domingo, enero 16, 2011

Memorias de una muchacha bonita

Escrito por Martha Isabel Arana
Orlando, Florida 2005

    Cuentan que hace años, un muchacho de Managua fue invitado a una boda en la antigua Ciudad Universitaria. Llegado el día, aunque estaba nublado y los ánimos lo invitaban a quedarse en casa, Ernesto, el joven de la historia, no quería perderse el esperado acontecimiento porque quien se casaba era uno de sus amigos más queridos. Pensando que valía la pena el viaje y tomando en cuenta que León no está muy lejos de la capital, decidió salir temprano para llegar a tiempo y no sufrir ningún atraso. Cuando llegó a la zona donde el Lago Xolotlán comienza a coquetear mostrando su azul a las personas que transitan la Carretera Vieja a León, comenzó una lluvia fuerte a caer sin clemencia, desbordándose el cielo y provocando uno de esos aguaceros tropicales que parecieran no van a parar jamás.

No había dejado  atrás el recuerdo del lago, ni el olor a tierra mojada había abandonado su mente, cuando de pronto divisó a un lado de la carretera a una muchacha  de cabello hermoso  haciendo señas para que la ayudara. Ernesto bajó la velocidad de su carro y al detenerse, ella le comentó que su vehículo estaba dañado y que necesitaba viajar a León para asistir a una boda a la que había sido invitada.  Compadecido por verla sola bajo ese tiempo amenazante, el joven decidió llevarla y así aprovechar un poco de buena compañía.  Al comenzar a platicar con ella no pudo evitar dejarse llevar por la calidez de su voz y la sencillez de su sonrisa que contrastaban con la palidez fría en su rostro delgado. Casualidades de la vida, la boda que ambos asistirían resultó ser la misma y entre canciones y alegría, él buscaba cualquier minuto libre para apartarse de sus amistades y acercarse a ella.  La muchacha, sola en una esquina de la casa, parecía esperar  únicamente su compañía.  Se ofreció entonces Ernesto para llevarla de regreso a Managua, lo cual ella aceptó gustosa y ambos partieron cerca de la medianoche.  El joven disfrutaba la compañía  de su compañera, el negro fondo de su cabello de estrellas y la plática serena que solamente una persona que ha perdido todo y está en paz puede ofrecer.  El aire se llenaba todo con el olor natural de mujer bonita.




    Cuando venían por la misma zona del lago donde Ernesto la miró por primera vez, ella le dijo que se detuvieran, que tenía que bajar. El insistió en acompañarla hasta su casa, pero la muchacha se negó rotundamente. Le explicó que moraba muy cerca de allí, que no quería que se atrasara porque era peligroso viajar de noche.   Entonces él le prestó su saco para que se protegiera de la llovizna que aún caía ligera, buscando una excusa para verla nuevamente. Se bajó la muchacha de prisa y se perdió en la neblina espesa de un caminito perdido.  Ernesto hubiera jurado que flotaba al caminar, como las apariciones en pena en las noches cálidas de la Semana Santa.

    Al día siguiente regresó al camino que lucía ahora distinto bajo la luz del sol.   Esta vez no había lluvia,  neblina, mucho menos muchacha.  Se bajó, buscó, preguntó en diversos caseríos dando las señas y el nombre de la misteriosa y hermosa mujer que lo había acompañado la noche anterior. Sorprendidas las personas que se acordaban de ella, le dijeron que esa joven había fallecido hacía más o menos un año en un trágico accidente  en una tarde lluviosa camino a una fiesta en Poneloya.   Incluso le comentaron que había una cruz cerca de allí con nombre y fecha. El joven se sentía confundido y poniéndose de mal humor, pensó que las buenas personas se burlaban de él.    Pidió entonces que lo llevaran al lugar donde supuestamente estaba enterrada la pobre muchacha porque no podía creerlo.  Su corazón latió con fuerza y un escalofrío inesperado cubrió su cuerpo ante una visión insólita que no esperaba.  Colgado en la cruz estaba su saco, inconfundible. Lo tomó en  sus manos temblorosas, lo acercó a su rostro para cerciorarse que era suyo y lo sintió húmedo, frío, marchito.  Mezclado con su propio perfume, apenas casi perceptible, flotaba en el aire el olor agradable de aquella mujer bonita.


sábado, enero 15, 2011

30 años después



Escrito por Martha Isabel Arana
Orlando, Florida 2007

    ¡Dicen en la pulpería que ya los muchachos se tomaron el comando! – comentó mi madre de prisa mientras se subía al carro. ¡Vámonos del centro! ¡Vámonos de aquí…! – En ese mismo momento un soldado de la Guardia Nacional abría fuego violentamente en una esquina, vaciando su ametralladora en la historia de mi pueblo. En la confusión solamente escuché el grito desesperado de mi padre que nos decía ¡agáchense que nos mata! Sin embargo, siendo una niña, la curiosidad y el miedo me dejaron clavada en el asiento trasero del carro, viendo, escuchando, grabando en la memoria como milagrosamente nos salvábamos aquel día de aquellos disparos al azar que no llegaron a alcanzarnos.

    El año pasado y treinta después, camino cerca de aquella misma esquina donde un guardia disparara, para visitar el Museo de Mitos y Leyendas de León. En vez del soldado de mi historia, la estatua de un guerrillero me saluda en la entrada del museo con una piedra en la mano. Lo que fue en aquel entonces la Cárcel, la 21 (llamada así porque fue edificada en 1921) es ahora el lugar donde los mitos y leyendas se reúnen como muestra palpable de las creencias y supersticiones de nuestro pueblo.

    Una muchacha de sonrisa amable, estudiante de segundo año de turismo, según nos dijo, se ofrece a darnos el tour. Como un poema macabro que ha tenido que aprender, nos recita de memoria y casi sin respirar las historias de nuestras leyendas y los horrores de las torturas de la famosa 21. Nos anuncia que es una lástima que hayamos llegado en ese momento. Se acaba de ir la luz, como todas las mañanas, y no podremos escuchar los efectos y voces de los espantos.

    “Allí metían de cabeza a los hombres que estaban torturando” nos dice señalando unas piletas a mano derecha. “Dicen que les hacían tragarse unos botones amarrados a un hilo y después se los jalaban”. A mí me da escalofríos y prefiero enfocar con mi cámara a La Llorona que tomarle fotos a otras espantosas memorias.

    Me percato entonces que aunque el tiempo ha pasado, algunas escenas quedaron aún flotando en el aire, listas para empaparme sin aviso como aguacero de mayo. Mis antiguos miedos de muerte, violencia y destrucción han quedado aparentemente atrapados en amarillos libros de historia, nítidamente doblados para no perder la página donde había quedado. Otros, tercos como este, se escapan furtivos y finalmente me liberan.



jueves, enero 13, 2011

Escucha Nicaragua



Uno no escoge el país donde nace;
pero ama el país donde ha nacido.

Uno no escoge el tiempo para venir al mundo;
pero debe dejar huella de su tiempo.

Nadie puede evadir su responsabilidad.

Nadie puede taparse los ojos, los oídos,
enmudecer y cortarse las manos.

Todos tenemos un deber de amor que cumplir
una historia que nacer
una meta que alcanzar.

No escogimos el momento para venir al mundo:
Ahora podemos hacer el mundo
en que nacerá y crecerá
la semilla que trajimos con nosotros.


Uno no escoge - Gioconda Belli 
Foto cortesía de José Rafael Burgos C./Moralimpia.net

miércoles, enero 12, 2011

Sabor a Nicaragua

Nicaragua sabe a nacatamal, huele a sacuanjoche y suena a marimba.
Nicaragua tiene sabor a agua de coco, a tierra mojada y a carnita
asada de la esquina.


En la mañana, gallopinto con tortilla y una taza de café con leche
y en la noche a atol con güirila. Es un buen pedazo de queso
ahumado con tortilla, es una taza de leche agria de donde los Narváez.




Nicaragua tiene sabor a jocote tronador, a pelusita de tamarindo, a
guayaba madura, a cajeta de leche de Diriomo, a raspado Loly que
cuando metemos el dedo para que el hielo nade mejor en el sirope
nos queda manchado y no podemos negar que comimos raspado.




Para el hambre que quema las tripas, no basta con una carne en baho, se
requiere una orden de carne asada, maduro frito con queso y un buen
vaso de chicha, quién sabe si un vigorón también.


Nicaragua es el peso de las flores que adorna la cabeza de la
monimboseña, el zensontle que cruza los montes, el guardabarranco
sobre la rama. Es el meneo sensual del la costeña y su palo de mayo
y la tristeza norteña del violín de talalate.

Tanto rogar por alcanzar el paraíso, y lo tenemos a la vuelta: las
isletas de Granada sin tráfico, ni vidrios ahumados, ni televisión.
En Corn Island, es fácil encontrar nuestra soñada isla desierta y
percibir los olores de este hueco del planeta!

Huele a pescado, a aceite de coco, a cuerpo al sol, a agua salada.
Nicaragua sabe a naranjada, a limonada, a pozol con leche. Es tiste
envuelto en hojas de chagüite, es maiz pujagua, es yoltamal y
revuelta.


Suena a 'me lo das con ipegüe' a 'aquí va el chancho con yuca'; a
viva el Boer', 'viva el Diriangén', sabe también a un cumbo de atol
caliente en una tarde de lluvia a cajeta de purísima en diciembre,
huele a madroño y a reseda. Nicaragua, como dijo Rubén, es pequeña
pero uno grande la sueña, grande para los que se quedaron, grande
para los que nos fuimos y grande para los que sólo están de paso.





Es el calor que te despierta sudando de la siesta y el aguacero que
te arruina el uniforme del 15 de septiembre. Nicaragua es vivir con
la danza de los lagos bajo tus pies y con el olor del fogón
llamándote cuál canto de sirena.

Nicaragua es temblor, es lagos, es lagunas, es volcanes. 'Alabado
sea el santísimo sacramento del altar...', el tum tum de los
chicheros en la procesión, los negritos y las 'vacas' anunciando a
Santo Dominguito. Es San Jerónimo Doctor con su pito y su tambor en
Masaya, el San Sebastián en Diriamba. Es el promesante, el eterno
penitente donde caminando curamos las penas, damos las gracias y
pedimos lo que creemos que nos falta.



Nicaragua suena a cigarras anunciando lluvia, a pocoyos al amanecer
y a monos congos en la noche de la selva atlántica.

Nicaragua es un triángulo en donde se conjugan perfectamente el
Cocibolca y el Xolotlán. Que linda es Nicaragua bendita de mi
corazón. No hay una tierra en todo el continente tan hermosa y tan
valiente como es mi nación.

Nicaragua tiene el ardor de una raja de canela, el picorcito del
clavo de olor, y el tinte del achote. Huele a gallina de patio, al
almendro de´onde la Tere, a níspero y a marañón. En Navidad sabe a
chompipe relleno, en Semana Santa a curbasá y a cuznaca y en las
fiestas patronales a chancho con yuca, a indio viejo, a masa de
cazuela.



Nicaragua, Nicaragüita la flor más linda de mi querer. Salve
azucena divina, cantan los fieles marianos en las purísimas. Otros
preferimos el caballito chontaleño, la queja india, el solar de
Monimbó, algunos no tan viejos recordamos a los Pancasán de épocas
pasadas y a Panchito Cedeño.

A mí, la patria me sabe, me huele y me suena a sacuanjoche, es azul
y blanca, es huele de noche, es jazmín recién cortado y
parafraseando a uno de nuestros grandes compositores, Erwin Krüger:
'quiero tener el consuelo de quedar cuando me muera cerca del
fresco arroyuelo en cuyas aguas bebiera y así mi alma por los
montes cuando esté clareando el día convertida en un zensontle
cantará estás melodías'.

Así es Nicaragua, así es mi país, la tierra mía donde yo nací.


Autora del poema: Nora Cedeño de Hernández
Nicaragüente residente en Panamá por más de 25 años.

Agradecimiento y aclaración  ( febrero, 2006)

Hace algunas semanas mencioné que me gustaría saber quién había escrito Sabor a Nicaragua, precioso poema que ha adornado nuestros sitios cibernéticos, se ha duplicado docenas de veces en redes sociales y foros nicas, circulando otras tantas en cadenas de correos que llenan de nostalgia a los lectores que leen y releen estos ya famosos versos.
Hoy tuve una agradable sorpresa.  Recibí noticias de la señora Nora C. De Hernández, autora de dicho poema con esta hermosa explicación:  

"He dejado que mi sentimiento recorra anónimamente
y a veces bajo la pluma de otro
el mundo de los nicas afuera
porque no,
el sentimiento de nostalgia no es mi patrimonio
sino el de los que nacimos en este triángulo centroamericano
que se llama NICARAGUA."


Todas las imágenes utilizadas en este tema cuentan con permiso de su autor
William Ampié Silva creador del grupo en Facebook
Jinotepe lindo y querido.


viernes, enero 07, 2011

Recuerdos




Escribo sin prisa
cuando pienso en vos
contando palabras
tentando los versos
como si invocarte
me llenara de infinito
del silencio suave
que duerme en las letras
y de la risa fresca
que habita en tus besos.

Escribo con prisa
cuando pienso en vos
como presintiendo
que el tiempo se apaga
que fluyan las ganas
como hojas al viento
que brillen, que canten
y formen incendios
deseando en silencio
la noche que embriaga.

Escribo la vida
Cuando pienso en vos
violento aguacero
de aguas tranquilas
que guarda celoso
etapas vividas de
estrofas que esconden
en su fuero candente
la lava que arde
en tus mansas pupilas.

Martha Isabel Arana
 Orlando, Florida
Abril, 2010


jueves, enero 06, 2011

Diciembre de mis recuerdos


Tú que estás lejos
de tus amigos
de tu tierra y de tu hogar
y tienes pena,
pena en el alma
porque no dejas de pensar.

Tú que esta noche
no puedes
dejar de recordar,
quiero que sepas
que aquí en mi mesa
para Ti tengo un lugar.

En aquellos diciembres de mi niñez, las primas recorríamos la casa entera de los tíos inventando juegos y descubriendo secretos empacados en papel de regalo. A medida que iban llegando, otros miembros de la familia colocaban sus obsequios al pie del árbol de Navidad para deleite de nosotras que llenas de curiosidad no queríamos perder ningún detalle. La tele con su imagen en blanco y negro, interrumpía de vez en cuando nuestros juegos para alegrar el ambiente con algún comercial de moda que cantábamos de memoria: En el nuevo año venidero, se lo deseamos placentero, saboreando la vida por entero... Los primos varones se entretenían afuera en la calle, aprovechando la fumadera de "los grandes" que entre tragos, boquitas y música se divertían observando a los muchachos. Candelas romanas, bombas y triquitracas  explotaban una tras otra, dejando en el pavimento los rastros de pólvora, periódicos y uno que otro cachinflín que se había escapado y no había explotado a tiempo en su apretada envoltura roja.

Yo no olvido el Año Viejo
porque me ha dejado cosas muy buenas
me dejó una chiva, una burra negra
una yegua blanca y una buena suegra...

Finalmente, después de tantos cohetes, Pepsi-colas, juegos, abrazos de media noche, Misa de Gallo y ojos cansados, venía mi hora favorita: la cena familiar. Nos reuníamos las diferentes generaciones en una enorme mesa decorada para la ocasión, donde relucían y llamaban mi atención unas grandes manzanas coloradas y racimos frescos de uvas, frutas que no se acostumbraba ver en el país más que para esas fechas. Kilométrica para mi estatura, nuestra mesa parecía alargarse un poco más cada año a medida que los primos mayores se casaban y nuevos parientes pasaban a formar parte de nuestra familia. En el lugar de honor de la mesa se sentaba la abuelita con sus hijos a ambos lados. De mayores a menores, el otro extremo de la mesa era territorio reservado para nosotros, los chavalos y los "jóvenes de corazón" que entre bromas y sonrisas insistían que de ese puesto nadie los movía.

Comenzaban las presentaciones, los discursos, el brindis. No faltaba el primo bohemio que, levantando su copa y declamando sus versos, erizaba la piel y robaba la atención incluso de los más pequeños:

"Por esa brindo yo, dejad que llore,
y en lágrimas desflore
esta pena letal que me asesina;
dejad que brinde por mi madre ausente,
por la que llora y siente
que mi ausencia es un fuego que calcina.

Por la anciana infeliz que sufre y llora
y que del cielo implora
que vuelva yo muy pronto a estar con ella;
por mi Madre bohemios, que es dulzura
vestida en mi amargura
y en esta noche de mi vida, estrella..."

Al igual que los amigos del poeta, nuestra mesa también callaba no queriendo profanar el sentimiento nacido del dolor y la ternura.

Rompía el silencio, los aplausos, los gritos, la algarabía. Las manzanas y las uvas una por una desaparecían de los centros de mesa, como si disfrutaran saltando de mano en mano entre los chistes y las risas de los presentes: "Ella se llevó una", "yo vi que se la metió en la cartera", "vos ya te comiste dos, ¡no te las comás todas!”. Venía enseguida la delicia de la noche, el pavo o chompipe, con el relleno preparado para la ocasión de manos y esfuerzo de las tías. Sabíamos que después de la comida vendría el riquísimo Pío V, cuyo “quinto” había sido substituido cariñosamente con el nombre de la tía, quien con tanto amor lo preparaba año tras año, inmortalizando de esa manera su receta en nuestras vidas.

Aún recuerdo a las tías, las manzanas, la alegría y una que otra nota de esta mi canción preferida...

Me perdonan que me vaya de esta fiesta,
pero hay algo que jamás podré olvidar,
una linda viejecita que me espera
en la noche de esta eterna Navidad...
Faltan 5 pa' las doce...


 Martha Isabel Arana
Orlando, Florida
12 de diciembre, 2006

Fotografía: Cristina Trejo

miércoles, enero 05, 2011

En el éxodo de mi nostalgia


Cuando me fuí,
doblé cuidadosamente el cielo y las estrellas;
no fuera yo a perderlos.
Recogí los maizales y el trigo para llevarlos conmigo,
Ahuequé en mis manos la tristeza y mansedumbre
de mi hermano indio, de mi hermano maestizo,
para no olvidarlos.

Pinté en mis ojos,
el eterno paisaje de mis lagos, volcanes,
madroños, sacuanjoches...
Me retraté en ellos y con ellos
y en las pupilas me llevé las fotos.

Corté el dolor de los malinches florecidos
y en la valija del alma
acomodé inmediatamente mi nostalgia...inmediata.

Carlota Molieri
En el éxodo de mi nostalgia
de su libro Ceremonial de luces


Fotografia: Roberto Zuniga

Blog de Martha Isabel Arana - ¡Bienvenidos!

          C uando un nicaragüense emigra, además de su maleta, sus temores e ilusiones, lleva consigo todos sus recuerdos más queridos. ...