sábado, febrero 26, 2011

Matrícula de primer grado

Por Alcides Rojas Chavarría (n. en Managua, 1966)

Imagino que todos recordarán el día de su matrícula escolar para el primer grado de la escuela primaria.

Mi hija mayor Daira Marcela, mi segundo hijo David Alcides y mi hija Natalia Giselle han ido a su primer día de clases en el nivel Maternal de Kindergarten a sus dos añitos de edad. Por mi parte, asistí a la escuela primaria formal con siete años ya cumplidos en febrero de 1973 - quizás porque haber sido el ‘cumiche’-, como se dice ‘entre tarde’ a la escuela y directo al primer grado.

Pues bien, después del terremoto del 23 de diciembre de 1972 que destruyó la ciudad de Managua, mi abuelita Yeyita nos llevó a su casita en la comarca “Valle de Las Mayorgas”, a ocho kilómetros de Chichigalpa en el departamento de Chinandega. Con el tiempo, mi abuelita materna se enfermó y mi Mamá acordó con mi Papá que se quedaría cuidándola. Yo feliz de vivir ‘en el monte’ viendo gallinas, chanchos, caballos, vacas, carretas de bueyes cargadas de caña de azúcar que pasaban hacia la molienda en el trapiche de don Cristóbal Sarria; tomando guarapo (jugo de caña), comiendo alfeñiques con semillas de marañon o del árbol de panamá, miel y dulce de caña, jalando agua del pozo a caballo o ‘a pulso’ (estorbando más que ayudando), y todo esto lo recuerdo como "mis años maravillosos" de niñez.

Vivir mi niñez en el campo, es el motivo por el cual a pesar de ser nacido en Managua, Por Gracia de Dios, el primer y segundo grados de primaria los cursé en una escuelita rural que fue construida por la comunidad del Valle con el auspicio de CARITAS Nicaragua.

El día de la matrícula mi mamá tuvo que viajar a la ciudad de León acompañando a mi abuelita Yeyita a una consulta médica, entonces ‘me dejó recomendado’ con Adolfo, el esposo de mi hermana mayor Lidia Esperanza, para que me llevara a la escuelita a matricularme, él iría a matricular a Tadeo, su hijo mayor y sobrino mío, casi de mi edad.

Pues bien, nos tocó el turno de entrar al aula donde una maestra muy guapa y chela anotaba las matrículas. Ella conocía a Tadeo y recuerdo que dijo: "Tadeo, termino primer grado el año pasado y ya sabe leer, pero... y este niño, ya sabe?". Diciendo esto, me llamo y puso sobre la mesa una revista que debió ser una Buen Hogar ó una Vanidades, alguna así por lo que recuerdo haber visto en la portada, y me dijo: "A ver, qué dice aquí?". Yo, pues sólo la quede viendo y no supe que decir, era obvio que NO SABIA LEER. Al quedarme callado, se dirigió a Tadeo y este leyó algo que ni recuerdo. Inmediatamente, Ella saltó con aire triunfante diciendo: "Tadeo a segundo grado. Este niño a primer grado porque NO SABE NADA. Todavía es «un animalito silvestre»". Esto último lo recuerdo clarito, me sentí apenado, humillado con esas palabras y más cuando vi a Tadeo con una sonrisa burlona y a mi cuñado repitiendo "animalito silvestre” mientras intentaba tocarme la cabeza.

El corto trayecto de la escuelita a la casa de mi abuelita Yeyita, lo hice en silencio, y al llegar me fui a llorar al fondo del patio, arriba de un palo de guayaba, enojado conmigo, con mi Mamá, con mi cuñado, con la maestra h...de p... (de quien ni siquiera recuerdo su nombre, pero que era arrecha, buena a dar reglazos en las palmas de las manos y que vivía en la ciudad de Chinandega)  y por NO SABER LEER.

Parece que cuando llego mi Mamá, preguntó si me habían matriculado y Tadeo le dijo que si, en primer grado porque NO SABIA LEER. Ella quizás se preocupó y recuerdo que cierto día me llamó, lavaba una ropa de cama y mientras tendía una sabana sobre un tendedero hecho de piedras lisas, me señalo un libro cuya portada era –eso lo recuerdo bien- “un chavalo cargando su bulto y corriendo”, meses después cuando ya sabía leer, leí ese libro, se llamaba «A Prisa», lo había usado un hermano mío en su cuarto grado. Me ufano de poder afirmar que ‘mi primera lectura’ aprendida de memoria porque la repetí mecánicamente muchas veces fue: «Terremoto - Madrugada - en silencio - reposa la gran villa» que después supe es un soneto de Rubén Darío que dice así:

TRÍPTICO DE NICARAGUA
III
TERREMOTO

Madrugada. En silencio reposa la gran villa
donde de niño supe de cuentos y consejas,
o asistí a serenatas de amor junto a las rejas
de alguna novia bella, timorata y sencilla.

El cielo lleno de constelaciones brilla,
y su oriente disputan suaves luces bermejas.
De pronto, un terremoto mueve las casas viejas
y la gente en los patios y calles se arrodilla

medio desnuda, y clama: “¡Santo Dios! ¡Dios fuerte!
¡Santo inmortal!” La tierra tiembla a cada momento.
¡Algo de apocalíptico mano invisible vierte!...

La atmósfera es pesada como plomo. No hay viento.
Y se diría que ha pasado la Muerte
ante la impasibilidad del firmamento.

Rubén Darío (1867, 1916), De "Poesía Dispersa"

Regrese a la escuelita un día del mes febrero de 1973. Mi maestra de primer grado se llamaba María Cristina Arauz, de apenas unos diecinueve años que creo aún estudiaba en la Escuela Normal de Chinandega o de León, era una chaparrita blanquita, tan preciosa y delicadita que parecía una muñequita, yo la miraba como la maestra más linda del mundo, nos quiso mucho y la quisimos mucho. Se portó excelente y nos enseñó, con dedicación y paciencia, las típicas canciones y juegos infantiles escolares; así como a leer y a escribir. Yo aprendí a leer rápido, ya para el mes de abril del 73 sabía leer muy bien ‘de corrido’, sin deletrear ni vocalizar las sílabas. El libro que usábamos se llamaba “Mi primera Victoria” o simplemente “Victoria”.

Desde 1974 nunca más he vuelto a ver a mi maestra María Cristina (“regálame una rosa que sea primorosa”) del primer grado de primaria, solamente conservo su nombre en el amarillento certificado de notas que me entrego con un beso en mi mejilla, un remoto día a inicios del mes de diciembre de 1973. Los mejores alumnos del primer grado fuimos Felipa Ulloa Zapata -me han dicho que ‘se la llevó el Mitch en octubre de 1998’- y Yo. Mi premio fue un regalo que la maestra María Cristina pago de su propio bolsillo: ‘una caja de galletas rellenas y un par de calcetines de color celeste’, ese regalo fue como si me hubiesen dado una medalla de oro. Mi Mamá y mi Papá ya ni se diga de los orgullosos que estaban. Esa vez mi Mamá si me acompaño para el acto de entrega de notas.

Historia enviada por Alcides Rojas Chavarría, para ser publicado en Nicaragua de mis Recuerdos, 28 de junio, 2011.

¡Felicidades en su Día maestros nicaragüenses! 

29 de junio, 2011



 

lunes, enero 17, 2011

Nagarote: apuntes sobre un municipio azul



Por Luis José Castro Jerez

Dicen que Nagarote nació del romance entre el Genízaro y el Xolotlán durante una noche estrellada…. Otros dicen que Nagarote es el resultado de una noche de amor entre el Genízaro y la Luna allá en las playas de Miramar… Bueno, como quiera que sea, los nagaroteños somos descendientes directos del Genízaro y hermanos de las estrellas y del agua, ya sea que provenga ésta de un mar de agua dulce o de un mar de agua salada… Quizás por eso será que a los nagaroteños nos gusta viajar y cruzar océanos y lanzar siempre flechas a la Luna sin temor al fracaso. Como quiera que sea, apuntamos bien alto, hacia el cielo o a la Luna, nuestra madre…. Si fallamos el tiro, no importa: igual, aterrizamos sobre las estrellas, nuestras hermanas. Y, como hijos del histórico Genízaro, echamos profundas raíces en nuestro suelo natal y, no importa el lugar o país donde nos encontremos, el amor a nuestro Nagarote se mantiene siempre vivo en nuestros corazones a pesar del paso del tiempo.

En 1899 Nagarote tuvo tres sacerdotes: Julio Escoto Vargas, José Antonio Zúñiga y Jesús María Lara. Al Padre Lara le tocó darle la bienvenida al nuevo siglo. Mientras en el año 1900 el mundo contemplaba admirado la prueba del Zeppelín, París se regocijaba con su primera línea del metro, la guerra de los bóxers estallaba en China, Nietzche moría en Alemania el 25 de agosto y Freud publicaba en Viena “La Interpretación de los Sueños”, Nagarote despuntaba al siglo XX como un pueblo polvoriento, azotado continuamente por las inundaciones provocadas por los severos inviernos y sus pobladores sufrían el embate de las enfermedades gastrointestinales, la tuberculosis y el paludismo.

Si intentamos visualizar a Nagarote a inicios del siglo pasado nos daríamos cuenta de que el pueblo de entonces era muy diferente al que podemos observar en la actualidad. Las calles eran extremadamente arenosas y llenas de muchos hoyos producto del estancamiento de las aguas de desecho que vertían los vecinos la mayoría de las veces sin ningún tipo de control. Las fuertes corrientes producto de las lluvias contribuían al deterioro permanente de las mismas. Los peatones tenían que estar siempre muy pendientes de ir esquivando los baches del terreno y evitar los charcos y los atolladeros de lodo. Tengamos presente que las calles de nuestro amado pueblo recibían diariamente los productos de desecho natural de los animales (cerdos, caballos, burros, bueyes, vacas, perros, gallinas, etc.) que circulaban libremente sobre ellas, además de los desechos de las aguas de lavado que eran regadas a diario por los vecinos del pueblo.

En noviembre de 1900 se inició la construcción del tramo ferrocarrilero entre Managua y León; la cual culminó el 26 de junio de 1902. Las ventajas que trajo la construcción del ferrocarril para Nagarote fueron: el empleo de mano de obra local, el inicio del negocio de los cortes de leña y el comercio de durmientes para el tendido de los rieles y la reparación de las vías y como combustible para el tren; al mismo tiempo, una agilización modesta del comercio local en general. Sin embargo, la llegada del mismo trajo como consecuencia la deforestación a la cual fueron sometidos los bosques circundantes de nuestro pueblo y la desaparición de quebradas y vertientes que abundaban en Nagarote; entre ellas, la histórica quebrada o “riíto” que corría a la sombra del colosal Genízaro, y la cual había servido durante siglos como fuente de abastecimiento de agua a los vecinos del lugar. Podríamos decir entonces que así como el año 1901 trajo para los ingleses el final de la Era Victoriana con la muerte de la Reina Victoria; la llegada del ferrocarril a Nagarote trajo consigo el primer atentado a la riqueza ecológica de nuestro pueblo y el final de la primera Era Azul del Municipio.


Apuntes del Sr. Luis José Castro Jeréz recopilados por Martha Isabel Arana el 1ro de febrero de 2010.

domingo, enero 16, 2011

Memorias de una muchacha bonita



Escrito por Martha Isabel Arana
Orlando, Florida 2005

    Cuentan que hace años, un muchacho de Managua fue invitado a una boda en la antigua Ciudad Universitaria. Llegado el día, aunque estaba nublado y los ánimos lo invitaban a quedarse en casa, Ernesto, el joven de la historia, no quería perderse el esperado acontecimiento porque quien se casaba era uno de sus amigos más queridos. Pensando que valía la pena el viaje y tomando en cuenta que León no está muy lejos de la capital, decidió salir temprano para llegar a tiempo y no sufrir ningún atraso. Cuando llegó a la zona donde el Lago Xolotlán comienza a coquetear mostrando su azul a las personas que transitan la Carretera Vieja a León, comenzó una lluvia fuerte a caer sin clemencia, desbordándose el cielo y provocando uno de esos aguaceros tropicales que parecieran no van a parar jamás.

No había dejado  atrás el recuerdo del lago, ni el olor a tierra mojada había abandonado su mente, cuando de pronto divisó a un lado de la carretera a una muchacha  de cabello hermoso  haciendo señas para que la ayudara. Ernesto bajó la velocidad de su carro y al detenerse, ella le comentó que su vehículo estaba dañado y que necesitaba viajar a León para asistir a una boda a la que había sido invitada.  Compadecido por verla sola bajo ese tiempo amenazante, el joven decidió llevarla y así aprovechar un poco de buena compañía.  Al comenzar a platicar con ella no pudo evitar dejarse llevar por la calidez de su voz y la sencillez de su sonrisa que contrastaban con la palidez fría en su rostro delgado. Casualidades de la vida, la boda que ambos asistirían resultó ser la misma y entre canciones y alegría, él buscaba cualquier minuto libre para apartarse de sus amistades y acercarse a ella.  La muchacha, sola en una esquina de la casa, parecía esperar  únicamente su compañía.  Se ofreció entonces Ernesto para llevarla de regreso a Managua, lo cual ella aceptó gustosa y ambos partieron cerca de la medianoche.  El joven disfrutaba la compañía  de su compañera, el negro fondo de su cabello de estrellas y la plática serena que solamente una persona que ha perdido todo y está en paz puede ofrecer.  El aire se llenaba todo con el olor natural de mujer bonita.



    Cuando venían por la misma zona del lago donde Ernesto la miró por primera vez, ella le dijo que se detuvieran, que tenía que bajar. El insistió en acompañarla hasta su casa, pero la muchacha se negó rotundamente. Le explicó que moraba muy cerca de allí, que no quería que se atrasara porque era peligroso viajar de noche.   Entonces él le prestó su saco para que se protegiera de la llovizna que aún caía ligera, buscando una excusa para verla nuevamente. Se bajó la muchacha de prisa y se perdió en la neblina espesa de un caminito perdido.  Ernesto hubiera jurado que flotaba al caminar, como las apariciones en pena en las noches cálidas de la Semana Santa.

    Al día siguiente regresó al camino que lucía ahora distinto bajo la luz del sol.   Esta vez no había lluvia,  neblina, mucho menos muchacha.  Se bajó, buscó, preguntó en diversos caseríos dando las señas y el nombre de la misteriosa y hermosa mujer que lo había acompañado la noche anterior. Sorprendidas las personas que se acordaban de ella, le dijeron que esa joven había fallecido hacía más o menos un año en un trágico accidente  en una tarde lluviosa camino a una fiesta en Poneloya.   Incluso le comentaron que había una cruz cerca de allí con nombre y fecha. El joven se sentía confundido y poniéndose de mal humor, pensó que las buenas personas se burlaban de él.    Pidió entonces que lo llevaran al lugar donde supuestamente estaba enterrada la pobre muchacha porque no podía creerlo.  Su corazón latió con fuerza y un escalofrío inesperado cubrió su cuerpo ante una visión insólita que no esperaba.  Colgado en la cruz estaba su saco, inconfundible. Lo tomó en  sus manos temblorosas, lo acercó a su rostro para cerciorarse que era suyo y lo sintió húmedo, frío, marchito.  Mezclado con su propio perfume, apenas casi perceptible, flotaba en el aire el olor agradable de aquella mujer bonita.




sábado, enero 15, 2011

30 años después



Escrito por Martha Isabel Arana
Orlando, Florida 2007

    ¡Dicen en la pulpería que ya los muchachos se tomaron el comando! – comentó mi madre de prisa mientras se subía al carro. ¡Vámonos del centro! ¡Vámonos de aquí…! – En ese mismo momento un soldado de la Guardia Nacional abría fuego violentamente en una esquina, vaciando su ametralladora en la historia de mi pueblo. En la confusión solamente escuché el grito desesperado de mi padre que nos decía ¡agáchense que nos mata! Sin embargo, siendo una niña, la curiosidad y el miedo me dejaron clavada en el asiento trasero del carro, viendo, escuchando, grabando en la memoria como milagrosamente nos salvábamos aquel día de aquellos disparos al azar que no llegaron a alcanzarnos.

    El año pasado y treinta después, camino cerca de aquella misma esquina donde un guardia disparara, para visitar el Museo de Mitos y Leyendas de León. En vez del soldado de mi historia, la estatua de un guerrillero me saluda en la entrada del museo con una piedra en la mano. Lo que fue en aquel entonces la Cárcel, la 21 (llamada así porque fue edificada en 1921) es ahora el lugar donde los mitos y leyendas se reúnen como muestra palpable de las creencias y supersticiones de nuestro pueblo.

    Una muchacha de sonrisa amable, estudiante de segundo año de turismo, según nos dijo, se ofrece a darnos el tour. Como un poema macabro que ha tenido que aprender, nos recita de memoria y casi sin respirar las historias de nuestras leyendas y los horrores de las torturas de la famosa 21. Nos anuncia que es una lástima que hayamos llegado en ese momento. Se acaba de ir la luz, como todas las mañanas, y no podremos escuchar los efectos y voces de los espantos.

    “Allí metían de cabeza a los hombres que estaban torturando” nos dice señalando unas piletas a mano derecha. “Dicen que les hacían tragarse unos botones amarrados a un hilo y después se los jalaban”. A mí me da escalofríos y prefiero enfocar con mi cámara a La Llorona que tomarle fotos a otras espantosas memorias.

    Me percato entonces que aunque el tiempo ha pasado, algunas escenas quedaron aún flotando en el aire, listas para empaparme sin aviso como aguacero de mayo. Mis antiguos miedos de muerte, violencia y destrucción han quedado aparentemente atrapados en amarillos libros de historia, nítidamente doblados para no perder la página donde había quedado. Otros, tercos como este, se escapan furtivos y finalmente me liberan.



jueves, enero 13, 2011

Escucha Nicaragua



Uno no escoge el país donde nace;
pero ama el país donde ha nacido.

Uno no escoge el tiempo para venir al mundo;
pero debe dejar huella de su tiempo.

Nadie puede evadir su responsabilidad.

Nadie puede taparse los ojos, los oídos,
enmudecer y cortarse las manos.

Todos tenemos un deber de amor que cumplir
una historia que nacer
una meta que alcanzar.

No escogimos el momento para venir al mundo:
Ahora podemos hacer el mundo
en que nacerá y crecerá
la semilla que trajimos con nosotros.


Uno no escoge - Gioconda Belli 
Foto cortesía de José Rafael Burgos C./Moralimpia.net

miércoles, enero 12, 2011

Sabor a Nicaragua

Nicaragua sabe a nacatamal, huele a sacuanjoche y suena a marimba.
Nicaragua tiene sabor a agua de coco, a tierra mojada y a carnita
asada de la esquina.


En la mañana, gallopinto con tortilla y una taza de café con leche
y en la noche a atol con güirila. Es un buen pedazo de queso
ahumado con tortilla, es una taza de leche agria de donde los Narváez.




Nicaragua tiene sabor a jocote tronador, a pelusita de tamarindo, a
guayaba madura, a cajeta de leche de Diriomo, a raspado Loly que
cuando metemos el dedo para que el hielo nade mejor en el sirope
nos queda manchado y no podemos negar que comimos raspado.




Para el hambre que quema las tripas, no basta con una carne en baho, se
requiere una orden de carne asada, maduro frito con queso y un buen
vaso de chicha, quién sabe si un vigorón también.



Nicaragua es el peso de las flores que adorna la cabeza de la
monimboseña, el zensontle que cruza los montes, el guardabarranco
sobre la rama. Es el meneo sensual del la costeña y su palo de mayo
y la tristeza norteña del violín de talalate.

Tanto rogar por alcanzar el paraíso, y lo tenemos a la vuelta: las
isletas de Granada sin tráfico, ni vidrios ahumados, ni televisión.
En Corn Island, es fácil encontrar nuestra soñada isla desierta y
percibir los olores de este hueco del planeta!

Huele a pescado, a aceite de coco, a cuerpo al sol, a agua salada.
Nicaragua sabe a naranjada, a limonada, a pozol con leche. Es tiste
envuelto en hojas de chagüite, es maiz pujagua, es yoltamal y
revuelta.


Suena a 'me lo das con ipegüe' a 'aquí va el chancho con yuca'; a
viva el Boer', 'viva el Diriangén', sabe también a un cumbo de atol
caliente en una tarde de lluvia a cajeta de purísima en diciembre,
huele a madroño y a reseda. Nicaragua, como dijo Rubén, es pequeña
pero uno grande la sueña, grande para los que se quedaron, grande
para los que nos fuimos y grande para los que sólo están de paso.





Es el calor que te despierta sudando de la siesta y el aguacero que
te arruina el uniforme del 15 de septiembre. Nicaragua es vivir con
la danza de los lagos bajo tus pies y con el olor del fogón
llamándote cual canto de sirena.

Nicaragua es temblor, es lagos, es lagunas, es volcanes. 'Alabado
sea el santísimo sacramento del altar...', el tum tum de los
chicheros en la procesión, los negritos y las 'vacas' anunciando a
Santo Dominguito. Es San Jerónimo Doctor con su pito y su tambor en
Masaya, el San Sebastián en Diriamba. Es el promesante, el eterno
penitente donde caminando curamos las penas, damos las gracias y
pedimos lo que creemos que nos falta.



Nicaragua suena a cigarras anunciando lluvia, a pocoyos al amanecer
y a monos congos en la noche de la selva atlántica.

Nicaragua es un triángulo en donde se conjugan perfectamente el
Cocibolca y el Xolotlán. Que linda es Nicaragua bendita de mi
corazón. No hay una tierra en todo el continente tan hermosa y tan
valiente como es mi nación.

Nicaragua tiene el ardor de una raja de canela, el picorcito del
clavo de olor, y el tinte del achote. Huele a gallina de patio, al
almendro de´onde la Tere, a níspero y a marañón. En Navidad sabe a
chompipe relleno, en Semana Santa a curbasá y a cuznaca y en las
fiestas patronales a chancho con yuca, a indio viejo, a masa de
cazuela.



Nicaragua, Nicaragüita la flor más linda de mi querer. Salve
azucena divina, cantan los fieles marianos en las purísimas. Otros
preferimos el caballito chontaleño, la queja india, el solar de
Monimbó, algunos no tan viejos recordamos a los Pancasán de épocas
pasadas y a Panchito Cedeño.

A mí, la patria me sabe, me huele y me suena a sacuanjoche, es azul
y blanca, es huele de noche, es jazmín recién cortado y
parafraseando a uno de nuestros grandes compositores, Erwin Krüger:
'quiero tener el consuelo de quedar cuando me muera cerca del
fresco arroyuelo en cuyas aguas bebiera y así mi alma por los
montes cuando esté clareando el día convertida en un zensontle
cantará estás melodías'.

Así es Nicaragua, así es mi país, la tierra mía donde yo nací.


Autora del poema: Nora Cedeño de Hernández
Nicaragüente residente en Panamá por más de 25 años.

Agradecimiento y aclaración  ( febrero, 2006)

Hace algunas semanas mencioné que me gustaría saber quién había escrito Sabor a Nicaragua, precioso poema que ha adornado nuestros sitios cibernéticos, se ha duplicado docenas de veces en redes sociales y foros nicas, circulando otras tantas en cadenas de correos que llenan de nostralgia a los lectores que leen y releen estos ya famosos versos.
Hoy tuve una agradable sorpresa.  Recibí noticias de la señora Nora C. De Hernández, autora de dicho poema con esta hermosa explicación:  

"He dejado que mi sentiminto recorra anónimamente
y a veces bajo la pluma de otro
el mundo de los nicas afuera
porque no,
el sentimiento de nostalgia no es mi patrimonio
sino el de los que nacimos en este triangulito centroamericano
que se llama NICARAGUA."


Todas las imágenes utilizadas en este tema cuentan con permiso de su autor
William Ampié Silva creador del grupo en Facebook
Jinotepe lindo y querido.


viernes, enero 07, 2011

Recuerdos




Escribo sin prisa
cuando pienso en vos
contando palabras
tentando los versos
como si invocarte
me llenara de infinito
del silencio suave
que duerme en las letras
y de la risa fresca
que habita en tus besos.

Escribo con prisa
cuando pienso en vos
como presintiendo
que el tiempo se apaga
que fluyan las ganas
como hojas al viento
que brillen, que canten
y formen incendios
deseando en silencio
la noche que embriaga.

Escribo la vida
Cuando pienso en vos
violento aguacero
de aguas tranquilas
que guarda celoso
etapas vividas de
estrofas que esconden
en su fuero candente
la lava que arde
en tus mansas pupilas.

Martha Isabel Arana
 Orlando, Florida
Abril, 2010


Blog de Martha Isabel Arana - ¡Bienvenidos!

          Cuando un nicaragüense emigra, además de su maleta, sus temores e ilusiones, lleva consigo todos sus recuerdos más queridos. C...