Una mañana campestre en Nicaragua


 Escrito por Kem Vargas

Noviembre se ha establecido temporalmente en el calendario mientras diciembre ya se vislumbra en su inevitable llegada. Los fríos vientos de la temporada hacen que los arboles se balanceen incesantemente. Muchos de ellos se desvisten haciendo caer sus hojas. Pero el madroño prefiere vestirse de blanco para saludar la llegada del verano.En las mañanas nicaragüenses, los campos son arropados por una fría neblina. La salida del sol se vuelve tardía y sus rayos llenan de colores mágicos todo lo que van tocando.

El fogón ha sido encendido desde tempranas horas en cada rancho o vivienda campesina. Sobre candentes brasas se prepara un aromático café o un espeso “tibio” de pinol blanco que seguramente ayudarán a mitigar un poco el frio matutino. Las tortillas son preparadas con esmero y servidas con un buen trozo de cuajada que ha sido previamente semiahumada en un tapesco que cuelga en el techo de la cocina, propiamente sobre la blanquecina hornilla.En el pequeño radio que cuelga de un clavo puesto en las tablas que sirven de pared, Pancho Madrigal y Lencho Catarrán relatan cuentos llenos de picardía e ingenio popular. Son historias auténticas. Agapito y Filiberto van y vienen por El Ojochal o El Galope haciendo de las suyas.




 

El día empieza en nuestras tierras. El mugir del ganado, el ladrar de los perros y el trinar de los pájaros es una hermosa melodía para quienes cultivan auroras y cosechan esperanzas. Es el momento de arrear las vacas al corral, de limpiar el campo, de cortar la leña, de reparar la cerca y de jalar agua desde la quebrada. Seguramente el Buen Dios se complace con estas escenas propias de Nicaragua porque trabajar es lo mejor que sabe hacer nuestra gente en esta tierra que “está hecha de vigor y de gloria”.

Juigalpa, Chontales. Noviembre, 2012.

Notas e imágenes publicadas en Nicaragua de mis Recuerdos con permiso de su autor.



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