sábado, junio 01, 2024

A mi padre, con amor

   Este corazón mío se regocija de alegría al recordar los buenos tiempos con mi padre. En especial aquel último viaje que logramos hacer juntos a Nicaragua.  Un vuelo de medianoche, de esos que matan a cualquiera y lo dejan a uno exhausto.  Con exactitud, un mes antes de que el virus ominoso llegara y dejara a la humanidad atónita y aislada. “¡La Divina Providencia que nos acompaña siempre!”, hubieras dicho ahora con tu fe inquebrantable.  

    El frío y la llovizna de aquella noche angelina no lograron borrar la sonrisa mágica que se dibujaba en tu rostro esperanzado.  Parecías chavalito con juguete nuevo, con los ojos iluminados y contentos. Cierro los ojos y te añoro, con tu inseparable gorrito de pitufo, tu maleta roja y tu bastón en la mano.  La fila interminable de pasajeros con sus cajas, mecates y encargos nos sorprendió escapando por las puertas del aeropuerto, zigzagueando como una oruga de humanos y perdiéndose en una acera sin fin.  Respetuoso de las buenas costumbres como eras, buscamos resignados el final de la cola. Vigilábamos, impacientes, alguna silla de ruedas que, por casualidad, alguien hubiera dejado abandonada en aquel mar de viajeros.  Aun con tus antiguos dolores que soportabas estoico, te mostrabas feliz y tu alegría nos contagió a todos.  Tomando selfis y haciendo bromas, obedecimos por fin el llamado de la tierra húmeda que te vio nacer un nueve de mayo.  

    


    Nada detuvo tu marcha, ni siquiera la inacabable terminal internacional de un aeropuerto en construcción. Lograr llegar a la ansiada puerta de embarque en un camino infinito de flechas, recovecos y pasillos era todo un reto y lo lograste sin quejarte, lleno de ilusión.  Casi perdemos el avión porque en el chequeo de la aduana, entre tanta gente honrada, alguien perdió un zapato y la fila no avanzaba.  Entre percances e imprevistos surcamos los cielos y acortamos distancias aquella noche memorable colmada de insólitas anécdotas. 

    Deseaste desde lo más profundo de tu ser volver a bañarte en el mar azul de tu niñez y trazar, una vez más, los antiguos pasos de juventud.  Te despediste de tus lagos y volcanes con el corazón abierto, con los pulmones llenos de aire patrio, con la fina arena gris deslizándose en tus pies cansados y amando sin condiciones aquellos que te amaron.  Se te cumplieron tus últimos anhelos, mi viejito querido, soy feliz testigo de ello.  

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