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martes, febrero 28, 2012

Hablando de mi tierra de hoy


Escrito por Judith Raquel Reyes Esquivel

¡¡Hablando de mi tierra de hoy!!

    Han transcurrido cuatro años de no verte, mi bella tierra, y cuántos regalos me tenés: Familia, amigos, rostros nuevos, y grandes sorpresas.

    Y me pregunto: ¿Qué es el tiempo? Quizás una nueva oportunidad, porque me brindas la dicha de ver a mi Dios en la cara del Nica. Ese Nica que sufre y que goza; sufre a veces, por nuestro amor privado y excluyente, que renuncia a la justicia universal y nos encierra en nuestro mundo pequeño.

    Y ¿quién es mi tierra?, me preguto: Mi tierra, es mi gente, de aquí y de allá, es el universo que hoy se concreta en Nicaragua; ayer en Venezuela, España o Roma; sólo que mi tierra tiene hoy un nombre como pretexto, pero en definitiva, es gente, personas multicolores. Es por ahora, “pequeña, aunque uno grande la sueñe” (Rubén Darío).

    He vislumbrado a un Nica que sufre porque no tiene tamal ni queso para llevar a la boca, he visto con asombro hombres laboriosos, gastando su cuerpo y su energía transportando en muchos pueblos y ciudades, a rellenas y corpulentas señoras, por tan sólo dos pesos, en sus bicicletas construidas con hierro.

    He visto en la mirada profunda de un niño, la hambruna que te deshace y no sabes qué hacer.... Te he visto mi gente querida, en el chavalo chorreado que vende agua helada y bolsita; en la niña que ya casi es mujer, con su yagual y su panita llenita de tortillas, que ofrecerá de casa en casa a tres por el peso, para poder llevar comida a la chorrera de cipotes que año tras año ha ido pariendo la madre de ellos.

    Te he visto mi gente, en la mirada espejo del alma, tu sed, sed de Dios, que grita: ¡¡¡Por favor!!! Deme una ración, pero que sea cercano, sino, muchas gracias.

    Te he visto mi gente amar y sufrir y tener esperanza en un nuevo amanecer. He visto tu fe inquebrantable que trasciende barreras, porque es amor, un amor desinteresado, que es vida en movimiento, y que busca desesperadamente aires nuevos, busca abrir ventanas de esperanza por donde se renueve el aire y se pueda sanamente respirar.

    Pienso mi tierra, que la vida es una escuela, un aprendizaje, donde el dolor te hace fuerte y donde la vida es abundancia, donde cada acontecimiento es una oportunidad, donde multicolores vidas tropiezan contigo, no como una casualidad, sino como una ocasión para brindar amor.

    Al respecto recuerdo lo que una verdadera amiga del alma, me enseñó no hace mucho, es una lección que difícilmente olvidaré. Ella, tiene un captus como planta de adorno entre sus cosas, me llamó la atención y le pregunté, por qué si podía hacer daño, la tenía tan cerca y expuesta a todo el mundo, me contestó sabiamente: “-Mira- esta planta es como las personas, si te acercas bruscamente te llena de espinas, si por el contrario te acercas con cariño, no te hará daño”. Es esto acaso, me pregunté, un guiño de Dios? Y es verdad, esto vale, vale para aquí, para allá y para todas partes.  Por eso sueño, sueño mi tierra, con caminos nuevos donde el Evangelio actual de Jesús se encarne en tu realidad.

    Y por eso deseo afinar la mirada para cambiar mi corazón, donde todas las músicas que van sonando en él, transformen, den vida, donde el culto y la práctica religiosa dentro del cristianismo no me deje tranquila, ni me deje conforme; sino que afinen las cuerdas de mis oídos y de todas las células de mi ser, para escuchar las llamadas de Dios, que después de veinte siglos sigue esperando un cristianismo más auténtico, donde la mirada de la realidad sea siempre sin intereses personales, donde la justicia se alimente de la verdad, y donde la sencillez de vida, cree un estilo de vida alternativo y diferente. Donde nosotros ciudadanos del mundo seamos como reza la AVEC, (Asociación Venezolana de Escuelas Católicas) “constructores de sueños y profesionales de la esperanza”.




sábado, enero 28, 2012

Güirila de mi tierra

Tortilla de maíz tierno
Una güirila en su comal,
Una muchacha, nica bonita,
Te envuelve suave en sus manitas,
Con verdes hojas del chagüital.

Toda blanquita y cuidadosa
La cuajadita viene a juntar,
A mi güirila tan deliciosa
Que mató el hambre de esta nicoya,
Con cafecito para completar.


 Escrito por Esther Mendoza Urbina

miércoles, diciembre 28, 2011

El Muñeco y el Bomaco, animalitos en mi recuerdo

Escrito por Alcides Rojas Chavarría (n. en Managua, 1966)

    En casa de mi abuelita Yeyita (q.e.p.d.), donde viví después del terremoto que destruyó Managua un 23 de diciembre de 1972, hubieron dos mascotas que forman parte del saco de recuerdos gratos que acumuló de mis años maravillosos de niñez. Fueron dos animales emblemáticos, el uno era un gato llamado “Muñeco” y el otro un perro conocido como “Bomaco”.

    “Muñeco” fue un gato de color blanco, pero un blanco perfecto, sin ninguna mancha, sus ojos eran casi rojizos y tenía una cola hermosísima. Era de tamaño tan grande que parecía un gato montés. Con esto quiero dejar claro que "no era cualquier gato", de verdad que era un gato especial.  Era un cazador nato, pero no solamente de ratas y ratones, era capaz de cobrar mejores piezas de caza como garrobos negros, iguanas verdes y conejos de monte. Por lo general, siempre cazaba garrobos subiendo a un árbol de mamón enorme, un 'palencón' que soporto un rayo que lo fulmino durante un 'temporal' en el Chinandega de los años 70.

    Toda pieza cobrada por “Muñeco” no era devorada por él, sino que la llevaba hasta la casa en donde mi prima Cándida (q.e.p.d.) se la preparaba cocinada. Si era un garrobo negro, en una sopa sustanciosa (de la cual muchas veces yo comí); las iguanas verdes eran cocidas y luego desmenuzadas para el gato (para esos años las iguanas verdes no eran consumidas por los Nicas). Los conejos de monte que atrapaba en los maizales cercanos eran una delicia, primero precocidos y luego sofritos en tomatitos "de gallina" que crecían silvestres en las huertas y hasta los patios caseros (los jitomates, hoy en día ya no crecen silvestres) Quiero dejar claro que a “Muñeco” nunca lo vi que se comiera cruda alguna de estas especies, siempre las "entregaba" para su cocción y esperaba paciente su ración de recompensa. Supongo que las ratas y ratones si los devoraba porque aparecían sus restos en el patio. No recuerdo que paso con “Muñeco” porque a partir de 1975 volví a Managua y ya no supe de él.

    “Bomaco” fue un perro de raza "come cuando hay" (pero tengo mis sospechas que cuidado era un mezclado), de buen tamaño, muy fuerte en comparación al perro promedio que convive en el rancho del campesino nicaragüense. Era de color 'canelo claro', con pelo corto, pegado al cuerpo y una cola flexible que terminaba en un mechón blanco en la punta. Su dueño era mi tío Toño y me parece recordar que lo había traído de uno de sus viajes a la ciudad de Estelí, hacia donde viajaba con frecuencia por negocios con un su amigo de apellido Pichardo.  Este perro era un detector natural de garrobos e iguanas, parecía tener un radar incorporado (en NatGeo he visto que en los perros es más desarrollado el sentido del oído que el sentido del olfato) y por esto es que siempre nos acompañaba a "garrobear" en los patios vecinos para que don Eduardo (q.e.p.d.) con su rifle 22 buscará el mejor ángulo de tiro y derribará al garrobo (recuerden que en esos años las iguanas verdes no se cazaban ni para remedio).

    “Bomaco” sobrevivió a dos accidentes de tránsito. Primero, fue atropellado por un auto interlocal que cubría la ruta Chinandega-León que le quebró la pata derecha trasera. El tío Toño se la entablillo con la ayuda de don Chico Mecatero (q.e.p.d.) y después de semanas o meses, le soldó y pudo volver a corretear. El segundo percance lo sufrió con un tractor que jalaba un tráiler lleno de algodón cuando iba rumbo hacia una de las desmotadoras que existieron en el occidente de Nicaragua durante la época dorada del cultivo del algodón. Según dijeron los testigos presenciales, fue increíble como el perro se salvó de ser triturado porque dio una vuelta completa entre la enorme rueda trasera y el guardafango del tractor. Esa vez se quebró la pata delantera... derecha y otra vez lo entablillaron, pasaron semanas o meses y nuevamente volvió a corretear, pero esta vez sí quedo "renqueando" un poco de manera permanente.

    Después de formar parte durante casi trece (13) años de la vida cotidiana en casa de mi abuelita Yeyita, el perro “Bomaco” murió de viejo a mediados de 1986 y fue enterrado al pie de un árbol de Laurel que crecía en el mismo patio.

Días de diciembre, días de navidad


En esta navidad, llena de hermandad
Quiero compartir con ustedes pensamientos de felicidad.

Estos días me traen imágenes del pasado,
En mi niñez veo triquitracas, bombas y algún cachiflín carbonizado,
Que fueran quemados por algún despistado niño de mi poblado,
Que  encendiera la mecha cuando pasaba don  Inocencio vado,

Para nosotros esas travesuras nos causaban risa,
Sin entender a esa edad, que eso luego nos traerían momentos de prisa,
Cuando la vida nos enseñara, que cada acción no se borra como tiza.

Los años pasan volando,
por ello las ideas en mi mente vienen entrando.

Una vez me regalaron un tambor, 
 pero pronto lo rompí con un tenedor,
Al año siguiente me dieron una bola de hule, era roja y estrellada,
También pronto fue desollada,
Ah! pero cuando me trajeron aquel robot,
Me sentí como aquel actor del espacio, el Sr. Spot.
Lo acaricié, lo admiré y en la noche lo guardé,
Pasaron los días, dejó de moverse, y por eso me intrigué,
Agarré un desatornillador, un martillo y lo desarmé,
Pero el problema fue, que al no saber armarlo, mi impaciencia desperté,
Y el día de hoy, no recuerdo donde lo boté!.

Pasaron los años y me hice mayor,
Un diciembre recuerdo, estuvo lleno de verdor,
Conocí a una nena, que me aceleró el corazón como motor,

Les digo un secreto… yo creí que era un ángel terrestre,
Era inteligente, bonita y su piel clara olía a pino silvestre,

Fue un amor de juventud…tierno, inocente!,
Pero el color de sus labios, aun los tengo en mente!.

Fue mi novia solo doce días,
luego partió a otro país en unas polillas,
quise seguirla,  pero el destino me dijo: Pensá en otras cosillas!
No te irás de aquí, porque tenés que hacer planillas!

Aquí les dejo pues,
Mis motivos para amar este mes,
Esperando que este domingo si podés
Abraces a un hijo o a tu esposa si querés,
Y le digas al oído, sos mi vida, sos como mi tez,
En estos días navideños te amo tanto y te amaré mucho después,
Cuando la vida de este mundo pase, y llegués donde el buen Juez,
Para esperarme, si es que me voy tiempo después.

Pintura "Bailariana" y escrito de William Ampié Silva.

miércoles, noviembre 02, 2011

Poema al Genízaro de Nagarote

!Genízaro, tú eres el símbolo de la humanidad, y estás enlazado a su historia,
desde el principio de su trayectoria. Genízaro del bien y de la amistad.
Tú estas con nosotros los nagaroteños, te llevamos en el alma y estas presente,
Te rendimos tributo, es nuestros sueños,
Los nagaroteños estamos pendientes.
Vive de cara al cielo y en tu tierra
Nadie puede igualarte su linaje
El símbolo de paz sobre la guerra,
Y adorna a Nagarote de su paisaje.

Al llegar la lluvia fuerte,
Se desprendió la rama y cayó al suelo,
No pudo resistir los mas fuerte,
Pidiendo clemencia al cielo.

Extendió su divina mano
Como un noble anciano,
En el parque pasan los caminantes,
Tendiéndole el brazo suplicantes
Le pido que me ayuden, mi historia se viste,
El 31 de diciembre les doy alegría y derroche,
Hoy los nagaroteños están dolientes y tristes,
El 16 de octubre fue el silencio de la noche.

Profesor José Angel Palacios Pérez.

domingo, octubre 09, 2011

El gallo pinto nicaragüense… abovecultura gastronómica...


Escrito por el Dr. Juan Espinoza Cuadra
México
Octubre de MMXI
 Semilla de cereal expandido en el seudotrapecio nicaragüense, de norte a sur, imprescindible desde lo mínimo y básico hasta lo frívolo. Un chef adorna cada platillo con el arroz, vistiéndolo mestizo y encaratulándolo anglosajón, a la de Batman y Robin, con el frijol. Leguminosa y cereal, cereal y leguminosa, la mezcla astral. Desde la preparación, en la sartén, la lámina plana con su premonición alisea de los bordes, el fuego en la hornilla, el aceite caliente, los trozos picaditos de cebolla se queman infundiendo un aroma sobrenatural. Eriza la piel el crujir. El aroma penetrado desde la infancia, recorre ciclos interminables de acontecimientos y detalles. La señora de la fritanga, la empleada que nos convida, el restaurante que en su detalle del menú, lo hace Señor de la ansiada ingesta. El gallopinto es una sola palabra, sin separación. La mezcla es el secreto de cada anfitrión. Seco, transparente, aromático, se sirve con delgadas tajadas de plátano verde. Crujen en la mar de aceite, suspendidas las más fritas, en el fondo las recientes y el cazo hierve en la lumbre y trasciende el bálsamo las cuadras, las casas, los ranchos, las distancias. El amarillo dorado corona con espigas de trigo al soberano gallopinto. Desde cada hacienda, en lo mejor, o desde cada potrero humilde, llega a los changarros, el queso para freír. Chontales con su olor a ubre de vaca, sus caballos prominentes, de pasos cadenciosos, militares…. la manada, el rebaño, la leche tibia… las moscas, el lodo, las peripecias para trasladar los kilos de los quesos variados… y otra vez, la palangana inundada de aceite y el crujir para salir los trozos dorados para degustar el sabor. No se desestima nada. La carne molida resulta en albóndigas deliciosas, morenas como las mujeres de la tierra, cobrizas de piel y acento como la madre tierra. Así son las bolitas de carne, deliciosas como las tardes-noches de cualquier fritanguería, en León, Managua, San Marcos o Diriamba. Moreno el Sol en sus destellos sobre las aceras, mestizo el mantel, las viandas frescas de jitomate y col. Del plátano también el vinagre que adereza la sazón. El gallopinto es un umbral transitado por los iniciados, paladar compuesto de agua del Río San Juan, de la tierra del volcán, en las laderas del Mombacho se siembra la yerbabuena, el ajonjolí, la nicaraguanidad. Con un vaso grande, como las olas de Masachapa, se llena de chía y tamarindo, para acompañar cada bocado de chile, la cucharada. En la comidería, todos son conocidos, compartiendo los triunfos y las derrotas del día, el gallopinto es la unión, el vértigo, la razón, el enlazador de títulos profesionales con las más humildes profesiones. El tenedor y la cuchara solo se baña cada vez de la arremetida y lo usa el diputado bastardo y el profesional educado. Yo no creo en la política porque soy un soñador, pero sí creo en mis hermanos, el electricista, el barrendero, la marchanta, el vendefrutas, la señora de la tienda del barrio, el que recoge la basura, pues todos, comemos gallopinto. Yo llegaba a mi casa, aguardado por mis hijos, para sentarnos a comer gallopinto. Cuando me descasé, mantuve el recuerdo. En el río Coco mojé mis pies una tarde oscura, cuando en mi reloj marcaba el final de otra aventura. Doña Iguana, con su derrotero de arrugas, me recibió con una sonrisa desdentada. Me ofreció una tortilla caliente, su casa corrompía el ambiente a cebolla, arroz y frijol. Fue la última vez de uniforme verde olivo y de botas militares embarradas de lodo e impotencia. Matilde, el nombre de mi madre, otro nombre como Josefa, Bertha, Norma, Mayra, Marlene, Paola o Esvetlana, aguardaba a su hijo, con la mesa servida de tajadas verdes fritas, queso dorado por las brasas del fogón, y una lluvia pertinaz de olvido.
Visite su blog de poemas:
http://poemasdejuanespinozacuadra.blogspot.com
 

Blog de Narrativa:
http://juanespinozacuadranarrative.blogspot.com/


domingo, mayo 01, 2011

El lamento de La Mocuana


Escrito por Martha Isabel Arana
Orlando, Florida 2005

    La pérdida súbita de su inocencia caía sobre ella más fría y pesada que la oscuridad de la cueva que la amortajaba. El derrumbe de las piedras en la entrada aún resonaba en el esqueleto de su alma, como campanas que demasiado tarde le advertían del gran error que en nombre del amor había cometido. Silenciosa meditaba sobre el maldito y bello momento que conoció al blanco conquistador que con sus ojos claros como el cielo del Valle de Sébaco, y el cabello tan rubio como el oro que guiaba su destino, había hecho de ella un simple objeto de placer.

    Acababa de ser enterrada en vida por el hombre que amaba. Había sido cruelmente engañada por aquel que la había convencido para que confiara en él y le contara el secreto del lugar donde el cacique, su padre, guardaba el tesoro que pertenecía a esta región esteliana. Generosa, lo había guiado hacia el sitio ambicionado y al obtener las riquezas, el ingrato había partido, dejándola muriendo de dolor, perdiendo poco a poco el juicio con cada lágrima de desesperación que derramaba por él.




    Su padre se lo había advertido. Los blancos no se habían resignado con los regalos de oro que al principio de su llegada él les había obsequiado. Lo había notado en la codicia que se dibujaba en sus brillantes ojos al apreciar el precioso metal. Lo había adivinado en la lujuria que traicionaba sus miradas al contemplar a las jóvenes mujeres de la región.

    En su encierro, la hermosa india no le temía a la oscuridad y al silencio. Había crecido corriendo en los cerros, disfrutando el agua fresca de los ríos, jugando en la montaña. Encontrar la salida de la cueva no era su problema. Era otra clase de oxígeno el que su ser necesitaba. Había traicionado la confianza de su padre, había perdido la luz tierna de esos ojos que tanto amaba, y sospechaba que en su vientre una nueva vida comenzaba a latir.

    Cuenta la leyenda que la actitud de su amante y su sentimiento de culpa provocó que ella perdiera la razón. Otras versiones de esta historia aseguran que fue el cacique enfurecido quien la encerró en la montaña, condenándola a un castigo eterno a pesar de conocer su estado de preñez. Sea cual fuere la triste situación, desde aquel momento la bella joven se convirtió en la Bruja de la Mocuana, espanto temido en toda la región. Se rumora que invita a los hombres que recorren los caminos a seguirla hasta la cueva, y ellos, seducidos por su negra y larga cabellera y su hermoso cuerpo, no pueden declinar la invitación. Otros aseguran que se roba y asesina a los recién nacidos, y como pago por su delito deja a los padres del niño algunas pepitas de oro como un recuerdo macabro de su infortunio. 

Ilustración de texto: David Alfaro Siqueiros

martes, abril 26, 2011

Adiós, mi vieja Managua



Escrito por Martha Isabel Arana
Orlando, Florida
Enero 2010


    Es una lástima que estuviera yo tan pequeña la noche del fatídico diciembre de 1972 y solo recuerde un par de fugaces detalles de la vieja Managua. Crecí viendo a mi ciudad tras alambre de púas, en escombros, con paredes rajadas e interiores semi desnudos, sin techos ni paredes, dinamitada. Aprendí a conocer de memoria los cuentos del famoso malecón, los parques y las alegres avenidas, porque las personas mayores añoraban sus recuerdos en cada reunión familiar, como queriendo exorcizar los temores de tiempos nuevos. Amé a Managua a través de los ojos de otras generaciones, con nostalgia de épocas mejores, con resentimiento hacia el terremoto que nos arrebató nuestro orgullo. La antigua capital fue para mí la imagen tras la vitrina, el objeto deseado pero nunca obtenido. Aquella ciudad que estuve a punto de vivir, pero llegué ya tarde.

    Las primeras memorias de mi niñez parece que comenzaran, irónicamente, la noche del terremoto. Esas ráfagas, aparentemente olvidadas, vuelven como olas de mar cuando miro imágenes de países viviendo experiencias similares, ayer México y Perú, hoy Haití. Mi Managua se mecía violentamente hace 37 años y los vecinos lloraban, persignándose, jurando que era el fin del mundo en una madrugada interminable de miedo y fatalidad. No estaban tan lejos de la realidad, era el fin de una época, solo el comienzo de nuevos eventos en nuestras vidas.


    Yo era demasiado pequeña, no recuerdo los incendios que estallaban por todos lados, por ejemplo, ni podía comprender en sí, las consecuencias de todo lo que se nos venía encima. Mi mente de niña solamente captaba detalles de cosas extrañas o fuera de lugar que nunca había visto. Una panita verde con agua en el suelo me intrigaba porque de vez en cuando cobraba vida y se movía sin tocarla. El carro rojo de la familia se balanceaba como campana sin sonido, como si el espíritu de la noche lo tuviera poseído. Una vecina gritaba palabras que no entendía y alguien pasaba por la calle sollozando mi familia, donde está mi familia? Mi gente me rodeaba con rostros llenos de expresiones que yo jamás había visto, rezando y clamando ¡Sangre de Cristo! Cada vez que temblaba. Mientras tanto mi querida Managua, la que murió sin dejarse conocer bien por toda mi generación, la que se fue sin darnos tiempo de darle un beso, sucumbía ante la naturaleza que nos mecía a todos, aprovechando la oscuridad, sin piedad…



El hombre de la Paula Pasos

Escrito por Orlando Ortega Reyes
(Fragmento tomado del blog Los hijos de septiembre)

    Para conocer el origen de esta expresión en particular debemos remontarnos a la ciudad de Rivas, tal vez a los años cuarenta.  En esa época se hizo famoso un estanquillo que tenía una señora llamada Paula Pasos.  La señora en cuestión se esmeraba en servir el mejor guaro de la región, además de unas bocas y platillos “discutidos” como se decía, prueba de lo anterior era el famoso mondongo de los lunes.  Se comentaba que la citada señora tenía un carácter fuerte y un espíritu comercial bastante agudo y relataban en el pueblo que cuando la demanda superaba la oferta de mondongo, sólo con el objeto de no defraudar a los clientes, se permitía agregarle agua a la sopa y a introducirle una candela de sebo.  No obstante, para curarse en salud, advertía a los parroquianos: -No quiero que nadie me reclame por la sopa.   La mujer en referencia tenía un compañero de vida que era aficionado a los placeres etílicos, pero que a pesar de contar con el material bélico en su propia casa, su compañera no le permitía que superara la dosis que ella estimaba pertinente.

    Cuentan que en cierta ocasión el compañero de doña Paula, después de haber agotado su mínima cuota asignada por ella, se quedó con el deseo de continuar ingiriendo alcohol y como tampoco tenía acceso al dinero, tuvo que buscar alguna alternativa viable.  Después de mucho cavilar recordó que en la Alcaldía Municipal se manejaba la distribución departamental de guaro, tal vez a nivel institucional o tal vez a nivel personal del alcalde.  El asunto es que, compelido por su deseo etílico, decidió irrumpir en el edificio de la Alcaldía, en ese momento solitario y una vez adentro, tuvo todas las reservas alcohólicas a su disposición.  Hubiese terminado con todo el guaro, si no es que ya intoxicado le dio por empezar a gritar y a cantar, llamando la atención de los vecinos que inmediatamente dieron parte a las autoridades.  Intervino la Guardia Nacional y se llevaron preso al intruso, quien al momento de ser llevado al Comando, lo único que se le ocurrió gritar fue: -Soy el hombre de la Paula Pasos.

Después de dejar a su compañero un tiempo prudencial tras las rejas, doña Paula Pasos arregló el asunto con la Alcaldía y consiguió su libertad.  Desde luego, la anécdota fue la comidilla del pueblo por un buen tiempo y se llegó a hacer famosa la expresión: -Soy el hombre de la Paula Pasos.   Con el tiempo, dicha expresión se extendió por todo el territorio nacional y a alguien se le ocurrió agregarle a la expresión: El Hombre, la cola: de la Paula Pasos.  De tal manera que durante los años sesenta y setenta era muy común en toda Nicaragua escuchar: Llegó el Hombre de la Paula Pasos, Ahí va el Hombre de la Paula Pasos.

(Entrada completa del blog de Orlando Ortega Reyes: El hombre de la Paula Pasos)

sábado, marzo 12, 2011

¿Te acordás?


 
Qué recuerdos tan bonitos
Los que vienen a mi mente
Los de un país muy sufrido
Donde quedó toda mi gente.

Recuerdo mi tortilla,
La chicha y el vigorón
En el parque de Granada
Que vendía doña Chon.

Y el sabor de un mondongo
Con aquella cuajadita
Yendo para Masatepe
En un domingo a comer.

Dónde está mi pinolillo,
El cereal y el pinol
Para comerme su chingaste
Aunque me de congestión.

Cómo quiero carne asada
Con su gallo pinto también
Y la cebada con pelota
Que me hacía tanto bien.

Y La Riviera con sus raspados
Muy cerquita del Gabriel
Cuando en época de estudiante
Hacíamos la “leonesa” riendo sin poder.

Y te acordás del chancho frito
Con la yuca reventada?
No se te hace agua la boca
Y te morís por un poquito?

Ya deseara andar en coche
En Masaya o en Granada
Con sus caballos cholencos
En el Calvario o La Calzada.

Deseara tener en frente
Un plato de moronga frita,
Una hoja con baho caliente,
Comer todo y caer redondita.

Y que decís de mi leche agria
¡Como la podría olvidar!
Si me salvo de la goma
¡Que me hacía reventar!

Mi querida Nicaragua
Cuando te volveré a ver
Y en Managua mi casita
Que con lucha pude tener…

Te dejé mi tierra amada
Más para siempre no habrá de ser
Pues no pierdo la esperanza
De con mi amor besar tus pies!

Esther Mendoza Urbina  – 2011



Foto cortesía de José Rafael Burgos

sábado, febrero 26, 2011

Matrícula de primer grado

Por Alcides Rojas Chavarría (n. en Managua, 1966)

Imagino que todos recordarán el día de su matrícula escolar para el primer grado de la escuela primaria.

Mi hija mayor Daira Marcela, mi segundo hijo David Alcides y mi hija Natalia Giselle han ido a su primer día de clases en el nivel Maternal de Kindergarten a sus dos añitos de edad. Por mi parte, asistí a la escuela primaria formal con siete años ya cumplidos en febrero de 1973 - quizás porque haber sido el ‘cumiche’-, como se dice ‘entre tarde’ a la escuela y directo al primer grado.

Pues bien, después del terremoto del 23 de diciembre de 1972 que destruyó la ciudad de Managua, mi abuelita Yeyita nos llevó a su casita en la comarca “Valle de Las Mayorgas”, a ocho kilómetros de Chichigalpa en el departamento de Chinandega. Con el tiempo, mi abuelita materna se enfermó y mi Mamá acordó con mi Papá que se quedaría cuidándola. Yo feliz de vivir ‘en el monte’ viendo gallinas, chanchos, caballos, vacas, carretas de bueyes cargadas de caña de azúcar que pasaban hacia la molienda en el trapiche de don Cristóbal Sarria; tomando guarapo (jugo de caña), comiendo alfeñiques con semillas de marañon o del árbol de panamá, miel y dulce de caña, jalando agua del pozo a caballo o ‘a pulso’ (estorbando más que ayudando), y todo esto lo recuerdo como "mis años maravillosos" de niñez.

Vivir mi niñez en el campo, es el motivo por el cual a pesar de ser nacido en Managua, Por Gracia de Dios, el primer y segundo grados de primaria los cursé en una escuelita rural que fue construida por la comunidad del Valle con el auspicio de CARITAS Nicaragua.

El día de la matrícula mi mamá tuvo que viajar a la ciudad de León acompañando a mi abuelita Yeyita a una consulta médica, entonces ‘me dejó recomendado’ con Adolfo, el esposo de mi hermana mayor Lidia Esperanza, para que me llevara a la escuelita a matricularme, él iría a matricular a Tadeo, su hijo mayor y sobrino mío, casi de mi edad.

Pues bien, nos tocó el turno de entrar al aula donde una maestra muy guapa y chela anotaba las matrículas. Ella conocía a Tadeo y recuerdo que dijo: "Tadeo, termino primer grado el año pasado y ya sabe leer, pero... y este niño, ya sabe?". Diciendo esto, me llamo y puso sobre la mesa una revista que debió ser una Buen Hogar ó una Vanidades, alguna así por lo que recuerdo haber visto en la portada, y me dijo: "A ver, qué dice aquí?". Yo, pues sólo la quede viendo y no supe que decir, era obvio que NO SABIA LEER. Al quedarme callado, se dirigió a Tadeo y este leyó algo que ni recuerdo. Inmediatamente, Ella saltó con aire triunfante diciendo: "Tadeo a segundo grado. Este niño a primer grado porque NO SABE NADA. Todavía es «un animalito silvestre»". Esto último lo recuerdo clarito, me sentí apenado, humillado con esas palabras y más cuando vi a Tadeo con una sonrisa burlona y a mi cuñado repitiendo "animalito silvestre” mientras intentaba tocarme la cabeza.

El corto trayecto de la escuelita a la casa de mi abuelita Yeyita, lo hice en silencio, y al llegar me fui a llorar al fondo del patio, arriba de un palo de guayaba, enojado conmigo, con mi Mamá, con mi cuñado, con la maestra h...de p... (de quien ni siquiera recuerdo su nombre, pero que era arrecha, buena a dar reglazos en las palmas de las manos y que vivía en la ciudad de Chinandega)  y por NO SABER LEER.

Parece que cuando llego mi Mamá, preguntó si me habían matriculado y Tadeo le dijo que si, en primer grado porque NO SABIA LEER. Ella quizás se preocupó y recuerdo que cierto día me llamó, lavaba una ropa de cama y mientras tendía una sabana sobre un tendedero hecho de piedras lisas, me señalo un libro cuya portada era –eso lo recuerdo bien- “un chavalo cargando su bulto y corriendo”, meses después cuando ya sabía leer, leí ese libro, se llamaba «A Prisa», lo había usado un hermano mío en su cuarto grado. Me ufano de poder afirmar que ‘mi primera lectura’ aprendida de memoria porque la repetí mecánicamente muchas veces fue: «Terremoto - Madrugada - en silencio - reposa la gran villa» que después supe es un soneto de Rubén Darío que dice así:

TRÍPTICO DE NICARAGUA
III
TERREMOTO

Madrugada. En silencio reposa la gran villa
donde de niño supe de cuentos y consejas,
o asistí a serenatas de amor junto a las rejas
de alguna novia bella, timorata y sencilla.

El cielo lleno de constelaciones brilla,
y su oriente disputan suaves luces bermejas.
De pronto, un terremoto mueve las casas viejas
y la gente en los patios y calles se arrodilla

medio desnuda, y clama: “¡Santo Dios! ¡Dios fuerte!
¡Santo inmortal!” La tierra tiembla a cada momento.
¡Algo de apocalíptico mano invisible vierte!...

La atmósfera es pesada como plomo. No hay viento.
Y se diría que ha pasado la Muerte
ante la impasibilidad del firmamento.

Rubén Darío (1867, 1916), De "Poesía Dispersa"

Regrese a la escuelita un día del mes febrero de 1973. Mi maestra de primer grado se llamaba María Cristina Arauz, de apenas unos diecinueve años que creo aún estudiaba en la Escuela Normal de Chinandega o de León, era una chaparrita blanquita, tan preciosa y delicadita que parecía una muñequita, yo la miraba como la maestra más linda del mundo, nos quiso mucho y la quisimos mucho. Se portó excelente y nos enseñó, con dedicación y paciencia, las típicas canciones y juegos infantiles escolares; así como a leer y a escribir. Yo aprendí a leer rápido, ya para el mes de abril del 73 sabía leer muy bien ‘de corrido’, sin deletrear ni vocalizar las sílabas. El libro que usábamos se llamaba “Mi primera Victoria” o simplemente “Victoria”.

Desde 1974 nunca más he vuelto a ver a mi maestra María Cristina (“regálame una rosa que sea primorosa”) del primer grado de primaria, solamente conservo su nombre en el amarillento certificado de notas que me entrego con un beso en mi mejilla, un remoto día a inicios del mes de diciembre de 1973. Los mejores alumnos del primer grado fuimos Felipa Ulloa Zapata -me han dicho que ‘se la llevó el Mitch en octubre de 1998’- y Yo. Mi premio fue un regalo que la maestra María Cristina pago de su propio bolsillo: ‘una caja de galletas rellenas y un par de calcetines de color celeste’, ese regalo fue como si me hubiesen dado una medalla de oro. Mi Mamá y mi Papá ya ni se diga de los orgullosos que estaban. Esa vez mi Mamá si me acompaño para el acto de entrega de notas.

Historia enviada por Alcides Rojas Chavarría, para ser publicado en Nicaragua de mis Recuerdos, 28 de junio, 2011.

¡Felicidades en su Día maestros nicaragüenses! 

29 de junio, 2011



 

domingo, enero 16, 2011

Memorias de una muchacha bonita



Escrito por Martha Isabel Arana
Orlando, Florida 2005

    Cuentan que hace años, un muchacho de Managua fue invitado a una boda en la antigua Ciudad Universitaria. Llegado el día, aunque estaba nublado y los ánimos lo invitaban a quedarse en casa, Ernesto, el joven de la historia, no quería perderse el esperado acontecimiento porque quien se casaba era uno de sus amigos más queridos. Pensando que valía la pena el viaje y tomando en cuenta que León no está muy lejos de la capital, decidió salir temprano para llegar a tiempo y no sufrir ningún atraso. Cuando llegó a la zona donde el Lago Xolotlán comienza a coquetear mostrando su azul a las personas que transitan la Carretera Vieja a León, comenzó una lluvia fuerte a caer sin clemencia, desbordándose el cielo y provocando uno de esos aguaceros tropicales que parecieran no van a parar jamás.

No había dejado  atrás el recuerdo del lago, ni el olor a tierra mojada había abandonado su mente, cuando de pronto divisó a un lado de la carretera a una muchacha  de cabello hermoso  haciendo señas para que la ayudara. Ernesto bajó la velocidad de su carro y al detenerse, ella le comentó que su vehículo estaba dañado y que necesitaba viajar a León para asistir a una boda a la que había sido invitada.  Compadecido por verla sola bajo ese tiempo amenazante, el joven decidió llevarla y así aprovechar un poco de buena compañía.  Al comenzar a platicar con ella no pudo evitar dejarse llevar por la calidez de su voz y la sencillez de su sonrisa que contrastaban con la palidez fría en su rostro delgado. Casualidades de la vida, la boda que ambos asistirían resultó ser la misma y entre canciones y alegría, él buscaba cualquier minuto libre para apartarse de sus amistades y acercarse a ella.  La muchacha, sola en una esquina de la casa, parecía esperar  únicamente su compañía.  Se ofreció entonces Ernesto para llevarla de regreso a Managua, lo cual ella aceptó gustosa y ambos partieron cerca de la medianoche.  El joven disfrutaba la compañía  de su compañera, el negro fondo de su cabello de estrellas y la plática serena que solamente una persona que ha perdido todo y está en paz puede ofrecer.  El aire se llenaba todo con el olor natural de mujer bonita.



    Cuando venían por la misma zona del lago donde Ernesto la miró por primera vez, ella le dijo que se detuvieran, que tenía que bajar. El insistió en acompañarla hasta su casa, pero la muchacha se negó rotundamente. Le explicó que moraba muy cerca de allí, que no quería que se atrasara porque era peligroso viajar de noche.   Entonces él le prestó su saco para que se protegiera de la llovizna que aún caía ligera, buscando una excusa para verla nuevamente. Se bajó la muchacha de prisa y se perdió en la neblina espesa de un caminito perdido.  Ernesto hubiera jurado que flotaba al caminar, como las apariciones en pena en las noches cálidas de la Semana Santa.

    Al día siguiente regresó al camino que lucía ahora distinto bajo la luz del sol.   Esta vez no había lluvia,  neblina, mucho menos muchacha.  Se bajó, buscó, preguntó en diversos caseríos dando las señas y el nombre de la misteriosa y hermosa mujer que lo había acompañado la noche anterior. Sorprendidas las personas que se acordaban de ella, le dijeron que esa joven había fallecido hacía más o menos un año en un trágico accidente  en una tarde lluviosa camino a una fiesta en Poneloya.   Incluso le comentaron que había una cruz cerca de allí con nombre y fecha. El joven se sentía confundido y poniéndose de mal humor, pensó que las buenas personas se burlaban de él.    Pidió entonces que lo llevaran al lugar donde supuestamente estaba enterrada la pobre muchacha porque no podía creerlo.  Su corazón latió con fuerza y un escalofrío inesperado cubrió su cuerpo ante una visión insólita que no esperaba.  Colgado en la cruz estaba su saco, inconfundible. Lo tomó en  sus manos temblorosas, lo acercó a su rostro para cerciorarse que era suyo y lo sintió húmedo, frío, marchito.  Mezclado con su propio perfume, apenas casi perceptible, flotaba en el aire el olor agradable de aquella mujer bonita.




sábado, enero 15, 2011

30 años después



Escrito por Martha Isabel Arana
Orlando, Florida 2007

    ¡Dicen en la pulpería que ya los muchachos se tomaron el comando! – comentó mi madre de prisa mientras se subía al carro. ¡Vámonos del centro! ¡Vámonos de aquí…! – En ese mismo momento un soldado de la Guardia Nacional abría fuego violentamente en una esquina, vaciando su ametralladora en la historia de mi pueblo. En la confusión solamente escuché el grito desesperado de mi padre que nos decía ¡agáchense que nos mata! Sin embargo, siendo una niña, la curiosidad y el miedo me dejaron clavada en el asiento trasero del carro, viendo, escuchando, grabando en la memoria como milagrosamente nos salvábamos aquel día de aquellos disparos al azar que no llegaron a alcanzarnos.

    El año pasado y treinta después, camino cerca de aquella misma esquina donde un guardia disparara, para visitar el Museo de Mitos y Leyendas de León. En vez del soldado de mi historia, la estatua de un guerrillero me saluda en la entrada del museo con una piedra en la mano. Lo que fue en aquel entonces la Cárcel, la 21 (llamada así porque fue edificada en 1921) es ahora el lugar donde los mitos y leyendas se reúnen como muestra palpable de las creencias y supersticiones de nuestro pueblo.

    Una muchacha de sonrisa amable, estudiante de segundo año de turismo, según nos dijo, se ofrece a darnos el tour. Como un poema macabro que ha tenido que aprender, nos recita de memoria y casi sin respirar las historias de nuestras leyendas y los horrores de las torturas de la famosa 21. Nos anuncia que es una lástima que hayamos llegado en ese momento. Se acaba de ir la luz, como todas las mañanas, y no podremos escuchar los efectos y voces de los espantos.

    “Allí metían de cabeza a los hombres que estaban torturando” nos dice señalando unas piletas a mano derecha. “Dicen que les hacían tragarse unos botones amarrados a un hilo y después se los jalaban”. A mí me da escalofríos y prefiero enfocar con mi cámara a La Llorona que tomarle fotos a otras espantosas memorias.

    Me percato entonces que aunque el tiempo ha pasado, algunas escenas quedaron aún flotando en el aire, listas para empaparme sin aviso como aguacero de mayo. Mis antiguos miedos de muerte, violencia y destrucción han quedado aparentemente atrapados en amarillos libros de historia, nítidamente doblados para no perder la página donde había quedado. Otros, tercos como este, se escapan furtivos y finalmente me liberan.



jueves, enero 13, 2011

Escucha Nicaragua



Uno no escoge el país donde nace;
pero ama el país donde ha nacido.

Uno no escoge el tiempo para venir al mundo;
pero debe dejar huella de su tiempo.

Nadie puede evadir su responsabilidad.

Nadie puede taparse los ojos, los oídos,
enmudecer y cortarse las manos.

Todos tenemos un deber de amor que cumplir
una historia que nacer
una meta que alcanzar.

No escogimos el momento para venir al mundo:
Ahora podemos hacer el mundo
en que nacerá y crecerá
la semilla que trajimos con nosotros.


Uno no escoge - Gioconda Belli 
Foto cortesía de José Rafael Burgos C./Moralimpia.net

miércoles, enero 12, 2011

Sabor a Nicaragua

Nicaragua sabe a nacatamal, huele a sacuanjoche y suena a marimba.
Nicaragua tiene sabor a agua de coco, a tierra mojada y a carnita
asada de la esquina.


En la mañana, gallopinto con tortilla y una taza de café con leche
y en la noche a atol con güirila. Es un buen pedazo de queso
ahumado con tortilla, es una taza de leche agria de donde los Narváez.




Nicaragua tiene sabor a jocote tronador, a pelusita de tamarindo, a
guayaba madura, a cajeta de leche de Diriomo, a raspado Loly que
cuando metemos el dedo para que el hielo nade mejor en el sirope
nos queda manchado y no podemos negar que comimos raspado.




Para el hambre que quema las tripas, no basta con una carne en baho, se
requiere una orden de carne asada, maduro frito con queso y un buen
vaso de chicha, quién sabe si un vigorón también.



Nicaragua es el peso de las flores que adorna la cabeza de la
monimboseña, el zensontle que cruza los montes, el guardabarranco
sobre la rama. Es el meneo sensual del la costeña y su palo de mayo
y la tristeza norteña del violín de talalate.

Tanto rogar por alcanzar el paraíso, y lo tenemos a la vuelta: las
isletas de Granada sin tráfico, ni vidrios ahumados, ni televisión.
En Corn Island, es fácil encontrar nuestra soñada isla desierta y
percibir los olores de este hueco del planeta!

Huele a pescado, a aceite de coco, a cuerpo al sol, a agua salada.
Nicaragua sabe a naranjada, a limonada, a pozol con leche. Es tiste
envuelto en hojas de chagüite, es maiz pujagua, es yoltamal y
revuelta.


Suena a 'me lo das con ipegüe' a 'aquí va el chancho con yuca'; a
viva el Boer', 'viva el Diriangén', sabe también a un cumbo de atol
caliente en una tarde de lluvia a cajeta de purísima en diciembre,
huele a madroño y a reseda. Nicaragua, como dijo Rubén, es pequeña
pero uno grande la sueña, grande para los que se quedaron, grande
para los que nos fuimos y grande para los que sólo están de paso.





Es el calor que te despierta sudando de la siesta y el aguacero que
te arruina el uniforme del 15 de septiembre. Nicaragua es vivir con
la danza de los lagos bajo tus pies y con el olor del fogón
llamándote cual canto de sirena.

Nicaragua es temblor, es lagos, es lagunas, es volcanes. 'Alabado
sea el santísimo sacramento del altar...', el tum tum de los
chicheros en la procesión, los negritos y las 'vacas' anunciando a
Santo Dominguito. Es San Jerónimo Doctor con su pito y su tambor en
Masaya, el San Sebastián en Diriamba. Es el promesante, el eterno
penitente donde caminando curamos las penas, damos las gracias y
pedimos lo que creemos que nos falta.



Nicaragua suena a cigarras anunciando lluvia, a pocoyos al amanecer
y a monos congos en la noche de la selva atlántica.

Nicaragua es un triángulo en donde se conjugan perfectamente el
Cocibolca y el Xolotlán. Que linda es Nicaragua bendita de mi
corazón. No hay una tierra en todo el continente tan hermosa y tan
valiente como es mi nación.

Nicaragua tiene el ardor de una raja de canela, el picorcito del
clavo de olor, y el tinte del achote. Huele a gallina de patio, al
almendro de´onde la Tere, a níspero y a marañón. En Navidad sabe a
chompipe relleno, en Semana Santa a curbasá y a cuznaca y en las
fiestas patronales a chancho con yuca, a indio viejo, a masa de
cazuela.



Nicaragua, Nicaragüita la flor más linda de mi querer. Salve
azucena divina, cantan los fieles marianos en las purísimas. Otros
preferimos el caballito chontaleño, la queja india, el solar de
Monimbó, algunos no tan viejos recordamos a los Pancasán de épocas
pasadas y a Panchito Cedeño.

A mí, la patria me sabe, me huele y me suena a sacuanjoche, es azul
y blanca, es huele de noche, es jazmín recién cortado y
parafraseando a uno de nuestros grandes compositores, Erwin Krüger:
'quiero tener el consuelo de quedar cuando me muera cerca del
fresco arroyuelo en cuyas aguas bebiera y así mi alma por los
montes cuando esté clareando el día convertida en un zensontle
cantará estás melodías'.

Así es Nicaragua, así es mi país, la tierra mía donde yo nací.


Autora del poema: Nora Cedeño de Hernández
Nicaragüente residente en Panamá por más de 25 años.

Agradecimiento y aclaración  ( febrero, 2006)

Hace algunas semanas mencioné que me gustaría saber quién había escrito Sabor a Nicaragua, precioso poema que ha adornado nuestros sitios cibernéticos, se ha duplicado docenas de veces en redes sociales y foros nicas, circulando otras tantas en cadenas de correos que llenan de nostralgia a los lectores que leen y releen estos ya famosos versos.
Hoy tuve una agradable sorpresa.  Recibí noticias de la señora Nora C. De Hernández, autora de dicho poema con esta hermosa explicación:  

"He dejado que mi sentiminto recorra anónimamente
y a veces bajo la pluma de otro
el mundo de los nicas afuera
porque no,
el sentimiento de nostalgia no es mi patrimonio
sino el de los que nacimos en este triangulito centroamericano
que se llama NICARAGUA."


Todas las imágenes utilizadas en este tema cuentan con permiso de su autor
William Ampié Silva creador del grupo en Facebook
Jinotepe lindo y querido.


Blog de Martha Isabel Arana - ¡Bienvenidos!

          C uando un nicaragüense emigra, además de su maleta, sus temores e ilusiones, lleva consigo todos sus recuerdos más queridos. ...