lunes, septiembre 20, 2010

El oscuro pecho del zanate


Por William Grigsby Vergara
 Segundo Lugar, Concurso Cuentos de Patria (2008)

    El zanate tenía los ojos tristes y llorosos, estaba al fondo de un árbol madroño, cubierto por el verde follaje de aquel coloso natural. El árbol sintió que las lágrimas del pájaro resbalaban por su corteza oscura, y entonces le preguntó en su tono ronco y profundo: ¿qué te pasa, pequeño zanate?

    El zanate hizo un largo silencio y cerró su pico, hasta que decidió responderle al árbol que lo increpaba: “Sucede que nadie me quiere como ave nacional, todos prefieren al guardabarranco”. Ante la respuesta del pajarillo, el árbol madroño acomodó sus hojas, meció sus ramas para estirarse mejor, y dijo en un tono despreocupado y sabio: “Amigo zanate, debés aceptar las decisiones de nuestros antiguos héroes nacionales, quienes eligieron al guardabarranco como ave nacional”.

    Sin embargo, el zanate continuó con la voz casi apagada, musitando su dolor: “Madroño, vos que sos grande y hermoso, nadie te hace competencia entre los demás árboles, ni el roble, ni el eucalipto, ni el chilamate. Sos el indiscutible árbol nacional. Yo, en cambio, no soy tomado en cuenta como un ave digna de representar a la Nación”, concluyó el zanate, cabizbajo y herido.

    Entonces el madroño decidió desprenderse del suelo con sus enormes raíces, y le dijo al zanate: “Te llevaré ante la estatua de Andrés Castro para consultarle a quién prefiere como el ave nacional, ¿qué te parece?” Entonces el zanate aceptó —con cierto temor— ser llevado por el árbol madroño ante la estatua de Andrés Castro, en la Hacienda San Jacinto.

    Luego de varias horas de caminar y caminar, el árbol madroño llegó con el zanate en sus hombros hasta la estatua del famoso héroe nacional. Entonces el madroño le habló a su compatriota histórico: “Amigo Andrés, el zanate de plumas negras desea saber si preferís al guardabarranco como ave nacional, o si lo preferís a él”. Entonces Andrés Castro abrió sus ojos de cemento, soltó la piedra que tenía en la mano y reflexionó en voz alta: “Amigo madroño, yo creo que el zanate y el guardabarranco merecen ser respetados por todos los nicaragüenses, pero el guardabarranco es un ave más colorida, y tiene más oportunidades de ser el ave nacional”.

    Entonces el árbol madroño agradeció la respuesta de Andrés Castro y se despidió del héroe con sus hojas amontonadas. Luego subieron a la loma de Tiscapa para hacerle la misma pregunta a la Bandera Nacional: “Amiga bandera azul y blanco, ¿a quién preferís como ave nacional, al zanate popular y simpático, o al guardabarranco multicolor y tímido?” Entonces la Bandera Nacional hizo gestos abstractos con su tela de algodón, y se bajó a media asta para decir: “Yo creo que el zanate es un ave extrovertida e inteligente, pero el guardabarranco tiene muchos años de ser el ave nacional, y debe mantener su puesto representativo en los billetes y monedas del país”.

    El árbol madroño agradeció su respuesta y se fue con el zanate hacia la reina de los símbolos patrios: la flor sacuanjoche.

    La hermosa flor yacía en el cabello de una bailarina de folklore, y el árbol madroño le preguntó: “Amiga y reina entre todas las flores, vos que sos la más bella entre todos los símbolos patrios de Nicaragua, ¿a quién preferís como ave nacional, al zanate o al guardabarranco?”


    Entonces la flor sacuanjoche respondió con el tono blanquecino de sus pétalos y sus labios amarillos: “Creo que el guardabarranco tiene una cola larga y preciosa como el pincel de un pintor primitivista, el color verde de sus plumas recuerda las hojas húmedas de invierno, y sus tonos amarillos y rojos le dan un aire principesco. Sin embargo, admito que el zanate es un ave muy hermosa y abundante, y merece ser tomada en cuenta con justicia. Sugiero que de ahora en adelante, el zanate sea incluido en la letra del Himno Nacional”.

    Cuando escuchó estas palabras, el zanate se sintió profundamente agradecido con la flor sacuanjoche, le besó los pétalos suaves y delgados, y se fue con el rostro feliz en los hombros del gigante madroño. Desde entonces, cada vez que suena el Himno Nacional, el zanate siente en su pecho oscuro la inspiración del canto a la patria. 

Cuento tomado del blog Cuentos y leyendas nicaragüenses - R. Mendoza




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