darío, nos dice: "Nuestro gran poeta, Rubén Darío, tiene, a su vez, un recuerdo de infancia de las Purísimas.  Dice así en su autobiografía al referirse a las dos hijas de la viuda del general don Álvaro Contreras: A ambas había conocido en los días de mi infancia en casa de mi tía Rita.  Eran de aquellas con quien bailábamos y con quienes cantábamos canciones en las novenas de la Virgen en las noches de diciembre.  Lo que demuestra, palpablemente, que ya en la infancia de Rubén Darío, o sea, en toda la década de 1870 a 1880, las Purísimas eran ya una vieja y popular costumbre de León."

Tomado de Novena - Breve reseña histórica, antología y cantos - Pbro. Sergio Soler Lorío. Noviembre 2004.

La Purísima y su Origen (Versión tomada del sitio Hermanamiento León-Zaragoza)

Foto cortesía de José Rafael Burgos de Moralimpia.net

miércoles, diciembre 01, 2010

La Virgen Niña de Teresita Ramirez

Por Luis José Castro Jerez

Esta imagen de la Virgen Niña perteneció a la señorita Teresita Ramirez Parajón, natural de León de Nicaragua y fallecida a edad casi centenaria en la década del 60, quien la heredó por tradición familiar de su tatarabuela, Doña María Magdalena de Vílchez Cabrera y Castellón, hermana del Obispo de Nicaragua y Costa Rica, Don Juan Carlos de Vílchez y Cabrera (1763-1772).



Estas familias, de origen español, acostumbraban obsequiar la imagen de la Virgen Niña a la primera niña que fuese naciendo en la familia, quien, a su vez, debía legarla de igual modo de generación en generación. Teresita, al no tener descendencia, la obsequió a una sobrina, biznieta de su primo hermano Don Blas Pérez Ramírez.

Teresita Ramirez Parajón sirvió como fuente al Dr. Edgardo Buitrago Buitrago cuando este la entrevistó en la preparación de su artículo Historia de la Purísima en León.

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Blog de Martha Isabel Arana - ¡Bienvenidos!

          Cuando un nicaragüense emigra, además de su maleta, sus temores e ilusiones, lleva consigo todos sus recuerdos más queridos. C...