Escrito por Orlando Ortega Reyes
(Fragmento tomado del blog Los hijos de septiembre)
Para conocer el origen de esta expresión en particular debemos remontarnos a la ciudad de Rivas, tal vez a los años cuarenta. En esa época se hizo famoso un estanquillo que tenía una señora llamada Paula Pasos. La señora en cuestión se esmeraba en servir el mejor guaro de la región, además de unas bocas y platillos “discutidos” como se decía, prueba de lo anterior era el famoso mondongo de los lunes. Se comentaba que la citada señora tenía un carácter fuerte y un espíritu comercial bastante agudo y relataban en el pueblo que cuando la demanda superaba la oferta de mondongo, sólo con el objeto de no defraudar a los clientes, se permitía agregarle agua a la sopa y a introducirle una candela de sebo. No obstante, para curarse en salud, advertía a los parroquianos: -No quiero que nadie me reclame por la sopa. La mujer en referencia tenía un compañero de vida que era aficionado a los placeres etílicos, pero que a pesar de contar con el material bélico en su propia casa, su compañera no le permitía que superara la dosis que ella estimaba pertinente.
Cuentan que en cierta ocasión el compañero de doña Paula, después de haber agotado su mínima cuota asignada por ella, se quedó con el deseo de continuar ingiriendo alcohol y como tampoco tenía acceso al dinero, tuvo que buscar alguna alternativa viable. Después de mucho cavilar recordó que en la Alcaldía Municipal se manejaba la distribución departamental de guaro, tal vez a nivel institucional o tal vez a nivel personal del alcalde. El asunto es que, compelido por su deseo etílico, decidió irrumpir en el edificio de la Alcaldía, en ese momento solitario y una vez adentro, tuvo todas las reservas alcohólicas a su disposición. Hubiese terminado con todo el guaro, si no es que ya intoxicado le dio por empezar a gritar y a cantar, llamando la atención de los vecinos que inmediatamente dieron parte a las autoridades. Intervino la Guardia Nacional y se llevaron preso al intruso, quien al momento de ser llevado al Comando, lo único que se le ocurrió gritar fue: -Soy el hombre de la Paula Pasos.
Después de dejar a su compañero un tiempo prudencial tras las rejas, doña Paula Pasos arregló el asunto con la Alcaldía y consiguió su libertad. Desde luego, la anécdota fue la comidilla del pueblo por un buen tiempo y se llegó a hacer famosa la expresión: -Soy el hombre de la Paula Pasos. Con el tiempo, dicha expresión se extendió por todo el territorio nacional y a alguien se le ocurrió agregarle a la expresión: El Hombre, la cola: de la Paula Pasos. De tal manera que durante los años sesenta y setenta era muy común en toda Nicaragua escuchar: Llegó el Hombre de la Paula Pasos, Ahí va el Hombre de la Paula Pasos.
(Entrada completa del blog de Orlando Ortega Reyes: El hombre de la Paula Pasos)