lunes, noviembre 05, 2012

Una mañana campestre en Nicaragua


 Escrito por Kem Vargas

    Noviembre se ha establecido temporalmente en el calendario mientras diciembre ya se vislumbra en su inevitable llegada. Los fríos vientos de la temporada hacen que los arboles se balanceen incesantemente. Muchos de ellos se desvisten haciendo caer sus hojas. Pero el madroño prefiere vestirse de blanco para saludar la llegada del verano.En las mañanas nicaragüenses, los campos son arropados por una fría neblina. La salida del sol se vuelve tardía y sus rayos llenan de colores mágicos todo lo que van tocando.

    El fogón ha sido encendido desde tempranas horas en cada rancho o vivienda campesina. Sobre candentes brasas se prepara un aromático café o un espeso “tibio” de pinol blanco que seguramente ayudarán a mitigar un poco el frio matutino. Las tortillas son preparadas con esmero y servidas con un buen trozo de cuajada que ha sido previamente semiahumada en un tapesco que cuelga en el techo de la cocina, propiamente sobre la blanquecina hornilla.En el pequeño radio que cuelga de un clavo puesto en las tablas que sirven de pared, Pancho Madrigal y Lencho Catarrán relatan cuentos llenos de picardía e ingenio popular. Son historias auténticas. Agapito y Filiberto van y vienen por El Ojochal o El Galope haciendo de las suyas.




    El día empieza en nuestras tierras. El mugir del ganado, el ladrar de los perros y el trinar de los pájaros es una hermosa melodía para quienes cultivan auroras y cosechan esperanzas. Es el momento de arrear las vacas al corral, de limpiar el campo, de cortar la leña, de reparar la cerca y de jalar agua desde la quebrada. Seguramente el Buen Dios se complace con estas escenas propias de Nicaragua porque trabajar es lo mejor que sabe hacer nuestra gente en esta tierra que “está hecha de vigor y de gloria”.

Juigalpa, Chontales. Noviembre, 2012.

Notas e imágenes publicadas en Nicaragua de mis Recuerdos con permiso de su autor.



x

lunes, octubre 01, 2012

Volver a respirar los mismos aires




En un lugar
donde la luna de plata
me invita con pasión escarlata…
en un lugar donde el sol al nacer
me abre sus brazos de amor...

…  el amor es evidente.

Donde las nubes forman cirros
que hablan de un niño que se acaba de ir
muchacho que crece
y alegre aparece
como el pipe Güegüense
queriéndose divertir…

Esa es mi tierra,
la bendita Nicaragüita
que invade y toca mi alma
en una tierna y alegre canción…

Tierra mía
remolino de vida
mi Nicaragua querida
mi linda niña, mi bella señorita,
pronto tendré la dicha que tanto esperé
de volver a respirar tus aires
para quedarme por siempre a besar tus pies...

Donde una jícara de tiste
y una tortilla con queso
me esperan para hacerme sonreír
en ese lugar impregnado de versos
y luz cautivante

Escrito por Esther Mendoza Urbina
Foto: Cristina Trejo


lunes, septiembre 10, 2012

Remembranzas de Chontales

Escrito por Marlon Vargas Amador

  En cada oportunidad presentada, el poeta y profesor de generaciones Guillermo Rothschuh Tablada se empeña en expresar que Chontales es una cantera llena de motivos artísticos, culturales y tradicionales. El campisto, la ganadería, las montañas, los ríos, las minas, las haciendas y las leyendas son algunos de los tantos temas dispersos en esta tierra que bastarían una puñada de ellos para deleitarnos en la tarea de trazar y describir el frescor y la transparencia de sus formas, colores e historias. Cuanta razón tiene el pregonador de la “Chontaleñidad”.



    Octavio Robleto en su laberíntica labor de buscar paisajes nos ofrece suficientes motivos para creer que “Dios está en Chontales, en cada pedazo de su naturaleza” como lo expresara Carlos A. Bravo el autor de la célebre frase “Chontales es bello, donde los ríos son de leche y las piedras cuajadas”. 


    No es un alarde de grandeza, esta tierra es un eterno grito de historia y cultura, de naturaleza y tradición. Aquí se puede embriagar con el grato licor del aire de la mañana que trae bandadas de pájaros cuyos vuelos se alzan desde hermosos parajes y soberbias montañas.




    Por los caminos y veredas de Chontales transitan campesinos que desparraman sus sueños perfumados con sacuanjoches y heliotropos. Ellos han aprendido a pulir su experiencia, su observación y su minuciosa reflexión para arraigarse y amar a la tierra.


    Surcados por inquietos ríos, nuestros verdes campos son el escenario idóneo para deleitarnos observando el arte y arrojo de los campistos descendientes de Catarrán que cabalgan sobre caballitos chontaleños mientras persiguen al “cumbo negro” para llevarlo a la barrera donde muchos montadores y sorteadores lo esperan para batirse en un desafío temerario convertido en tradición. Estos seres legendarios de piel curtida como la corteza del caoba fueron inmortalizados en los versos del poeta Pablo Antonio Cuadra quien amó este rinconcito de Nicaragua con toda su poesía. 



    
    Por todo Chontales el viento lleva melodías. El sol alumbra con tanta fuerza que pareciera quemar lo que toca. Durante las oscuras noches se puede soñar contemplando las estrellas mientras los pocoyos dispersan sus cantos agoreros por todos lados. Solo en esta tierra la luna tiene la magia de enamorar y embrujar.
    
    En Chontales las haciendas parieron personajes e historias llenas de picardía y sobradas muestras de bravura. Por generaciones se han contado anécdotas de vacas y lagartos de oro, mujeres que deambulan convertidas en coyotes y hacendados que ofrecían sus almas a cambio de abundantes riquezas. Con la llegada de los tibios atardeceres los ancianos relatan estas leyendas poniendo gran empeño en no dejar dudas de su veracidad.




    Durante siglos, el chontaleño ha tallado una idiosincrasia inmersa en cada paisaje y sujeta como “mazate” al lomo de briosos caballos y enfurecidos toros. Probablemente a esto se refería Fidel Coloma en el prólogo de Poemas Chontaleños (1998) cuando afirmó que en Chontales  “la naturaleza y lo humano se consustancia y se abrazan” y subraya una pintoresca realidad donde “hombre, animales y tierra conforman una totalidad, son aspectos de una sola corriente turbulenta de la vida”. Pero nuestra identidad también lleva un poco de la historia, astucia, valentía y quebrantos de los lovigüiscas y amerriques, antiguas poblaciones del aguerrido pueblo chontales. Figúrese que quizás esta peculiar mezcla de circunstancias es la que hace que todo chontaleño se ufane y enorgullezca de sentirse humilde como se empeña en definirse el lingüista Róger Matuz Lazo.  

    Muchos han escrito sobre Chontales. Además de los citados anteriormente se suman otros destacados autores como Carlos Cuadra Pasos, Thomas Belt (El naturalista en Nicaragua, 1874) y Juliu Froebel (Siete años de viaje, 1850). En sus obras han grabado una parte del contraste de paisajes y vivencias de esta tierra de “allá adentro” cuya “bandera nueva hasta ahora están tejiendo los poetas”, porque entre la alegre alborada de cada amanecer y la triste muerte de cada día manifestada en taciturnas noches siempre habrá motivos para contar con orgullo de nuestro terruño y su laborioso e indómito pueblo.       

Juigalpa, Chontales. Septiembre 2012.


 Fotografias de Marlon Vargas Amador

Publicado con permiso de su autor el 11 de septiembre de 2012.

miércoles, agosto 01, 2012

De manos de una inmigrante

Escrito por Martha Isabel Arana

    Me lo decís a mí que ya no me cuentan cuentos.  Llevo 25 años y más de la mitad de mi vida viviendo en esta tierra ajena, tan diferente de la mía.   Si acabás de venir de Nicaragua, pudiera contarte  algunas mentiras que a veces fluyen solas con la excusa de alimentar piadosamente la esperanza del recién llegado.  Pudiera decirte, por ejemplo, que con el tiempo ya no vas a sentir la nostalgia que ahora te invade. Pero allá vos si querés creerlo. Tampoco me atrevo a decirte que dentro de 20 años y un día, después de trabajo arduo y honrado, probablemente vas a estar igual que como viniste.  Ojalá que estés mejor económicamente, pero nadie te garantiza eso.  A lo mejor vas a estar en peores condiciones, todavía ilusionado con aquel famoso sueño americano de los cielos azules y las estrellas blancas.  Sí, acordate, aquel que nos hicieron creer y para muchos no fue sino un oasis en el desierto árido de la vida de inmigrante.  Mucho menos quiero insinuarte que no va a ser tan fácil volver a Nicaragua cada año, ni que vas a poder regresar cuando te dé la gana, porque cuando te das cuenta, ya el calendario ha cambiado sus fechas y comenzaste a echar raíces en esta tierra. ¡Cuántas ilusiones vamos dejando tiradas en el camino los inmigrantes con el correr de los años! 

    Te voy a contar lo que me pasó.  Cuando vine a Estados Unidos (el lugar que el destino me señaló para pasar mis días y no me acuerdo de habérselo pedido) la novedad fue una droga que me hizo olvidar Nicaragua por un tiempo.   Se me nublaron los sentidos y se me atolondró el alma con tantas cosas bonitas, nuevos sabores, personas y nacionalidades diferentes que despertaron mi interés.   En mi afán por olvidarme y no deprimirme, me apresuré a adoptar la nueva cultura y hacerla mía.  Quise incrustarla bajo mi piel, olvidarme de todo lo pasado y comenzar una nueva vida.  Estudié, aprendí, socialicé, me enamoré, trabajé de sol a sol. Todo perfecto. Al pie de la letra, como señalaba el manual de supervivencia que yo misma me había impuesto. Pasado el tiempo, cuando lo diferente se volvió rutina y las tardes se presentaron monótonas, comenzaron a colarse de a poquito los recuerdos de aquellos años de niñez que ya nunca volverían.  Me visitaba en mis sueños, misteriosa, la visión de volcanes majestuosos reflejados en aguas cristalinas.  Comencé a añorar, casi sin darme cuenta, aquel olorcito a desayuno nicaragüense, dulces, especies, frutas escandalosamente tropicales con sabores exquisitos como las bromas y carcajadas que nacían espontáneas en las tertulias familiares.  No sé ni como pasó, pero comencé a añorar lo que pensé que nunca me haría falta.  Después de cantar tantas canciones de moda en inglés con mi acento hispano, se me salían las lágrimas cuando escuchaba de algún viejo cassette el son de las marimbas o el rasgueo de una guitarra lejana, instrumentos que siempre me parecieron enviados por los dioses para ser acariciados por los dedos fuertes de un nica. La nostalgia se acentúa cuando otras penas te acompañan.  



     Una vez pasada la euforia de los primeros tiempos, comencé a sentir la soledad helada que se vuelve compañera constante de aquel que se atreve a volar lejos de los brazos maternales de la patria que le dio la vida. Comenzaron las desilusiones y los eventos diarios que fueron secándome el alma a pura lágrima de decepción e impotencia.  Aprendí lo que es el racismo y el etnocentrismo perturbador.  Se burlaban de mí porque hablaba "chistoso" o porque mi cultura era distinta.  Supe que no debía decir palabras naturales de mi léxico como pinche (tacaño), chingo(corto) o arrecho(muy enojado) sin que la gente se escandalizara por mi franqueza al escupir malas palabras, según ellos. Me dolía cuando decían que jamás habían escuchado el nombre de mi adorada Nicaragua.  Me ardía ser parte de estereotipos estúpidos.  Como aquella tarde hace muchos agostos, cuando alguien le dijo a mi entonces novio que no se casara conmigo porque todas las nicas éramos putas.  Sí, dolió.  No porque me dijeran prostituta, porque ellas son seres humanos, que sienten, aman y acurrucan las penas entre sus pechos como solo las mujeres sabemos hacerlo, sino por la intención cruel que llevaban las palabras, dardos venenosos nacidos de la ignorancia.  

    Es entonces cuando añorás más que nunca la sonrisa amable de aquella vecina que te vio crecer, el abrazo lleno de confianza que te brinda el amigo de infancia, los corazones siempre abiertos para vos y que te convencen de que sos una persona buena y de fiar.  Que no sos un pinche extranjero, asesino, violador, ni que viniste a este país con la mala intención de robarle el trabajo a nadie.  Ser inmigrante es salirte de la burbuja cómoda y tibia donde creciste y que flota fuera de tu alcance sin otra despedida que la visión efímera de un arcoíris a punto de estallar. Un día sintiéndome parte de los dos mundos en que he vivido y otro, abandonada por ambos.  El tiempo pasó y los sentimientos, como en una montaña rusa, subieron y bajaron.  He sido presa de la depresión de los valles (especialmente cuando regreso de algún viaje de vacaciones a Nicaragua), de la tristeza de llegar a mi tierra y ya no reconocer a nadie, de estar olvidando mi propio idioma y mis costumbres, de sentirme extraña en mi propio hogar. Pero también he sido testigo del sol calentándome el rostro en la cima de los momentos buenos, de las grandes experiencias, de la gente con un corazón generoso, sin importar su origen y de la lucha de todos los latinos, constante a pesar de los días melancólicos que cada quien guarda celoso en el silencio de su habitación. 

     Migración, un concepto que algunos miran como enfermedad apestosa y otros como una oportunidad.  Sinónimo de vivir en el aire y a la vez en todas partes.  Inglés imposible, español olvidándose. Inventando palabras o mezclándolas con el inglés para poder darnos a entender en esta Torre de Babel.  Escandalizando a la Real Academia Española por nuestras ocurrencias en este submundo que hemos llamado hogar.  Cincuenta millones de hispanos viviendo a diario la lucha práctica y necesaria, llevando con orgullo la etiqueta de inmigrantes, aunque sea escrita con prisa y mala ortografía mientras se huye de la migra.  Descaradamente atreviéndonos  a tejer un sueño en una tierra donde no somos necesariamente bienvenidos.  Dejando  a la vez correr en las venas los recuerdos de nuestra patria como un bálsamo calmante y necesario para que el corazón aguante. Inmigrante. Más que un calificativo humillante,  una fuerza que nos hace levantar la cabeza y nos motiva a seguir adelante porque hay una familia que mantener y una renta elevada que pagar al final de un mes que se va volando y no perdona flaquezas. Aquí estamos luchando y aquí seguimos soñando mientras tengamos fuerzas.  Mientras tanto, yo sigo fantaseando con mi paisito tropical de caminos de colores que se elevó al cielo una mañana de enero como una burbuja y se perdió entre mis papeles e intentos de poemas.

lunes, junio 25, 2012

El Breviario de Jeshúa

El Breviario de Jeshúa
(Extractos de la novela: “El Breviario de Jeshúa”, escrita por Juan Espinoza Cuadra)

Capítulo I
(Lucrecia, no Lucero)

Eran las 8:00 de la noche, y caminaba apresuradamente hacia mi casa. Distaba de mi destino por aproximadamente 6 cuadras. Caía una pertinaz llovizna. Debutaba el invierno lluvioso de Centroamérica.
Mis zapatillas tennis chapoteaban los numerosos charcos dejados por la lluvia. Ésta había iniciado a las 5:00 de la tarde. Para esa hora aún me encontraba en el bar con un viejo amigo.
-Otra y nos vamos-,
-La lluvia debe menguar pronto-.
Decidí ver la caratula de mi reloj pulsera y me percate lo tarde que era.
Lucero tenía el pelo largo como una cascada de lava. Su delgadez semejaba un túnel de nubes. Sus ojos particularmente negros no dejaban espacio para que la noche se escapara de sí misma.
Hacía dos meses que estaba de regreso en el país. A ella no regrese jamás.

Pero esa noche de lluvia topé de frente con su imagen, disfrazada de tentación. Tendiéndome las palabras a como se alarga y anuda la soga al cuello de un condenado a muerte. Escuché frases puntuales que luego impulsivamente optaban por alargarse.
En esta ocasión dijo llamarse Lucrecia. Aún con el cambio de nombre la reconocí como Lucero.

De su pelo de la frente, caían voluminosas gotas de lluvia hacia sus pobladas cejas. En ese fenómeno se detuvo mi mirada mientras ella hablaba.
–¡Los amores son un carajo!-. «Uno termina amando a quién no te ama. De noche despierto con la imagen de tu rostro aferrada a mis párpados. Susurro tu nombre mientras mi familia duerme en la cercanía de mi cama. Leo poemas de amor que no inspiré. Mis lágrimas se han precipitado sobre la tinta de los párrafos que has escrito. Cuando pasas, se me eriza la piel al percibir tu aroma. Escucho tu voz y siento como se me agita el corazón. Me lleno de nervios. Respondo de forma tonta cuando mi madre me pregunta que pasa conmigo. He llorado repitiendo tu nombre, con mi rostro hundido en la almohada. Y hoy, estoy acá, confesando un amor que ha permanecido mudo».
-¿Tienes algo que responder?-.

La gotas de lluvia adquieren haces multicolores al encontrarse con la luz de los faros de los coches. Semeja chasquido el ruido que surge del contacto de las llantas de caucho con el pavimento húmedo.
Me vuelvo percatar que es de noche y que aún llueve. Lucrecia frente a mí, tirita de frío. Sus manos dentro de las bolsas frontales de sus jeans. Calza sandalias abiertas que dejan ver la delgadez de los dedos de los pies. La miro en un periplo que completa toda su figura. 
Jonás es dos años mayor que yo. Su novia, Genoveva, es amiga de infancia de Lucero. Nos hicimos amigos al salir las dos parejas a divertirnos. En el colegio, Genoveva y Lucero tienen un grupo de amigas que suman alrededor de 8. Pero el enlace fuerte lo establecen ellas.
Hoy, en el bar, Jonás me ha confirmado que el amor de Lucero se terminó el día que decidí salir al extranjero. Según Genoveva, explotó en argumentos para justificar el fin del amor.
–Los amores no se acaban por si solos, nosotros los fulminamos, hermano!-, -refutó Jonás entre ebriedad y solidaridad.
–Otra cerveza más, cantinero!-.
El sonido demasiadamente alto del antro, la neblina provocada por la quema de tabaco, el vaho a sudor de las personas bailando en las cercanías, el fracaso amoroso, la fragancia madura de los alcoholes destapados, servidos, consumidos y la vehemente lluvia, se conjugaron para honrar aquella noche, a la tristeza.
Jonás se encontró con quien seguir libando tarro tras tarro de cerveza mientras me dirigía a la puerta de salida.

-Lucrecia… ¿son gotas de lluvia o son lágrimas?-.
-Lágrimas, pero no te apures, pues son antiguas-. «Son de fechas pasadas. Se concibieron algunos meses después de conocerte. Tú no tienes responsabilidad en ellas. Yo las engendré en silencio. Son fruto de mi amor no correspondido. Una expresión frustrada de mis sueños. Cuando me percaté, ya estaba enamorada de ti. Fue accidental. Llegó a casa por la mañana un mensajero para entregar un ramo de rosas amarillas. Lo recibí y firmé. Mi corazón se aceleró. Leí mal. Pensé eran para mí. Estaban festejando los primeros 6 meses como novios, tu y mi hermana. La verdad, no puedo explicar lo que sentí porque ni yo misma entiendo. El conocerte, los saludos muy amistosos entre nosotros, me confundió. Luego, las entusiastas pláticas, siempre el tema girando en torno a la urgencia de reformar la constitución política para brindarle oportunidades a los pobres, a los obreros, a los campesinos. Éramos tú y yo a altas horas de la noche, construyendo un mundo ideal. En esos momentos, fuiste mío».

Una noche, luego de una de las primeras visitas a mi novia Lucero, ya saliendo de la casa, topé de frente con Lucrecia. Creí oportuno una conversación breve de despedida.
Expresamos nuestros puntos de vista respecto a la situación política del país. Sin darnos cuenta, el tema iniciado sin propósito alguno de argumentar políticamente, condujo a tomar como punto de comparación los alcances históricos del Plan de San Luis, promulgado en Octubre de 1910 por Francisco I. Madero. Lo que inició como un rápido “hasta luego” se transformó en una maratón de ideas y conocimientos de kilometraje interminable.
Formada en su niñez dentro de los principios de la filosofía marxista-leninista, Lucrecia defendía con vehemencia la toma del poder por parte del proletariado mediante una guerra frontal y prolongada contra el gobierno porfirista.
-Debe ser el Partido Comunista el abanderado de esta lucha- decía-.

Afuera de su casa, flanqueaban la puerta de entrada, dos sillas mecedoras blancas.  Ella se acomodó en una. Yo en la  otra. Ya dispuestos uno frente al otro, le pregunté:
-Oye, no recuerdo cuáles son las influencias del socialismo científico-.
    -¿Tú sí?-.
La pregunta la planteé con ironía, especulando Lucrecia estuviera presumiendo. A fin de cuentas, anteriormente nunca había conversado con ella. Además, quería explorar con ella el origen filosófico del movimiento revolucionario. Ella respondió:
-Las filosofías de Georg Wilhelm Friedrich Hegel y Ludwig Feuerbach -para continuar: «La dialéctica hegeliana, es un método para entender la historia de la filosofía y el mundo mismo. Es una progresión en la que cada movimiento sucesivo surge como una solución a las contradicciones inherentes al movimiento anterior. Hegel consideró a la Revolución Francesa el prólogo a la verdadera libertad de las sociedades occidentales. No obstante, la dialéctica hegeliana es radical. La creciente violencia para llevar a cabo la Revolución, es eso, una acentuación salvaje de acciones desenfrenadas, y por otro lado, ya logrado el objetivo, derrocar al sistema opresor, la Revolución se vuelve a su resultado: la libertad conquistada. La sociedad en su historia, progresa aprendiendo de sus errores. Luego, los revolucionarios postulamos la existencia de un estado constitucional de ciudadanos libres, en libertad e igualdad. El hegelismo afirmaba que todo lo que es real también es racional y que todo lo que es racional también es real. Hegel dice que es una norma divina, que en todo se encuentre la voluntad de Dios, esto es, conducir al hombre a la libertad. Por ello, Hegel es panteísta».

Luego de una pausa, Lucrecia acomoda su cuerpo en la mecedora, coloca su mano derecha sobre su muslo izquierdo. La mano izquierda sosteniendo su mentón y prosigue:
«Por otro lado, la obra «La esencia del cristianismo» de Feuerbach, es un referente para la fundamentación posterior de la izquierda hegeliana, ya que la filosofía de Feuerbach es opuesta a los preceptos de la teología cristiana. Contrario a Hegel, Feuerbach postula que la filosofía es independiente de la religión. El ser humano es el centro y eje de su pensamiento. Los anhelos, pretensiones e ideas religiosas son una característica específica del ser humano por lo que la religión queda adscrita a la antropología, que debe explicarla. Feuerbach escribe que el hombre primero creó a Dios y más tarde, entendió que su conocimiento no era nada más que un peldaño en el propio conocimiento del hombre. Al considerar a Dios una creación humana, Feuerbach niega su existencia, así como la de cualquier otro Dios, por lo que niega el Teísmo. No es Dios quien ha creado al hombre a su imagen, sino el hombre quien ha creado a Dios, proyectando en él su imagen idealizada. El hombre enajenándose, da origen a la divinidad de Dios. Cuanto más engrandece el hombre a Dios, más se empobrece a sí mismo. Esta es la filosofía Feuerbaquiana».
Lucrecia había finalizado de esta forma mi pregunta.
-Entender el marxismo o socialismo científico es comprender que éste está fundamentado en la influencia de la visión materialista Feuerbaquiana de la historia de la humanidad y en la aplicación de la dialéctica de la filosofía hegeliana al materialismo-.
Con esta última expresión, Lucrecia daba por terminada su respuesta.
-¿Yo que podía argumentar?-.

Ante tal bagaje de conocimientos, supe que Lucrecia era una militante convencida de los principios que cimentaban su causa revolucionaria, a pesar de sus 17 años de edad. Me levanté de mi silla mecedora blanca, erguido, dirigí mis ojos a sus insondables ojos negros, para decirle:
-Buenas noches-.
Ella tomo mi mano derecha, la sostuvo unos instantes, mientras su mirada hurgaba no sé qué en mis ojos. Luego sentí un jalón hacia ella ejecutado por su mano firme. Plantó un suave y húmedo beso en mi mejilla derecha.
-Buenos noches –respondió ella.

Aquella conversación nocturna había dejado pendiente el tema que la originó: el Plan de San Luis Potosí.
Con aquel detallado exordio, verbalmente resumido por Lucrecia, sería sumamente fácil transitar por el laberinto de las opiniones y esbozos filosóficos, para llegar, finalmente, al planteamiento hecho por Francisco I. Madero en 1910.
Esa oportunidad llegó muy pronto sin buscarla yo. Supongo, mucho menos ella.
-¡Hola!, ¿cómo estás? –saludó Lucrecia interrogativa-.
-Muy bien gracias, ¿y tú? –reviré.
-Acá, disfrutando de la kermesse, -respondió, para proseguir: «Una de mis amigas juega en el partido de basquetbol femenino de la 2 de la tarde. Es un equipo del colegio donde estudio. Se llaman: “Las Garras de Jaguar”. Además, ando con algo de hambre y se me antoja unos taquitos de suadero».
-Oye, ¿te acompaño? –le expusé. «Yo ando algo de sed y se me antoja un agua de jamaica bien helada».  
Así, nos enrumbamos hacia donde se encontraban las pequeñas tiendas, decoradas con los colores y emblemas alegóricos de las empresas dedicadas a la venta de refrescos carbonatados.
Una señora de mediana edad, de probablemente un metro cuarenta centímetros de estatura, mandil recientemente lavado y en cuyo rostro, destacaba el tono extremadamente brillante de su piel achocolatada, se dirigió a nosotros, invitándonos de la siguiente forma:
-¿Qué les sirvo? –dijo agasajadora-.
-¡Tengo tacos de suadero, de bistec, de tripa, campechanos, de chorizo, de chicharrón en salsa roja y verde!-.
-¿Dé cuales les sirvo y cuántos?-;
-¡Ándele mija, no se me eche pa´tras! –se dirigió a Lucrecia-.
-Además, tengo agua de limón, de tamarindo y de jamaica!, -culminó la señora..
-Seño, a mi me da un vaso grande de agua de jamaica, porfa; -le solicité-.
-¡A mi me da dos taquitos de suadero con harto guacamole y un vaso grande de agua de tamarindo!, -requirió Lucrecia.

Seguidamente tomamos lugar en las sillas de una de las tantas mesas, que al centro de éstas, llevan el emblema de una marca de cerveza muy conocida a nivel mundial, “Crown”. Las sillas no escaparon al emblema cervecero ni en el asiento ni en el respaldo.
«¿Cómo es posible que en una actividad deportiva se promocione una bebida alcohólica?», -me pregunté.
Los anteojos de espejuelos oscuros no me permitían ver los ojos de Lucrecia. La percibí distante. Absorta en el bullicio de los alrededores. Deteniendo la mirada en los movimientos agresivos de los brazos de los jugadores de volibol; abstraída luego en las jugadas relampagueantes de los basquetbolistas.
Opté por no perturbar su ensimismamiento. El tiempo transcurrió por ahí de 10 minutos, cuando, repentinamente su mano izquierda se posó en mi antebrazo derecho. Ella se había sentado a mi derecha en el cuadro horizontal metálico de la mesa.
-¿Y luego? –me preguntó-.
-¿Qué cuentas? –insistió.
-Pos nada. Pensando en la lección que me diste la última noche que estuvimos conversando, -le comenté-. Proseguí de la siguiente manera: «Friedrich Engels al estampar el término “socialismo científico” al modelo integrado por las filosofías hegeliana y feuerbaquiana, ubicó en un plano de menor importancia al socialismo utópico. Tú, la otra noche, en tu conversación, me compartiste magistralmente cada una de estas corrientes filosóficas. Al oírte, recordé, que Marx catalogó el pensamiento materalista feuerbaquiano de voluble y frívolo en algunos aspectos. Colindando, en ocasiones, con el idealismo. De las proposiciones establecidas en dos tesis; una escrita por Marx y la otra, escrita por Marx y Engels, es que se establecen las inferencias para la Concepción Materialista de la Historia. Para el pensamiento hegeliano, la historia es una evolución paradójica que expresa el autodesarrollo de la idea absoluta. El pensamiento marxista establece que son las fuerzas productivas y las relaciones de producción las que determinan el curso del desarrollo socio-histórico. Los idealistas (de escuela hegeliana, la mayoría) fundamentan que la dinámica de la historia es el desarrollo de las ideas. El marxismo exhibe la base material de esas ideas, concretándolas y establece a partir de esa premisa, el eslabón del acontecer histórico. Recuerda Lucrecia, que Marx fundamentó parte de su filosofía en los estudios de Adam Smith y David Ricardo, afirmando que el origen de la riqueza era el trabajo y el origen de la ganancia capitalista era el plustrabajo no retribuido a los trabajadores en sus salarios. El pensamiento capitalista nos divide en clases sociales: proletarios y burgueses. El marxismo postula que el comunismo es una forma social en la que la división en clases ha terminado. El modelo económico marxista se basa en una estructura conformada por la asociación de productores libres. La producción y distribución de los bienes del modelo económico marxista se propone repartirlos según el criterio: “a cada cual de acuerdo a su capacidad; a cada cual según su necesidad».

             Lucrecia oyó en silencio y con mucha atención lo que expuse. Al cabo de un rato de mudez y cuando por fin, Lucrecia se proponía decir algo, la burbuja de quietud y parcial sosiego fue explotada por la irrupción de la señora del changarro, al llevar alegremente en sus manos, el plato de tacos y los dos vasos con aguas frescas.
Luego de sorber algunos tragos de agua de jamaica y sentir la agradable sensación de frescura pasar por mi garganta; experimentar en el cogote el mecanismo de arrastre provocado por el transito líquido de los volúmenes de deliciosa agua fresca de color rojo, acarreando en su vórtice la sustancia viscosa salival aferrada en mi bóveda bucal.
Saciar la demanda de agua de mi cuerpo al apaciguar la sed a través de transportar hacia mi estomago la mucosa proveniente de la deshidratación, gracias a cada bocanada del acuoso elixir, trajo algún grado de saciedad. Suministrar agua a mi organismo mediante la ingesta deliciosamente agradable de un vaso de agua de jamaica, fue tan usualmente común como hidratante.
Regresé mi mirada hacia Lucrecia, que para esto, con una sincronía de semáforo, alzaba hacia su boca el taco de suadero, para regresar la mano al contorno plástico del plato, donde yacía aguardando, el otro taco. Entre cada ciclo del brazo, para llevar el alimento a su destino y regresarlo a su posición de descanso, hubo el tiempo para exprimir la mitad del limón sobre la carne de suadero enrollada en la tortilla de maíz y abastecer a ésta de salsa de guacamole.
Y reiniciar el ciclo.
Eventualmente había irrupciones para beber porciones de agua de tamarindo.
Mientras Lucrecia comía, dirigí mi mirada hacia la puerta de entrada del colegio donde nos encontrábamos. Contingentes de jóvenes entraban y salían al mismo tiempo. La minoría vestía deportivamente. La mayoría andábamos turisteando o apoyando a algún amigo o conocido o a alguien con quien teníamos algún vinculo afectivo. En las manos, algunos con suculentos hot dogs, otros con apetitosas hamburguesas y ambas comidas chatarras acompañadas de la infaltable botella de refresco. Mayoritariamente de cola.
-¡Oye, estos tacos estaban riquísimos! –confesó Lucrecia, -para añadir: «La salsa de guacamole esta picosita, pero gustosita. Esta ñora si que sabe guisar muy bien el suadero. Y el agua de tamarindo está muy refrescante. Ni muy dulce ni muy desabrida. La verdad, estoy satisfecha».
Prosiguió:
-Me interesa seguir desarrollando lo que hace unos momentos me comunicabas respecto a la filosofía marxista, -se dirigió hacia mí-.
-Mmmmm…. ¿Te parece si hoy por la noche, luego de despedirme de Lucero,  proseguimos? –le propusé.
-Me parece –respondió-.

Seguidamente, nos dirigimos a la cancha #7, en la cual, en minutos iniciaría el juego donde intervendría Cosette, la amiga de Lucrecia. Las miembros del equipo “Garras de Jaguar” se encontraban en la cancha, ejecutando movimientos de brazos, piernas, cuello. A la víspera del partido, se hallaban realizando ejercicios de calentamiento. 

martes, mayo 22, 2012

Nos cayó agüita en mayo


"Si no volviera a escuchar el canto de mi pueblo
ni el acento alegre hecho canción
qué el son de tus guitarras vigile mi destino
guardando el sueño eterno arrullador..."



    Este pasado domingo los nicas del sur de California tuvimos un encuentro personal con la flor más linda de nuestro querer.   Se compartió con amigos y compatriotas, música, danza y comida.  Sobre todo, se recordó a Nicaragua, se soñó con ella, casi la pudimos tocar.

    El Señor Don Carlos Mejía Godoy nos cayó como agüita de mayo en esta sequía de encuentros con la patria.  Nos hizo sentir nuevamente parte de aquella tierra que dejamos atrás hace muchos años.  Nos cantó los famosos estribillos de antaño que traen consigo recuerdos de niñez y nos hizo reír con su picardía y canciones más recientes, con burritos trabajadores pero sensuales, con mapas tatuados y Clodomiros modernos.  Con nuestras voces de acentos ya variados, demostramos que aunque pasen los años, Nicaragua sigue siendo nuestra.  Aunque mayores y más cansados que cuando emigramos, llegamos a verlo y escucharlo con la alegría de siempre.  No llegamos solos, llevamos esta vez a nuestros hijos que también respetan nuestra cultura e igualmente cantan en español las canciones que saben que humedecen nuestros ojos y tocan las vibras más profundas.

    Bendito acordeón.  Benditas guitarras.  Benditos embajadores de la música de nuestra tierra que nos acompañan, vigilando nuestro destino, asegurándose de guiar nuestro camino eterno de nómadas, aquí o allá.

Gracias Don Carlos, La Cuneta Son Machín y los grupos nicaragüenses que están floreciendo
por hacernos sentir parte de la Nicaragua que tanto amamos.
Dios ha de permitir que nuestros caminos se crucen nuevamente. 

Concierto de Carlos Mejía Godoy y La Cuenta Son Machín
Los Ángeles, California, 20 de mayo del 2012

miércoles, abril 18, 2012

Las noches del 79 y el platillo volador



Escrito por Martha Isabel Arana
Fullerton, California 
20 de abril del 2012

    Todo había pasado por nuestro repertorio de niños con futuro incierto que se entretenían a jugar para no sentir.  Benottos y Shoppers, hula hoops, los huevos en las esquinas, sal y pimienta, stop, 123 queso.  Tardes de rayuela y Harold Lloyd colgado en su mundo blanco y negro de un reloj.  Un Monopolio viejo secuestrado del armario de alguien, patines de hierro con frenos azules, el cero escondido, el pegue corrido y también el congelado.  Ya habíamos asaltado el parque, jugado jacks, hecho varias excursiones de inspección a las futuras etapas del reparto y visitado la casa de los fantasmas, la que tenía un arbolito enfrente, que era la primera de la cuadra.  Habíamos cazado mariposas y contado cien de los mejores chistes en las aceras cálidas del barrio.  Nos habíamos aprendido de memoria el LP de Grease, en una jerga que cantábamos al unísono igualita según nosotros al inglés. Habíamos practicado los pasos de Travolta, Village People, ABBA y su Dancing Queen

    Bueno, habíamos hecho casi todo, tengo que aclarar, porque en los primeros meses del 79' a los chavalos de "La Colonia" nos dio por jugar eternos partidos de
kickball.  Nada interrumpía nuestros juegos,  solo alguna patrulla de la Guardia Nacional que pasaba en nuestra calle de vez en cuando y dejábamos nuestras bases a regañadientes para dejarlos pasar.  Los ojos vacíos y sin esperanza de los soldados se cruzaban con los míos, mientras los cascos verde olivo saltaban levemente en sus cabezas de muchachos demasiado jóvenes, al ritmo de sus vehículos militares.  


    Ni la guardia ni la casa de los fantasmas de la esquina, la del arbolito, habían logrado que desistiéramos de nuestros partidos nocturnos. 1, 2, 3 ... ¡estás out! ¡estás out!  y cambiábamos de posición en un bolero sin fin, bailado al ritmo de las ocasionales balaceras de León, que en aquellas tardes que iban y venían, parecía que era la única melodía de fondo. 

    Una noche, alguien comentó que estaba apareciendo un platillo volador en el techo de la casa de mi vecino.  Un cuento bastante curioso al que no prestamos mucha atención. Unas noches más de juego y otra vez el rumor.  El miedo fue escalando y el temor fue tal, que dejamos de jugar kickball por un tiempo.   Preferimos pasar nuestros ratos libres en sitios más seguros como el cuarto de algún vecino, cantando
Se va el Caimán.  Yo estaba aterrorizada.  Después de todo, el platillo volador seguramente se había movido y cualquier día estaría sobre mi ventana.  No olvidemos, era yo la vecina con grandes posibilidades de ser visitada.  No quería salir de mi casa y si salía, no quería volver.  Sobre todo porque los chavalos de La Cuchilla, el vecindario contiguo, me aseguraron que por donde ellos vivían andaban escondidos detrás de los matorrales del charco de las ranas, unos hombrecitos enanos y verdes.  


    Finalmente, una noche, después de tanta espera y angustia, alguien llegó gritando a nuestro grupo... ¡Allá está, allá está el platillo volador, corran a verlo, otra vez, en la casa de los Argüello!  Salimos todos apresurados a ver y sí, efectivamente, esferas ovaladas de luz blanca crecían y se contraían a lo lejos.  Nos quedamos todos atónitos observando el fenómeno, congelados, quietecitos, extasiados.  Alguien corrió a alertar a los dueños de la casa para que se cuidaran que no se los llevaban los marcianos (en aquella época les llamábamos marcianos y no tenían ojos negros ovalados).    Pero los extraterrestres no se los llevaron ni a ellos, ni a mí, porque no había tales.   Resulta que don Carlos era soldador y en los ratos libres se ponía a trabajar en sus proyectos nocturnos.  Por cuenta, las chispas de su equipo se reflejaban de alguna manera en la antena de su casa cuando él encendía la antorcha y ese era el deslumbre que nosotros mirábamos.  Por lo menos eso fue lo que yo entendí, que por no ser soldadora ni electricista nunca supe bien el cuento.  

    Ya nadie volvió a hablar de los marcianos, si eran verdes o parecían enanos.   Desde entonces y a lo largo de los años, jamás me los volví a encontrar. Ni a ellos, ni a los chavalos de las noches del 79.  Todos nos fuimos para otros mundos.
 

Blog de Martha Isabel Arana - ¡Bienvenidos!

          C uando un nicaragüense emigra, además de su maleta, sus temores e ilusiones, lleva consigo todos sus recuerdos más queridos. ...