Crecí observando de lejos al Volcán Masaya, famoso coloso rodeado de misterio y creencias que nos trasladan como una máquina del tiempo a la época de nuestros antepasados indígenas y de aquellos que con ánimos de conquista recorrieron algún día nuestra patria.
Se dice que desde épocas de antaño el activo volcán fue escenario de ritos y ceremonias donde vírgenes y niños eran sacrificados a los dioses. Cuando vinieron, los españoles comentaban entre sí la extraña historia de una mujer vieja que aparecía en el fondo del cráter, revelándoles a los indígenas secretos de la naturaleza y animando a los caciques a rebelarse contra ellos. Los nuevos inmigrantes venidos de lejanos continentes, supersticiosos ante este misterio, consideraron que el lugar estaba embrujado y decidieron colocar una cruz para conjurar al demonio en el lugar bautizado por Francisco de Bobadilla como la boca del infierno.
Aún hoy en día, se dice que el famoso cráter del volcán es escenario de pactos peligrosos realizados entre algunos pobladores y el Maligno. Según se rumora en los pueblos, personas pobres y desesperadas de un día a otro amanecen siendo dueños de propiedades, negocios y grandes sumas de dinero sin explicación alguna. Se dice, también, que el sitio en sí es celoso de su vegetación, ya que si alguien corta alguna fruta, no encuentra el camino de regreso, pierde el sentido de orientación, y jamás logra encontrar la salida.
Agregaría a estas leyendas que el magnetismo del Parque Nacional Volcán Masaya va más allá de sus senderos, de sus visibles entrañas, sus múltiples cráteres, sus cavernas, su flora y su fauna. Su belleza y misterio vuela a través del tiempo, se cuela por las fronteras de forma ilegal y se prende del corazón de aquellos que nos fuimos de viaje y llevamos dulces recuerdos y anécdotas de otros tiempos. Días felices subiendo aquellas interminables gradas hasta alcanzar, ya sin aliento, la misteriosa cruz que abre sus brazos exorcizando al demonio. O el placer, por ejemplo, de asomarse al encendido y enérgico cráter Santiago para buscar mensajes ocultos de antiguas vidas.
No podemos llegar a Nicaragua sin correr a saludar a nuestros hermanos Masaya y su compañero Nindirí. Nuestra primera y obligada parada. Allí llegamos siempre fieles, deseosos de mostrarle a nuestros hijos o amigos nuestro orgullo y volvernos a enamorar de su voz siempre ronca, que sabe a tierra y a fuego, a humo y llamaradas. Retumbos inolvidables que nos dan la bienvenida con el sabor de sus nancites y el alboroto de sus chocoyos a la Tierra de los Lagos y Volcanes.
Revisado 24.08.16