lunes, septiembre 05, 2005

Cuentos de Ceguas

La experiencia de don Chico Mercado

“Pues resulta que eso fue un Viernes Santo como a las doce de la noche. Me fui a la orilla de la Isla Seca a comprarme una botella de guaro. Ya andaba algo sesereque y me vine para mi casa. De repente detrás de mí vi dos mujeres que me seguían y que se carcajeaban... Sentí miedo, y para disimular me detuve a encender un cigarro... Pero las risas seguían... Se me espeluznó el pelo y el pellejo se me puso como de pollo. Eran unas mujeronas altas, vestidas de negro y como encapuchadas. Había un tabaquillal, y allá por aquel palito de sauce me agarré con una de ellas. Me defendía con un machetillo que andaba, pero sentía que los golpes que daba era como que los diera con una hoja de chagüite. De repente llegó la otra mujer y me golpeó también a pescozones.
Corrí como pude y llegué a mi rancho. ‘Ve Chicó’ —me dice la mujer— ‘que andás acompañado’. ‘No’, le digo ‘Pues es que acaban de pasar dos objetos por ahí buscando para Las Pencas, iban en grandes risotadas’. Le conté mi aventura y me dijo: ‘Esas eran las ceguas’”. “Me acosté y al día siguiente que la mujer me vio me preguntó: ‘¿Bueno y esos morados?’”. “Es que me pegaron las ceguas”, le dije y me quedé echando, sebo serenado por mucho tiempo. Y como les conté a varios me quedaron diciendo “El Jugado de Cegua”. 
Lo que vivió Don Toñito García

“La mujer vaga que quería salir de cegua se ponía una como máscara, que podía ser un gran guacal con hoyos, el pelo era de cabuya o de burillo con colguijos de olote, usaba una gran bata como ‘La Gigantona’, pero lo que más culillo daba era un pitazo agudo que daba con un pitillo chiquito de barro. Eran mujeres que se enamoraban de los hombres, pero si ellos no les hacían caso, se juntaban, dos, tres o cuatro para asustar al desamorado. Se venían a medianoche escondidas rodeando al hombre y pitando desde la distancia. El hombre creía que era una sola mujer que podía salir desde varios lugares, a veces se volvía loco o quedaba baboso y la gente le decía “Jugado de cegua”. 

Don Toñito vio una cegua...." Yo estaba cipote, tenía como ocho años. Era ya al entrar la noche en el riíto. Había luna llena, pero con bruma. Yo miraba a una mujer, como lavando, y cuando pasé cerca ella se lanzó una carcajada aguda, burlesca, como de loca. “Jaaa, jaaa, jaaa”, y a mí se me pararon los pelos, me entró repelo. La cegua se salió del agua e hizo ademán de llamarme y después de seguirme. No sé de dónde saqué fuerzas y salgo en “barajustada” hasta la casa. Nadie me creyó que había visto a la cegua. Pero ahora entiendo que no eran espíritus malos, y a lo mejor hacía cosas buenas, pues algunos bolos que las vieron dejaron el guaro. ¡Santo remedio! Otros dejaron de ser mujereros, y muchos vagos se compusieron. A lo mejor eran contratadas por las mujeres y madres de los perdularios.... La cara era como de calavera, se le miraban hundidos los ojos. En el pelo andaba una como corona de chagüite, la cosa era como la gigantona, pero la gigantona es una muñeca, y esa era una mujer. Nunca la capturaron a pesar de que asustó a muchos. Pasaba por acá, yo nací ahí. Ella pasaba por ese callejón, venía de Boaco, era una cegua boaqueña. "


Mario Fulvio Espinosa

domingo, septiembre 04, 2005

El Diablo me salió viniendo de Altagracia

Anécdotas como la siguiente abundan en nuestro país. Son muchos los que cuentan que han visto espantos de todo tipo caminando como si flotaran, y hasta pidiendo raid o aventones a los que transitan por allí. Especialmente en la noche, cuando la oscuridad y la soledad parecieran disfrutar, siendo cómplices de las carreteras y caminos desolados, donde estas apariciones macabras parecieran andar en pena.

Mi amiga Carol me compartió esta historia ocurrida en una conocida carretera hace algunos años:

"Nosotros vivíamos en el kilómetro 28, 1/2 de la carretera vieja a León. La familia de mi papá vivía en Altagracia. Después del colegio mi papá nos llevaba a mis hermanos y a mí a la casa, y él se regresaba a Altagracia, sobre todo los fines de semana que salía a tomar con sus hermanos y amigos. Pues él cuenta, que en una de esas salidas, ya regresando a la casa a media noche, se detuvo en una cantina a tomarse la última cerveza. Cuando se iba a subir a su microbús, un señor humilde, así sencillo como de campo, pero con unas uñas largas, le pidió un aventón, y mi papá decidió llevarlo. El cuenta que iban platicando amenamente hasta que llegaron a la casa y cuando volteó a decirle al señor:" hasta aquí llego amigo", sin haber detenido el microbús, ni mucho menos escuchado ruido de la puerta, ¡cuál fue su susto que el viejito ya no estaba!

En ese momento no las sé cuántas cervezas que se había tomado, se le fueron ¡quién sabe adonde! Hasta ahora a mí me suena como que fue producto de la borrachera, pero de la misma manera en que yo sostengo eso, él sostiene que no fue borrachera y que lo que pasó es que ¡le salió el diablo! Yo recuerdo que esa noche él nos despertó para contarnos lo que le había pasado y la verdad no se miraba tan borracho. Claro con semejante susto ya hasta de goma estaba, pero el asunto es que él sigue contando la misma historia sin perder detalle y asegura que eso sucedió de verdad."

 
(Versión tomada directamente de una muchacha de Managua y recogida por Martha Isabel Arana - 4 de septiembre, 2005)

Los cuentos de don Mariano

Un caballo cadenero y una vaca cachona es lo que asegura don Mariano Escorcia Pineda vio en su juventud, durante alguna noche fresca en las décadas pasadas de San Ramón, pueblecito al norte del departamento de Matagalpa.


Don Mariano nació en 1927 e insiste que tiene edad suficiente para conocer algo de lo que usted quiera saber. ...“A mí me contaban que en San Ramón, después que todo el mundo cerraba sus puertas y apagaban sus candiles, se escuchaba en la calle principal el relincho de un caballo que al galopar arrastraba unas cadenas, la gente valiente se asomaba y no miraba nada...En cierta ocasión que alquilé una casa sobre esta calle, en tiempos de la primera 'Reina', yo lo comprobé. Una noche oí que ese caballo se metía en mi solar, escuché como que se sacudían las cadenas cuando le quitaban la albarda... pero cuando me asomé no había nada... Era un fenómeno invisible, sólo se oía el resoplido del caballo y el sonar de las cadenas al ser arrastradas.


¿Y qué me dirá de esta otra? Yo tenía una mi novia aquí y venía a verla desde una finca que teníamos en Guadalupe, a unos siete u ocho kilómetros de San Ramón. Resulta que una vez iba para la finca como a las doce de la noche montado en mi bestia. Pero en un lugar que le dicen La Cascajera me sale una vaca, una vaca enorme de tamaño pero más enorme de cachos, cada cacho tenía aproximadamente un metro. Yo vi rara a la vaca porque me miraba con odio, entonces con la rienda la amenacé y vi que ella cabeceaba para embestirme, saqué mi pistola y le iba a pegar un balazo, pero reflexioné: 'Hombre —dije—, puede ser que esta vaca tenga dueño.' Vengo y busco como pegarle otro cohetazo y la vaca se va, brinca un potrero y desaparece, pero más allá, como a medio kilómetro me aparece otra vez. Platicando después con unos señores de la misma Guadalupe me dijeron: ´Hombré, es cierto, si esa vaca a mí también me salió, yo vi también esa vaca, es cachona y así, así y asá."

Relato de D. Mariano Escorcia es un fragmento de "Los cuentos de don Mariano y el incrédulo de don Beto" escrito por Mario Fulvio Espinosa
La Prensa, 19 de octubre del 2003

Una petición inusual

El señor Denys Rocha me proporcionó este relato acerca de una inusual petición que recibió una costurera vecina, en alguna noche tibia de aquellas hermosas de nuestra tierra. Muchas gracias mi estimado Denys por compartir tus recuerdos. Debo admitir que mi curiosidad no cesó hasta llegar al final de la historia.

"Había una costurera que pasaba cosiendo hasta altas horas de la noche en su casa de tablas que estaba frente a la entrada trasera de la nuestra, al otro lado del callejón. Una noche que estaba trabajando con la puerta abierta, se presentó una mujer pelo largo a solicitarle le hiciera un vestido. Era una petición inusual por lo avanzado de la noche. La costurera dijo, después, que la mujer trataba de esconder el rostro con el pelo y que su voz era débil y casi apagada. En aquel momento, dice que sintió repelos y escalofríos en todo su cuerpo ante la súbita aparición de aquel extraño ser. Inmediatamente, se levantó de su asiento donde estaba sentada y le pidió a la mujer que saliera porque iba a cerrar la puerta y que regresara al día siguiente. Cuenta la costurera que cuando la mujer dio la vuelta para salir, vio como el espantajo se desvanecía poco a poco mientras caminaba, hasta convertirse en una mona. Desde entonces, nos dijo, "he dejado de trabajar de noche y para evitar futuras apariciones diabólicas he puesto palmas benditas en las puertas de la casa." 


Versión tomada directamente de Denys Rocha y recogida por Martha Isabel Arana, 2005.


Foto: "Madre Nicaragüense" - Acrílico sobre tela, Hilda Vogl

sábado, septiembre 03, 2005

La maldición del zopilote

Leí esta historia del señor Aníbal (Univision, 2005). Me encantó el relato. Creo que es precioso conservar y compartir con los demás los cuentos sabios de nuestros abuelos. Después de que él me diera permiso de copiar su texto, aquí lo reproduzco, tal como él lo escribió:

"Me cuenta mi abuela que eso de ser calvo no se debe a la herencia genética, ni a ninguna enfermedad o microbios en el cuero cabelludo, y que los que están pelados de la frente, únicamente se debe a la maldición del zopilote. Cuenta ella que en los años de 1930-35 en el rastro (matadero) había un zopilote que se pasaba el día entero comiendo de las tripas y demás porquerías que los que cortaban en pedazos las vacas o cerdos botaban en la basura.
Que los muchachos espantaban a los zopilotes tirándoles piedras y que muchas veces algún zopilote era herido en la cabeza por alguna pedrada.

Así fue que un buen día un zopilote fue matado a pedradas y antes de morir el zopilote dejó como herencia a la viejita las patas para bordón (bastón con que se sostienen al caminar) y a los viejos les dejó lo pelado de la frente, y es por tal motivo de esta herencia maldita que a muchos hombres la calva les llega hasta la espalda y como al zopilote les brilla al sol lo pelado de la cabeza. Y si usted no quiere creerme hasta una canción del folklor le han dedicado, escúchele y después me dice si o no."


 (Historia recopilada por Martha Isabel Arana - 2005)






viernes, septiembre 02, 2005

La culebra y la señora



Me relataron esta semana una historia que ocurrió en Boaco, en una de sus tantas comarcas... "Le sucedió a una señora que vivía con su esposo e hija de 2 meses en una humilde casa. Ella acostumbraba a darle el pecho a su niña por las noches, pero ellos nunca percataron que en los predios de su casa merodeaba por las noches una culebra, la cual se dejaba guiar por el olor de la leche materna de la señora. 

 Durante toda una semana la culebra se subía por los reglones del techo y se bajaba suavemente cuando la señora se quedaba dormida dándole el pecho a su hija, y despegaba a la niña del pecho de su mamá metiéndole en la boca su cola mientras ella disfrutaba de la leche materna, sin hacer ni un mínimo movimiento brusco. La señora no se explicaba el llanto de la niña después de darle de mamar toda la noche. Por tanto, a la siguiente noche ella no se quedó dormida, pero en un descansar de ojos descubrió el motivo del llanto. Al percatarse de la presencia de la culebra, ella gritó, pero la serpiente, al estar concentrada con el pecho de la señora, no prestó ni la mínima atención del grito, y de inmediato el esposo llegó al cuarto y le dijo la señora que no se moviera mientras él iba por un objeto que le ayudase a despegar a la culebra del pecho. Regresó y lo arrojó tratando de no darle a la señora y la niña, logrando su objetivo. La culebra huyó sin volverse a aparecer. Desde esa vez, la señora jamás se volvió a quedar dormida cuando le daba el pecho a la niña.


Foto tomada de CityPictures

La aparición de Popoyuapa




Íbamos a pagar una promesa a Popoyuapa (En Popoyuapa, Rivas, hay un santuario donde cada Viernes de Dolores, una multitud de carretas hacen una famosa romería).  Alquilamos una carreta y toda la chavalada nos unimos para acompañar a mi abuela.  Como me mareaba me sacaron al final de la carreta en donde añadieron una tabla.  Nelly Gorgona y yo nos quedamos en la tabla.  De pronto apareció un señor que conocíamos todas y se agarró de la estaca de la carreta.  Le dijimos: ¿por qué va a pie?  No entendimos lo que contestó... iba con la cabeza baja e iba vestido con una cotona blanca.  Como vimos que no quería hablar, no lo invitamos a nuestra comida ni nada.  Cuando llegamos a Popoyuapa, una vecina que estaba en la iglesia nos dijo: ¿saben quién se murió anoche?  Don Evaristo, el señor que cuidaba la hacienda de los mangos.  Nelly dijo, saben? Ese señor iba agarrado de la estaca de nuestra carreta anoche.  No dije nada, quedé traumatizada porque era la que más le había dirigido la palabra sin recibir más que balbuceos... me dio fiebre y me tuvieron que regresar en bus, por casi 8 días no quise comer.  No piensen que es broma.  El real.

Historia narrada por la Sra. Francés A. Rivas y recogida por Martha Isabel Arana el 2 de septiembre de 2005

Fotografía del sitio Chavalos

Blog de Martha Isabel Arana - ¡Bienvenidos!

          C uando un nicaragüense emigra, además de su maleta, sus temores e ilusiones, lleva consigo todos sus recuerdos más queridos. ...