¡Se me apareció el Cadejo!
Yo conocí al Cadejo. Dicen que existen el negro y el blanco. Con el que yo me topé fue con el blanco; más bien diria yo: “bayo”. Porque como estábamos en invierno, el pelo de los animales blancos se manchan; “algo así como: “si se hubieran revolcado en una palangana repleta de jugo de mamón”. Vivía entonces en la comarca de “Pochocuape”, y casi todos los sábados, por las tardes, bajaba a “El Kilocho” a visitar a mis amigos; y con ellos; montados todos en briosos caballos, nos echábamos a las carreras; allá por el Siete Sur; donde el gobierno de Somoza Debayle había construido un desagüe; cuya correntada de agua, “cuando llovía”, caía en la profunda laguna de Nejapa. Esa tarde, por primera vez en mi vida; había tomado a escondidas, el revolver 38 de mi padre; no sé por qué, pero tuve un raro presentimiento; lo tomé y lo puse en su lugar varias veces, y por fin, “decidí llevarlo a pasear conmigo”. Ensillé pués una yegua mora que mi padre me había regalado, y me enru