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viernes, noviembre 12, 2010

Leyenda del Cadejo (Somoto)


Las personas mayores, como nuestros abuelos o tíos, son un cofre de sabiduría. Guardan tantos secretos como leyendas en su corazón.

Yo quiero dar a conocer  tantas historias bonitas que todos vivimos, el miedo, el temor, el espanto a lo que no sabíamos si era verdad o puro cuento, pero que nos alimentaba la pasión por escuchar.

Una noche arrimados al fogón, comenzamos mis primos y yo a preguntar si era verdad esto o aquello.


La noche era obscura y afuera soplaba un viento muy frío, por eso nos habíamos refugiado en la cocina.

La cocina de nuestros pueblos siempre es amplia, bien limpia y nunca está fría, siempre hay calorcito, porque todo el tiempo, desde que amanece el fuego, esta que bulle, como dicen, si las llamas corren y trepita mucho el fuego, es que va a llegar visita, y no sé cómo hacían para saberlo, pero al final resultaba verdad.

El olor a café, los frijoles cocidos, las tortillas recién hechas, la cuajada o el queso guardados en el tapesco o canasta que colgaba del techo, hacían el lugar preferido de las reuniones de familia.

Se vivía de una manera tan sencilla, pero tan bonita que hoy al recordar  nos llena de amor por aquellos recuerdos tan simples pero tan lindos.

Hoy les voy a contar otra de las leyendas que contaba mi tio Polito. Y aunque gracias a Dios él está vivo, ya está viejito y su mente no es la misma.  Decía que un día él  iba para Santa Teresa, un lugar cercano a Somoto, donde vivíamos, pero acostumbraba a madrugar, tanto que llegaba a los lugares donde iba, cuando la gente se estaba levantando, era una manía que tenía con eso de la madrugadera.

Él caminaba con un machete que tenía en su cacha una cruz labrada, para alejar espantos, según él.  Se montaba en un caballo negro, se calaba su sombrero que también lo tenía curado según sus supersticiones  y salía a ver su siembra de frijoles y maíz que era lo que cosechaba. también le gustaba llegar donde los familiares a la hora que estos estaban haciendo el café.

Pues se fue una madrugada y cuenta que la luna está oculta, que había un silencio en el camino que erizaba la piel, no se escuchaba ni un ruido, solo el ligero murmullo del río que cruzaba por un costado de la ciudad, y aunque lejos darle valor, más bien sentía un temor y un frío desconocido que le calaba hasta los huesos.

Los pocoyos salían y se le cruzaban en el camino. Estos animalitos que parecen gallinitas son de mal agüero.

Siguió su ruta e iba pensando en la pasada de la ceiba, un lugar famoso por sus apariciones, quejidos, y sombras. Otras veces él pasaba sin miedo alguno, pero ese día sentía algo raro en el ambiente, era como una premonición de lo que le iba a suceder.

Normalmente, los campesinos no le temen a nada y están acostumbrados a caminar de noche, pero por cualquier eventualidad  van preparados, con su magnífica en la cartera, y oraciones que aprenden desde niños para evitar les hagan daño. Mi tío no era la excepción.

Al fin, por muy despacio que fuera, llegó a la ceiba, un árbol tan frondoso y grueso de ramas copadas y muy altas que si la noche era obscura, él contribuía a que esa pasada fuera tenebrosa.

Si de día causaba su resquemor, imagínense en la noche, árida y solitaria.

Momentitos antes de llegar, por precaución desenfundó su machete y lo cruzó entre el y la bestia, cuando de pronto y de la nada, sale un animalito que el creyó que era un perrito que se había quedado abandonado por el lugar, sin embargo, dice, la cabeza se le creció, le entró un miedo que le castañeaban  los dientes y la bestia  que montaba se trastornó que no quería dar un paso más. Agarra su machete y le da al aire al animalito, que a todo esto había crecido de tamaño y se le abalanzó convertido en un enorme perro negro. Como pudo, volteó él su sombrero y le dio dos sombrerazos rezando una oración de protección, o lo que se acordó de ella,  le tiró dos machetazos y aquel animal enfurecido no ladraba, sino que emitía gemidos de rabia y de impotencia.

Se le tiró encima y lo revolcó bajándolo del caballo y este, emprendiendo la huida, lo dejó solo tirado en el camino.

Ya no supo más. Perdió el conocimiento y fue hasta muchas horas después que al llegar el caballo solo a la casa de los familiares, comprendieron que algo malo había sucedido y salieron a buscarlo, encontrándolo tirado en la tierra,  temblando de miedo, sin habla y con mucho frío.

Este mal rato le dilató muchos días en recuperarse, pues le dio una fiebre muy alta y  un pavor que no quería hablar de lo sucedido.

Pero como a otros ya le había pasado lo mismo, comprendieron que es lo que había vivido y con remedios caseros y baños de hojas lograron curarlo.

El ahora dice que fue el Cadejo malo que lo atacó, que es el mismísimo demonio, que sale en las noches
obscuras y solas a ganar adeptos, porque muchos mueren del corazón.

Existe, dice él, el cadejo blanco, pero que este te protege y te va acompañando todo el camino, hasta tu lugar de destino, donde desaparece en la nada.

Mientras este relato salía a luz, nosotros no queríamos ni movernos, ni ir a tomar agua, ni mucho menos acostarnos,  y mirábamos en la luz de los candiles, sombras fantasmagóricas en forma de perro.

Con el corazón a todo galope, queriéndose salir por la boca, esperábamos que los mayores se levantaran de los taburetes para seguirlos pegados a sus faldas. Estas leyendas siguen vivas a través de los tiempos para deleite terrorífico de nuestros hijos y nietos.

Son las supersticiones de nuestros pueblos y la vivencia del campesino, que nos ayuda a pasar  y recordar momentos agradables y tenebrosos.

®A. M: S. C.

Publicado el 11 de noviembre, 2010 en Nicaragua de mis Recuerdos con permiso de su autora.






miércoles, noviembre 10, 2010

La leyenda de los compadres




Escrito por Alba Myriam Sánchez Cuadra

    En las noches de luna de mi pueblo, solíamos sentarnos en el patio alrededor de mi tío Polito, para que nos contara cuentos, las leyendas que nunca faltan en los pueblos con nombres distintos, pero que al final son iguales.

    Éramos varias primas, y la esposa de mi tío juntaba unas piedras, buscaba unas ramitas, burusca, le decían, y se ponía a hacer una bebida caliente, ponche. El ponche era para nosotros lo máximo, porque nos calentaba el alma del miedo que sentíamos con lo que nos contaba mi tío.

    Nos apretujábamos unas a otras y queriendo sentir la misma emoción, temblábamos de frío, en ese entonces Somoto era de clima frío  porque todavía no lo habían despalado como esta hoy  y sus frondosos árboles  se mecían al compás del aire  y este soplaba conjurándose con la leyenda del momento.

    !Qué tiempos aquellos! No había en el barrio luz eléctrica, porque el alcalde de turno ponía la luz y adoquinaba la calle hasta la esquina de su casa, de ahí para allá, nada, las calles empedradas y llenas de polvo y una luz mortecina que alumbraba más la luz de una hoguera o un candil que ella. .

    Con rajitas de ocote, que es la fibra del pino, también ayudaba a que la luz no se extinguiera. Nos contaba mi tío, la leyenda de los compadres, eran dos amigos que eran padrinos de sus respectivos hijos, eran tan amigos que decidieron que iban a trabajar juntos una parcela de tierra y la cosecha se  la iban a repartir.

    Así trabajaron mucho tiempo, hasta que un día, se fueron de serenata a una comarca cercana, y al calor de los tragos, la música, y la chicha bruja, el aguardiente, todo unido, pensaron en ir a ver su siembra, porque desde hacía tiempo les venían robando sus elotes, su maíz y cuanto cosecharan en su propiedad.

    Se llevaron un calabazo de cususa, que es una chicha de maíz fermentado y le agregan aguardiente y con sus machetes que no se los despegaban  subieron al cerro donde trabajan.

    Cantando y echándose un trago de cususa que les levantaba el ánimo, iban contándose los planes que tenían sobre la ganancia que iban a obtener de su trabajo.

    La noche estaba fría, el cielo despejado, pero ráfagas de viento pasaban silbándoles, tal vez conminándoles a regresar.

    En su caminata se escuchaban los aullidos de los coyotes, a lo lejos, el ruido de las ramas de los árboles que  al chocar entre sí, se oyen como voces del silencio, por allá  de repente pasaba volando una lechuza, señal de mal agüero entre los campesinos, adiós comadre, le decían, porque manejaban la historia que una lechuza que pasara cerca era alguien conocido, sobre todo mujer, que se transformaba en ese animal, para por las noches salir a robar comida y gallinas a los vecinos.

    Así las cosas, ellos llegaron al cerro y  compartiendo su calabazo de cususa se abrazaban y cantaban coplas de amor y  el corrido de Juan Charrasqueado.

    De pronto, surgió una discusión entre ellos y perdidos de la mente y su hermandad, sacaron a refulgir sus machetes y cada uno acabó con el otro. Allí quedaron los compadres abrazados, mirando al cielo y pidiéndole a Dios, perdón.

    Pero se cuenta que en las noches de mayo, que fue cuando esto sucedió, se ven dos bolas de fuego que saltan de un lado a otro, y que gritos de dolor se escuchan por las laderas, y que en el cerro maldito la hierba no floreció.

    La cosecha se secó y los compadres quedaron en leyenda y oración.

    Ya la noche ha avanzado y hay que irse a dormir, y los primos abrazados no queremos ni movernos, titiritando de frío y muy cerca del terror, vemos que el fuego se apaga, pero en el cerro, dos luces bailan su danza de amor.

®A.M S.C.

Publicado en Nicaragua de mis Recuerdos el 8 de noviembre, 2010 con permiso de su autora.

Foto cortesía de José Rafael Burgos de Moralimpia.net

viernes, noviembre 05, 2010

La leyenda de la muerta



Escrito por Alba Myriam Sánchez Cuadra

    Lo que hoy les voy a relatar no es producto de mi imaginación. Es algo que una vez me platicó mi madre.

Decía que en una clara noche de luna llena, viviendo ella con sus padres en un valle de Somoto, Nicaragua, que se llama El zapote, lugar al que yo le he cantado en mis poemas, era costumbre salir a cualquier hora de la noche al patio, ya sea a jugar, a observar la luna o platicar,  las casas del valle estaban cercanas unas a las otras y casi todos eran familiares, por eso el valle era muy unido, desde la montaña se escuchaba el ruido sordo y seco de las aguas del rio.

    Esa noche estaba más concurrido porque una vecina estaba muy grave y según ellos no pasaría la noche. Se tiene la creencia en el campo que al amanecer es cuando anda la muerte recogiendo a los que se va a llevar con ella.  La señora, que por cierto era familia nuestra, había sido en toda su vida muy devota del corazón de Jesús, además es el patrón o era en ese tiempo el Rey del valle.

    Ella celebraba con gran pompa las novenas y el día de los corazones, pues había uno en cada casa, los bajaban en procesión hasta la ciudad para que le hicieran su misa, había pólvora y cantos. De esta manera regresaban al valle y continuaba la celebración con los licores propios del campo. Sabores y olores se mezclaban porque además horneaban toda clase de pan, rosquetes, rosquillas, quesadillas, en fin una delicia para el paladar. En este rito religioso no faltaba el baile.

    El día que ella se estaba muriendo, ya tenían preparadas las cosas  para la vela, el infaltable y aromático café,  las gallinas listas en las cocinas y la sopa de frijoles, cigarrillos y cususa.

    Cada muerte era una fiesta, lloraban los familiares cercanos, los demás aprovechaban la ocasión para gozar de una buena comilona.

    Así estaban las cosas, cuando un grupo de mujeres deciden que ya se acerca la media noche y que es hora de seguir rezando por el buen viaje de la moribunda.

    Comienzan el rosario y a medida que van pasando los misterios, la palidez de la ya occisa es palpable, respira entrecortado, no habla desde hace tres días y no come ni bebe desde el mismo tiempo.

    Entre el campesinado de mi tierra, es normal poner al muerto o al que se está muriendo, en la sala de la casa, en una tijera de lona, le ponen velas o candelas a los cuatro costados y  allí se reúnen todos los que quieran verla morir y los rezos y letanías son su luz que alumbra el camino  hacia el más allá.

    Lo único que fallaba en estos menesteres era que no había un médico que certificara la muerte de la persona. Ya el cura había llegado, había hecho su trabajo de regarle agua bendita y se marchaba casi corriendo.

    Ya era casi la una de la madrugada, uno que otro gallo cantaba en la lejanía, un perro ladraba más cerca, y hasta los árboles de jocotes y matasanos, mangos, limones,  y limonarias, estaban sumidos en un sopor repelente, no había una sola brisa, el aire se había ido con el cura seguramente, porque aquel silencio de la noche a pesar de la claridad era tenebroso, no hacía calor, pero estaba fresco, allí siempre hace frío.

    Contaba mi mamá que en ese entonces ella era una joven de unos 18 años, que la habían mandado a repartir café. Ella no supo donde voló la bandeja cuando se escucha un grito y otro, y otro y luego son alaridos de terror, sale la gente corriendo de la sala, los perros comienzan a aullar, los gallos y las gallinas cantaban desaforadas y corrían por todos lados la casi muerta se había sentado en la tijera y estaba con los ojos bien abiertos y la cara desencajada viendo lo que estaba pasando.

    Todo el mundo gritaba, lloraba y corrían hacia sus casas dejando a la moribunda sola.  Al rato se llenaron de valor los hijos y otros familiares y entraron a verla, para entonces ya la muerte había pasado por ella.  La encontraron de nuevo tendida en la tijera y con un rictus de dolor o asombro en su rostro.

    Murió, tal como habían previsto, al amanecer, pero el susto que les dejó, fue o hizo historia en el Zapote.

    Nadie se explicó que fue lo que en realidad la mató, si la verdadera gravedad que tenía o el susto que le provocó verse casi muerta, con los cuatro cirios en sus esquinas, y vestida de blanco, sudario, le decían, con un corazón de Jesús en sus manos.

®A.M.S.C.


miércoles, julio 26, 2006

La historia de Aquel Almendro...


"Oí, oí, que linda" exclaman las señoras en alguna reunión cuando emocionadas escuchan en algún equipo de sonido o una vieja roconola la conocida canción de Carlos Mejía, El almendro de 'onde la Tere. Las conversaciones cesan y alguna que otra dama comienza melancólica a tararear por lo bajo mientras el resto guarda silencio, ensimismadas e impenetrables en sus propios pensamientos. Probablemente recordando con nostalgia y cariño la historia de sus propios almendros y aquel ayer que no volverá.

Ahora que estuve en Nicaragua, cayó en mis manos la historia detrás de la canción, anécdota que me pareció bonita compartir en el blog para los que "no sabíamos el cuento" porque después de todo, ¿a quién no se le viene de golpe toda su infancia cuando siente algún aroma o disfruta aquel sabor familiar?

Dicen que así va la historia...
"Siendo un niño en Somoto (Carlos) solía ir a jugar con el cardumen de primos al almendro de la tía Tere, doña María Teresa Armijo Almendárez, quien aún vive en la misma casa, solterita y sin hijos en el crepúsculo de sus 92 años. El almendro sigue en pie al igual que ella.

...Hubo un día en que su primita María Lourdes Paguaga, el nombre verdadero de la María Inés de la canción, quería almendras.

- Te voy a dar las almendras pero si me das un beso - propuso
Carlos Mejía, y se fue raudo al árbol, bajó las almendras y se las entregó. Pero en lugar de darle un beso, la primita salió corriendo adonde su papá y le puso la queja de que Carlitos quería darle un beso a cambio de almendras.

- Venga para acá jovencito- le dijeron ¿con que usted anda molestando a mi hija?

El escarmiento fue tenaz. Los días pasaron. Las almendras maduraron. Los niños crecieron. María Lourdes se casó a los 17 años, Carlos Mejía enrumbó su vida de cantor, y un día, durante una fiesta familiar cantó la canción y develó el secreto de quién era la musa de El almendro de 'onde la Tere, aunque ya casi toda la familia lo sabía.

...Ahora en las fiestas familiares, cuando Carlos Mejía toca la canción, siempre la dedica con cariño a doña María Lourdes y su esposo, don Luis Peralta, e incluso don Luis pide que la cante.

Y antes de empezar a tocarla, Carlos Mejía no deja de bromear con su prima recordándole: 'Todavía me estás debiendo el beso de las almendras."


Fragmento de "El Beso de las almendras" por Eduardo Marenco Tercero. La Prensa Magazine, 9 de mayo del 2004.

domingo, junio 11, 2006

La casa de piedras de los duendes de Yalagüina

    En Yalagüina, municipio del departamento de Madriz, existe una cueva en cuyo interior se escuchan tambores y el cantar de un gallo. Dicen que ésta era la casa de los duendes y que en algún lugar de este misterioso lugar hay una espada de oro y una canasta de flores, pero nadie ha logrado sacarlas.

    Aquí un reportaje que le hiciera Martha Marina Gonzalez a doña Modesta Blandón, una anciana conocedora de esta leyenda:

    "Ésta (cueva) se ubica en medio de unos matorrales, a unos cinco kilómetros al suroeste de Yalagüina, en el sector de El Rodeo. Según doña Modesta Ramona Blandón López, una anciana de 87 años, en la casa de los duendes hay trazos de un cerco de piedras, el cual era un corral donde se ordeñaban las vacas.
Dice que el duende salía de la casa de piedras y esperaba en la quebrada a Juanita Vindell, quien llegaba a lavar el maíz nisquezado, la cargaba de flores y luego se iba a tocar la guitarra en el 'cucurucho' de la casa de piedras.

    Cuando todavía podía caminar, doña Modesta Blandón visitó la casa de los duendes y, al llegar al lugar sintió algo extraño, un escalofrío recorrió su cuerpo al observar las vigas de piedras y la cueva donde éstos vivían. 'Ellos se aterraron durante un diluvio y ahora suenan los tambores', cuenta.



    Ella cree que los espíritus de los duendes siguen penando y que tienen pendiente alguna promesa echa a la Virgen. Ahora no les queda más que sonar los tambores en señal de alabanza, mientras don Horacio Aguirre, otro anciano del pueblo, afirma que el duende se fue a Honduras.

    Las nuevas generaciones de Yalagüina poco o nada saben de la leyenda, pero don Horacio Aguirre, un conocedor de la historia de su pueblo, confirma que ahí está la cueva de piedras, la cual tiene unos ocho metros de profundidad. Al fondo no se puede pasar, porque es angosta. 'Dicen que hay una canasta de flores que era para la Virgen de Santa Ana, la patrona del municipio y hay una espada de oro', asegura don Horacio." (La Prensa, 28 de septiembre, 2003)





sábado, noviembre 26, 2005

La poza misteriosa

Teniendo mi país un clima tan caliente, no hay nada más delicioso que encontrarse en el camino con alguna poza fresca, refugiarse en sus aguas, y protegerse en ellas del inclemente sol, especialmente cuando algún chilamate cubre con su tupido follaje a los acalorados bañistas.


Al igual que los lagos y las lagunas de Nicaragua, las pozas también encierran sus misterios, y sobra quien quiera contar alguna experiencia extraña ocurrida mientras disfrutaba un buen chapuzón en la soledad de estos pintorescos parajes.

La Poza del Gallo

Esta leyenda de la Isla de Ometepe la he conocido de diversas fuentes. La escribo aquí, tal y como la he leído.
"Dicen que cuando la gente pasaba por el río El Tistero salían espantos, entre ellos un gallo precioso colorado. Aparecía cantando a las 12 del día y a las 12 de la noche. Los transeúntes se quedaban extasiados viendo al hermoso animal que llevaba un mecate largo amarrado a la pata. Todo el que seguía al gallo con intenciones de llevárselo, cuando estaba por alcanzar el mecate, daba un salto y de salto en salto llegaban hasta una poza y en ella desaparecían. Desde entonces, se le conoce como la Poza del Gallo, situada en el río Istián vecino al Tistero. Dicen que todavía se escucha un gallo que canta en la poza a la misma hora."

La Poza Bruja
La Prensa 30 enero, 2005
María José Bravo (q.e.p.d.)
"En la comarca de Tierra Blanca (Chontales, Juigalpa), exactamente en el área de la finca San Sebastián, resalta la belleza de la famosa Poza Bruja, cuyo nombre según los habitantes obedece a que en sus cristalinas aguas se forma un remolino, apreciándose en el fondo a una jovencita lavando. Pero también algunos parroquianos cuentan que el misterio se debe a que todo el que se acerca a la poza se refleja en las aguas como enanito, hecho que no se explican. Pese a los misterios de la Poza Bruja, los turistas hacen caso omiso y se refrescan sin temor alguno en sus plácidas aguas."

El recientemente descubierto
Cañón de Somoto tiene alrededor de 8 pozas que estoy segura son un manantial fresco de historias, recuerdos y cuentos misteriosos. Espero leer pronto más acerca de esta región, aunque ya escuché por allí, para empezar, que algunos campesinos han empezado a contar sus vivencias. Cuentan entre otras cosas, que algunas veces han tenido que salir huyendo atemorizados porque cuando se bañan en estas verdosas aguas, sienten que algo les agarra el cuerpo y por más han tratado de averiguar, nunca han logrado saber qué es.

(Foto enviada por Verónica de Mina Bonanza -Río Aguas Claras)

miércoles, septiembre 28, 2005

El día que voló el barrilete más grande del mundo

Hoy se me antojó jugar con magia y reproducir esta simpática historia que escribiera el Señor Eduardo Marenco en su artículo acerca del mundo del canta-autor Carlos Mejía Godoy:

"(Carlos) Recuerda que su padre le había contado la historia de un mitómano de
Somoto, que aseguraba haber fabricado el barrilete más grande del mundo, derribando un árbol de guanacaste para hacer las varillas, consiguiendo cincuenta yardas de lona, comprando en la mecatera de Managua cuerda ancha de barco para elevarlo, y había hecho volar el barrilete al fin, según decía, dándole cuerda con un malacate de pozo para que resistiera.

Al lanzamiento del barrilete asistieron las autoridades civiles, eclesiásticas y militares de Somoto, así como la banda filarmónica, pero tan gigantesco era el barrilete, que había peligro de que se derribara el templo de la ciudad, y entonces la orquesta filarmónica se colgó de la cola con todo sus instrumentos para dar estabilidad a aquella bestia que por fin se encumbró, ante el estupor del pueblo entero. La idea era que los músicos bajaran en el cerro El Picudo, pero el mecate se rompió y el barrilete se fue volando y volando, con todo y los músicos colgados de él.

Mi barrilete de colores
quiso volar tras de tus montes
se reventó por la cuchilla
y se alejó
buscando el horizonte
Si lo mirás que dulcemente
busca tu puerto y tu bahía
ponelo junto al corazón
para que oyendo esta canción
no muera de melancolía...


Al día siguiente llegó un telegrama dirigido al alcalde de Somoto que decía: 'Señor alcalde. Gracias por la serenata. Los músicos se encuentran bien. Parten en mula a las cinco de la mañana. Firma: Párroco de Totogalpa."

Fragmento tomado de "El Mundo de Carlos Mejía Godoy", Eduardo Marenco Tercero, La Prensa Magazine, 9 de mayo del 2004.
Intercalé al final del fragmento, estrofas de la canción "Mi barrilete de Colores". Autor: Carlos Mejía Godoy.
Pintura: "Padre e hijo con cometa 2", Oleo y collage sobre tabla del pintor español Juan M. Valcarcel Obelleiro.



Blog de Martha Isabel Arana - ¡Bienvenidos!

          C uando un nicaragüense emigra, además de su maleta, sus temores e ilusiones, lleva consigo todos sus recuerdos más queridos. ...