Don
Hilario Vanegas, del Consejo de Ancianos de Sutiaba, en León, nos
platicaba de las cosas raras que pasan en el Cerro de Oro que queda por
el lado de Abangasca. Parece que ese mismo cerro es el que los indios
llamaban Cerro de los Cuatro Vientos.
Cuenta la tradición que allí estaba Adiact, el último cacique indígena, cuando fue apresado por los españoles y asesinado. Bueno, pues por allí pasaba don Hilario una mañana del mes de Noviembre con su carreta cargada de leña cuando faaa..., se le zafó una rueda:
- "Hombre, carajo... ¿cómo hago ahora? ¡Yo no apeo esa leña...! ¡Ah, ya sé, vaya buscar una pluma! Con un ganchito ahí, la palanqueo, la levanto y le meto la rueda". Don Hilario se metió al monte y cuando venía ya con el gancho... : - "Eh... ¿y esa chavala linda? ¡Linnnda la muchacha! De un color bonito y toda vestida de blanco, todo, todo, zapatos y todo.
No más verme me dice: - ¿Ya tiene el ganchito? - ¡Vaaa!, le digo yo. Pero ya la rueda está metida, me dice Hombre... era cierto... ¡Y yo soliiito... ¡ - Hágale la clavija, me dice. Entonces pa, pa, pa yo le hago la clavija y ella me dice:
¿Me va a llevar en su carreta? Si, le digo yo. Se monta en la parte de atrás y yo adelante para ir viendo. En una de esas, cuando la busco, ya no la miré. ¡AAAh... saber! ¡No se crea entonces había cosas...!
Cuenta la tradición que allí estaba Adiact, el último cacique indígena, cuando fue apresado por los españoles y asesinado. Bueno, pues por allí pasaba don Hilario una mañana del mes de Noviembre con su carreta cargada de leña cuando faaa..., se le zafó una rueda:
- "Hombre, carajo... ¿cómo hago ahora? ¡Yo no apeo esa leña...! ¡Ah, ya sé, vaya buscar una pluma! Con un ganchito ahí, la palanqueo, la levanto y le meto la rueda". Don Hilario se metió al monte y cuando venía ya con el gancho... : - "Eh... ¿y esa chavala linda? ¡Linnnda la muchacha! De un color bonito y toda vestida de blanco, todo, todo, zapatos y todo.
No más verme me dice: - ¿Ya tiene el ganchito? - ¡Vaaa!, le digo yo. Pero ya la rueda está metida, me dice Hombre... era cierto... ¡Y yo soliiito... ¡ - Hágale la clavija, me dice. Entonces pa, pa, pa yo le hago la clavija y ella me dice:
¿Me va a llevar en su carreta? Si, le digo yo. Se monta en la parte de atrás y yo adelante para ir viendo. En una de esas, cuando la busco, ya no la miré. ¡AAAh... saber! ¡No se crea entonces había cosas...!
- ¡Pues eso que te pasó a vos no es nada comparado con lo que le pasó a un tio mío, por aquel lugar! Le respondio Don Salvador Maradiaga a Don Hilario. Yo no sé si sería cuento o sería real, pero esto me platicó mi tío. Andaba el hombre un día tirando por aquel mismo Cerro de Oro, cuando pasa, tira un venado. Como lo maltiró, va siguiendo la huella de la sangre. Entonces, cuando él endereza la cabeza al tanto de caminar, mira el gran corral de piedra ¡y el poooco de venados que parecía ganado!
En eso estaba cuando se le aparece un hombrecito con un sombrero enorme: ¿Qué es lo que busca, le dice. Un mi venadito que tiré... ¡VOS sos el que está terminando con mis animales!, le dice. ¡Alli está, vaya sáquelo, pero no me vuelva otra vez por aquí, porque me está terminando los animales!
Dice mi tío que como que agarró y como que no agarró aquel animal y salió tirado... ¡No volvió nunca a cazar!
El Cerro de Oro y otros cuentos pueden ser leídos en la Revista Enlace
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