domingo, septiembre 11, 2005

La mona de La Mocuana



Mitad mujer, mitad animal, la Mona Bruja acosa y persigue por las noches a los aterrorizados desdichados que tienen la mala fortuna de tropezarse con ella. Grande, peluda, y famosa por su cola larga, persigue y maltrata a los trasnochadores que después de tener un encuentro con ella quedan tontos o "jugados de mona" si logran ser alcanzados.

Mujeres brujas que en las noches se convierten en espeluznantes pesadillas, y que al día siguiente retoman su cuerpo y repiten la misma historia al anochecer para horror de los vecinos, quienes llenos de miedo escuchan como salta de rama en rama o se sube a los techos de las casas aprovechando los inmensos chilamates.

"Eso de la mona es verdad" cuenta la señora Alma. "Bueno te lo dijo porque después del terremoto nos fuimos a la finca km. 171/2 carretera a Tipitapa, un lugar que le decían La Mocuana. Me acuerdo que un día murió un señor. Eso pasó al fondo de un pueblito bien adentro, y casi todo el pueblo fue a verlo. Cuando veníamos de regreso todo era obscuro. Teníamos que pasar por un río, y entonces se oían en las ramas de los árboles como si alguien andaba. Cuando en eso miramos a una mona y cuando la vimos, corrimos hasta llegar a la casa donde ella nos acompañó. Bueno te platico esto porque me dieron ganas de compartirlo".
(Versión tomada directamente de una señora de Managua y recogida por Martha Isabel Arana - 11 de septiembre, 2005)

El Cadejo de Campo Bruce



El nunca lo vio, pero me asegura Denys Rocha que en sus tiempos de adolescente decían que en el Barrio Campo Bruce de Managua, aparecía el Cadejo.

"El Cadejo era un perro grande, que la mitología indígena le había adjudicado colores para representar el bien y el mal. Cuando vivíamos en el Barrio Campo Bruce, que para ese entonces era un sector boscoso, lleno de potreros porque todavía no había sido lotificado completamente, la recomendación de mi madre era que llegara temprano a la casa porque me podía topar con el Cadejo Negro, el cual decía la gente, patrullaba las calles del sector a altas horas de la noche y atacaba a los trasnochadores que encontraba a su paso. Pero podía suceder también que el noctámbulo en vez de encontrar al Cadejo Negro, se topara con el Cadejo Blanco que era el bueno, porque no atacaba a la persona y más bien la escoltaba hasta su casa para que llegara sana y salva. Algunas personas que traficaban de noche por el barrio, juraban haber sido escoltadas por el Cadejo Blanco cuando alguna vez se lo encontraron, otras aseguraban haber sido seguidas por el Cadejo Negro, pero la oportuna aparición del blanco lo había ahuyentado."

 
Versión tomada directamente de Denys Rocha y recogida por Martha Isabel Arana, 11 de septiembre, 2005 

Foto cortesía de José Rafael Burgos de Moralimpia.net

jueves, septiembre 08, 2005

El cadejo blanco de la Comarca Las Pozas

    "Hola gente linda, nuevamente aquí para contarles una historia sucedida en mi linda comarca Las Pozas. Corría el año 1980 y para ser más exactos el mes de octubre. En estas comarcas lejanas se acostumbra visitar a las amistades por las tardes cualquier día de la semana, esto debido a que son lugares alejados del pueblo y como se los comenté en días anteriores, eran comunidades sin energía eléctrica y bueno, sin energía no hay nada de televisores, mucho menos un cine. Las personas protagonistas de la siguiente historia son tres: una de ellas resulta ser mi abuelita, llamada Máxima Centeno Centeno. Procreó 12 hijos y entre ellos mi Santa Madre de nombre Reina Epifanía Centeno. En ese tiempo, solo le quedaban 2 solteros, mi Tía Brenda y mi Tío Noel. Mi Tía Brenda (segunda protagonista) era pretendida por muchos solteros de la comunidad, pero la única manera de conversar con ella y muchas muchachas era ir a esperarlas que llegaran a traer agua a un pozo, construido por mi difunto abuelo. Una tarde de esas preciosas del mes de octubre, un muchacho de nombre Carlos Mairena.

"Hola… Señorita Brenda, ¿cómo está?"
Ella respondió "muy bien Carlos y usted?"
"Yo bien" le dijo él, "quisiera saber si la puedo acompañar a su casa?"
"Claro" dijo ella, "solo que mamá es muy celosa y delicada con los que me pretenden."
Dijo Carlos, "Oh… pero yo no le tengo miedo ni al cadejo, mucho menos a su mamá."
"Así?", respondió ella, "bueno, recuerde que mi mamá no será tan peligrosa como el cadejo, pero si es muy enojada."
Pero lo que mi tía no sabía era que Carlos andaba con una botella de "Cusuza" entre pecho y espalda, por lo tanto, se sentía con mucho valor el hombrecito. "Bien" dijo mi tía, "mejor llegue dentro de una hora para que hable con mamá a ver si nos da permiso de platicar" "Está bien llegaré," dijo Carlos. Dicho esto, se montó en su caballo y se fue para donde Doña Tana a tomarse otro waspirolazo de cusuza para agarrar valor. Como a las 7 pm se apareció donde mi Abuelita Máxima, más conocida como "Doña Manchita". Llegó rayando su caballo…
"Buenas Noches, Doña Manchita" -dijo Carlos
"¡Buenas Noches, Don Carlito!, pase adelante… Está en su casa" dijo mi abuelita.


    Ella estaba sentada en un viejo taburete de madera forrado con cuero crudo de ganado, escuchando las noticias en el viejo radio receptor marca "National" ¿lo recuerdan esos radios? Bien. Carlos se bajó del caballo, lo amarró a un árbol de tigüilote y se sentó. "¿Cómo está su familia?", dijo mi abuelita. "Muy bien, gracias" respondió Carlos. Bueno, siguieron conversando, le ofrecieron el acostumbrado cafecito con rosquillitas y empanaditas rellenas con cuajadas y dulces. El guaro empezaba a bajársele a Carlos y nada que se animaba a pedirle permiso a mi abuelita para platicar con mi tía. Se hizo bien noche, los perros empezaron a ladrar y Carlos, ya casi bueno, sin guaro y con síntomas de goma, pensando en el viaje a su casa, que estaba más o menos a 10 kilómetros de allí, dijo: "¡bueno, Doña Mancha! Me tengo que marchar." Le dijo mi abuelita "¡quédese y se va por la mañana!, ese camino puede ser peligroso más con eso que se dicen del
Cadejo blanco." "No, Doña Mancha, mejor me voy; gracias por todo, hasta otro día…" mi abuelita le dijo "bueno Carlito, que Dios lo acompañe". Se montó a su caballo, la luna estaba como si fuera de día, clarita. Para llegar a su casa, Carlos tenía que pasar por las cercanías del cementerio. Carlos pensó "me tomaré unos tragos donde doña Tana, aunque a esta hora no creo que me venda guaro, ya casi son las 12 de la noche… Pero lo intentaré." Pasó por la vieja casa de doña Tana, la despertó y por una ventana le compró una botella de cusuza, con un manguito célequito, agarró la botella, se la empinó casi toda… Montó su caballo y siguió su camino. De repente, escuchó unos pasos, volteó hacia atrás cuando miró venir un animal blanco de la estatura de un perro. Carlos pensó que debía ser un perro. En un segundo lo tenía a la pura par de él… Pero ya la botella lo tenía mareado. Se hizo de lado izquierdo para tocarlo con su mano y no le pudo tocar nada, parecía una oveja de esas que parecen puro algodón, hasta ahí. Comenta que no se acuerda de nada más. Cuando se despertó estaba en el cementerio acostado sobre una tumba y eran las 4 de la mañana. Se levantó desconcertado y con aquella goma, temblado del miedo y el frío, salió al portón de madera y su caballo estaba amarrado al poste principal de la entrada al cementerio. Muchas personas en ese momento pasaban por el lugar en sus caballos con rumbo a la ciudad de Sébaco. Ellos vieron que algo le había pasado. Cuentan estas personas que estaba pálido, sin habla, en un solo temblor. Los campesinos lo ayudaron a montar a su caballo y lo pasaron dejando por su casa. De pronto estaba con fiebre de tercer grado y muriéndose también de la goma. Los padres, familiares y amigos esperaron hasta dos días después que se recuperó para darse cuenta de lo ocurrido. El bonito final de esta historia es que Carlos Mairena se casó con mi Tía Brenda. Hoy en día son padres de cinco hijos. Mi abuelita Máxima, más conocida como "Manchita" aún Dios me la conserva con vida, es la única abuelita que me queda. Agradezco su atención a esta historia, muchas gracias."
 
Versión tomada directamente de Freddy Sequeira Centeno y recogida por Martha Isabel Arana - 08 de septiembre, 2005.

martes, septiembre 06, 2005

El cuento de la Toma-tu-teta de los Cedros

    Los cuentos son como una especie de enlace mágico que une generaciones tras generaciones. Es muy común en Nicaragua escuchar a las personas decir que entre los detalles que más recuerdan de su niñez, está la imagen del abuelito, abuelita, de la china (la nana), del vecino o la vecina mayor que contaba historias maravillosas que los hacía transportarse a un mundo misterioso y lleno de aventuras.

    Carolina Sediles recuerda con inmenso cariño esos momentos en que de niña, su abuelo compartía historias con ella y su familia. "Fijate que mi abuelo se ponía a contarnos a todos los nietos historias y leyendas como la de la Llorona, el Cadejo y esas cosas, pero él no perdía oportunidad para echar a andar su imaginación, contando historias que él se inventó. Era el tiempo de la guerra, época en que nadie trabajaba y estábamos toda la familia, tíos, primos, hermanos, sobrinos, nietos, en fin todos en un solo lugar, un lugar fuera de la ciudad.

    Me imagino que para distraernos y para distraerse él, nos juntaba a todos los chavalos y nos contaba cuentos...que cuentos! y el cuento que pasó a la historia en nuestra familia fue éste: Es como una parodia de la Llorona. Se llama la Toma-tu-teta. Cuenta mi abuelo que había una mujer en Los Cedros (carretera vieja a León, donde viví por muchos años) que le habían robado a su hijo recién nacido. La mujer se volvió loca de la desesperación porque no encontraba a su chavalito y con eso de que las mujeres producen leche materna y se le agrandan los pechos a causa de la leche, pues la mujer entre el dolor de no encontrar a su hijo y el dolor de los pechos que era insoportable, se volvió loca. Lo único que hacía es que cada vez que miraba un chavalo, pensaba que era el suyo y andaba por la carretera llamando a las chavalitos y diciéndoles: "toma tu teta...toma tu teta...toma tu teta" con los grandes pechos de fuera y haciéndolos tomar la leche de sus pechos. Bueno, la historia, yo trato de contarla lo más decentemente posible, pero mi abuelo no reparaba en usar las palabras que normalmente usaría un nicaragüense mal hablado. El asunto es que esa historia era el último cuento de la tarde y sólo se levantaba y salía corriendo y diciendo, corran, corran, que ahí viene la tomatuteta! y salíamos todos los chavalos en guinda para la casa."


Versión narrada por Carolina Sediles y recopilada por Martha Isabel Arana,  7 de septiembre, 2005.

 






Otra versión de esta leyenda, escrita por Patricia:

"Esta joven agraciada, hija de un acaudalado hacendado, era una joven con cabeza grande, una cara amarga como de pocos amigos, unos ojos saltones, una boca bastante pronunciada, una nariz larga y ancha y el cuerpo muy bien desarrollado como el de un hombre; brazos gruesos y musculosos, pelo largo y unas tetas extremadamente grandes. Con todas estas cualidades y a pesar de ser heredera única de la fortuna de sus padres, nunca pudo conseguir un pretendiente, por lo que valiéndose de su conformado cuerpo, salía a las calles y donde encontraba grupos de hombres, escogía al que mas le gustaba, lo agarraba y no lo soltaba y sacándose su hermoso cántaro de miel les decía: “Toma tu teta, toma tu teta, toma tu teta… hasta que les metía el enorme pezón en la boca y cuando ya quedaba satisfecha los soltaba. Cuentan que todavía a Don Pancho, Don Lencho y Pancracio hace poco se les apareció, ellos se quedaron estupefactos de tan impresionante figura, nos dijeron que dijéramos a todo joven que por las noches le gusta salir que no lo hagan, que cuando mire con todo y guaro la Toma teta te va salir."

(Versión contada por Patricia, señora leonesa y recopilada por Martha Isabel Arana, 2009) 



 Tales are something like magic links that connect generations through generations. It is very popular here in Nicaragua to hear people saying that among all the details that they remember the most, they are from their childhood. They are the memories of the grandpa, the grandma, the nanny, the older neighbors, that would tell amazing stories that would make them travel to a mysterious worlds full of adventures.

Carolina Sediles remembers with great affection those moments as a little girl when her grandpa would share fables with her and the family. Let me tell you how my grandpa used to tell us tales about "the crying lady" (La Llorona), the evil dog and so forth. He wouldn't miss any opportunity to use his imagination. He would tell us all kinds of stories that he came up with. It was war time. Nobody worked and all the family were together: the uncles, the cousins, brothers, nieces, nephews, grandchildren, everybody in one same place, outside the city.

I think that in order to entertain us or to entertain himself, he would gather all the children around him to tell stories. The tale that passed through history in our family is this: It's like a parody of the "crying lady" and it was called "the take your teat". Grandpa would tell us that there was a woman who lived in Los Cedros (The Oaks) in the old road to León where I used to lived for many years. Her new born baby was stolen from her. She got crazy of despair because she couldn't find her little baby and since women produce milk when lactating and their breast get bigger because of the milk, well, between the pain of her breasts full with milk and the loss of her poor baby she lost her mind, she became demented. All she would do every time she saw a little kid on the street, was to think that, that was her lost baby and she would walk on the road calling them and saying "take your teat! take your teat! take your teat!", with her big breast hanging out, making them drink from them. Well, I tried to tell the tale in a decent possible way, but my grandpa wouldn't pay attention to the words he used, like a typically bad mannered Nicaraguan would use. The truth 
of the matter is that this tale would always be the last one of the evening and he would get up an run after us saying: "run, run because the take-your-teat is coming!" and would run as much as we could into the house.)

Translated by Francisco Jarquín

La promesa del más allá



    Cuando éramos pequeños, muchos de nosotros escuchamos alguna vez la creencia que uno no debía jugar a decir que regresaría después de la muerte, ni en broma, porque esas promesas se tienen que pagar.

    Eso precisamente, le sucedió a la abuelita de Didi, quien me narró la siguiente historia:

    "Esto me fue contado por mi abuelita que en su vida le sucedieron cantidad de cosas. En su infancia mi abuelita solía jugar con una vecina que vivía al cruzar la calle de su casa. Un día entre juego y juego, la niña, que no recuerdo su nombre, le preguntó a mi abuelita si ella creía en los espíritus y mi abuelita le dijo que no le hablara de esas cosas porque a ella le daba mucho miedo, pero la muchachita siguió insistiendo, hasta que le dijo … Si yo me muero Monchita (así se llama mi abuelita) te voy a salir y me voy a sentar en tu cama.

    Al oír eso, mi abuelita le suplicó que no lo hiciera y se fue corriendo a contarle a su mamá, quien le dijo que no hiciera caso, que solo la estaba molestando. Al cabo de unos días la amiga de mi abue cayó gravemente enferma y murió. Mi abue no fue al velorio porque su mamá le dijo que estaba muy chica para andar en esas cosas y la dejó al cuidado de su abuelita. Cuando ella se acostó sintió de repente que algo se sentaba en su cama. Cuando levantó la cabeza vio a su amiga que la miraba fijamente. Dice que fueron segundos, pero que para ella fueron interminables, y ella recuerda que llamaba a su abuelita, pero que nadie la escuchaba. Empezó a rezar suplicándole a su difunta amiga que la dejara tranquila y de repente desapareció, dejándola a ella con alta fiebre y un susto que jamás pudo olvidar.

    Te cuento que mi abuelita siempre nos decía que nunca hagamos ese tipo de promesas, porque el día que uno se muere tiene que cumplirla."

(Versión tomada directamente de una señora chinandegana y recogida por Martha Isabel Arana 6 de septiembre, 2005.


Foto tomada del grupo Conozcamos Nicaragua de Facebook.

lunes, septiembre 05, 2005

Cuentos de Ceguas

La experiencia de don Chico Mercado

“Pues resulta que eso fue un Viernes Santo como a las doce de la noche. Me fui a la orilla de la Isla Seca a comprarme una botella de guaro. Ya andaba algo sesereque y me vine para mi casa. De repente detrás de mí vi dos mujeres que me seguían y que se carcajeaban... Sentí miedo, y para disimular me detuve a encender un cigarro... Pero las risas seguían... Se me espeluznó el pelo y el pellejo se me puso como de pollo. Eran unas mujeronas altas, vestidas de negro y como encapuchadas. Había un tabaquillal, y allá por aquel palito de sauce me agarré con una de ellas. Me defendía con un machetillo que andaba, pero sentía que los golpes que daba era como que los diera con una hoja de chagüite. De repente llegó la otra mujer y me golpeó también a pescozones.
Corrí como pude y llegué a mi rancho. ‘Ve Chicó’ —me dice la mujer— ‘que andás acompañado’. ‘No’, le digo ‘Pues es que acaban de pasar dos objetos por ahí buscando para Las Pencas, iban en grandes risotadas’. Le conté mi aventura y me dijo: ‘Esas eran las ceguas’”. “Me acosté y al día siguiente que la mujer me vio me preguntó: ‘¿Bueno y esos morados?’”. “Es que me pegaron las ceguas”, le dije y me quedé echando, sebo serenado por mucho tiempo. Y como les conté a varios me quedaron diciendo “El Jugado de Cegua”. 
Lo que vivió Don Toñito García

“La mujer vaga que quería salir de cegua se ponía una como máscara, que podía ser un gran guacal con hoyos, el pelo era de cabuya o de burillo con colguijos de olote, usaba una gran bata como ‘La Gigantona’, pero lo que más culillo daba era un pitazo agudo que daba con un pitillo chiquito de barro. Eran mujeres que se enamoraban de los hombres, pero si ellos no les hacían caso, se juntaban, dos, tres o cuatro para asustar al desamorado. Se venían a medianoche escondidas rodeando al hombre y pitando desde la distancia. El hombre creía que era una sola mujer que podía salir desde varios lugares, a veces se volvía loco o quedaba baboso y la gente le decía “Jugado de cegua”. 


    Don Toñito vio una cegua...." Yo estaba cipote, tenía como ocho años. Era ya al entrar la noche en el riíto. Había luna llena, pero con bruma. Yo miraba a una mujer, como lavando, y cuando pasé cerca ella se lanzó una carcajada aguda, burlesca, como de loca. “Jaaa, jaaa, jaaa”, y a mí se me pararon los pelos, me entró repelo. La cegua se salió del agua e hizo ademán de llamarme y después de seguirme. No sé de dónde saqué fuerzas y salgo en “barajustada” hasta la casa. Nadie me creyó que había visto a la cegua. Pero ahora entiendo que no eran espíritus malos, y a lo mejor hacía cosas buenas, pues algunos bolos que las vieron dejaron el guaro. ¡Santo remedio! Otros dejaron de ser mujereros, y muchos vagos se compusieron. A lo mejor eran contratadas por las mujeres y madres de los perdularios.... La cara era como de calavera, se le miraban hundidos los ojos. En el pelo andaba una como corona de chagüite, la cosa era como la gigantona, pero la gigantona es una muñeca, y esa era una mujer. Nunca la capturaron a pesar de que asustó a muchos. Pasaba por acá, yo nací ahí. Ella pasaba por ese callejón, venía de Boaco, era una cegua boaqueña. "


Mario Fulvio Espinosa

domingo, septiembre 04, 2005

El Diablo me salió viniendo de Altagracia

Anécdotas como la siguiente abundan en nuestro país. Son muchos los que cuentan que han visto espantos de todo tipo caminando como si flotaran, y hasta pidiendo raid o aventones a los que transitan por allí. Especialmente en la noche, cuando la oscuridad y la soledad parecieran disfrutar, siendo cómplices de las carreteras y caminos desolados, donde estas apariciones macabras parecieran andar en pena.

Mi amiga Carol me compartió esta historia ocurrida en una conocida carretera hace algunos años:

"Nosotros vivíamos en el kilómetro 28, 1/2 de la carretera vieja a León. La familia de mi papá vivía en Altagracia. Después del colegio mi papá nos llevaba a mis hermanos y a mí a la casa, y él se regresaba a Altagracia, sobre todo los fines de semana que salía a tomar con sus hermanos y amigos. Pues él cuenta, que en una de esas salidas, ya regresando a la casa a media noche, se detuvo en una cantina a tomarse la última cerveza. Cuando se iba a subir a su microbús, un señor humilde, así sencillo como de campo, pero con unas uñas largas, le pidió un aventón, y mi papá decidió llevarlo. El cuenta que iban platicando amenamente hasta que llegaron a la casa y cuando volteó a decirle al señor:" hasta aquí llego amigo", sin haber detenido el microbús, ni mucho menos escuchado ruido de la puerta, ¡cuál fue su susto que el viejito ya no estaba!

En ese momento no las sé cuántas cervezas que se había tomado, se le fueron ¡quién sabe adonde! Hasta ahora a mí me suena como que fue producto de la borrachera, pero de la misma manera en que yo sostengo eso, él sostiene que no fue borrachera y que lo que pasó es que ¡le salió el diablo! Yo recuerdo que esa noche él nos despertó para contarnos lo que le había pasado y la verdad no se miraba tan borracho. Claro con semejante susto ya hasta de goma estaba, pero el asunto es que él sigue contando la misma historia sin perder detalle y asegura que eso sucedió de verdad."

 
(Versión tomada directamente de una muchacha de Managua y recogida por Martha Isabel Arana - 4 de septiembre, 2005)

Los cuentos de don Mariano

Un caballo cadenero y una vaca cachona es lo que asegura don Mariano Escorcia Pineda vio en su juventud, durante alguna noche fresca en las décadas pasadas de San Ramón, pueblecito al norte del departamento de Matagalpa.


Don Mariano nació en 1927 e insiste que tiene edad suficiente para conocer algo de lo que usted quiera saber. ...“A mí me contaban que en San Ramón, después que todo el mundo cerraba sus puertas y apagaban sus candiles, se escuchaba en la calle principal el relincho de un caballo que al galopar arrastraba unas cadenas, la gente valiente se asomaba y no miraba nada...En cierta ocasión que alquilé una casa sobre esta calle, en tiempos de la primera 'Reina', yo lo comprobé. Una noche oí que ese caballo se metía en mi solar, escuché como que se sacudían las cadenas cuando le quitaban la albarda... pero cuando me asomé no había nada... Era un fenómeno invisible, sólo se oía el resoplido del caballo y el sonar de las cadenas al ser arrastradas.


¿Y qué me dirá de esta otra? Yo tenía una mi novia aquí y venía a verla desde una finca que teníamos en Guadalupe, a unos siete u ocho kilómetros de San Ramón. Resulta que una vez iba para la finca como a las doce de la noche montado en mi bestia. Pero en un lugar que le dicen La Cascajera me sale una vaca, una vaca enorme de tamaño pero más enorme de cachos, cada cacho tenía aproximadamente un metro. Yo vi rara a la vaca porque me miraba con odio, entonces con la rienda la amenacé y vi que ella cabeceaba para embestirme, saqué mi pistola y le iba a pegar un balazo, pero reflexioné: 'Hombre —dije—, puede ser que esta vaca tenga dueño.' Vengo y busco como pegarle otro cohetazo y la vaca se va, brinca un potrero y desaparece, pero más allá, como a medio kilómetro me aparece otra vez. Platicando después con unos señores de la misma Guadalupe me dijeron: ´Hombré, es cierto, si esa vaca a mí también me salió, yo vi también esa vaca, es cachona y así, así y asá."

Relato de D. Mariano Escorcia es un fragmento de "Los cuentos de don Mariano y el incrédulo de don Beto" escrito por Mario Fulvio Espinosa
La Prensa, 19 de octubre del 2003

Una petición inusual

El señor Denys Rocha me proporcionó este relato acerca de una inusual petición que recibió una costurera vecina, en alguna noche tibia de aquellas hermosas de nuestra tierra. Muchas gracias mi estimado Denys por compartir tus recuerdos. Debo admitir que mi curiosidad no cesó hasta llegar al final de la historia.

"Había una costurera que pasaba cosiendo hasta altas horas de la noche en su casa de tablas que estaba frente a la entrada trasera de la nuestra, al otro lado del callejón. Una noche que estaba trabajando con la puerta abierta, se presentó una mujer pelo largo a solicitarle le hiciera un vestido. Era una petición inusual por lo avanzado de la noche. La costurera dijo, después, que la mujer trataba de esconder el rostro con el pelo y que su voz era débil y casi apagada. En aquel momento, dice que sintió repelos y escalofríos en todo su cuerpo ante la súbita aparición de aquel extraño ser. Inmediatamente, se levantó de su asiento donde estaba sentada y le pidió a la mujer que saliera porque iba a cerrar la puerta y que regresara al día siguiente. Cuenta la costurera que cuando la mujer dio la vuelta para salir, vio como el espantajo se desvanecía poco a poco mientras caminaba, hasta convertirse en una mona. Desde entonces, nos dijo, "he dejado de trabajar de noche y para evitar futuras apariciones diabólicas he puesto palmas benditas en las puertas de la casa." 


Versión tomada directamente de Denys Rocha y recogida por Martha Isabel Arana, 2005.


Foto: "Madre Nicaragüense" - Acrílico sobre tela, Hilda Vogl

sábado, septiembre 03, 2005

La maldición del zopilote

Leí esta historia del señor Aníbal (Univision, 2005). Me encantó el relato. Creo que es precioso conservar y compartir con los demás los cuentos sabios de nuestros abuelos. Después de que él me diera permiso de copiar su texto, aquí lo reproduzco, tal como él lo escribió:

"Me cuenta mi abuela que eso de ser calvo no se debe a la herencia genética, ni a ninguna enfermedad o microbios en el cuero cabelludo, y que los que están pelados de la frente, únicamente se debe a la maldición del zopilote. Cuenta ella que en los años de 1930-35 en el rastro (matadero) había un zopilote que se pasaba el día entero comiendo de las tripas y demás porquerías que los que cortaban en pedazos las vacas o cerdos botaban en la basura.
Que los muchachos espantaban a los zopilotes tirándoles piedras y que muchas veces algún zopilote era herido en la cabeza por alguna pedrada.

Así fue que un buen día un zopilote fue matado a pedradas y antes de morir el zopilote dejó como herencia a la viejita las patas para bordón (bastón con que se sostienen al caminar) y a los viejos les dejó lo pelado de la frente, y es por tal motivo de esta herencia maldita que a muchos hombres la calva les llega hasta la espalda y como al zopilote les brilla al sol lo pelado de la cabeza. Y si usted no quiere creerme hasta una canción del folklor le han dedicado, escúchele y después me dice si o no."


 (Historia recopilada por Martha Isabel Arana - 2005)






viernes, septiembre 02, 2005

La culebra y la señora




    Me relataron esta semana una historia que ocurrió en Boaco, en una de sus tantas comarcas... "Le sucedió a una señora que vivía con su esposo e hija de 2 meses en una humilde casa. Ella acostumbraba a darle el pecho a su niña por las noches, pero ellos nunca percataron que en los predios de su casa merodeaba por las noches una culebra, la cual se dejaba guiar por el olor de la leche materna de la señora. 

     Durante toda una semana la culebra se subía por los reglones del techo y se bajaba suavemente cuando la señora se quedaba dormida dándole el pecho a su hija, y despegaba a la niña del pecho de su mamá metiéndole en la boca su cola mientras ella disfrutaba de la leche materna, sin hacer ni un mínimo movimiento brusco. La señora no se explicaba el llanto de la niña después de darle de mamar toda la noche. Por tanto, a la siguiente noche ella no se quedó dormida, pero en un descansar de ojos descubrió el motivo del llanto. Al percatarse de la presencia de la culebra, ella gritó, pero la serpiente, al estar concentrada con el pecho de la señora, no prestó ni la mínima atención del grito, y de inmediato el esposo llegó al cuarto y le dijo la señora que no se moviera mientras él iba por un objeto que le ayudase a despegar a la culebra del pecho. Regresó y lo arrojó tratando de no darle a la señora y la niña, logrando su objetivo. La culebra huyó sin volverse a aparecer. Desde esa vez, la señora jamás se volvió a quedar dormida cuando le daba el pecho a la niña.



La aparición de Popoyuapa




Íbamos a pagar una promesa a Popoyuapa (En Popoyuapa, Rivas, hay un santuario donde cada Viernes de Dolores, una multitud de carretas hacen una famosa romería).  Alquilamos una carreta y toda la chavalada nos unimos para acompañar a mi abuela.  Como me mareaba me sacaron al final de la carreta en donde añadieron una tabla.  Nelly Gorgona y yo nos quedamos en la tabla.  De pronto apareció un señor que conocíamos todas y se agarró de la estaca de la carreta.  Le dijimos: ¿por qué va a pie?  No entendimos lo que contestó... iba con la cabeza baja e iba vestido con una cotona blanca.  Como vimos que no quería hablar, no lo invitamos a nuestra comida ni nada.  Cuando llegamos a Popoyuapa, una vecina que estaba en la iglesia nos dijo: ¿saben quién se murió anoche?  Don Evaristo, el señor que cuidaba la hacienda de los mangos.  Nelly dijo, saben? Ese señor iba agarrado de la estaca de nuestra carreta anoche.  No dije nada, quedé traumatizada porque era la que más le había dirigido la palabra sin recibir más que balbuceos... me dio fiebre y me tuvieron que regresar en bus, por casi 8 días no quise comer.  No piensen que es broma.  El real.

Historia narrada por la Sra. Francés A. Rivas y recogida por Martha Isabel Arana el 2 de septiembre de 2005

Fotografía del sitio Chavalos

jueves, septiembre 01, 2005

De porqué comemos Indio Viejo

Los primeros habitantes de las islas del lago Cocibolca, habían llegado del Anahuac en busca de la tierra prometida. Habiéndola encontrado se habían instalado en ella y la llamaron Ometepetl que quería decir Dos Cerros.

También poblaron la otra isla cercana pero más pequeña. La llamaron Chomitl-Terramitl conocida después como Isla del Zapatero o Zapatera. Esta isla la habían convertido en un santuario, dedicado a los teotes.

Un día, muchos años después que la vida rutinaria de paz y tranquilidad había sido alterada por la llegada de muchas personas extrañas a ellos, toda la comunidad estaba reunida. Celebraban las fiestas con mitotes e iban a comenzar a comer. Habían preparado un marol que consistía en una comida hecha a base de carne cocida y después desmenuzada y sofrita con cebolla y chiltoma (chile verde). El sabor del marol se lo daba la masa de maíz —coloreada con achiote— condimentada con yerbabuena y naranja agria que le daban el gusto especial.

Uno de los presentes se acercó a uno de los ancianos que tranquilamente fumaba su tabaco y con expresión preocupada le dijo : -Se acercan unos extranjeros. Con la palabra extranjero se referían a aquellas personas —con pelos en la barga y cabello ensortijado- extrañas a su cultura y a su raza. Todos dirigieron la vista hacia el camino y efectivamente montados en sendos caballos se acercaban dos españoles. Las reglas de la hospitalidad que practicaban y nunca transgredían eran ofrecer alojamiento y dar de comer al viajero. Pero ellos no querían compartir la comida con personas que ese momento no eran de su agrado. Siendo gente de paz, no querían la guerra pues sus ancestros habían abandonado el Anahuac a causa de ella. Pero no podían ser amables con los responsables de que algunos de sus hombres fueran despedazados por los perros, otros fueran tomados como esclavos y llevados en barcos a países lejanos de donde nunca más regresaban.

-¡Ya llegan!- dijo de nuevo. –¿Qué hacemos?

El anciano muy pensativo no respondió. En ese momento se acercaban los dos montados y bajándose de sus caballos se acercaron a los comensales.

-¿Qué comen?, preguntó uno de ellos, sonriendo muy contento.

El anciano se levantó de su lugar y caminando lentamente se acercó y les dijo. -Indio viejo. Vamos a servirles.

-¿Indio viejo? ¿Qué es eso?

El anciano sin inmutarse respondió : -Anoche el más viejo del consejo de nuestra comunidad murió, después de una larga…

Los dos extanjeros asombrados se miraron mutuamente y uno de ellos interrumpió al anciano.
-No. gracias. No tenemos hambre. Vamos de paso.

Se dirigieron a sus caballos, se montaron y se alejaron del lugar. El anciano siempre sereno y sin ninguna emoción reflejada en su rostro, permaneció de pie fumando y viéndolos alejarse hasta que los perdió de vista. Desde entonces ya no comemos marol sino Indio viejo.


Maritza Corriols
"La Leyenda del Indio Viejo"
La Prensa Literaria, 10 de agosto, 2002
Foto tomada de www.vianica.com

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