jueves, enero 13, 2011

Escucha Nicaragua



Uno no escoge el país donde nace;
pero ama el país donde ha nacido.

Uno no escoge el tiempo para venir al mundo;
pero debe dejar huella de su tiempo.

Nadie puede evadir su responsabilidad.

Nadie puede taparse los ojos, los oídos,
enmudecer y cortarse las manos.

Todos tenemos un deber de amor que cumplir
una historia que nacer
una meta que alcanzar.

No escogimos el momento para venir al mundo:
Ahora podemos hacer el mundo
en que nacerá y crecerá
la semilla que trajimos con nosotros.


Uno no escoge - Gioconda Belli 
Foto cortesía de José Rafael Burgos C./Moralimpia.net

miércoles, enero 12, 2011

Sabor a Nicaragua

Nicaragua sabe a nacatamal, huele a sacuanjoche y suena a marimba.
Nicaragua tiene sabor a agua de coco, a tierra mojada y a carnita
asada de la esquina.


En la mañana, gallopinto con tortilla y una taza de café con leche
y en la noche a atol con güirila. Es un buen pedazo de queso
ahumado con tortilla, es una taza de leche agria de donde los Narváez.




Nicaragua tiene sabor a jocote tronador, a pelusita de tamarindo, a
guayaba madura, a cajeta de leche de Diriomo, a raspado Loly que
cuando metemos el dedo para que el hielo nade mejor en el sirope
nos queda manchado y no podemos negar que comimos raspado.




Para el hambre que quema las tripas, no basta con una carne en baho, se
requiere una orden de carne asada, maduro frito con queso y un buen
vaso de chicha, quién sabe si un vigorón también.



Nicaragua es el peso de las flores que adorna la cabeza de la
monimboseña, el zensontle que cruza los montes, el guardabarranco
sobre la rama. Es el meneo sensual del la costeña y su palo de mayo
y la tristeza norteña del violín de talalate.

Tanto rogar por alcanzar el paraíso, y lo tenemos a la vuelta: las
isletas de Granada sin tráfico, ni vidrios ahumados, ni televisión.
En Corn Island, es fácil encontrar nuestra soñada isla desierta y
percibir los olores de este hueco del planeta!

Huele a pescado, a aceite de coco, a cuerpo al sol, a agua salada.
Nicaragua sabe a naranjada, a limonada, a pozol con leche. Es tiste
envuelto en hojas de chagüite, es maiz pujagua, es yoltamal y
revuelta.


Suena a 'me lo das con ipegüe' a 'aquí va el chancho con yuca'; a
viva el Boer', 'viva el Diriangén', sabe también a un cumbo de atol
caliente en una tarde de lluvia a cajeta de purísima en diciembre,
huele a madroño y a reseda. Nicaragua, como dijo Rubén, es pequeña
pero uno grande la sueña, grande para los que se quedaron, grande
para los que nos fuimos y grande para los que sólo están de paso.





Es el calor que te despierta sudando de la siesta y el aguacero que
te arruina el uniforme del 15 de septiembre. Nicaragua es vivir con
la danza de los lagos bajo tus pies y con el olor del fogón
llamándote cual canto de sirena.

Nicaragua es temblor, es lagos, es lagunas, es volcanes. 'Alabado
sea el santísimo sacramento del altar...', el tum tum de los
chicheros en la procesión, los negritos y las 'vacas' anunciando a
Santo Dominguito. Es San Jerónimo Doctor con su pito y su tambor en
Masaya, el San Sebastián en Diriamba. Es el promesante, el eterno
penitente donde caminando curamos las penas, damos las gracias y
pedimos lo que creemos que nos falta.



Nicaragua suena a cigarras anunciando lluvia, a pocoyos al amanecer
y a monos congos en la noche de la selva atlántica.

Nicaragua es un triángulo en donde se conjugan perfectamente el
Cocibolca y el Xolotlán. Que linda es Nicaragua bendita de mi
corazón. No hay una tierra en todo el continente tan hermosa y tan
valiente como es mi nación.

Nicaragua tiene el ardor de una raja de canela, el picorcito del
clavo de olor, y el tinte del achote. Huele a gallina de patio, al
almendro de´onde la Tere, a níspero y a marañón. En Navidad sabe a
chompipe relleno, en Semana Santa a curbasá y a cuznaca y en las
fiestas patronales a chancho con yuca, a indio viejo, a masa de
cazuela.



Nicaragua, Nicaragüita la flor más linda de mi querer. Salve
azucena divina, cantan los fieles marianos en las purísimas. Otros
preferimos el caballito chontaleño, la queja india, el solar de
Monimbó, algunos no tan viejos recordamos a los Pancasán de épocas
pasadas y a Panchito Cedeño.

A mí, la patria me sabe, me huele y me suena a sacuanjoche, es azul
y blanca, es huele de noche, es jazmín recién cortado y
parafraseando a uno de nuestros grandes compositores, Erwin Krüger:
'quiero tener el consuelo de quedar cuando me muera cerca del
fresco arroyuelo en cuyas aguas bebiera y así mi alma por los
montes cuando esté clareando el día convertida en un zensontle
cantará estás melodías'.

Así es Nicaragua, así es mi país, la tierra mía donde yo nací.


Autora del poema: Nora Cedeño de Hernández
Nicaragüente residente en Panamá por más de 25 años.

Agradecimiento y aclaración  ( febrero, 2006)

Hace algunas semanas mencioné que me gustaría saber quién había escrito Sabor a Nicaragua, precioso poema que ha adornado nuestros sitios cibernéticos, se ha duplicado docenas de veces en redes sociales y foros nicas, circulando otras tantas en cadenas de correos que llenan de nostralgia a los lectores que leen y releen estos ya famosos versos.
Hoy tuve una agradable sorpresa.  Recibí noticias de la señora Nora C. De Hernández, autora de dicho poema con esta hermosa explicación:  

"He dejado que mi sentiminto recorra anónimamente
y a veces bajo la pluma de otro
el mundo de los nicas afuera
porque no,
el sentimiento de nostalgia no es mi patrimonio
sino el de los que nacimos en este triangulito centroamericano
que se llama NICARAGUA."


Todas las imágenes utilizadas en este tema cuentan con permiso de su autor
William Ampié Silva creador del grupo en Facebook
Jinotepe lindo y querido.


viernes, enero 07, 2011

Recuerdos




Escribo sin prisa
cuando pienso en vos
contando palabras
tentando los versos
como si invocarte
me llenara de infinito
del silencio suave
que duerme en las letras
y de la risa fresca
que habita en tus besos.

Escribo con prisa
cuando pienso en vos
como presintiendo
que el tiempo se apaga
que fluyan las ganas
como hojas al viento
que brillen, que canten
y formen incendios
deseando en silencio
la noche que embriaga.

Escribo la vida
Cuando pienso en vos
violento aguacero
de aguas tranquilas
que guarda celoso
etapas vividas de
estrofas que esconden
en su fuero candente
la lava que arde
en tus mansas pupilas.

Martha Isabel Arana
 Orlando, Florida
Abril, 2010


jueves, enero 06, 2011

Diciembre de mis recuerdos


Tú que estás lejos
de tus amigos
de tu tierra y de tu hogar
y tienes pena,
pena en el alma
porqué no dejas de pensar.

Tú que esta noche
no puedes
dejar de recordar,
quiero que sepas
que aquí en mi mesa
para Ti tengo un lugar.


En aquellos diciembres de mi niñez, las primas recorríamos la casa entera de los tíos inventando juegos y descubriendo secretos empacados en papel de regalo. A medida que iban llegando, otros miembros de la familia colocaban sus obsequios al pie del árbol de Navidad para deleite de nosotras que llenas de curiosidad no queríamos perder ningún detalle. La tele con su imagen en blanco y negro, interrumpía de vez en cuando nuestros juegos para alegrar el ambiente con algún comercial de moda que cantábamos de memoria: En el nuevo año venidero, se lo deseamos placentero, saboreando la vida por entero... Los primos varones se entretenían afuera en la calle, aprovechando la fumadera de "los grandes" que entre tragos, boquitas y música se divertían observando a los muchachos. Candelas romanas, bombas y triquitracas  explotaban una tras otra dejando en el pavimento los rastros de pólvora, periódicos y uno que otro cachinflín que se había escapado y no había explotado a tiempo en su apretada envoltura roja.


Yo no olvido el Año Viejo
porque me ha dejado cosas muy buenas
me dejó una chiva, una burra negra
una yegua blanca y una buena suegra...


Finalmente, después de tantos cohetes, Pepsi-colas, juegos, abrazos de media noche, Misa de Gallo y ojos cansados, venía mi hora favorita: la cena familiar. Nos reuníamos las diferentes generaciones en una enorme mesa decorada para la ocasión, donde relucían y llamaban mi atención unas grandes manzanas coloradas y racimos frescos de uvas, frutas que no se acostumbraba ver en el país más que para esas fechas. Kilométrica para mi estatura, nuestra mesa parecía alargarse un poco más cada año a medida que los primos mayores se casaban y nuevos parientes pasaban a formar parte de nuestra familia. En el lugar de honor de la mesa se sentaba la abuelita con sus hijos a ambos lados. De mayores a menores, el otro extremo de la mesa era territorio reservado para nosotros, los chavalos y los "jóvenes de corazón" que entre bromas y sonrisas insistían que de ese puesto nadie los movía.

Comenzaban las presentaciones, los discursos, el brindis. No faltaba el primo bohemio que, levantando su copa y declamando sus versos, erizaba la piel y robaba la atención incluso de los más pequeños:


"Por esa brindo yo, dejad que llore,
y en lágrimas desflore
esta pena letal que me asesina;
dejad que brinde por mi madre ausente,
por la que llora y siente
que mi ausencia es un fuego que calcina.

Por la anciana infeliz que sufre y llora
y que del cielo implora
que vuelva yo muy pronto a estar con ella;
por mi Madre bohemios, que es dulzura
vestida en mi amargura
y en esta noche de mi vida, estrella..."


Al igual que los amigos del poeta, nuestra mesa también callaba no queriendo profanar el sentimiento nacido del dolor y la ternura.

Rompía el silencio, los aplausos, los gritos, la algarabía. Las manzanas y las uvas una por una desaparecían de los centros de mesa, como si disfrutaran saltando de mano en mano entre los chistes y las risas de los presentes: "Ella se llevó una", "yo vi que se la metió en la cartera", "vos ya te comiste dos, ¡no te las comás todas!". Venía enseguida la delicia de la noche, el pavo o chompipe, con el relleno preparado para la ocasión de manos y esfuerzo de las tías. Sabíamos que después de la comida vendría el riquísimo Pío V, cuyo "quinto" había sido substituido cariñosamente con el nombre de la tía, quien con tanto amor lo preparaba año tras año, inmortalizando de esa manera su receta en nuestras vidas.

Aún recuerdo a las tías, las manzanas, la alegría y una que otra nota de esta mi canción preferida...

Me perdonan que me vaya de esta fiesta,
pero hay algo que jamás podré olvidar,
una linda viejecita que me espera
en la noche de esta eterna Navidad...
Faltan 5 pa' las doce...


 Martha Isabel Arana
Orlando, Florida
12 de diciembre, 2006

Fotografía: Cristina Trejo

miércoles, enero 05, 2011

En el éxodo de mi nostalgia


Cuando me fuí,
doblé cuidadosamente el cielo y las estrellas;
no fuera yo a perderlos.
Recogí los maizales y el trigo para llevarlos conmigo,
Ahuequé en mis manos la tristeza y mansedumbre
de mi hermano indio, de mi hermano maestizo,
para no olvidarlos.

Pinté en mis ojos,
el eterno paisaje de mis lagos, volcanes,
madroños, sacuanjoches...
Me retraté en ellos y con ellos
y en las pupilas me llevé las fotos.

Corté el dolor de los malinches florecidos
y en la valija del alma
acomodé inmediatamente mi nostalgia...inmediata.

Carlota Molieri
En el éxodo de mi nostalgia
de su libro Ceremonial de luces


Fotografia: Roberto Zuniga

Y nicaragua canta en mi



Nada canta en nosotros sino lo que amamos
Nada acaba de ser en nosotros sino lo que
-del modo que sea- cantamos
Nada llega a hacérsenos canto, si antes
-del modo que sea- no nos ha amado
Todo lo cual quiere decir que, si Nicaragua
canta en mí cuando yo la canto,
es que ella me amó, como yo la amo.
Y Nicaragua canta en mí!
Esta y otras fotos de Nicaragua pueden ser vistas en USLatino

martes, enero 04, 2011

La boca del infierno




Cuento escrito por Rosario Lynch

    Francisco del Pino y Sarmiento, vernáculo de la vieja Madre Patria ya había atestiguado al Fraile Blas del Castillo, intentar el descenso al cráter del Volcán Santiago.

    Sin poseer la bendición de los reyes ni ser represente del feudo, había llegado a estas fértiles tierras movido por su intención de convertirse en bucanero de las fragatas que poblaban los mares del Atlántico. Pero al llegar al nuevo mundo, a como muchos que en 1539 se aventuraban a navegar hasta este lejano mundo, sorteando la piratería, decidían permanecer en tierra firme, atraídos por las riquezas aquí ocultas y sus mujeres bellas. Lo último en particular le había subyugado, habían sido las indígenas, esculpidas, -a como lo describía en sus cartas- en cobre y ámbar auténticos. De ojos oblicuos y mirar escurridizos, de rizos como las noches oscuras sin lunas de las praderas centrales, impregnadas por las cenizas sulfurosas del volcán. Damas auténticas- decía- con sonrisas ingenuas y sangre febril, como lo que se encubre en la boca colosal de este Volcán Santiago misterioso. Sagaces ellas como los humos que tintan los cielos azul intenso de los días dorados. Pero subrepticias y enigmáticas ante los ojos ajenos. Por eso sabía que mantener la unidad de un grupo selecto para exportar a la patria grande, que le ganase puntos a su favor al congraciarse con su majestad, la Reina, le costaría mucho sudor y penas.

    Francisco se movía cómodamente en los círculos del protectorado, sabía bien refugiarse en las sombras de los que llevaban en sus manos el poder, esos mismos que se dividían a manos llenas las riquezas que lograban al canjear piedras y metales preciosos con los indígenas, por espejos y otras bagatelas. No obstante, la agenda visionaria de Francisco iba más allá de los superfluos trueques, el alcance de su visión no se limitaba a la media hispana de conquistar territorios, de esos extensos que se estrechaban hasta los confines en ambas direcciones de norte a sur. Su interés, aparte de las enigmáticas mujeres de estas tierras que lo habían sabido captivar profundamente, era el oro. Con este último, construiría castillos en las cimas aledañas a ese volcán de riquezas inconmensurables y en los altiplanos españoles, su tierra de origen. Rellenaría sus castillos con su harén de beldades aborígenes llevadas de estas tierras. Pero antes debía de conquistar ese metal que le afloraba su avaricia al solo imaginarlo en toneladas, conquistando ese pozo inagotable a disposición de los osados, como él.

    De acuerdo a la creencia, el mismo averno harto de tanta abundancia, lo almacenaba allí para que los valientes aventureros lo adquiriesen al descender hasta sus fauces abiertas. Francisco sabía que la misión no era del todo fácil, ni delegable a los aborígenes, ignorantes del valor de la fortuna escondida en el cráter. Le correspondía a él solamente, bajar hasta las entrañas de la tierra para extraer ese oro líquido y atesorarlo en un lugar seguro antes de transportarlo a su tierra de origen. Para entonces ya sería el hombre más acaudalado del planeta, a lo que debía de añadir la suerte de contar con abundante mano de obra gratuita en este país nuevo, de feudatarios y cortesanos. Con ellos, empezaría de inmediato con ese proyecto que conllevaría una fase media de preparación, ejecutando las destrezas que él no poseía, como el entreteje de las fibras de la cabuya para las cuerdas, el trabajo con el cuero para hacer las correas que sostendrían el cesto que usaría como ascensor, fuerte como el usado por el Fraile Blas, elaborado con fibra de junco, palmeras y cañas flexibles y las cuerdas, gruesas como las usadas en los navíos para atarlos al puerto. Y mientras un centenar de esclavos empezaba con los preparativos para la construcción del primer palacio, en la cúspide de la loma del Coyotepe, a una distancia prudente y estratégica del volcán, otros daban inicio inmediato con las obras para el descenso al cráter. Su idea era construir un sistema de terrazas para bajar hasta media distancia, mientras a ese nivel se construiría un terraplén. Aquí, se sembrarían varios postes con argollas y arandelas para hacer correr por allí a las fuertes correas de donde se sujetarían las cuerdas para bajar el cesto del ascensor, despacio y controladamente. Desde aquí, él dirigiría la obra, dando las órdenes de bajar, subir o frenar, a sus traductores y estos a los vasallos responsables de sujetar la cuerda. Visto de esa manera parecía un procedimiento sencillo. No así en la realidad. La distancia desde donde se construiría la terraza, debía hacerse en base a cálculos, ante la inexistencia de información sobre la profundidad a la que debía de descender. En segundo lugar estaba el problema de lo escabroso del terreno, formado especialmente de rocas volcánicas. Eso tendría efecto en la tardanza de las excavaciones para asegurar los postes, pero aumentando el número de siervos y de latigazos, podría hacerlos trabajar con rapidez, evitando así, retrasos innecesarios.

    Día a día, de sol a sol, supervisó el trabajo de los hombres encadenados; el sol tostando sus torsos hasta volverlos brillosos, los viejos esclavos se volvieron más viejos, y los jóvenes perdieron su vigor, hasta que un día, todo estuvo listo para la prueba.

    Francisco del Pino y Sarmiento, estaba a los umbrales de lograr su objetivo máximo, sus ojos brillaron ante la sola idea de sumergir sus manos limpias en ese oro refulgente, cubrirse de él y lanzar los brazos al cielo en señal del poder que con ese obtendría. Volvió a repasar con sus vasallos cada detalle sobre su bajada y se acomodó en el cesto que lo llevaría a la eternización de sus realizaciones, a como nadie más en la historia. Lento y seguro empezó a descender, mientras los siervos, sudorosos, de ojos profundos, mostrando en sus espaldas las marcas de su labor forzada, sujetaban la cuerda con sus manos encallecidas.

    Unas rocas porosas se desmoronaron de las faldas. El descenso continuó, sin interrupciones, mientras el cesto se alejaba, volviéndose minúsculo a la vista, las arandelas siguieron rodando, los siervos sujetando la cuerda y la emoción de Francisco al acercarse al inmenso tesoro, aumentando.

    Francisco del Pino y Sarmiento se secó el sudor, la temperatura se volvía virulenta. De pronto la ebullición de los líquidos rojos, produjo un borbotón claro ahora a su vista haciéndole dar un vuelco a su corazón, volvió a secarse el sudor, decidido a no echar pie atrás. Vio hacia arriba y divisó el terraplén y a los siervos aun más minúsculos, sabía que habría bajado tres cuartos y que pronto se podría lavar sus manos en el oro líquido que esperaba por él. De pronto, otro borbotón del que se desprendieron al rojo vivo y más claro aun, una sucesión de llamaradas columpiándose a los gases sulfurosos que lo hicieron carraspear sofocándole la respiración. Fue hasta entonces que cayó en la cuenta del error, de la inminencia críticamente peligrosa a la que lo había llevado su avaricia desmedida. Levantó su mirada y vio solo la imagen borrosa de donde provenía la cuerda y la crítica distancia de su cesto con ese infierno, calcinándole las carnes y haciéndole transpirar hasta del último poro de su cuerpo. Entonces decidió dar la orden inmediata de subir. Tiró dos veces de la cuerda, pero el efecto, dada la distancia a que se encontraba parecía ser nulo. Volvió a tirar, sacudiendo la cuerda tensa con todo su vigor, haciendo balancear el cesto, no obstante, continuaba el descenso. Desesperado gritó a viva voz una y otra vez, escuchando su propio eco rebotar en las paredes de la sección final en forma de embudo del cráter, a donde había penetrado hacia su descenso final. Su rostro encendido, sus ojos escarlatas como el fondo que le esperaba a escasos metros, continuó gritando sin tregua, olvidando su audacia, su valentía y la avaricia que le había motivado a embarcarse en esa aventura, en busca del poder y la fortuna.

    Arriba, los siervos continuaron bajando los últimos metros de la cuerda que quedaban todavía, hasta que llegó a su fin. Entonces ataron el final firmemente al tronco del poste y esperaron el resto de la noche, en espera de la orden de subir.

    Al llegar el alba, sin todavía recibir ninguna señal, los siervos empezaron a murmurar, hasta que el más viejo de todos se puso de pie y les hizo señal al resto.

    - ¡Hemos vuelto a ser hombres libres! –Dijo, procediendo a romper las cadenas que les ataban con los picos.

Rosario Lynch, es también autora del libro Más allá del Horizonte: Cony Dupont. Cuento enviado por su autora a Nicaragua de mis Recuerdos el 28 de abril de 2010.

Foto tomada del grupo Conozcamos Nicaragua de Facebook.

Blog de Martha Isabel Arana - ¡Bienvenidos!

          Cuando un nicaragüense emigra, además de su maleta, sus temores e ilusiones, lleva consigo todos sus recuerdos más queridos. C...