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miércoles, enero 04, 2012

Los misterios del Musún

    "Entre los guardaparques del Musún, podrá encontrarse con Miguel del Socorro Jarquín Artola, un espigado joven de tez morena y complexión delgada, quien cuenta fantásticas anécdotas surgidas de la Reserva Natural, donde nació y creció como un nato depredador de la fauna, hasta que se convirtió en uno de sus más asiduos protectores. 

    (...) Una vez, en ese cerro, andábamos con mi papá, uno de mis hermanos y dos tíos, y llevábamos un montón de perros. Íbamos a cazar zahínos, cusucos, guardatinajas o lo que encontráramos. Era de tarde, en un invierno, dice Socorro. 

    Como es característico durante el invierno, la densa neblina cubría las montañas. Socorro y su padre del mismo nombre, junto a su hermano Francisco y sus tíos Ubencio Martínez y Facundo Guzmán, continuaban buscando animales para cazarlos.


    El joven guardaparques añade: Seguíamos en el cerro y de pronto: ‘pá, miramos que se despejó el lugar. Se levantó la nube y quedó despejado. Entonces vimos unas trochas (caminos) recién hechas, unas casas, gallinas, y eso nos preocupó porque sabíamos que eso no existía. Buscamos cómo salir, pero comenzamos a dar vueltas por el mismo lugar y nunca salíamos. Estábamos perdidos en el mismo lugar. 

    Según el relato de Socorro, fue entonces que su tío Ubencio les increpó:
Esto es algo que uno de nosotros lleva, porque si no ya hubiéramos salido.  Yo llevo unos huevos de gallina de monte que recogí en el camino, respondió Francisco, el hermano de Socorro.

    Entonces botálos porque si no nos vamos a quedar perdidos, advirtió don Ubencio.  Y Socorro continúa con su anécdota:  Cuando mi hermano botó los huevos, ya entonces logramos encontrar nuestras propias huellas y pudimos salir del lugar. Después fuimos a comprobar lo que habíamos visto y no pudimos volver a ver nada. Supimos que lo que habíamos visto no existía y que fue por los benditos huevos de gallina de monte que mi hermano se llevaba. Era como un lugar encantado para que nadie se llevara nada."


Desentrañando las bellezas del Cerro Musún  (Fragmento)
Escrito por Luis Eduardo Martínez M
2 DE MAYO DEL 2004 / La Prensa Mosaico




domingo, mayo 01, 2011

El lamento de La Mocuana


Escrito por Martha Isabel Arana
Orlando, Florida 2005

    La pérdida súbita de su inocencia caía sobre ella más fría y pesada que la oscuridad de la cueva que la amortajaba. El derrumbe de las piedras en la entrada aún resonaba en el esqueleto de su alma, como campanas que demasiado tarde le advertían del gran error que en nombre del amor había cometido. Silenciosa meditaba sobre el maldito y bello momento que conoció al blanco conquistador que con sus ojos claros como el cielo del Valle de Sébaco, y el cabello tan rubio como el oro que guiaba su destino, había hecho de ella un simple objeto de placer.

    Acababa de ser enterrada en vida por el hombre que amaba. Había sido cruelmente engañada por aquel que la había convencido para que confiara en él y le contara el secreto del lugar donde el cacique, su padre, guardaba el tesoro que pertenecía a esta región esteliana. Generosa, lo había guiado hacia el sitio ambicionado y al obtener las riquezas, el ingrato había partido, dejándola muriendo de dolor, perdiendo poco a poco el juicio con cada lágrima de desesperación que derramaba por él.




    Su padre se lo había advertido. Los blancos no se habían resignado con los regalos de oro que al principio de su llegada él les había obsequiado. Lo había notado en la codicia que se dibujaba en sus brillantes ojos al apreciar el precioso metal. Lo había adivinado en la lujuria que traicionaba sus miradas al contemplar a las jóvenes mujeres de la región.

    En su encierro, la hermosa india no le temía a la oscuridad y al silencio. Había crecido corriendo en los cerros, disfrutando el agua fresca de los ríos, jugando en la montaña. Encontrar la salida de la cueva no era su problema. Era otra clase de oxígeno el que su ser necesitaba. Había traicionado la confianza de su padre, había perdido la luz tierna de esos ojos que tanto amaba, y sospechaba que en su vientre una nueva vida comenzaba a latir.

    Cuenta la leyenda que la actitud de su amante y su sentimiento de culpa provocó que ella perdiera la razón. Otras versiones de esta historia aseguran que fue el cacique enfurecido quien la encerró en la montaña, condenándola a un castigo eterno a pesar de conocer su estado de preñez. Sea cual fuere la triste situación, desde aquel momento la bella joven se convirtió en la Bruja de la Mocuana, espanto temido en toda la región. Se rumora que invita a los hombres que recorren los caminos a seguirla hasta la cueva, y ellos, seducidos por su negra y larga cabellera y su hermoso cuerpo, no pueden declinar la invitación. Otros aseguran que se roba y asesina a los recién nacidos, y como pago por su delito deja a los padres del niño algunas pepitas de oro como un recuerdo macabro de su infortunio. 

Ilustración de texto: David Alfaro Siqueiros

lunes, enero 30, 2006

Cuentos y leyendas de los Indios Matagalpas




Cuento # 1.
La leyenda de Yasica y Yaguare

Yasica
Yasica, era la hija de un guerrero de la tribu matagalpa que vivía al este del actual departamento de Matagalpa, y que se escapó de su pueblo con Yaguare siguiendo consejos de un anciano de que ambos formarían un gran pueblo donde nace el río Ucumulali (Río Grande).

Yaguare
Yaguare, era hijo del cacique Yaguan que hastiado de las continuas guerras con los sumos huyera con su novia, y juntos fundaron el poblado de Matagalpa (Arriba en las piedras. Según el padre Guillermo Kiene)

    Para el año 1530 los conquistadores españoles ya se habían asentado en la región del Pacifico de Nicaragua, es decir en: Nicaragua (Rivas), Granada, León y El Realejo. Y desde 1527 habían enviado misiones a buscar yacimientos de oro a unas 20 leguas al noreste de León, esto era en los límites de la Taguzgalpa (Tierra de la plata) donde fundaron en 1539 el poblado minero de Santa María de Tologalpa, cerca de la actual ciudad de Ocotal.

    En 1527 el teniente español Gabriel de Rojas buscando una ruta por el norte hacia el Desaguadero descubre una población de indios Matagalpas que practicaba culto a la diosa conocida como Mujer Serpiente, este nombre traducido al nahuatl por sus intérpretes chorotegas era Cihua-coalt, su verdadero nombre en lengua se ha perdido. Con el pasar del tiempo Cihua-coatl se castellanizó como Sébaco.

    Ya para 1560 la parcialidad de Molagüina (barrio de la actual ciudad de Matagalpa) fue concedida como encomienda al español Alonso Quintero. Para 1608 el comendador del Convento de la Merced del pueblo de Matagalpa salió en misión hacia el pueblo indio Muimui llevando de intérprete al indio don Diego, cacique de Molagüina, este era un indio matagalpa cristiano de la Encomienda de Hernando de Espino, logrando así bautizar a Xilon, cacique de Muimui y a varios indios de su pueblo.

    Misioneros mercedarios ansiosos de reducir a los indios penetraron mas hacia el noreste y fundaron finalmente en 1732, el poblado Nuestra Señora de Dolores de Yasica a orillas del río que los indios llamaban Yasica, afluente del río Tuma, Tuma según el estudioso sacerdote matagalpino Guillermo Kiene significa “afluente” en lengua ulva.



(Yasica, fundadora de Matagalpa contemplando su territorio)


LA LEYENDA

    El nombre Yasica proviene del sobrenombre de una joven india muy recordada por los ancianos Matagalpas que vivían en el centro de Nicaragua, lugar que en el futuro los españoles llamarían “frontera de la selva”, este era el límite entre las bellas tierras compuestas por fértil valles y montañas nublosas de mas de mil metros de altura donde habitaban los indios Matagalpas y la selva tropical húmeda y baja del Caribe donde habitaban los indios Sumos.

    La leyenda narra que mucho antes de la llegada de los “barbudos” (españoles) en esa región había vivido una joven india muy linda, independiente y atleta consumada, sus padres al nacer le habían llamado Bilgüit, que significa frágil doncella, sin embargo cuando creció dio muestras de ser todo lo contrario, pues le gustaba salir de caza con los muchachos, trepaba con facilidad los árboles mas altos, no temía a los animales silvestres, pues se le veía a veces jugando con ellos, incluso sus amigos les llevaban culebras boas que ella gustaba portar enrolladas en su cuello, tuvo un coyote que domesticó como a un perro, lo mismo así a un halcón. Contaban sus amigos que ella corría tan veloz como un venado, balanceaba en los árboles como mono, y nadaba y buceaba como un pez.

   Con el tiempo la llamaron Yasica, que significaba en lengua matagalpa “doncella veloz”. Era además muy bella: morena de ojos y cabello negro y largo, pero era mas recordada por su personalidad, pues conjugaba lo valiente con lo amable, la sabiduría con el atrevimiento.
Sabía usar el arco como un cazador nativo, hacer sus flechas de tafixte (varilla lisa muy dura del árbol de coyol).

  Yasica se dio a conocer también como una joven muy independiente. Ya adolescente se le solía ver acompañada por un altivo y atrevido joven que llamaban Yaguare, (según el lingüista padre Kiene, Yaguare significa “que corre veloz”), era hijo del cacique Yaguan quien comerciaba con los sumos que subían río arriba.

    Se dice que estos indios matagalpas extraían grandes pepitas de oro, de unos yacimientos en la cercanía, cuyo lugar era secreto, el oro era llevado al centro ceremonial de Cihua-coatl donde era negociado con los Pochtecas que venían de México, estos era emisarios del soberanos Aztecas que venia anualmente a cobrar tributo y a comerciar con los matagalpas por la ruta que ahora conocemos como “ruta del güegüence”, comerciantes mestizos qe desde el siglo XVII transportaban mercadería en recuas de mulas desde puertos del Pacífico en México.

   Antes de la colonia española estos pueblos indios que comprendían ese territorio eran: Somoto, Yalagüina, Palacagüna, Condega, Esteli, Sébaco, Matagalpa, Teustepe, Lovigüisca, todos eran pueblos indios de lenguaje matagalpa hasta llegar al Desaguadero, lugar en el Mar Caribe donde se hablaba el nahuatl, de allí los comerciantes Pochtecas regresaban a México, ya sea por vía acuática pasando por Yucatán, o por la misma ruta terrestre.

 Noticias de esos yacimientos de oro en Cihua-coatl atrajo posteriormente a los españoles, pero su fuente era secreto, y nunca pudieron la encontrar. Esto fue conocido hasta en tiempos de la colonia, por ejemplo, el geógrafo francés Pablo Levy escribiendo en 1873 enumera las minas de oro del antiguo Corregimiento de Sébaco y Chontales, y dice: “Al norte de La Libertad se han descubierto filones en Camoapa, Boaco y a lo largo de la cumbre está Sebaco, se sabe que en el tiempos de la dominación española Sébaco regaló al rey de España un medio lleno de frutas de tamarindo, imitadas en oro macizo”.

    Ahora se cree que podrían ser estas las minas de oro encontradas en 1808 en el área conocida como Ocalca, Mina Verde y Montegrande a pocas leguas de Yasica, las de El Jícaro cerca de La Trinidad, o en una misteriosa cueva de la Mocuana, cerca del cerro de Oyanca al norte de Cihua-coatl. Esta región era continuamente amenazada por indios nómadas, que provenientes de oriente remontaban los ríos hasta llegar a la región de los matagalpas. Los españoles llamaron a aquellos Caribes Bravos, en oposición a los que comerciaban o les servían a ellos a los cuales denominaban Caribes Mansos.

EL VIAJE DE YASICA Y YAGUARE

    El cacique Yaguan ya estaba viejo y cansado de luchar, no quería mudarse de ese lugar, no así Yaguare y Yasica que eran jóvenes, ambiciosos, y no estaban dispuestos a ser presas de los caribes.

    Yaguare y Yasica planearon abandonar la difícil vida de su tribu e ir a buscar el lugar que le describiera un sabio y anciano Sukia, o sacerdote ulva, amigo de sus padres lugar que estaría reservado para una pareja especial como ellos y su descendencia, según una tradición tribal. Este lugar estaba muy cerca del nacimiento del gran rio Ucumulali.

    El sabio Sukia les recomendó que era tiempo que ellos empezaran a buscar ese mitológico sitio para salvar a su gente. Yasica y Yaguare decidieron partir en su búsqueda.

    Yasica conocía los alrededores y sospechaba que ese lugar debía estar hacia el sur de su poblado, pero no tenia idea donde estaba el nacimiento del río grande. Tomaron entonces un cayuco que compraron a amigos indios Ulvas del lugar, navegaron el río que pasaba por su comunidad (Yasica) hasta su unión con el Tuma, de allí ascendieron el río grande llamado por los sumos Kiwaska (Pedregoso) buscando su nacimiento, siguieron río arriba por otra semana de viaje, ambos remaban y a veces solo paraban para pescar, hacer fuego y comer, dormían dentro del bote cuando creían que el lugar era seguro contra fieras, llegaron al poblado de Muimui (Mucha Nutria) donde hablaban su lengua, después de varios días pasaron por otro pueblo llamado Metapa y al fin pararon en Cihua-coalt, centro ceremonial y comercial indígena de su misma raza del cual habían escuchado a sus padres hablar con mucha veneración y misterio.

    Allí quedaron unos días descansando y admirando aquel gran pueblo donde se notaba la pujanza del comercio de los matagalpas con los Pochtecas del valle de México, estos buscaban pepitas de oro tan grandes como los colmillos de un tigre, y estatuillas hechas de ese metal por indios Talamancas recorriendo la ciudad admiraron templos dedicados a la diosa que llamaban “mujer serpiente”.

   Visitaron plazas públicas, unas para un juego con pelota de caucho, y otras para practicar el tiro a mazorcas de maíz con arco y flecha, incluso una donde les contaron que una vez cada cinco años presentaban los delegados de los Aztecas de México, este era el espectáculo del pájaro volador, una práctica arriesgada y peligrosa.

    En el puertecito veíanse cayucos y pipantes de indios matagalpas y sumos que venían desde lejos a comerciar trayendo pavos, cacao, maíz, yuca, tabaco, cusucos, venados, loras.
Oyeron hablar de que los sumos que habitaban al oriente, compraban perros mudos y sin pelo para llevárselos a su región, los cuales después comían.

    Hicieron amistad con otros jóvenes, a los cuales pidieron informes sobre la ubicación de las fuentes de ese río. Con ayuda de la hija del cacique lograron llegar donde el río se volvía mas angosto y pedregoso, supieron que las fuentes principales eran dos y que estaban en las montañas vecinas como a un día de remo hacia el norte.

    Llegaron al fin a un lugar a orillas de una gran montaña donde podía apreciarse una gran piedra cortada caso verticalmente, gigantesca roca que brillaba cuando el sol le hería en las tardes, y de donde bajaba una corriente de agua cristalina. Por la belleza del lugar, lo agradable de su clima, abundancia de pesca y caza, y la vista de la formidable roca no, había duda que era la región que llenaba la profecía para su asentamiento.

    Allí se fincaron, lugar que Yasica bautizó con el nombre del mismo príncipe, o sea Yaguare, esto era en las laderas de un enorme cerro azul- verdoso llamado Apante, que significa “cerro de agua”, allí según todas las señas era el lugar que les había indicado el viejo sabio. Ambos trabajaron y construyeron con sus propias manos chozas, y corrales para guardar venados y pavos, y con grandes piedras formaron a manera de presa una hermosa poza que les serviría para nadar y pescar. Con el pasar del tiempo Yasica y Yaguare dieron lugar a una gran descendencia que posteriormente formaron tres distintos pueblos hermanos, estos eran: Matagalpa, por su hijo mayor del mismo nombre, que según el padre Kiene significa “vamos a la piedra”, otro formado por descendencia de la princesa Umanka, este pueblo mas tarde le llamaron Molagüina que significa “pueblo grande”, y Solingalpa, o “lugar de los caracoles”, por la hija menor.

    Estas fueron los poblados indios que encontraron los españoles a su llegada a esta región a principios del siglo XVI. Años después, la villa de Santa María de Yasica que habían fundado los españoles fue atacada tantas veces por indios Caribes, que ahora llamaban Mosquitos, los cuales habían sido armados con mosquetes y armas blancas por los ingleses desde el año 1710. Ya a finales del siglo XVIII esta villa había sido reportada como perdida, es un reto para los arqueólogos encontrar sus restos, se cree que sus habitantes se mudaron y fundaron el pueblo de San Gerónimo, cerca de Muimui viejo.

    En las vecindades de estos pueblos, así como en la comunidad de El Chile, cerca de la ciudad de Matagalpa todavía pueden verse los rasgos representativos de aquella raza autóctona.

CONCLUSION

   La gesta de Yasica y Yaguare quedó como una leyenda que todavía añoran los pobladores tanto de la zona del río Yasica, del Tuma y del Ucumulali, como la pareja que fundó el poblado de Matagalpa con su esfuerzo y su amor.

  Quedan como silentes testigos los nombres de dos ríos que recuerdan a aquella valiente pareja o sea el río Yasica, así como el Chuisli Yaguare que atraviesa el centro de la ciudad de Matagalpa, y el majestuoso cerro Apante, connsu misteriosa laguna en su cima que encierra el secreto de la sagrada serpiente de los indios matagalpas.




Cuento # 2
Umanka, la bella sukia de los matagalpas

    Umanka era una india de la etnia Matagalpa que vivió en esta región allá por los años 1520s, un poco antes de la aparición de “los barbudos” en los dominios de su tribu. Umanka era nieta de Yaguare y Yasica, los fundadores de los calpules de Matagalpa, etnia que tenía su propia cultura y su lenguaje de origen chibcha.

    Umanka había heredado las cualidades de su abuela Yasica, es decir que tenia don de mando, era inteligente, bella y atlética. Añadía a esto que gustaba del comercio e interpretaba bien la música. De su abuelo Yaguare heredó su noble prestancia, el principesco atuendo y joyas que esta bella sukia lucía en ocasiones especiales.

    Había organizado a un grupo de jóvenes indios, que debían de reunir esas mismas dotes, o adquirirlas con esfuerzo y práctica. Los indios ulvas que habitaban detrás de la frontera de la selva creían que Umanka era una sacerdotisa o bruja, por eso le llamaban en su idioma, sukia.

    Mientras el resto de su tribu se dedicaba a la agricultura, a la caza, a la pesca, a la cocina y otros a la confección de tejidos de algodón, ella y su grupo se dedicaban al comercio, para hacerlo mas efectivo practicaban la oratoria, aprendían otras lenguas y entretenían a sus clientes con música de flauta, quijongos, güirros, pitos y tambores mientras Umanka entonaba canciones en su melodioso lenguaje indio.
Umanka

    Umanka tenia correos o mensajeros que le informaban del estado del comercio en regiones distantes, jóvenes atletas remaban sus cayucos río abajo el Ucumulali (río de los guapotes dorados) después caminaban hacia el sur, pasando por los poblados indios de Juigalpa, Lovigüisca hasta llegar a la nación de los Talamancas (ahora Costa Rica) donde hablaban lengua chibcha similar a la suya. Allí negociaban sus productos y adquirían en pago pequeñas estatuillas de oro que los Talamancas habían aprendido a fundir y moldear, una vez de regreso a su región vendían estas preciosas figuras a los visitantes Pochtecas que procedían de México. Los Pochtecas, de habla nahuatl entraban en territorio de los matagalpas por Teotecacinte, pasando por Yalagüina, Condega, Sébaco y de ahí a Muimui, Teustepe, Juigalpa y Lovigüisca. El poblado indio de Matagalpa, sin embargo, estaba en terreno mas escarpado y rocoso, escapaba así de la ruta de los Pochtecas, por eso Umanka enviaba sus emisarios y a veces ella personalmente los acompañaba a las plazas de comercio, especialmente al poblado de Sébaco y Condega, poblados de la misma etnia Matagalpa.

  Estas estatuillas de oro eran buscadas afanosamente por los comerciantes Aztecas, los indios e indias nobles los usaban en sus collares, gorros y brazaletes, las estatuillas tenían igual mercado, así como las grandes pepitas de oro (llamadas por los españoles Tamarindos de Oro por su gran tamaño) que los indios matagalpas de Sébaco obtenían de una misteriosa cueva en la vecindad del cerro Oyanka, en la sierra de Totumbla.

  Otros artículos que Umanka y su grupo comerciaba, eran pendientes y collares de verdes esmeraldas provenientes del valle de Cumaica, así como instrumentos de música que fabricaban en Samulali y Ocalca.

    Cuando Umanka y sus cachorros llegaban a Sébaco, participaban en las competencias deportivas y musicales que anualmente ahí se desarrollaban en culto a la diosa de la Mujer Serpiente o Cihua-Cuatl, estas se realizaban en honor a los visitantes del emperador Azteca, que tributaban culto a Quezalcoalt, o Serpiente Emplumada.

  Cuando los españoles llegaron por esta región, allá por 1552 afectaron el tipo de vida de esos comerciantes, empezaron a imponer sus costumbres y religión, sin embargo se sospecha que la lengua y costumbres de los matagalpas perduró hasta el año 1875.

    Los restos de Umanka yacen en la montaña de Apante, por eso se dice que ese cerro es “La Montaña que canta”. Su tradición musical se ha preservado hasta la fecha, ahora con influencia centro-europea de inmigrantes llegados a mediados del siglo XIX, y se manifiesta en el “son norteño”, así como los sobaqueados y jamaquellos (polcas y mazurcas) que se practican todavía en Estelí, Jinotega y Matagalpa.

    Atuendo de Umanka (heredado de su abuelo el Príncipe Yaguare)
Sobre su cabeza luce un gorro de cuero de venado con 4 plumas de quetzal rojas y verdes, el gorro muestra al frente un emblema rectangular con tres gemas, una de oro, una de esmeralda y una de cuarzo blanco. Sus aretes son grandes aros colgantes, hechos de cuero de venado entrorchado. El collar superior es de cuero de danta con diez tamarindos de oro regalo de los indios de Cihua-Coatl, este sostiene un emblema rectangular con tres piedras de rubí. El collar inferior es de cuero de venado, representando los diez pueblos de los indios matagalpas: Yalagüina, Condega, Esteli, Jinotega, Sébaco, Matagalpa, Muimui, Teustepe, Juigalpa y Lovigüisca. En ambos brazos y como pulsera luce brazaletes de cuero de danto teñidos en diferentes colores. En sus manos sostiene un bastón de madero negro labrado y con un aro de oro incrustado en el mango, como símbolo de autoridad.




Cuento # 3
Oyanka, la princesa que se convirtió en montaña


    Allá por 1550 en el Valle de Sébaco, cuyo nombre significa Mujer Serpiente, a orillas de la laguna Moyoá, habitaba una nación de indios matagalpas bajo el liderazgo del cacique Yamboa. Su principales oficios eran la agricultura, caza y pesca; conocían a perfección el cultivo del maíz, cacao, y el tabaco, de algunas plantas silvestres obtenían la yuca, el tamarindo y distintas frutas para su dieta diaria.

  Entre los animales que cazaban para comer estaba el pavón, codorniz, guatusa, guardatinaja y el venado. De los metales solamente trabajaban el oro por su ductilidad y belleza. Habían encontrado yacimientos de este bello metal en una cueva en las montañas cercanas al norte del poblado, se cree que esta comunicaba una cueva a orillas del Río Grande con una cueva cerca de La Trinidad, ellos guardaban el secreto, especialmente cuando se percataron que los españoles lo buscaban con desenfrenada ambición.

    Incursiones de soldados de la corona española empezaron a llegar por esa región, el cacique los recibió bien, mientras tanto, los soldados descubrieron que algunas indias relacionadas con el cacique lucían collares con grandes pepitas de oro tan grandes como las semillas de tamarindo. Pronto consiguieron algunas pepitas con halagos y otras a cambio de telas vistosas y otros objetos como cuchillos de hierro.

  El cacique hizo varios presentes de grandes cantidades de tamarindos de oro al rey de España, la leyenda habla de varios zurrones de cuero llenos con 20 quintales de oro. Por esa razón a estos les decían también tamarindos reales.

  Este regalo no hizo más que despertar la ambición de los conquistadores, quienes la próxima vez llegaron agresivos, y pusieron un resguardo o guarnición de soldados muy cerca del poblado. Los indios resintieron y hubo algunas escaramuzas en que murieron indios y soldados.

    Mientras tanto en Córdoba, España vivía una familia, cuyo padre Joseph Lopes de Cantarero, teniente de la armada española, había sido enviado a la provincia de Nicaragua, y reportado muerto en una región llamada Cihuacoatl en un combate con los indios del lugar. La noticia tardó en llegar varios meses a la península.

    Cuando la viuda María de Albuquerque recibió la noticia su hijo José tenia apenas trece años de edad, como ella no veía porvenir sin la ayuda del salario del padre decidió llevar a su hijo al convento de los padres franciscanos que estaba allí cerca, habló con fray Domingo, y logró que admitieran a Joseph para que estudiara y se convirtiera mas tarde en un sacerdote.

    Joseph, muchacho simpático como listo, aprendió durante esos años latín, geografía, historia, oratoria, cánones sagrados y teología. Cuando le faltaban solamente unos meses para ordenarse el inquieto joven descubrió que el sacerdocio no era su vocación, era ambicioso, quería ir a conocer el lugar donde su padre había muerto y buscar aventuras en aquella tierra misteriosa llamada en aquel entonces Indias Occidentales.

    Recordó que cuando él era pequeño su madre le había llevado al puerto de Cádiz a dejar mensajes a su padre cuando éste servía a la corona en la Indias Occidentales. Ya contaba con 19 años, aprovechando una salida que le autorizaron para visitar a su madre le confesó a esta que no volvería al convento y que deseaba hacer algo que siempre soñó, tomaría nuevos rumbos y le prometía que en unos años tendría noticias de él como un hombre de éxito. La madre lloró por un buen rato, pero al final le bendijo y despidió.

    Recogió mas información acerca de su padre, y en vez de regresar al convento se dirigió al puerto de Cádiz, allí buscó un barco que viniera a América. Encontró uno que viajaba a Cartagena de las Indias, convenció al capitán que él era un fraile que podía acompañar a la nave para darles a los marineros los servicios religiosos y la protección del Señor en el viaje.

    José se embarcó hacia el Nuevo Continente. Llegado a Cartagena, después de unas semanas tomó otro barco de vela hasta un pequeño puerto llamado David, cruzó el Istmo del Darién hasta la ciudad de Panamá allí tomó un barco que venia al puerto de la Posesión de El Realejo en la pequeña provincia de Nicaragua.

    Llegado a León estuvo allí algunos meses. Ya para entonces había guardado sus hábitos y cumplido los veinte años de edad. Preguntó como alistarse como escribiente para las guarniciones de soldados que fueran a Sébaco, encontró una que iba para Muimui y se alistó con ellos.

    Llegó a Sébaco, allí pidió permiso para quedarse pues era un puerto pluvial más importante en ese corregimiento. Después de ubicarse e investigar la historia y condiciones del lugar, supo que su padre el teniente Joseph Lopes de Cantarero había muerto porque un capitán de apellido Alonso arrebató unas piezas de oro a unas indias, los indios reaccionaron dando muerte a unos soldados a los cuales el capitán les había ordenado protegerlo, era culpa del susodicho capitán quién por ambicioso había comprometido a su tropa, terminando con la pérdida del teniente y varios soldados.

    Investigó Joseph la suerte del capitán, encontrando que había perecido posteriormente por intentar encontrar los yacimientos forzadamente. Joseph mientras tanto trató de hacer amistad con la gente cercana al cacique, siendo un joven astuto y culto supo encontrar la manera de conocer a la hija del cacique llamada Oyanka.

    Pasaron algunos meses durante los cuales trató de hacer amistad, aprender la lengua de los matagalpas y de enseñarle a ella el idioma castellano. Como ambos eran jóvenes y agraciados llegaron a enamorase, ella era de unos 17 años de edad, de tez bronceada, ojos cafés ámbar, de facciones finas, un tanto sensuales, y cabello largo muy hermoso. José se enamoró de ella, la primera mujer en su vida, pero no olvidó su propósito por enriquecerse.

    Conversando con ella, logró al fin tras un juramento de guardar el secreto, que lo llevara a ver donde extraía su padre los tamarindos de oro. Oyanka y Joseph, sin dejarlo saber a nadie caminaron dos horas desde el poblado de Sébaco hacia las montañas del poblado de La Trinidad, una legua hacia el noroeste del poblado, allí había una cueva escondida y secreta. Joseph y Oyanka entraron en la cueva prohibida con una tea de ocote encendida, salieron murciélagos espantados por la luz y abundantes culebras se arrastraron a refugiarse.

Oyanka (Berta Valle Otero)

   José pudo ver ante sí una veta de cuarzo donde notábanse adheridos grandes granos del dorado metal, no podía creerlo, estaban al alcance de su mano, con poco esfuerzo podía desprender lo que parecían grandes botones dorados del tamaño de semillas de tamarindo. Guardó siete de ellas en su bolso, agradeció a su novia, luego apreciaron el bello paisaje del valle y la puesta de sol en las montañas del oeste, ya tarde empezaron a caminar de regreso al pueblo.

    Mientras tanto el padre de Oyanka inquiriendo acerca del paradero de su hija, al recibir información de la dirección que habían tomado, se figuró que andarían en la cueva secreta.
Disgustado ordenó la captura el atrevido jovenzuelo, y el encierro de la princesita.

    No podía eliminar a José por temor a la reacción de los soldados acantonados en Metapa, pero sabiendo de una incursión de los indios caribes por el río que ellos llamaban Kiwaska, pues estos solían atacar de noche llevándose mujeres y niños españoles, adelantándose les envió mensaje ofreciéndoles que no atacaran a su población, en cambio les entregaría pepitas de oro y además a un joven español de muy alta posición cuyo rescate ellos podrían negociar en el futuro con la corona española en Cartagena de Indias. Envió a una avanzada de indios matagalpas a encontrarse con ellos cerca de Muimui e hizo el trato.

    Así se deshacía de aquel inoportuno y ambicioso novio de su hija, sin necesidad de eliminarlo.
Oyanka privada de libertad y oyendo que su novio había sido enviado custodiado por indios a un ignoto paradero, se deprimió tanto que no quiso comer mas, afligido su padre trató de convencerla, pero la enamorada novia le dijo no podía vivir sin Joseph cayendo en un sueño del que no despertaría hasta que su padre hiciera regresar a su joven amante.

    Nadie pudo evitarlo, Oyanka se recostó al principio con los ojos abiertos, pensativa, después de varias horas cayó en un sueño que no era de la muerte, porque nunca corrompió su cuerpo, era un sueño del que sólo el regreso de su amado podía rescatarla.

    Cuatrocientos años han pasado, Oyanka se ha convertido en piedra y está a la vista de sus pueblos. Sébaco, El Guayabal, La Trinidad, Chagüitillo, Carreta Quebrada y de generaciones que vendrán en el futuro, en una perenne.... y quizás eterna espera.

FIN

¿Cómo ver a Oyanka?

  Si el viajero viene en la carretera asfaltada desde Sébaco a Matagalpa. Un poco antes de cruzar el puente de Sébaco, en dirección de la carretera a Matagalpa en el perfil de los cerros al norte puede verse la silueta de la princesa recostada de espaldas, su bella cabeza con larga cabellera, sus desnudos senos, una pierna un poco levantada, la otra pierna y brazos descansando en el cerro

¿Cómo ayudar a la Princesa despertar?
    Buscando a un joven con pelo castaño y ojos color de miel, de unas ocho cuartas y media de estatura, delgado, atlético. Se dice que escapó a los Caribes en la costa de las Antillas y anda errante buscando a su amada, para quién su amor perduró más que el oro.


Cuentos publicados con el permiso de su autor, el señor Eddy Kühl. Fotografías de Selva Negra, orquídeas y montañas de Matagalpa.


Otros escritos del Sr. Eddy Kühl 

Eddy Kühl
Selva Negra, Nicaragua
eddy@selvanegra.com.ni



domingo, enero 08, 2006

Yasica y Yaguare

Según cuenta el historiador matagalpino Eddy Kürl Aráuz, existió alguna vez, una hermosa niña india que al nacer sus padres "le llamaron Bilguit, que significa algo así como Frágil Doncella. Sin embargo, cuando creció, dio muestras de todo lo contrario, pues le gustaba salir de caza con los muchachos, trepaba con facilidad los árboles más altos, no temía a los animales silvestres, pues se le veía, a veces, jugando con ellos. Incluso, los amigos le llevaban boas que ella gustaba andar en su cuello. Tuvo un coyote que domesticó como un perro, lo mismo, así, con un halcón. Ella corría tan veloz como un venado, nadaba y buceaba como un pez. Con el tiempo, los que la conocieron la llamaban Yasica, que en lengua matagalpa significaba Doncella Veloz. Era muy bella, morena, de ojos y cabello negro y largo. Más recordada era por su personalidad que conjugaba lo valiente con lo amable, la sabiduría con el atrevimiento. Sabía usar el arco como un cazador nativo y hacer sus flechas de tafixte (varilla lisa muy dura)"

La región donde ella vivía, aunque bañada por frescos ríos y bendecida por un clima agradable, presentaba un serio problema. Era continuamente amenazada por otra tribu que no dejaba que su gente viviera tranquila. Ni ellos, ni sus vecinos, la tribu amiga del Cacique Yaguan.

Yasica era compañera inseparable de juegos de Yaguare "que corre veloz", hijo de Yaguan. Cuando fueron adolescentes, cansados de estar continuamente en guerra con la tribu que los hostigaba, decidieron unir sus fuerzas y su amor para buscar un lugar tranquilo para vivir . Les fue dicho por el sukia o sacerdote de la tribu que en el destino de ambos estaba formar un nuevo pueblo, valiente y bello, en un lugar muy cerca el Río Kiwaska que serviría de refugio para su gente.

Los valientes muchachos, aunque temerosos porque no tenían idea de como encontrar el lugar indicado, no vacilaron en su aventura, y tomando una canoa, escaparon río arriba queriendo atrapar sus sueños. Después de mil odiseas, se encontraron por fin una mañana a orillas de una gran montaña, donde había una gigantesca roca por donde bajaba una corriente de burbujeante agua fresca. Reconocieron al contemplar el reflejo del sol ante tanta belleza, que ese era el lugar que tanto buscaban y donde encontrarían, finalmente, la paz anhelada. Yasica quiso que el lugar se llamara Yaguare, como su príncipe, y una gran descendencia nació de la profunda unión de ambos. Sus hijos crearon nuevas tribus llamadas como ellos: Matagalpa, Molagüina and Solingalpa. Y a partir de ellos otras tribus se formaron hasta poblar este hermoso valle.

"En un pequeño cerro, localizado en el sector sur de la ciudad de Matagalpa, la familia de don Nazario Vega (el constructor de la Catedral de Matagalpa) encontró allí por el año 1890 lo que parece ser la tumba de un personaje real de la cultura de los indios matagalpas. La familia de don José Vega, sobrino de don Nazario, ha guardado por más de un siglo una de las piezas encontrada allí. Se trata de una escultura de cerámica de un personaje indígena de muy buenas facciones en una posición muy noble, es decir que se encuentra sentado en una posición solemne, está adornado con collares, aretes, aros, pulseras, estolas, posee una corona con plumas aparentemente de quetzales, y con las manos cruzadas al frente a la manera de un estadista precolombino..... Su posición principesca, atuendo y aparentes joyas significa que el personaje en cuestión era un noble de su raza indígena, así como el lugar central y sitio privilegiado en que fue sepultado en la cercanía del antiguo poblado de Molagüina, bien podría ser la escultura del príncipe de la romántica leyenda del pueblo matagalpino, Yaguare, fundador de Matagalpa junto con su novia la valiente, tenaz y trabajadora Yasica." - Manfut

Foto tomada de Matagalpaxtrem

martes, octubre 11, 2005

El Sisimique y otras leyendas del Norte

Hace algunos años leí un artículo interesante en La Prensa Literaria que narra algunas antiguas leyendas nacidas y alimentadas en nuestras hermosas montañas del norte. No quisiera que historias como el Sisimique, la Serpiente de los 3 Pelos y La Ciguacoatl entre otras, se nos pierdan en la memoria, especialmente los que no vivimos en Nicaragua. Así que transcribo aquí un par de ellas, y dejo el enlace del artículo completo para la persona que desee disfrutar la lectura en su totalidad.

El Sisimique

Contaban que siempre que comenzaba a oscurecer se aparecían dos enormes animales con cara de hombre, tenían los ojos rojos como llamas, una cola bien larga y se llamaban el Sisimique y el Sisimicón. Decían que estos animales se les aparecían a las muchachas solteras y que si les gustaban se las llevaban enrolladas con la cola. Donde primero se aparecían era en el río y después seguían el camino para la casa, y que en camino iban llamando a las muchachas a las que les gustaba hacerle ojitos a los hombres, y se oían unos gritos y gruñidos que nadie podía imitar. Decían que para que el Sisimique y el Sisimicón no entraran a las casas no había que hacer ruido, muchos menos reírse, ya que las risas de las mujeres era lo que más les gustaba. A varias muchachas se las habían robado, porque ellas eran bien bandidas y ellos sabían dónde había mujeres que les coqueteaban a los hombres.

Recopilado por: Francis Orozco, La Prensa Literaria, Sábado 18 de mayo de 2002.

La Ciguacoatl

Cuenta la leyenda que en un antiguo pueblo aborigen, asentado a orillas del Río Viejo, existía una hermosa mujer esposa del cacique principal. Se decía que esta mujer, de proceder extraño y misterioso, acostumbraba ir todos los viernes a un determinado lugar del río, llevando abundantes alimentos, aves ricamente preparadas y sabrosas bebidas. Uno de los servidores del cacique, extrañado por el comportamiento de la mujer, determinó seguirla a prudente distancia. Lo que vio ese día lo aterró tanto que echando a correr fue a contárselo a su Señor. El cacique no dijo nada a su mujer fingiendo ignorancia. El siguiente viernes la sigió, y confirmó lo que le dijera su servidor. Vio, según dice la leyenda, que sentada en una piedra junto al río golpeaba con su mano el agua, y al llamado emergía impetuosamente una inmensa serpiente que tenía su cueva en el mismo río. El terrible reptil, posaba su inmensa cabeza en las bellas piernas de la mujer, y una vez alimentada, serpiente y mujer se entregaban al placer sexual. El indignado esposo mató a la infiel mujer. Entonces la enfurecida serpiente agitó las aguas del río y su corriente destruyó el milenario pueblo. Según la leyenda, los sobrevivientes reconstruyeron su pueblo, al cual dieron por llamar Ciguacoatl, que en lengua nahuatl significa mujer serpiente .


Recopilado por: Luis Castellón, La Prensa Literaria, Sábado 18 de mayo de 2002.
Las Leyendas y Tradiciones de Matagalpa y Jinotega compilación dirigida por los profesores de Antropología Bayardo Gámez y María Dolores Álvarez. El trabajo de campo fue hecho en 1998 por los estudiantes de las Carreras de Ciencias Sociales y Lengua y Literatura del Centro Universitario Regional de Matagalpa. Ilustraciones de Bayardo Gámez.

jueves, septiembre 22, 2005

La historia de Don Chon Centeno

Los rezadores en nuestros pueblos son personajes que con sus experiencias y vivencias enriquecen nuestra cultura a través de historias que hacen dudar al más incrédulo.

Esta experiencia vivida por don Asunción Centeno, es verídica, según me cuenta mi buen amigo Freddy Sequeira "El Travieso". Aquí su relato, tal y como lo leí en sus escritos.

"Hola amigas y amigos. Como de muchos es sabido, yo nací en la humilde comarca de Las Pozas, municipio de Sébaco, departamento de Matagalpa, donde no había ni luz eléctrica, ni nada de eso. Recuerdo que los candiles algunas personas los hacían de botellas de Kola Shaler, esa bebida deliciosa ¿La recuerdan? Pues por las tardes, después de llegar de las labores diarias en el campo, muchas amistades de mi padre se reunían a tomar café con rosquillas y rosquetes. En esas comarcas siempre existen los rezadores y ellos son invitados a distintas comunidades cercanas a la nuestra; el rezador más famoso se llama Asunción Centeno y todos le decimos "Don Chón". Una noche él regresaba de otra comarca, de oficiar un rosario de una persona que había fallecido, serían como la una de la madrugada, él pasaba frente a mi casa y frente a mi casa, está la iglesia de la comarca, la Iglesia de la Concepción de María. Cuenta él, que cuando ya había caminado unos 100 metros le dio un escalofrío como que algo se aproximaba...de repente... se escuchó un estruendo como que se derrumbó el altar mayor de la iglesia y empezó a escuchar el sonido de los vidrios que cayeron. El se puso más nervioso y entonces fue cuando escuchó unos pasos fuertes del altar hacia la puerta. Dice don Chon que se quedó parado, con sus pies muy pesados, y no los podía mover. Estuvo así como 5 minutos. Cuando pudo caminar, salió corriendo a su casa y pasó dos días con calentura de ese tremendo susto. Pero lo más curioso fue que cuando mandó a ver lo que había pasado en el altar y cuando mi papá entró a la iglesia, todo estaba en su sitio. Espero mi historia no la tomen como un simple cuento porque si es una realidad."

Muchas gracias Freddy por compartir tu historia en mi blog. Espero que continués enriqueciendo este sitio con esas historias interesantes que suceden en nuestras comarcas.


Versión de Freddy Sequeira, recopilado por Martha Isabel Arana - 22 de septiembre, 2005.
 

domingo, septiembre 04, 2005

Los cuentos de don Mariano

Un caballo cadenero y una vaca cachona es lo que asegura don Mariano Escorcia Pineda vio en su juventud, durante alguna noche fresca en las décadas pasadas de San Ramón, pueblecito al norte del departamento de Matagalpa.


Don Mariano nació en 1927 e insiste que tiene edad suficiente para conocer algo de lo que usted quiera saber. ...“A mí me contaban que en San Ramón, después que todo el mundo cerraba sus puertas y apagaban sus candiles, se escuchaba en la calle principal el relincho de un caballo que al galopar arrastraba unas cadenas, la gente valiente se asomaba y no miraba nada...En cierta ocasión que alquilé una casa sobre esta calle, en tiempos de la primera 'Reina', yo lo comprobé. Una noche oí que ese caballo se metía en mi solar, escuché como que se sacudían las cadenas cuando le quitaban la albarda... pero cuando me asomé no había nada... Era un fenómeno invisible, sólo se oía el resoplido del caballo y el sonar de las cadenas al ser arrastradas.


¿Y qué me dirá de esta otra? Yo tenía una mi novia aquí y venía a verla desde una finca que teníamos en Guadalupe, a unos siete u ocho kilómetros de San Ramón. Resulta que una vez iba para la finca como a las doce de la noche montado en mi bestia. Pero en un lugar que le dicen La Cascajera me sale una vaca, una vaca enorme de tamaño pero más enorme de cachos, cada cacho tenía aproximadamente un metro. Yo vi rara a la vaca porque me miraba con odio, entonces con la rienda la amenacé y vi que ella cabeceaba para embestirme, saqué mi pistola y le iba a pegar un balazo, pero reflexioné: 'Hombre —dije—, puede ser que esta vaca tenga dueño.' Vengo y busco como pegarle otro cohetazo y la vaca se va, brinca un potrero y desaparece, pero más allá, como a medio kilómetro me aparece otra vez. Platicando después con unos señores de la misma Guadalupe me dijeron: ´Hombré, es cierto, si esa vaca a mí también me salió, yo vi también esa vaca, es cachona y así, así y asá."

Relato de D. Mariano Escorcia es un fragmento de "Los cuentos de don Mariano y el incrédulo de don Beto" escrito por Mario Fulvio Espinosa
La Prensa, 19 de octubre del 2003

Blog de Martha Isabel Arana - ¡Bienvenidos!

          C uando un nicaragüense emigra, además de su maleta, sus temores e ilusiones, lleva consigo todos sus recuerdos más queridos. ...