jueves, septiembre 20, 2007

¡Se me apareció el Cadejo!

Yo conocí al Cadejo. Dicen que existen el negro y el blanco. Con el que yo me topé fue con el blanco; más bien diria yo: “bayo”. Porque como estábamos en invierno, el pelo de los animales blancos se manchan; “algo así como: “si se hubieran revolcado en una palangana repleta de jugo de mamón”.

Vivía entonces en la comarca de “Pochocuape”, y casi todos los sábados, por las tardes, bajaba a “El Kilocho” a visitar a mis amigos; y con ellos; montados todos en briosos caballos, nos echábamos a las carreras; allá por el Siete Sur; donde el gobierno de Somoza Debayle había construido un desagüe; cuya correntada de agua, “cuando llovía”, caía en la profunda laguna de Nejapa.

Esa tarde, por primera vez en mi vida; había tomado a escondidas, el revolver 38 de mi padre; no sé por qué, pero tuve un raro presentimiento; lo tomé y lo puse en su lugar varias veces, y por fin, “decidí llevarlo a pasear conmigo”.

Ensillé pués una yegua mora que mi padre me había regalado, y me enrumbé en sentido contrario; por uno de esos enjambres de caminos que van a dar a La Bolsa.
Ya casi pasaba el mes de Julio; y las flores de los maizales, vistos de lejos; parecían miles de gallinas con las patitas para arriba y en filas bien ordenadas. 

Por el verde obscuro de las largas hojas lustradas, podía uno darse cuenta, “si es buen observador”, que el limo o tierra vegetal en esa zona es de excelente calidad.
Me detuve a platicar un ratito con don Lolo; un campesino conocido nuestro; en el preciso momento en que despernancaba de la mata, una preciosa mazorca de maiz, “bien pipona”, y la aventaba en un canasto casi repleto también, de “chilotes y pipianes tiernos”.
“Siempre me ha gustado ver las flores color naranja, debajo de las hojas grandes y ásperas de las matas de pipián”. 

Me invitó pues don Lolo, al día siguiente. A que fuera a comerme unas güirilas de “may” tierno, y unos elotes cocidos a su casa. Le dije que si, nos despedimos con un: “ay nos vemos pués”, y seguí mi camino; “pues mis amigos me estaban esperando”.
Los cercos, en ambos lados del camino, eran palitos prendedizos, cargados de blancos racimos de Tigüilote. Desde cuyas ramas cantaban alegres las codornices machos, llamando a las hembras con sus plumas esponjadas, y sus penachos erizos y vanidosos. 

¡Qu-qu-quá!,¡Qu-qu-quá!, Cantaban ellos; mientras el sol de las cuatro de la tarde brillaba suavemente, tan especial, tan nicaragüense, que me daba la impresión de que sólo en ese pueblo mío; donde yo nací, brilla de esa forma... . ¡Tan increíblemente bello!
Corría el año 1961, tenía apenas 16 años, y algunas veces me preguntaba:
¿Cómo sería la vida en la capital? 

Me imaginaba a todos mis compañeros de colegio jugando en las apretaditas y acogedoras calles de Managua, en medio de aquel bullicio de las tiendas sobre la avenida Roosevelt, y la calle 15 de Septiembre.  Y los mercados Central y San Miguel empaquetados de gente. Y carretoneros vociferando contra “Pedro; Pablo, y chico de los palotes”. Y buses; camiones; camionetas; carros, y taxis; pitándose los unos a los otros alocadamente, desaforadamente.  Y en las calles menos traficadas de los barrios de Managua, los cipotes como yo; jugando jandbol, con bolas de tenis deslullidas, o recogiendo tortuguitas en las pequeñas pocitas, a orillas del lago Xolotlán; para coleccionarlas en los pequeños patiecitos que la mayoría de las casas tenían adentro de ellas. ¡Oh vieja Managua mía!.. . ¿Porqué te perdí? Y yo, “íngrimo”, en aquel camino solitario; buscando los amigos de mi antiguo barrio El Kilocho.

Pero la pura verdad, es que no me arrepiento de haber vivido en el monte; porque, mientras mis compañeros de clases compraban naranjas, piñas de mamones, jocotes, mangos, guabas, y guayabas, donde el “Chele y la Payita”; quienes tenían una humilde venta de frutas que quedaba casi enfrente de la entrada colonial del viejo edificio del “Colegio Bautista de Managua”.

Yo cortaba los mangos pintaditos de sol, y los mamones y jocotes fresquecitos y dulces; y los compartía en vivo y a todo color con los chocoyos y las loras, y con los chocorrones verdes, “iridiscentes”. A los cuales sacaba de los mangos podridos que caían debajo de los palos. Y con los dedos de mis manos les amarraba un hilito en una de sus patitas, y los hacía volar y girar 360 grados encima de mi cabeza. ¡Oh Nicaragua mía!.. . ¿Porqué te perdí?

Por fin llegué al kilocho; mis amigos se montaron es sus caballos ya ensillados; y nos enrumbamos hacia el Siete Sur. Y después de unas cuantas carreras; de agotar los caballos al máximo, y de alegar quién o cual de nosotros había ganado; regresamos al Kilocho; cuando el sol está declinando detrás del cerro Motastepe; y se reflejan las majestuosas sombras de los árboles; en las profundas y oscuras esmeraldas aguas de las bellas lagunas de Asososca y de Xiloa.

Y las hojas de los árboles, a la orilla de los caminos; las flores de las plantas; nuestros caballos, y nosotros mismos nos vamos vistiendo de un mismo color... . “El color triste y desolado de la noche”. Y los mismos árboles también empiezan a tomar formas fantasmagóricas y lúgubres, y el viento refresca y se vuelve menos tibio, algo así como: “una caricia invisible y seductora”.

Terminamos pues todos, afuera de la casa de uno de mis amigos, apersogamos los caballos, tomamos agua, y a esa hora se juntaron con nosotros algunas de las chavalas del barrio.
Empezamos a platicar de cosas triviales; de la película tal o cual, de lo que hicimos en la escuela, de los proyectos y sueños de cada uno; y luego por sugerencia de las muchachas, terminamos jugando a las prendas, y a reírnos; y a hacer toda clase de tonterías y payasadas; forma ingenua de llamar la atención de las bellas cipotas.
“Cosas de los cipotes de nuestra edad”. A las nueve de la noche, media hora antes de partir por aquel solitario camino de regreso a mi casa… . ¡Se apareció! 


Se paró debajo del poste de luz de la casa de mis amigos, y me quedó viendo fija y detenidamente por un largo rato. Me llamó curiosamente la atención aquel perro; sobre todo por la forma tan familiar de mirarme, algo así como: “si me hubiera conocido toda la vida”.  No era un perro indio; como las marimbas con patas de los campesinos de nuestra tierra; éste tenía la cola idéntica a la “flor de la caña”. Parecida a las flores de aquellos cañaverales que “tenían” los Somoza; antes de llegar a los bellos balnearios de Masachapa, Pochomil y Montelimar; en donde el dictador tenía su casa solariega, y disfrutaba con su familia... . ¡Esas puestas de sol tan nicaragüenses, y tan nuestras!

El perro nunca bajaba la cola, siempre la tenía vertical hacia el cielo. Su cola me hacia recordar a las “ramitas” artificiales de los arbolitos de navidad. Que son hechas con dos alambres enrollados entre sí, y entre medio de los alambres, el fino plástico verde, “brillante y llamativo”.  Así era la cola de aquel extraño perro, que parecía que tenía un alambre insertado en sus “maléficas e infernales carnes”.  El perro levantó la vista, me miró por última vez, y luego se fue por el mismo camino, “que yo a fuerzas tenía que tomar de regreso”.   Como a los veinte minutos aproximadamente, me despedí de todos mis amigos, con un: “bueno, por ay vuelvo el próximo sábado”. Espuelé la yegua, y la enfilé rumbo al camino, en medio de una “oscurana arrecha”.
 
En la primera vuelta del camino, debajo de un árbol viejo de Genízaro, donde solía ir a garrobear con mi tiradora, cuando era chigüin; pues en sus viejas ramas huecas se anidaban aquellos pequeños reptiles prehistóricos, que nosotros los nicaragüenses llamamos “iguanas y garrobos”.  ¡Allí me estaba esperando!.. . En un pequeño basurero que quedaba a mano derecha del camino. 

Sentí alivio porque pensé que era un perro vagabundo; de esos que salen a las calles por las noches, a esculcar en los basureros del vecindario; y ya por la mañana, todos nuestros amigos y vecinos encuentran la basura “desparramada por el suelo”. Ya no le puse más atención al perro; porque se aproximaba la cuesta más empinada que tenía aquel camino, y había que bajarla con “mucho cuidado”.  Esta pendiente estaba inserta en dos grandes paredones; en donde unas “abejas negras” llamadas “congo”, hacen sus nidos de un material parecido al de los comejenes. Siempre tuve curiosidad por probar sus mieles; pero nunca pude; porque cuando uno molesta sus colmenas; se arrechan de tal forma, que se te pegan en la piel, o se te enredan en el pelo como mozotes; y “uno” al querérselas quitar las mata, soltando estas abejitas de sus cuerpos, un olor grato; que se impregna en tus dedos y en tus cabellos. Y el sentido del olfato lo relaciona inmediatamente con “ese delicioso aroma a miel de abejas, o con ese perfume silvestre de la miel del panal real”.
Cuando llegué al fondo de la bajada, un “miedo súbito” se apoderó de mí; me giré hacia atrás y pude ver el bulto de aquel perro raro. Saqué entonces el revolver de mi padre como para darme valor, pero luego pensé que todo estaba bien, me encomendé a “Dios”, guardé el revolver en la cintura, y seguí mi camino “rumbo a casa”.

En un recodo del camino pude ver la solitaria bujía de don Joaquín Jirón. De lejos, la bujillita parecía más bien una estrellita que bajó del cielo, y decidió al final “no caer”, y se quedó flotando “cerca del suelo”. A la casa de don Joaquín, solía ir “de niño”, a comer nancites y jocotes cocidos; que su buena esposa “qepd”, solía regalarme. “En unos cartuchos gigantes, hechos con hojas de chagüite”. ¡De repente!.. . De uno de los paredones del camino, cayó enfrente de mi un animal de “pezuña”; que por el ruido que hizo en la tierra apelmazada, note que era un animal de “gran tamaño”.
Mi yegua se paró automáticamente, y corcoveó todo su cuerpo hacia atrás... . ¡Con terror!.. . A ratos me daba la impresión de que iba a caer sentada sobre su cola.
Entonces el perro se pasó adelante de la yegua, y se abalanzó sobre aquella “cosa invisible” y se convirtió en “una fiera”; podía darme cuenta de la cólera de aquel perro, que sin conocerme, y haberme visto jamás, me defendía a “capa y espada”; podía también escuchar aquel ¡Grrrrrrrrr! Interminable y protector.
Saqué de nuevo el revolver para darme otra vez valor; pero de nuevo volví a pensar, “que no me servía de nada”. ¡Súbitamente!.. . La yegua volvió a caminar como si “nada hubiera ocurrido”; y el perro volvió campantemente a situarse detrás de nosotros. 

¡Aquí fue donde me entró un miedo espantoso!.. . ¿Qué se había hecho aquella criatura del averno?.. . ¿Que ni siquiera se había movido del lugar en donde había caído plantada?
Piqué pues los ijares de la yegua con las espuelas, y salimos bestia y yo, desbocados por aquel camino yermo y obscuro.  ¡Sobre todo!.. . Porque en aquella parte del camino estaban enterradas debajo de una gran Ceiba... . ¡Tres escalofriantes cruces!
Se podrían llenar “libros” con las historias de estos caminos “abandonados” a la mano de “Dios”. Resulta que en esa comarca de Pochocuape había un joven bien parecido. “Parecía”, por su apariencia gallarda y altiva, que por sus venas corría sangre. “Mezcla de Cacique, y salvaje Conquistador”.  “Una noche”, un primo suyo lo invitó a una fiesta de casamiento.  Seguramente “Cupido” tuvo algo que ver en éste enredo; porque cuando las miradas del “buen mozo” y de la “recién casada” se encontraron, en ese mismo instante quedaron flechados el uno del otro; fue algo así como: ¡Amor a primera vista!
Se montó pues el galán en su garañón alazán; sacó su revolver, y disparó varios tiros al aire. Y mientras los invitados corrían desordenadamente, gritando como locos y sin saber a ciencia cierta, que: ¿Qué jodido estaba ocurriendo?.. . El buen mozo metió su potro en el patio pringado de agua y papelillo; tomó entre sus fuertes brazos a aquella blanca y bella muchacha de ojos zarcos. Y con todo y traje de novia la montó en la albarda; picó las espuelas en los ijares de su brioso corcel y partió a todo galope; rompiendo en la huida, “las invisibles paredes de la noche”.  Sólo los cascos del garañón retumbaron como “cañones de barcos piratas”, en los oídos del amante esposo; éste y sus dos hermanos juraron darle muerte, para vengar la vergonzosa y humillante “afrenta recibida”.
¡Y allí!.. . Allí donde yo pasaba a todo galope, “completamente aterrorizado”; rompiendo también con mi yegua, “las invisibles paredes de la noche”; allí atacaron al buen mozo “una noche”; con descomunales machetes y cutachas... . “Allí también él”, desenfundó su revolver y sin titubear un instante “se los echó al pico”. Las piadosas familias de los finados, “para recordar sus nombres”; plantaron aquellas tristes y tenebrosas cruces a la orilla del camino.

Con el miedo a “tuto”, no supe ni a que horas pasé debajo de aquella tétrica Ceiba. Y cuando por fin detuve la yegua, en un gancho de camino que quedaba enfrente de un panteón abandonado. ¡Allí!, “Allí también a mi se me pararon todos los pelos de punta”.
Pensé que había dejado al perro lejos de mí y “allí estaba”; detrás de las patas traseras de mi yegua.  Arrendé entonces la yegua, por un atajo tenebroso, que me llevaba en línea recta hacia mi casa. Le solté las riendas a la potranca sin medir las consecuencias y salimos otra vez desenfrenados; hasta que llegamos a la puerta de alambre del pequeño corral de mi casa. Las narices de mi yegua resoplaban angustiosamente, llenando los pulmones al máximo de oxígeno; mascando el freno inmisericordemente, y dejando caer babazales por el belfo.  Abrí aquella puerta sin bajarme de la bestia y: ¡Allí estaba parado!.. . Observándome con las orejas atentas, y parado en puntillas, “como una bailarina de ballet”. 

Cuándo por fin me vio completamente seguro dentro del corralito de mi casa, dio la media vuelta y se fue... . ¡Y nunca más volví a verlo! Desensillé entonces la yegua, que relincho alegre y luego, apurada se metió al trote en los pastizales del potrero.
“Yo”, corrí hacia la casa completamente achumicado; me metí ligero en mi cuarto; tranqué la puerta; prendí la lamparita; me desvestí; me metí en la cama; me cobijé con la sábana. Y el resto de la noche soñé con “sapos y culebras”.
 
Al día siguiente, lacé la yegua, la ensillé; me monté en ella; y “lo” fui a buscar por los caseríos de los caminos. Me había encariñado de aquel perro que me había salvado; “de quién sabe que siniestra criatura”.  Decidí ese domingo adoptarlo como mascota de la casa. Pregunté por el perro hasta el cansancio... . ¡Nadie me dio cuenta de él!
Cansado ya de buscar y preguntar, me fui entonces a la casa de don Lolo; a comerme las güirilas, y los deliciosos elotes cocidos “que me había prometido”. Y metidos ambos, en la plática “acampesinada”, recordé el incidente y se lo “platiqué”: ¡Don Loló!, “fíjese que anoche me acompañó un perro bayo que yo nunca había visto, y fíjese que”…
¡Ni sigas hijo!.. . Me interrumpió don Lolo.
A vos, anoche te acompañó… . ¡EL CADEJO!

Escrito por Benoit en el foro Nicaragua.com
22 de julio de 2001

domingo, septiembre 02, 2007

No dejés de estudiar David

Ahora veo que tienen zapatos, le digo a David que luce orgulloso un par de chinelas de hule de diferente color, una azul y una transparente. El año pasado que visité San Jacinto, el niño que me asistió como guía turístico en los hervideros del Volcán Telica andaba descalzo.

¡Me las regaló una gringa! Me dice David bajando la cabeza y retorciendo con su dedito un cordón negro que lleva atado al cuello un par de anteojitos de lentes gruesos.

¡No seas mentiroso! le reta Karina, la otra chavalita que se ha ofrecido entre tantos otros niños para contarme las mismas historias que narran de memoria, con amplio vocabulario y hasta en inglés a todos los turistas. Me mira a los ojos y continúa con una asombrosa retahíla... usted cree que una gringa le va a regalar esas chinelas tan feas? ¡No fregués, tu papa te las compró en el mercado! Lo que pasa es que este chavalo ahora solo tiene en la boca a los gringos porque como una gringa le regaló esos anteojos que anda, solo gringos tiene en la boca y es que la gringa hasta le dijo que se lo va a llevar con ella. Pero es un bruto que no quiere estudiar que porque ya se va...

No es cierto, dice tímidamente David. No quería ir a la escuela porque no miraba nada. Ahora si ya miro porque la gringa me regaló los anteojos. Mire, mire que sé los números, me dice dibujando sobre la tierra hirviente un 5 y jurando que es 4.

¡Te digo que tenés que ir a la escuela!, insiste Karina quien me cuenta que ella ya estaría en sexto, pero perdió un año porque le dio dengue hemorrágico...

Hacele caso a la Karina, David. Hacele caso, seguí estudiando, aunque te lleve la gringa...

viernes, julio 13, 2007

Quién causa tanta alegría?

Nicaragua es un país rico en costumbres y tradiciones. De todas ellas, una que sobresale y con gran devoción celebramos la mayoría de pinoleros es la Gritería o Purísima. A través de esta fiesta que se celebra el 8 de diciembre rendimos homenaje a la concepción inmaculada de la Virgen Santísima.

De acuerdo al origen de esta fiesta, el historiador Edgardo Buitrago Buitrago escribe, "Muy a principios del siglo XVIII, los Frailes Franciscanos que ocupaban el antiguo convento en honor de San Francisco -donde hoy es el Instituto Nacional de Occidente- celebraban en diciembre novenarios en honor a la Inmaculada Concepción, y era tanta la gente que llegaba que no cabía en el templo ni en el atrio y viendo el entusiasmo y devoción del pueblo, instaron a la gente para que rezaran en sus casas a fin de que nadie se quedara sin rezar...."

Comenta la señorita Teresita Ramírez Parajón que "su tatarabuela, doña Magdalena Valdivieso... refería: que en la Iglesia de San Francisco se celebraban las novenas de la Purísima desde mucho antes de la Independencia... y que siendo pequeñita conoció en poder de una anciana lavandera y de otras personas, imágenes de la Virgen de las obsequiadas por los franciscanos. Unas eran de china y otras de barro cocido que, aunque algo toscas, eran fiel imitación de la Inmaculada."

El Dr. Edgardo Buitrago añade además que nuestro poeta Rubén Darío en su autobiografía también hace mención a esta celebración: "A ambas (las hijas del General don Álvaro Contreras) había conocido en los días de mi infancia en casa de mi tía Rita. Eran aquellas con quienes bailábamos y con quienes cantábamos canciones en las novenas de la Virgen en las noches de diciembre."

Fragmentos de la monografía "Las Purísimas" Edgardo Buitrago Buitrago, página 106 vía la edición de la Novena de la Purísima: ¿Quién Causa tanta Alegría? ¡La Concepción de María! Breve reseña histórica, antología y cantos. Presentación por Pbro. Sergio Soler Lorío. Fecha de impresión noviembre 2004.

Nostalgia por la Gritería

Quisiera hoy contemplarte
noche nicaragüense
a la hora en que tu cielo
se enciende de colores,
en la grandiosa fiesta
del 7 de diciembre.
Quisiera hoy contemplarte
suelo nicaragüense
al tiempo que los bronces
de todas tus iglesias,
en devota oración,
rememoren alegres
el augusto misterio:
La Limpia Concepción
de la Virgen María.
Más la distancia cierta
solo permite ahora,
que vuele el pensamiento
a presenciar la fiesta
de pólvora que otrora,
llenaba de alegría
mi infantil fantasía.
¡Cómo te extraño ahora!
nicaragüense cielo!
En la noche sublime
de nuestra "Gritería"
en que ángeles y hombres
festejan a María.
¡Cómo te extraño ahora
nicaragüense cielo!
Cuando lejos de tí,
y sumergida en recuerdos
solo puedo decir:
Mientras yo aliente vida,
donde quiera que esté,
el 7 de diciembre
de leonesa raigambre
jamás olvidaré.

Emma Fonseca C.
(Caracas, Dic 1987)

miércoles, junio 06, 2007

La tragedia de las señoritas bonitas

       Fragmento escrito por Mario Fulvio Espinoza     

Hay otro relato. El de una señora de alcurnia que se hacía rodear de las muchachas más bonitas de Chinandega y El Viejo. Cada año para la época de Semana Santa ya estaban todas invitadas para ir a Puerto Arturo, una gran hacienda ganadera que todavía está ahí. 
 
Todas las muchachas más bonitas de El Viejo y Chinandega se iban a veranear a  Puerto Arturo. Ella tenía una lancha grande, como para cuarenta o cincuenta personas, y en ella se iban a pasar el día a la Isla del Padre Ramos. 
 
Un día, sin que se sepa cómo, la lancha naufragó y todos perecieron, hasta los marineros. Así se generó un gran misterio sobre la muerte de las señoritas. 
 
Lo curioso es que varias personas se han ahogado ahí y el cadáver aparece a los dos o tres días, pero esas señoritas nunca aparecieron. Lo único que apareció fue un  papelito que andaba una de ellas donde estaban copiadas dos canciones de moda, una decía: “Muñequita linda, de cabellos de oro, de dientes de perlas, labios de  rubí”, la otra se llamaba “Ramona”, canción que ya tiene por lo menos ochenta años. 
    
La lancha era manejada por tres marinos. Andaban por lo menos veinte chavalas.  Fue uno de los misterios más raros en la historia de Nicaragua y que nunca se ha logrado dilucidar. Porque ya casi todos los que vivieron en ese tiempo son  fallecidos. Eso pudo haber sido entre 1938 y 1940. Lo del Padre Ramos fue antes, como en 1902 ó 1903. 
             
Esas muchachas eran hijas de gente acomodada de aquí de El Viejo. Algunos dijeron que eran monjas, pero no, no eran gente de monasterio. La anfitriona de ellas se  llamaba doña Aurita Sáenz, era la matrona y la que invitaba cada año a ese paseo.  Ese era su placer y ella se esmeraba en que fueran las más bonitas. 
              
La desaparición de toda esa gente quedó en el misterio puro, porque los cadáveres nunca aparecieron. Eso está un kilómetro adentro de la entrada de Padre Ramos, si  la marea estaba para el lado del mar, tendrían que haber aparecido esos cadáveres.
              
Yo tengo más o menos 60 años de estar ahí en el estero, lo conozco como mis  manos. No hay un lugar ahí que yo no conozca. Si se ahogaron cuando la marea estaba en creciente los cadáveres tenían que haber aparecido en todas las propiedades que hay más adelante, como Santa Rita y otras. 
 
           
             
Aquella tragedia apareció en muchos periódicos del mundo. 
             
Y nació una leyenda de ánimas. Todavía hay quien dice que todos los Viernes Santos, a las doce de la noche, se ven unas luces emerger sobre las aguas del Estero del Padre Ramos, y caminan sobre el agua hasta la punta de tierra. Algunos valientes han ido a ver y no encuentran nada. También llegaron sacerdotes a  conjurar, pero nada, nadie apareció. 
              
Para salir de dudas se pidieron los servicios del doctor Paguaga. 
              
El doctor Paguaga era el mejor espiritista de Nicaragua, tenía su clínica en León y  todos decían que era un hombre eficaz, un hombre que impresionaba a todo el  mundo. Tenía una gran clientela en Nicaragua, y que yo sepa ha sido el más  sobresaliente mesmerista que ha tenido el país. 
              
Pues ahí llegó el maestro Paguaga. No recuerdo el nombre, pero era muy buen amigo mío. 
              
Llegó para invocar los espíritus de las fallecidas y averiguar cómo había sido el  naufragio y el porqué de tanto misterio. Llegó como tres veces con la misma misión,  pero parece que no obtuvo resultados positivos. 
              
Lástima que al pasar el tiempo haya olvidado los nombres de las personas que se  ahogaron, porque yo me los sabía toditos, pero ya es parte de otra tragedia que ya es mía, porque sucede que al pasar el tiempo siento que han aumentado mis  conocimientos a través de las experiencias de mi vida, pero también son muchas las cosas que paulatinamente voy dejando en el olvido. 

Fragmento tomado de: La paradisíaca Isla del Padre Ramos, vista en su entorno, escenario de leyendas y misterios, La Prensa, 21 de abril de 2002

Foto: Travelpod 

miércoles, diciembre 20, 2006

El rostro más querido de Nicaragua


El rostro más querido de Nicaragua, la patrona de mi tierra, la Santísima Virgen María, brilló en mis manos esta mañana. Su presencia en mi hogar la recibí directamente de Doña Emma Fonseca Castillo quien amablemente me enviara la segunda edición de su libro La Purísima en Nicaragua.

¡Cuánta información tan detallada acerca de nuestra tradicional celebración de La Purísima! Una verdadera joya para todas aquellas personas que sentimos un llamado a conservar nuestras tradiciones. Historias, poemas, cantos y hasta recetas me han llevado a escudriñar página por página queriendo aprenderlo todo en una sola tarde.

Muchísimas gracias Doña Emma por regalarnos a mi familia y a mí sus conocimientos plasmados en esta obra. Las nuevas generaciones que orgullosas queremos conocer un poco más de nuestra cultura, aceptamos con gusto su legado de amor y comprendemos que es nuestra responsabilidad heredar y transmitir la enseñanza que hoy estamos recibiendo.

jueves, octubre 19, 2006

A don Sinforofo le salio el diablo

Fragmento escrito por Humberto Osorno Fonseca
La Noticia - 27 de agosto de 1946




A don Sinforoso Nata (Sevilla) le salió el diablo en una ocasión de la manera siguiente: una hermosa noche de verano en que había una espléndida luna, don Sinforoso había salido junto a sus amigos con guitarras, mandolina y violín para poner serenatas a las muchachas bonitas, cosa que hacían todas las noches porque eran aficionados a la música y unos terribles enamorados.

Una noche como a las dos o tres de la madrugada los parranderos se separaron por el barrio de El Rastro y tomaron el camino a sus casas, pero don Sinforoso, que vivía al otro extremo de la ciudad, tenía una larga travesía y al pasar por donde estaba la Casa del Águila, en la esquina opuesta reconoció una enorme piedra que arrastró hasta allí la corriente cenagosa del aluvión.

Vecina a esa piedra estaba una casa mediagua en cuya puerta reposaba sentada una hermosa mujer peinando sus largos cabellos negros. Al verla don Sinforoso, que era un empedernido tunante, se dirigió a ella y después de saludarla de manera romántica, comenzó a requerirla bajo la espléndida luz de la luna sin que le rechazara una sola palabra, ni los manoseos aplicados a la bella desconocida. Entonces don Sinforoso la invitó a dormir porque era muy noche. Ella pronto obedeció y se levantó del asiento, que metió dentro de la casa, diciéndole al Romeo que pasara adelante.

No terminaba aún de hablar cuando don Sinforoso había entrado y al abrir los brazos para abrazarla, la hermosa mujer se transformó en una enorme llamarada de fuego y de pronto desapareció. El tunante quedó impávido sin poder hablar. Haciendo las cruces salió corriendo y rezando las oraciones que se sabía. Al alcanzar las trescientas varas, desde la mediagua se oían grandes jajayos de mujer y resonaron en el silencio fuertes voces que decían: “Adiós Sinforoso Nata, que ni el diablo se te escapa,

Fragmento tomado de Cuentos de la Managua antigua, articulo de Francisco Gutierrez Barreto
END, 19 de octubre de 2006.

Foto: Skyscrapercity

Blog de Martha Isabel Arana - ¡Bienvenidos!

          Cuando un nicaragüense emigra, además de su maleta, sus temores e ilusiones, lleva consigo todos sus recuerdos más queridos. C...